El profesor Jacques Monod, biólogo del Instituto Pasteur, luego de declarar en un juicio por aborto. Había pagado los gastos de hospitalización de Marie-Claire Chevalier tras un aborto clandestino. (Fotografía: Alain Dejean / Sygma por Getty Images)
Jacques Monod (1910- 1976) ganó, junto con François Jacob y André Lwoff, el premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1965 por sus trabajos en la regulación de la expresión génica, es decir, la activación y desactivación de genes: un proceso fundamental en todas las células. Por ejemplo, el ajolote y la salamandra poseen exactamente el mismo genoma, pero es la regulación génica la que permite la metamorfosis del primero al segundo. Las teorías y los conceptos desarrollados por Monod y sus colaboradores reemplazaron varios principios de la genética clásica y fueron determinantes para la consolidación de la biología molecular como una ciencia novedosa e integral.
Sin embargo, Monod no solo ganó prestigio con el premio Nobel, también alcanzó fama como escritor y filósofo. Con ello, rompió el tabú del científico que no muestra interés por otras esferas sociales. Un ejemplo de ello es un reconocido libro publicado en 1970: Le hasard et la Nécessité. Essai sur la philosophie naturelle de la biologie moderne.[1] En dicho ensayo, se hace una crítica a los discursos metafísicos sobre la vida. A pesar de su lenguaje técnico, se convirtió en un bestseller y vendió más de 200 000 copias en su primer año.[2]
En este breve ensayo se pretende destacar ambas facetas del famoso francés a partir de su reconocida obra El azar y la necesidad, y cuestionar ciertos mitos que se han creado alrededor de la figura del científico.
Según Abir-Am (1982), los científicos alimentan el mito de lo que supuestamente es la ciencia. Abir-Am expone que al científico, a menudo, se le aísla de su contexto cultural, social y político, dejando a un lado parte de su personalidad y sus actividades. Menciona cuatro mitos:[3] 1) el científico tiene su vida inmersa en la ciencia, y no tiene otros intereses más que la propia ciencia; 2) en la ciencia, se matizan las relaciones de poder y todas las personas son tratadas equivalentemente; 3) el rol de las instituciones y el equipo de trabajo no son relevantes en la carrera del científico cuyo talento genera los descubrimientos, y 4) la ciencia no tiene relación con el contexto político y social. Monod cuestiona dichos mitos al involucrarse en otras disciplinas y al sostener una vida política activa en su tiempo.
El azar y la necesidad pone en evidencia las facetas de Monod: su faceta como científico y como filósofo. En dicha obra se identifica la influencia del existencialismo, filosofía dominante en Francia de la década de 1950. Asimismo, es posible identificar que la relación que Monod estableció con Albert Camus tuvo gran influencia sobre las ideas planteadas en dicha obra. Camus y Monod forjaron una profunda amistad durante la guerra fría. Se conocieron en 1948, cuando Monod publicó un artículo en el periódico Combat, en donde criticó la biología impulsada en la Unión Soviética bajo la conducción de Trofim Lysenko. Lysenko argumentaba que existían dos tipos de ciencia: la capitalista y la proletaria. Esta última era la única poseedora de la verdad. Monod consideraría al periodo en el cual Lysenko estuvo en el poder como el más extraño y desgarrador en la historia de la ciencia.
Por otro lado, es interesante notar que los paratextos de la obra de Monod reflejan también la postura del biólogo. El azar y la necesidad presenta dos epígrafes: El primero de Demócrito, del cual Monod se inspira para el título: “Todo lo que existe en el universo es fruto del azar y de la necesidad”. El segundo epígrafe es la conclusión de El Mito de Sísifo de Camus: “…Sísifo enseña la fidelidad superior que niega los dioses y levanta las rocas… La misma lucha hacia las cumbres basta para henchir un corazón de hombre. Hay que imaginar a Sísifo feliz”. Desde el epígrafe, Monod introduce dos ideas que desarrollará en su obra: la relación entre el azar y la necesidad, y el lugar del homo sapiens en el universo, un universo en el cual no existe ninguna intervención divina o creación especial.
Monod propone que los sistemas biológicos se definen mediante las propiedades esenciales de invariancia, autonomía y teleonomía. La invariancia explica que los sistemas biológicos son capaces de reproducirse y transmitir la información a su descendencia “sin variación”. La autonomía se refiere a que los sistemas biológicos son “máquinas” capaces de realizar morfogénesis autónoma. En su ensayo, Monod describe a la maquinaria bioquímica de la célula en términos cibernéticos, como, por ejemplo, código genético, información y programas. Estas expresiones se generalizaron rápidamente.
Finalmente, el concepto de teleonomía se refiere a que los sistemas biológicos son objetos dotados de un proyecto: la transmisión del contenido de invariancia propio de la especie; es decir, una aparente meta en los sistemas biológicos, sin hacer referencia a ninguna forma de finalismo. Este concepto se opone a la teleología, que significaría un destino preconcebido e inevitable.
En cuanto al azar y la necesidad, Monod expone que son dos aspectos complementarios de la vida. Cada uno corresponde a niveles diferentes. El azar se encuentra en el mundo microscópico, en donde las mutaciones genéticas ocurren, produciendo variación. La necesidad, por otro lado, corresponde al nivel macroscópico en donde la selección natural tiene lugar. Monod consideró la teoría de la evolución por selección natural como la teoría científica más importante debido a sus implicaciones en cada dominio del pensamiento humano: filosófico, ideológico y político.
Por otro lado, en la obra se discuten aspectos filosóficos fundamentados en los avances científicos de la época. El primero: la aparición de la vida y la emergencia del Homo sapiens pueden deberse a una combinación de sucesos improbables. Para Monod, el poder del azar y la necesidad, de la mutación y la selección natural, fueron suficientes para generar la diversidad genética y de especies. “El Universo no estaba preñado de la vida, ni la biósfera del hombre. Nuestro número salió en el juego de Montecarlo”.[4] Es decir, no existe un gran diseño para el Universo.
Segundo: el “secreto de la vida” se había revelado en gran medida. Monod y otros científicos vieron en la elucidación de la estructura del dna (1953) el descubrimiento del “secreto de la vida”. El dna se convirtió en una molécula que podía ser descrita, analizada y empleada químicamente. Este fue, quizá, el cambio más reciente de nuestra percepción sobre el mundo, antes lo fue con Galileo, Darwin y Einstein.
Según Agnes Ullmann, un día Monod entró a su laboratorio y dijo “creo que he descubierto el segundo secreto de la vida”.[5] Se refería a la alostería: una molécula al unirse a una proteína altera su forma y actividad. Las palabras de Monod, quizá, no eran producto de la pretensión. La regulación alostérica es muy importante en la célula, con ella modulan su actividad enzimática.
Tercero: existen dos fronteras que no se han resuelto: la comprensión del origen de la vida y el sistema nervioso (pensamiento y conciencia). El origen de la vida es un enigma histórico. Se ha propuesto una hipótesis sobre la existencia de un mundo de rna que habría precedido el mundo vivo que conocemos con el dna, rna y proteínas. Sin embargo, aún no comprendemos cómo las características comunes en todos los organismos vivos se fueron acumulando para formar el primer ser vivo.
Cuarto: Los humanos debemos decidir cómo debemos vivir y cómo debemos actuar. Monod critica fuertemente el enfoque antropocéntrico con el que el hombre percibe la naturaleza. Los humanos deben abandonar la “tradición animista”, esto es, la tradición de forjar explicaciones míticas de sí mismo y del mundo. Monod escribe: “…Le es muy necesario al Hombre despertar de su sueño milenario para descubrir su soledad total, su radical foraneidad. Sabe ahora que, como un zíngaro, está al margen del universo donde debe vivir. Universo sordo a su música, indiferente a sus esperanzas, tanto como a sus sufrimientos y crímenes”.[6]
Como se ha explorado, la obra de Monod congrega ambas facetas del francés. Abir-Am concluye, por medio de los artículos conmemorativos y biografías: “Monod logró impedir que su vida sea utilizada como eje de una mitología científica”. Y: “Monod y la biología molecular son más que la búsqueda unidimensional del secreto de la vida”.
Jacques Monod se comprometió con su sociedad y sus circunstancias: luchó contra el ejército nazi, como parte de la resistencia. Fue músico, deportista, administrador y una figura pública. Apoyó el derecho al aborto y acompañó a los estudiantes durante el Mayo Francés de 1968. Monod es un ejemplo de que la ciencia y la cultura no son antagónicas, sino complementarias. Y que los científicos podemos (y debemos) involucrarnos en otras esferas sociales.
[1] Jacques Monod, Le hasard et la nécessité. Essai sur la philosophie naturelle de la biologie moderne, París, Éditions du Seuil, 1970.
[2] Sean. B. Carroll, Brave Genius, Estados Unidos, Broadway Books, 2013, p. 492.
[3] Abir-Am, P. G. (1982), “How Scientists View Their Heroes: Somes Remarks on the Mechanism of the Myth Construction”, Journal of the History of Biology, 15(2), 281-315.
[4] Jacques Monod, El Azar y la necesidad. Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna, México, Tusquets, 2016, p. 153
[5] Agnes Ullmann, Origins of molecular biology: a tribute to Jacques Monod, Washington D.C., ASM Press, 2003, p. 167.
[6] C.f. [4] p. 177.