Modelos exhiben diseños de Jam y Christina Stephens durante el espectáculo Adaptive Clothing Collective durante Afterpay Australian Fashion Week 2022, en Sydney, Australia. (Fotografía: Stefan Gosatti / Getty Images)
He perdido la cuenta de las veces que me avergoncé por tener un cuerpo con parálisis cerebral. Cuántas veces pedí disculpas por no ser “normal”, las ocasiones que me sentí mal por pedir ayuda para cosas tan simples como abrir una botella de taparrosca o subir una escalera sin barandal.
Aún así sé que he tenido suerte, que podría ser peor que esto o por lo menos más difícil; que en la rifa de la discapacidad mi boleto salió semipremiado porque a pesar de mi condición me muevo sin ayuda de un bastón o una silla de ruedas. Y al escribir esto me doy cuenta de que la discapacidad —en recientes años me ha gustado llamarle diversidad funcional, como lo enuncia Kike Vázquez, standupero con parálisis cerebral— sigue siendo un asunto complicado no solamente para mí que lo tengo en el cuerpo sino para les otres que miran, propios o ajenos, no familiarizados con el término.
Así, desde hace unos años lo enuncio. Aprendí a no avergonzarme de mi cuerpo con su forma particular de ser, a visibilizar mi condición cuando leo los poemas de mi libro La arista que no se toca como quien se apropia de algo que la sociedad le dijo que estaba mal nombrar porque eso era “tirarse al piso”.
Vivimos en una sociedad cuyo imaginario colectivo conceptualiza al discapacitado como un ser humano de segunda clase: incapaz. Nos rige un Estado en cuyas políticas públicas la discapacidad es solamente un programa de ayuda social, casi una limosna para decirse a sí mismo que está haciendo algo por elles. La inclusión sigue siendo algo poco palpable para muches y para acceder a un trato igualitario tenemos que fingirnos “normales”, no enunciarnos realmente como somos, no pensarnos diferentes, aunque lo seamos desde el nacimiento.
Y entonces intentamos vivir camuflados.
Y es que vivir con diversidad funcional es también estar convenciendo a todes pero sobre todo a une mismo de que sí se puede aunque casi todo a nuestro alrededor esté hecho para todo lo contrario. Vivimos en una sociedad que invisibiliza la diferencia. Oprime, censura, voltea para otro lado.
II
“Kadima es una asociación civil que tiene como propósito principal la inclusión y participación activa de niños, jóvenes y adultos con necesidades especiales y/o discapacidad”, dice la página oficial de una de las asociaciones que organiza All inclusive Runway, una pasarela de modas que me resulta peculiar desde su concepción hasta su ejecución. La otra organización es Cambiando Modelos, fundada en 2017 por Silke Lubzik, que según su sitio web, tiene como filosofía “despertar la conciencia social y hacer un llamado para transformar la mentalidad y la conducta de todas las personas, para lograr una sociedad más sensible, informada e incluyente”. Ambas organizaciones son las responsables de la pasarela a la que por primera vez estoy invitada, como público, al igual que otras cuatrocientas o quinientas personas, calculando a ojo de buen cubero por el número de sillas.
Estamos en el Parque La Mexicana, en Santa Fe, una de las zonas más privilegiadas de Ciudad de México. Mi acompañante y yo llegamos temprano a pesar de que cruzar la ciudad nos llevó más de cuarenta minutos. Mientras esperamos a que empiece nos tomamos un café. Le pido que me ayude a quitarle la tapa y ponerle uno de azúcar porque hacerlo yo podría desencadenar un accidente y no quiero manchar el vestido que estoy estrenando. No le digo que mientras fue por el café lloré un poco al pensar que tengo treinta y cuatro años y es la primera vez que la parálisis me parece algo que no contrasta con el glamour y la elegancia de los desfiles de modas. No le digo que nunca me hubiera imaginado la posibilidad de que “alguien como yo” pudiera desfilar en una pasarela. Me limito a hablar del día soleado, a pesar de ser otoño, de lo desarrollado que está el parque, de nimiedades. All inclusive Runway tarda otra hora y media en comenzar, ya para entonces nos hemos terminado el café, el sol hizo de las suyas y tenemos la frente roja.
Después de una bienvenida por parte de una de las organizadoras la música comienza a sonar, poco a poco salen uno a uno los primeros modelos del bloque: Zucki —una “diseñadora industrial, modelo y activista”, según el sitio de la pasarela—, empujando grácilmente su silla de ruedas, luce un vestido dorado con volados de pedreria y una estola rosa de plumas que se antoja sólo de mirar. Es un precioso ángel pelirrojo. Nos dedica una sonrísa a mi acompañante y a mí cuando pasa por donde estamos sentadas. Aplaudimos emocionadas. Tras el aura celestial de Zucki, llega Karla Marisol Becerril en un mono azul marino con mangas abombachadas en los hombros; camina en un par de stilettos con una seguridad imperial. Leo que Becerril fue “seleccionada nacional, representando a México en los Juegos Sordolímpicos Caxia do Sul 2022, en Voleibol de Sala”, y tiene sentido cuando miro sus piernas largas y fuertes pasar. El público agita en el aire las palmas para aplaudirla. Ella sonríe discreta. Entre tules color violeta, portando con gracia un vestido vaporoso de hombros descubiertos, aparece Valentina Bautista. “Con ese vestido podríamos ir a una gala del MoMa”, me dice la mujer que me acompaña, y yo sólo muevo la cabeza aprobando. Me siento facinada por la tela, e hipnotizada miro a la chica hasta que se aleja. En un vestido anaranjado fosforecente que se antoja para una boda en un jardín, nos deslumbra Yinny. Es imposible no mirarla y no envidiar un poco su abundante cabellera oscura y rizada. La tela se amolda a su cuerpo como una segunda piel.
Luego de Yinny viene también envuelta en una estola rosa chicle Diana Beltrán, “educadora certificada de Masaje Infantil, fotógrafa y bailarina de flamenco con Síndrome de Down” —dice su semblanza en la página del desfile que consulto para escribir este texto en el que también hay fotos con los tres atuendos que lució ese día—. Yo recuerdo sus zapatos con el discreto tacón ancho y la imagino bailando flamenco.
Mara Novaes nos deja a todos con la boca abierta. Esbelta y alta como las modelos de talla internacional que uno mira en la televisión, trae un provocador vestido color azul aqua y las piernas al descubierto. Diana Ortiz también nos hace maravillar con la abombada estola color melón que lleva en los brazos, el vestido de pedrería en tonos dorados la hace parecer una celebridad en una alfombra roja. Es difícil no maravillarse y emocionarse con Karina Briones. Apoyada de su guía, se desplaza segura del camino con la frente en alto, luce una falda de tul rosa encendido y un corsé de cuentas. En un vestido de noche, con mangas amplias y la espalda descubierta, aparece Karin Mestre. Trae tenis y pienso en que, si yo desfilara, también eligiría un calzado similar. La miro y me identifico con sus movimientos al caminar como con ninguna otra modelo. A mitad de su desfile alguien la toma del brazo para continuar y el corazón me late más fuerte. La bella Andrea H cerró la primera tanda con un vestido azul clarito.
La segunda y tercera ronda estuvo conformada por los chicos. Desfilaron los guapos Eliseo y Jo Ricky, Jorge T y Paulo Silva. También, el chef mexicano Azgard Aguilera y Daniel Ruenes, ambos con trajes hechos a la medida. Cautivadores y con un porte imponente. Enseguida, se presentan los actores con Síndrome de Down David Feder y Emilio Delgado, acompañados del Ingeniero en audio y conferencista, Germán de la Rosa —ayudado de sus muletas, varonil y atlético, “sobreviviente de osteosarcoma y metástasis pulmonar” que le hizo amputar la pierna derecha— quien lleva un vistoso traje naranja con vivos azul cielo. Después caminaron galantemente el cantante con discapacidad visual Uriel Osorio, Ivan Delgadillo y Luis Moreno, pero también Fernanda Ríos, “tapatia comunicóloga, actriz y modelo” con un look casual que portaba desde su silla de ruedas.
Giovanna Franyuti cerró el desfile, si no me falla la memoria. Franyuti que por “un accidente, tuvo una amputación en ambas piernas y actualmente usa dos prótesis para caminar”, lucía muy cómoda en un atuendo color melón, como broche de oro.
III
Ese miércoles de octubre volví a casa con el corazón hinchado de belleza. Recuerdo haberme parado de la silla pensando que estuve un poco más de una hora contemplando un milagro. A pesar de que esta era la segunda edición del All inclusive Runway, la edición anterior se llevó a cabo en 2019 en el Bosque de Chapultepec, para mí se sintió como la primera.
Ver todos los modelos me abrió la esperanza de que, en años futuros, esos pequeños niños con diversidad funcional que estaban entre el público podrán verse y no sentir vergüenza de su cuerpo o sus habilidades como lo sentí yo en la infancia y la adolescencia. Podrían incluso soñarse como modelos de pasarela, como cualquier otra persona, y ser deseados, admirados, sentirse guapos y atractivos, y no menos personas por tener otra manera de habitar la superficie.
Miré a la discapacidad con otros ojos, unos en los que el glamour también es posible.
(Guerrero, 1988)
Poeta. Ha sido becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, en el periodo 2014-2015, y del Programa de Jóvenes Creadores del Fonca, en el periodo 2017-2018. Ganadora del Premio Nacional de Poesía Tijuana 2018, es autora de los libros Una jacaranda en medio del patio (2018), Cosas comunes (2019) y La arista que no se toca (2019).