Sólo Dios es trilátero
Las ilusiones perdidas, de Xavier Giannoli

Hugo Alejandrez
Octubre-noviembre de 2022

 

 

Fotograma de la cinta Las ilusiones perdidas, dirigida por Xavier Giannoli en 2021


Las ilusiones perdidas (2021), película del cineasta y guionista francés Xavier Giannoli, retoma principalmente los dos primeros libros de la serie de Honoré de Balzac Les illusions perdues: Les deux poètes (los dos poetas) y Un grand homme de province à Paris (Un gran hombre de provincias en París). Lucien Chardon/Lucien de Rubempré es un joven poeta de Angulema que encuentra cobijo en el círculo aristocrático de Marie-Louise Anaïs de Nègrepelisse o Madame de Bargeton. Entre ambos surge un vínculo tan poderoso como endeble pues, por un lado, representa el despertar erótico del poeta y, por el otro, pone en riesgo la posición que la mujer ocupa en una sociedad cerrada y obtusa. Los amantes deben huir a París para protegerse justamente de las habladurías y del desprestigio. La película de Giannoli se centra en la vida del poeta en la gran ciudad, la pérdida de la candidez, el aprendizaje de su propia ambición y de los riesgos que esto entraña.

Honoré de Balzac (1799-1850) es un escritor imprescindible del siglo xix francés. El premio Nobel François Mauriac (1952) reconoce en él un guía indiscutible de su juventud. Cuando de adolescente lo invitaban a cazar siempre llevaba un ejemplar de algún libro de Balzac: “era como entrar de lleno a una casa de la que conocía cada habitación”. Por el contrario, Alain Robbe-Grillet, uno de los escritores de la Nueva Novela (segunda mitad del siglo xx) dijo alguna vez que la principal enemiga de la Nueva Novela era justamente la novela balzaciana. Mientras aquella era la novela de lo inmediato, donde las cosas “están ahí”, el escritor decimonónico buscaba la profundidad, así como la faz oculta de las cosas. En efecto, Balzac es célebre por sus intenciones de plasmar el mundo en su totalidad. La Comedia humana (compuesta por más de 90 tomos) forma parte de nuestros referentes culturales: la obra de vida de un autor que conjuntó detalles, tonos, matices: el haz y el envés de lo humano.

Algunos detalles de los libros se presentan claramente en la cinta de Guiannoli. Lo primero que se puede decir con entusiasmo es que, más que la novela, ésta es una película de la escritura, de los libros y del mundo material que le da forma: editores, impresores y críticos. Gérard Depardieu sorprende gratamente en su papel del editor analfabeta Dauriat: hay cierta adaptación del personaje novelístico en la película; por tanto, cobra una contundencia de la que carece en la novela.

Ahora bien, al respecto de las dos caras de lo humano, por una parte, tenemos la esfera de la poesía: Lucien, el protagonista, el joven poeta de Angulema que viaja a la gran ciudad para desarrollar una carrera de escritor. Por la otra, el mundo del periodismo con el que el poeta entra en contacto para ganarse la vida. Esta tensión, más que hablarnos de la “aventura de la belleza”, como sugiere el inicio de la cinta para seducirnos, nos muestra la efervescencia del lenguaje periodístico que tienen los medios para forjar la opinión y conducirla. Lucien, en la novela y la película, aprende progresivamente los términos del periodismo y ese aprendizaje nos sumerge en una especie de promiscuidad lingüística: de una esfera a otra, escuchamos palabras que se adaptan, se transforman y cobran relieve. Debemos considerar que tal efervescencia lingüística no es gratuita, muestra, más bien, el paso de una sociedad posrevolucionaria a la era industrial. De esa manera la sociedad debía adaptarse a los nuevos tiempos.

 

Afiche de la cinta Las ilusiones perdidas, dirigida por Xavier Giannoli en 2021

 

Debido a los límites de duración de la película, me parece un acierto que Giannoli se haya centrado en el poder de la palabra periodística. De esta manera, la palabra maquillada, así como las falsas verdades, por ejemplo, se dimensionan a la luz de las redes sociales y su influencia en ciertos círculos.

En una entrevista, el cineasta comparte por qué decidió adaptar una obra de Balzac en estos momentos: “De alguna forma, Balzac es la matriz del mundo moderno tal y como lo conocemos. Su obra lo tiene todo: el poder del dinero, las mentiras, el fin de cierto tipo de catolicismo y un mundo sin Dios, donde todo se puede comprar y vender. Por eso la perspectiva de Lucien es tan importante. Él ha probado la belleza, pero ¿será capaz de sobrevivir en este mundo? También me interesaba mostrar el ambiente periodístico de esa época en estos tiempos de Twitter e Instagram… ¿Qué es auténtico en el mundo mediático? ¿Dónde está la verdad?”.[1]

Al respecto, hay que considerar también esa figura tan curiosa de la claque (grupo de personas que, en los espectáculos, se encargaba de aplaudir en momentos específicos con el fin de guiar y manipular el “gusto”) que de alguna manera dio paso a la opinión pública. Esta figura es mucho más evidente en la película. Tales aplausos o abucheos imprimían un sello, eran la firma fónica, la “fonoselladura”, como la define el filósofo y musicólogo Peter Szendy.[2] Esta fuerza colectiva, entonces, así como ciertas personalidades mediáticas o los influencers de nuestros días, marcarían la ruta de lo que había que seguir o no.

Una cita de Théophile Gautier (1811-1872), escritor y crítico de arte, subraya la fuerza de un título (Las ilusiones perdidas) mucho menos melodramático en la novela: “Para expresar esta multiplicidad de detalles, de caracteres, de tipos, de arquitecturas, de mobiliarios, Balzac se vio obligado a forjarse una lengua especial, compuesta de todas las tecnologías, de las jergas de la ciencia, del taller, de los bastidores e incluso del anfiteatro…”.[3] Es decir, no es la poesía la que estimula el brío lingüístico de Lucien sino el lenguaje del periodismo, gracias al cual vive además la experiencia de una ciudad intimidante, excesiva, por momentos hostil.

Otras oposiciones que son muy claras en la película son la gran y la pequeña ciudad (la province), representada en este caso por Angulema, al suroeste de Francia; el cuerpo de la aristocracia, quizás con resabios clásicos (la mención a Racine no es gratuita) al lado del cuerpo exultante de las actrices, subrayado en el detalle de las medias rojas de la joven actriz Coralie.

En cuanto a los roles femeninos, la película deja de lado la inclinación seductora, casi malévola, de madame de Bargeton, la protectora de Lucien, así como la naturalidad fría, aristocrática, de la marquesa d’Espard. En la película, su ajuste de cuentas parece el de una mujer excesiva, caricaturesca.

Por supuesto, la obra de Giannoli es una invitación para descubrir el mundo balzaciano. El tercer libro que la película no retoma muestra un final distinto.

Por último, subrayo una escena sobre la cual Xavier Giannoli se toma algunas licencias al presentarla en la película. Es la disyuntiva a la que se enfrenta Lucien cuando debe escribir un artículo sobre la novela de Nathan. Su amigo Étienne Lousteau le plantea la gran libertad (o el gran cinismo) de escribir a un mismo tiempo tanto bien como mal sobre un texto. Lo que importa es la perspectiva del momento, el dinero que paga las cuentas. A veces hay que considerar el haz, otras, el envés. “Las ideas son binarias…”, subraya Lousteau en la novela: “Sólo Dios es trilátero”. Por un golpe de magia, parece que Lousteau conjuga las inquietudes balzacianas con aquellas más perentorias de Robbe-Grillet: ya de un lado como del otro, las cosas son así.


[1] Véase https://cineuropa.org/es/interview/410115

[2] Peter Szendy, Bajo escucha. Estética del espionaje, México, Canta Mares, 2018, p. 160.

[3] Théophile Gautier, mencionado en Philippe Dufour, illusions perdues: une histoire des mœurs langagières, https://bit.ly/3S6nNNO

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Hugo Alejandrez

Doctor en Letras Francesas por la UNAM. Sus intereses versan sobre el libertinaje, así como sobre las formas y los espacios de contestación en los siglos XVII y XVIII franceses. Colabora como editor y traductor en Canta Mares, Casa Editorial.