Fotograma de Vortex, filme dirigido por Gaspar Noé en 2021
El realizador franco argentino Gaspar Noé está punto de cumplir los sesenta años, pero aún es identificado como el enfant terrible del cine internacional por su gusto de confrontar al espectador con las situaciones límite que viven sus personajes como la violencia sexual, la venganza, el incesto, duras rupturas amorosas, la pérdida del sentido de la realidad por ingesta de drogas, etc. A esta distinguida lista de experiencias añade, en su más reciente película Vortex (2021), la difícil etapa que vive una pareja de ancianos que experimentan la demencia senil, por ser acaso el estado más extremo y desolador al que se puede enfrentar un ser humano, ya que como el mismo autor señala: “muchos prefieren perder la vida antes que la razón”.
Inspirada por la experiencia personal con su madre y abuela, quienes padecieron de este mal, así como de una hemorragia cerebral que sufrió él mismo en 2020, Noé se propuso crear el proyecto a partir de un guion de apenas diez cuartillas que en colaboración de la veterana actriz Françoise Lebrun —venerada por su papel en la película La maman et la putain (1973), de Jean Eustache—, y la sorpresiva aparición del legendario realizador italiano Dario Argento —figura de culto por un sinnúmero de realizaciones que han definido el género de terror europeo como Suspiria (1977), en lo que es su primer rol actoral—, se convirtieron en un mero pretexto de exploración a la situación cotidiana de una pareja de ancianos emplazada dentro de un agobiante apartamento parisino que se desborda entre los objetos y afectos que han acompañado sus vidas.
Fotograma de Vortex, filme dirigido por Gaspar Noé en 2021
El filme comienza con la placentera visión de un brindis que la pareja celebra en el balcón de su apartamento ante la reflexión que el hombre convoca a partir del parafraseo de una frase de Edgar Allan Poe que dice: “La vida es solo un sueño dentro de un sueño”. Como es de esperar en quien ha frecuentado el universo del realizador, esta postal apacible es trastocada casi de inmediato con el recurso sorpresivo de una división de la pantalla que separa a la pareja, un efecto utilizado en el género de suspenso y terror para acrecentar la adrenalina del espectador, que aquí opera en un sentido inicialmente práctico para atestiguar los tránsitos paralelos de la pareja y eventualmente se revela como una hábil táctica que involucra al espectador en la soledad y el abandono en el que se encuentran los personajes. Salvo este recurso, Noé rehúye a su acostumbrado acompañamiento sonoro que marca un ritmo visual intenso e invasivo, a las luces estroboscópicas que advierten convulsiones, y presenta a la pareja bajo un ámbito lúgubre, de tonalidades opacas y poco efectistas, demasiado cercanas a la luz de la realidad, como un indicio claro que destaca su posición estética, pero también moral, frente al difícil tema que confronta.
Fiel a su poética cinematográfica, Noé construye el sentido narrativo a partir de los movimientos de la cámara con la intención de introducirnos a la experiencia subjetiva de los personajes, lo cual usualmente se empareja con la sensación de un viaje alucinatorio o un mal sueño. Sin embargo, en este caso nos coloca frente al tedio inexpugnable del deambular de la mujer —sobre el vórtice del título—, quien recorre incansablemente su hogar sin saber en dónde está o qué hacer con todos los objetos que la rodean. En paralelo, el hombre intenta escribir un libro sobre la temática de los sueños en el cine; hace llamadas a colegas y deja mensajes dolorosos a una amante que se niega a responder. Ante semejantes acciones ambos resultan la visión dolorosa de ser un par de animales que deambulan en sus últimas certezas.
Fotograma de Vortex, filme dirigido por Gaspar Noé en 2021
Al ser acompañantes más que testigos, el efecto de la pantalla divida aporta una dosis de ansiedad en quien mira, pues ahora el suspenso recae sobre esos seres indefensos y el peligro de la cotidianeidad que los acecha, como una estufa prendida, una puerta abierta o las acciones irracionales que intensifican la tensión sobre esa convivencia que no es sino una soledad compartida. El nexo entre ellos está roto, comparten espacio y persisten las preocupaciones ocasionales (el hombre se ocupa cuando la mujer sale a la calle), pero no hay responsabilidades morales y afectivas.
La romantización acerca del cuidado a los progenitores ancianos y el sacrificio de los hijos como solución reparadora no aparece aquí, ya que el único vástago de la pareja es un drogadicto en recuperación —padre de un niño pequeño— que vive enfrentado a su propia incapacidad. Como muchos otros, este hijo encuentra en el asilo geriátrico una salida a la situación, pero el padre la rechaza y divaga en sus propias enmiendas. Como un fantasma de su propia vida, la madre presencia semejante conversación y cuando se le pide que opine alcanza a decir una frase devastadora y acaso más resolutiva que todo lo anterior: “Me quiero deshacer de mí”.
Gaspar Noé sabe bien que todo drama es la presentación de un desastre potencial que, según los modelos clásicos sobreexplotados por la perversión de Hollywood, habrá de restaurarse, encontrar un equilibrio, pero el franco-argentino jamás lo ofrece, lo suyo no es la promesa ni la consagración de falsas quimeras que arrojen expectativas confusas sobre la realidad. Como ha sucedido en previas realizaciones, en Vortex Noé ratifica que el verdadero terror no proviene de una fuente siniestra ni del monstruo debajo de la cama, sino de las zonas más temibles de la experiencia humana.
Su cine resulta ser obsceno en su sentido etimológico porque muestra aquello que debe quedar fuera de la escena por ser intratable. Su movimiento de cámara nos arroja hacia aquello que usualmente se funde a negros, a lo que la imagen debe rechazar, como el emplazamiento sobre la cara de una víctima de violación en Irréversible (2002) o el recurso bufonesco de un pene que eyacula sobre los ojos del espectador en Love (2015), por citar dos de sus más reconocidos ejemplos. Ante semejantes antecedentes, la presente circunstancia sobre el deterioro mental de un cuerpo parecería propicia para que el autor nos mostrara un festín de insensibilidad y sadismo, categoría en la que algunos críticos sí ubican Amour (2013), de Michael Haneke, un filme con el que comparte demasiadas afinidades, pero en el que ambos realizadores se involucran de manera muy distinta.
Cartel de Vortex, filme dirigido por Gaspar Noé en 2021
Vuelto sobre su propia inteligencia creativa y ese compromiso que un enfant terrible no debería tener, Gaspar Noé nos muestra en esta película un cuadro que genera desconcierto no por las tácticas de choque acostumbradas por el realizador, sino por su enorme compasión y afinidad con la cuestión, manifestada desde la dedicatoria inicial: “Para todos aquellos cuyo cerebro decidió morir antes que su corazón”. Los personajes de esta historia no alcanzan redención alguna porque la trama que enfrentan no es otra más que la de la vida misma. La frase de Edgar Allan Poe se retoma en varias ocasiones para mitigar el golpe que nos devuelve la más cruda certeza: acaso la vida no es más que un sueño dentro de un sueño, una ilusión conservada por la finita eventualidad del cuerpo. Ante el inevitable final de sus protagonistas, viene a la mente una frase de su película Irréversible como esa descripción efectista que justificaba su elección narrativa al contar una historia a la inversa, pero que ante este panorama de cuerpos en desamparo, de mentes que vagan sin dirección, de vidas condenadas a desaparecer, resuena con un sentido más real, más crudo: “El tiempo lo destruye todo”.
Ciudad de México, 1976. Egresada de la licenciatura en Lingüística de la enah, guionista y dramaturga. Es autora de los libros La inocencia de las bestias y Nada es para siempre. Ha sido becaria del Imcine, del Fonca y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.