Eugénie Grandet y las genealogías de la espera

Penélope Córdova
Octubre-noviembre de 2022

 

 

Fotograma del filme Eugénie Grandet, dirigido por Marc Dugain en 2021


En su ensayo sobre la espera, El tiempo regalado, Andrea Köhler escribe que, en rasgos generales, la vida se compone de esperas: esperamos en la fila del banco, esperamos la risa después de un chiste, el regalo en el cumpleaños, el fin de año, una llamada, el resultado de un partido, de un examen, los pasos en la escalera, la respuesta a una propuesta, la realización de un deseo o de una promesa. Esperamos por fragmentos de tiempo a veces largos y en otras, más breves. Sin embargo, afirmar que la vida consiste en esperar es una sentencia demasiado genérica; lo mismo podría decirse de la palabra (la vida se compone de las palabras que pronunciamos y las que callamos), los deseos, las respiraciones, los amores y odios que desarrollamos. Llevo varios meses pensando en la espera, quizás años. A veces creo que pensaba en eso antes incluso de saberlo, y me pregunto si una persona puede esperar inconsciente, involuntariamente, como Oliveira y la Maga, que andaban para encontrarse sin saberlo.

Quiero ser un poco más selectiva en mis derivas. Por un lado, las genealogías de la espera en la literatura van desde los bárbaros de Cavafis que nunca llegan, los tártaros de Buzzati que llegan cuando es demasiado tarde, Godot, que tampoco aparece, hasta los repelentes personajes kafkianos que esperan infinitamente y arrastran al lector hasta el fastidio sin recompensarlo con una catarsis, y a veces, ni siquiera con un final. Esta es la literatura que nos ha educado en el siglo xx, aunque, por supuesto, el origen está muchos siglos atrás. Por otro lado, las esperas femeninas parecen surgir de Penélope, el gran arquetipo de la mujer virtuosa y paciente que mata la espera con su tejido. Pienso que Eugénie Grandet, todavía en el siglo xix, es una de sus descendientes más notables, que aunque no teje, espera, incluso con más obstinación, la vuelta de un amor que fue prometido.

La primera lectura de la novela quizás más célebre de Balzac habla de la avaricia, o más bien, de la corrupción de todos los valores esenciales de la condición humana mediante la avaricia, que todo contamina. El padre de Eugénie, un vinatero de Saumur que se enriqueció legal pero inmoralmente después de la revolución, es un personaje plano y arquetípico, un avaro de manual: cuenta sus monedas cuando cree que nadie lo ve, dice a todos que es pobre y vive como tal cuando en realidad atesora una fortuna, recurre a engaños y bajezas para aumentar su peculio, un terrón de azúcar para el café le parece un despilfarro, deja morir a su esposa con tal de no pagarle a un médico y piensa que la felicidad está en el dinero, aunque no es feliz ni tiene dinero, a pesar de ser el más rico de la ciudad de provincias donde vive.

El segundo énfasis de Eugénie Grandet se posa sobre el tema del amor inquebrantable. La heroína balzaciana, que resulta un oasis en medio de un desierto de dobles intenciones y codicia, se enamora de su primo Charles, un bon vivant que ha embellecido sus días en el ocio y la vida social parisina, y que llega a casa de los Grandet después de que su padre se vuela la tapa de los sesos tras no poder pagar sus deudas, dejándolo sin un franco en el bolsillo. Eugénie lo ama desde el primer momento, y para aliviar su pena, le regala todos sus ahorros para que pueda ir a América y empiece desde cero una nueva vida. Él acepta el oro y le promete que volverá y le devolverá el préstamo. Pero a Eugénie, que ha crecido pensando que es pobre, el dinero no le importa. Lo que le importa es lo otro, la otra promesa: Charles también promete que, cuando sea digno de ella, volverá y la desposará.

 

Afiche del filme Eugénie Grandet, dirigido por Marc Dugain en 2021

 

La llegada de Charles a la casa de los Grandet y a la vida de Eugénie es el primer minuto de una cuenta regresiva que dura años. Cuando su padre descubre que ya no tiene el oro, la repudia y la condena al ostracismo, la joven ya no sale de su casa y pasa las tardes bordando, limpiando la casa y mirando por la ventana pensando cuánto tiempo habrá de pasar para que Charles vuelva y cumpla su promesa. A consecuencia de la ruptura entre el padre y la hija, la señora Grandet, una mujer invisible, muere de pena. El avaro se reconcilia con Eugénie cuando, tras la muerte de su madre, la hija le cede sin resistencia su parte de la herencia. Además, se niega a casarla con ningún pretendiente porque no quiere gastar en una dote, y así, la joven, que en el inicio de la novela cumple veintitrés años, cuenta los días, como el padre sus monedas, para que su querido Charles vuelva a ella.

Charles, en su propia odisea, se dedica a sacar provecho de su condición y encuentra nuevos amores y oficios. El veleidoso y frívolo joven parisiense se convierte en un traficante de esclavos sin escrúpulos, que sólo vuelve a Francia para contraer un matrimonio ventajoso con la hija de un noble que le ayude a pagar las antiguas deudas, que aún no están saldadas.

La vida de Eugénie, mientras tanto, no trata de la avaricia de su padre ni del amor que siente por Charles: trata de la espera, que es el centro de gravedad dentro del cual, a pesar de que no pasa nada, pasa todo, porque es el factor que revela su núcleo moral. La espera es el vacío en el que surge la verdadera Eugénie. El amor, en su caso, es un acto de desobediencia, el primero y el único, pero basta para descubrir su verdadero carácter; la avaricia de su padre, en cambio no logra penetrar su espíritu porque, a pesar de haber crecido en la frugalidad, es inmune. Dentro de la novela, es el único personaje que no se ensucia con el pecado de su padre, ni siquiera cuando el viejo muere y Eugénie se encuentra inesperadamente en posesión de una gran fortuna, lo que resultaría muy conveniente para Charles, si no pensara que su prima siempre ha sido y será pobre.

En la adaptación cinematográfica de Marc Dugain del 2021, Eugénie se presenta como una joven que tiene una conexión con la naturaleza y que disfruta la soledad, pero que también siente curiosidad por el mundo, algo que no se expresa en el texto original. Pero además, en la novela de Balzac, Eugénie, ahora en plena posesión de su riqueza, acepta casarse con uno de sus pretendientes a condición de que nunca le pida amor ni la consumación de sus deberes maritales. Como todo se trata del dinero, el suspirante acepta y le comunica a Charles que su prima ha pagado sus deudas porque ahora es rica, más rica que su noble prometida. Este último mensaje hacia su primo es una manifestación del despecho de Eugénie y el fin de la espera. En la actualización de Dugain, sin embargo, el adiós a Charles marca para la heroína el inicio de una nueva vida, el verdadero descubrimiento de sí misma, de la libertad y la realización de sus deseos personales. No sólo no se casa con el pretendiente, sino que se desprende de la genealogía de Penélope y se sitúa en la de Odiseo: “Quiero viajar por el mundo”, le dice a su notario, después de indicarle que el resto de la fortuna debe destinarse a la caridad.

Una vez libre de los hombres de su vida, Eugénie se convierte, en la mirada de Dugain, en una heroína contemporánea, no tan equivalente al personaje de Balzac, que ostenta la renuncia permanente al dinero y al amor como estandarte, mientras que para Dugain, la renuncia se traduce en libertad y descubrimiento. Mientras que para Balzac, el adiós a Charles es el fin de todo, salvo de la vida, para Dugain es el inicio de todo, sobre todo, de la vida. Supongo que es una especulación ociosa preguntarse cómo habría escrito Balzac el final de haber nacido en el siglo xx. Y sin embargo, los finales agridulces balzacianos tienden a estar más impregnados de realidad que de aspiración. Y por eso seguimos contando las mismas historias.

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Penélope Córdova

(Salvatierra, Guanajuato, 1982)

(Salvatierra, 1982). Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha publicado Locus, variaciones sobre ciudades, cartografía y la torre de Babel (Posdata, 2013), y Panteón familiar (La Pereza Ediciones, 2016).