El Caballito de Manuel Tolsá: lances y bretes

Héctor Ramírez
diciembre 2022 - enero 2023

 

Jaque mate, 1958. Protestas estudiantiles toman de rehén al Caballito, entonces ubicado en Reforma y Av. de la República. Imagen incluida en el libro El Caballito de Manuel Tolsá: lances y bretes. Fotografía: Héctor García

 

Habitar una gran ciudad es un privilegio al cual la rutina le pone una venda en los ojos y no le permite entender cabalmente esa importancia. Es curioso pero cuando viajamos y nos encontramos en otra ciudad, embelesados en esa condición de ávidos turistas, pocas veces nos detenemos a pensar que —quienes viven en esa urbe— probablemente están inmersos en la monotonía de su día a día: con rumbo a su trabajo, llevando a los niños a la escuela, haciendo las compras, padeciéndose a sí mismos, en fin, haciendo sus tareas ordinarias entre las que no se encuentra, por supuesto, detenerse a observar su propia metrópoli. No importa si es París o Nueva York, la costumbre extermina el interés, lo cotidiano nos esteriliza.

Para quienes fuimos jóvenes en los años setenta, la Ciudad de México ha sufrido una enorme cantidad de cambios, por ejemplo, un día sin más ni más dejó de ser el DF, lo cual para nuestra fortuna no modificó un ápice el extraño y pintoresco gentilicio de chilangos. En esta enloquecida mutación citadina hay calles con ríos de gente en lugar de coches, supervías en lugar de sistemas de almacenamiento pluvial, enormes vallas que nos impiden ver sitios emblemáticos o simplemente los monumentos desaparecen porque a las autoridades así les apetece.

Todo se transforma a veces sin dejar rastro, dejándonos huérfanos de historia.

Pensando en todo esto, se agradece un libro como El Caballito de Manuel Tolsá: lances y bretes, publicado por Morton Subastas en su colección Pluma y Martillo, coordinado y editado por Luis Ignacio Sáinz.

Lo primero que habría que apuntar es el esmero y cuidado de la edición, diseñada para disfrutar de las imágenes, pero —aunque suene extraño— también para leer los textos. Su tamaño (23.3 x 26.5 cm.) es ideal para devorarlo desde todos los ángulos, pues su encuadernación en pasta dura nos permite realizar una lectura cómoda. ¿Quizá ustedes se pregunten por qué me detengo a señalar esto? Es muy sencillo: de pronto nos topamos con algunos mamotretos que, por más interés y buena voluntad que se tenga, resulta incómodo y cansado sostenerlos entre las manos sin tener la sensación de que estamos en un gimnasio realizando una rutina para fortalecimiento de bíceps. Si ustedes acostumbran leer los libros y no dejarlos como adorno en el librero para que se vean bien en las sesiones de zoom o en una mesa de centro, entenderán el porqué de este primer elogio.

Y ya entrando en materia: Luis C. López Morton hace una breve y puntual presentación, explicando la vocación de la colección Pluma y Martillo y adelantando sólo lo necesario para despertar el interés en la publicación, anticipándonos “una nutritiva y suculenta lectura”.

El primer capítulo titulado “Y se llamaba Tambor” está a cargo de Luis Ignacio Sáinz quien, fiel a su tradicional erudición, nos entrega un ensayo pleno de interesantísimos datos históricos aderezados con sus irreverentes comentarios. La revisión que hace de los acontecimientos históricos que rodean la creación de la escultura ecuestre para celebrar la entronización de Carlos IV está magistralmente contextualizada por su avezado ojo como politólogo, pero no puedo dejar de mencionar la vena literaria con la que Sáinz le da a sus textos una deleitable fluidez. Su experiencia como investigador se hace patente mediante las notas al calce que ofrecen siempre una valiosa información para ampliar y enriquecer el tema. Las anécdotas se multiplican y los hechos históricos se mezclan con importantes datos técnicos que nos ayudan a comprender las vicisitudes y las cabalgatas de la colosal escultura. Gracias a esto, El Caballito deja de ser un punto más en Google Maps, un destino de Wise, para convertirse en un símbolo real de nuestro pasado, nuestro presente y —ojalá— de nuestro futuro, pues esperamos que no haya otros desatinos burocráticos en sus restauraciones que lleven al traste la obra de Tolsá.

Rodrigo Rivero Lake, en su condición de anticuario, nos entrega un texto que explora otros ángulos íntimamente ligados con El Caballito de Tolsá, y que podrían pasar inadvertidos de no ser por el buen ojo del editor. En una breve pero sustantiva miscelánea documental, podemos apreciar actas y controles de gastos de la época virreinal, así como algunas de las monedas que se acuñaron para conmemorar la creación de la escultura ecuestre. Sin duda produce una emoción muy particular ver, aunque sea en fotografías, monedas y documentos que datan del siglo xviii.

El tercer capítulo del libro estuvo a cargo de Carlos González y Lobo, quien nos ofrece una lectura crítica muy interesante sobre el origen urbano-arquitectónico de El Caballito y nos devela  muchos datos sumamente relevantes, como el hecho de que en un inicio la escultura fue ubicada en la Plaza Mayor pero en una “plaza circular sobre-elevada y figurada o entornada por una balaustrada pétrea de más o menos un metro y medio de altura”. El análisis urbanístico que realiza está claramente ilustrado por grabados, planos geográficos de la época e incluye planos a nivel de boceto realizados por el propio arquitecto.

Además de las aportaciones urbanísticas y arquitectónicas, cabe destacar las contribuciones históricas que hace el arquitecto González y Lobo. Por ello, sus dos epílogos no tienen desperdicio, pues explican y ponen en contexto razones y acciones que nos remontan a la época de los romanos, revisando otras obras que están relacionadas con la lógica arquitectónica que rodea a El Caballito.

En este libro también se incluye un texto de José Joaquín Fernández de Lizardi. Nadie mejor y más autorizado que este escritor y periodista de la época para ubicarnos respecto a lo que significaba el hecho de que en pleno periodo independentista mexicano, con tantos vaivenes, el monumento ecuestre tuviera muchos cuestionamientos, los cuales casi provocan que fuera convertido en cañones y municiones. El Pensador Mexicano ­—acérrimo crítico del emperador Iturbide— toma como pretexto la escultura de El Caballito y dando voz a Tambor, el brioso corcel, hace una sarcástica e inteligente crítica al gobierno.

El siguiente capítulo lleva por título “La planimetría del nacimiento, las estancias y los traslados de El Caballito”, y en él se revisan diversos planos históricos de la Ciudad de México para analizar y mostrar detalles urbanos que son muy significativos y reveladores respecto a “las continuidades, permanencias y símbolos que se han desplegado en las calles y los Paseos por donde ha trotado el cuadrúpedo y su jinete”, como lo mencionan Jorge González Aragón y Luis García Galiano de Rivas, profesores investigadores de la división de Ciencias y Artes para el Diseño de la uam Xochimilco y autores de este apartado.

La Ciudad de México actualmente es una de las urbes más grandes del mundo, por tanto, es difícil imaginar que en sus orígenes ésta se circunscribía a lo que ahora es el llamado “Primer cuadro” en el Centro Histórico; y los croquis y dibujos que nos presentan los arquitectos en este capítulo nos ayudan a entender cómo se modificó la traza urbana y los trabajos que debieron pasar quienes se encargaron de llevar la escultura del lugar donde fue su fundición a la Plaza Mayor, para después ser colocada muy cerca de ahí en el edificio de la Real y Pontificia Universidad de México, y posteriormente trasladada al Paseo de Bucareli para que, en los años setenta del siglo xx, fuera instalada en la plaza Tolsá, entre el Munal y el Palacio de Minería.

En ese crescendo histórico-arquitectónico-literario por el que nos lleva la publicación, llegamos al testimonio de un actor fundamental en toda esta historia de las cabalgatas de la obra de Tolsá, me refiero al texto del arquitecto Sergio Zaldívar Guerra quien fue el autor intelectual y artífice de la gran jugada en el ajedrez urbanístico que llevó El Caballito al lugar donde se encuentra actualmente. Es maravilloso tener ese testimonio que parte de la visión y los antecedentes históricos y que viaja en el tiempo para llegar al instante en el que se describen las condiciones de la escultura en la época de su traslado, los cuidados que se tuvieron para protegerla, las circunstancias que rodearon este histórico acontecimiento y muchos de los pormenores que rodearon tal proeza, incluyendo una memoria visual del traslado de El Caballito el 27 de mayo de 1979.

Mención aparte merece lo que, sin duda, considero “la cereza del pastel” en esta publicación y me refiero al construible El Caballito y su jinete, del pintor, escultor y dibujante Manuel Marín, artista alternativo, teórico y miembro de número de la Academia de Artes en la Sección de Pintura, y a quien se le encargó el desarrollo de una pieza que nos invitara al juego.

En su sencillez, la obra de Marín contrasta en buena lid con la enormidad de la escultura de bronce creada por su tocayo Manuel Tolsá porque, de muchas maneras, nos pone en las manos la historia y la convierte en una pieza de papel pintada con rayones de lápices de madera. En esta pieza Carlos IV cabalga sin vituperios y cuestionamientos, erguido pero sin ese estrafalario atuendo de emperador, con una sencilla dignidad que bien le hubiera merecido la admiración del respetable.

El Caballito de Manuel Tolsá: lances y bretes tiene de todo, pero lo más importante es que en sus páginas cabalga a todo galope el buen gusto, el interés por la historia, el placer por tener en las manos una publicación impecable, amorosa por un pasado que a todos nos pertenece de alguna u otra manera, y que ha sido inteligentemente elaborada para beneplácito de quienes transitamos por estas calles de Dios.

El Caballito de Manuel Tolsá: lances y bretes

Luis Ignacio Sáinz (coord.)

México, Morton Subastas (Pluma y martillo), 2021, 172 pp.

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Héctor Ramírez

Director de la plataforma de difusión cultural Arte Mx.