Game Night (1972), Andrés García Benítez, 1972. (Imagen: Pierce Archive LLC / Buyenlarge por Getty Images)
Poco se conocía de Leonor Enciso a pesar de ser la instigadora principal de Las Elegantes, un grupo literario conformado por diez mujeres de México y Centroamérica, que en los ochentas imaginó una audacia que nunca se concretó: escribir la primera novela en equipo. Lo único que sabíamos de ella hasta ahora[1] tenía que ver con su enorme poder de convocatoria para reunir y luego separar, tras su fallecimiento, a unas muchachitas gordas, con ganas de escribir, vestirse bonito y comer rico. Pero la muerte reciente de una de las integrantes de este colectivo, Wendy Tienda, escritora panameño-mexicana, ha dado un giro inesperado a la historia que las involucra a todas.
La tarde de 2009 en que nos reunimos Tienda y yo al interior de la sucursal tapatía de una boutique de cierto diseñador de modas francés asesinado en la puerta de su casa por un fan, me entregó su cuento en formato digital, lanzó esa frase por demás conocida en la actualidad: “ninguna Elegante se viste de negro para un funeral”, y antes de marcharse, aclaró que me daría la información que yo pidiera acerca de la célula literaria a la que había pertenecido décadas atrás, pero se reservaría algunos detalles “por motivos de integridad”. La creadora de la novela diabética, con Azúcar (Luna de Miel, 1998), me dijo que de todos modos tendría contemplados en su testamento los fines de mi investigación en curso acerca de ellas. Hubo otro dato que omití por respeto a mi primerísima informante en aquel prólogo de la antología, pero con el paso del tiempo, es importante mencionarlo antes de la gran revelación. La única prenda de ropa que Wendy compró ese día en la prestigiosa tienda fue un par de calcetines blancos para pie diabético, sin costuras, con materiales absorbentes y protección contra lesiones. Prueba de que a Las Elegantes les gustaba la ropa cara de diseñador, pero sólo les alcanzaba el dinero para ponerse la versión pirata de la paca.
Conviene hacer aquí un breve repaso de la vida y la trayectoria de la tutora de este movimiento literario, ubicado entre la Generación del Medio Siglo y El Crack, al que habría valido la pena seguirle la pista, pero cuyo trabajo en conjunto nunca se difundió. A semanas de publicarse el libro a varias manos en 1985, tembló fuertemente el 19 de septiembre en la Ciudad de México, sepultando a la propia Enciso y a otra integrante de la agrupación entre los escombros, con lo cual se puso punto final a un proyecto que dejaría huella en la literatura mexicana.
Leonor Enciso González[2] nació el 20 de noviembre de 1947 en el barrio La Mondiola, de Montevideo, en Uruguay, única hija del matrimonio formado por Frank y Rita. El padre de origen alemán instaló una fuente de sodas, donde se ofrecían las típicas naranjadas y limonadas con agua mineral, pero también el Apfelschorle, un zumo de manzana bávaro. La fama de la bebida europea en el pueblo lo convirtió en poco tiempo en el juguero más conocido de Uruguay. Rita era enfermera de tiempo completo cuando conoció a Frank, durante un cerco sanitario por un brote inusual de gripe. La empresa de él repartió jugos a la población a la población no afectada para reforzar sus defensas con cítricos y ella acudió como parte de la brigada médica que atendió a los enfermos.
La infancia de Leonor transcurrió tranquila, salvo porque Rita siempre la llamo “gato” en lugar de usar su nombre. Aunque a ella el mote le parecía extraño, nunca le pareció ofensivo sino hasta que creció y se enteró del significado de esa palabra en uruguayo: “mujer promiscua”. Es muy probable que su propia madre desconociera dicha acepción, porque la relación que sostuvo con Leonor, incluso después de que su hija se fue a vivir con amigos fue buena: apartaba un monto de su sueldo que le mandaba sin falta de mesada. Pero ella sentía un poco de rencor; interpretó el apoyo económico como una forma de Rita para expiar su culpa por llamarla prostituta. Pareciera también, a juzgar por sus primeros bocetos, que usó este malestar como un pretexto legítimo para escribir, pues un profesor suyo en la escuela de Letras sentenció que jamás sería una buena poeta porque le faltaba sufrimiento.
Jamás se interesó genuinamente en las causas sociales, después de todo había sido una joven mimada, pero la influencia de los grupos que frecuentó la hicieron militante del partido conservador de Uruguay. Ingresó en las filas políticas como fotógrafa de los regidores y en poco tiempo alcanzó el puesto de redactora de discursos oficiales. En una fiesta de fin de año, uno de los secretarios se enteró de sus dotes retóricas mientras platicaban sobre líderes mundiales. La elegancia en sus habilidades autoritarias y unificadoras fue lo primero que llamó la atención del funcionario, pero la verdadera razón por la que la ascendió (y eso se lo confesó él mismo a Leonor al correrla por temor a que ella misma lo destituyera) fue la gracia que le provocó la confesión que le hizo de que su madre le decía “gato”.
Con la liquidación tras el despido, Leonor pudo escribir su primer y único libro, El destino de Aragón, una plaquette de doce poemas endecasílabos, que dejó a la crítica literaria uruguaya casi indiferente, al sólo valorar la musicalidad de algunos versos. Ella supuso que esa cualidad era resultado del influjo benéfico de Marcos Ricardo Sánchez Landa, músico arequipeño, con el que solía pasar las tardes en el restaurante La Estatua Andina, escribiendo poesía a dos manos y cantando. El recibimiento desafortunado la sumió en una depresión, que se agravó al morir su padre, mientras exprimía las naranjas del jugo del día. Sucumbió al esoterismo, en búsqueda de un futuro mejor, pero ninguno de los diferentes adivinos y una sacerdotisa del Oráculo de Delfos que consultó coincidieron más que en que pusiera atención en los atributos que su fecha de nacimiento tenía, pues correspondían al día de la Revolución Mexicana. Probaría suerte en México: sintió que su momento había llegado. Si ella no iba a ser la escritora del momento, se encargaría de que otras lo fueran.
Sus atributos físicos le facilitaron el acceso a distintos centros culturales en nuestro país. Tenía rasgos duros de alemana, ojos azules europeos, piel apiñonada de sudamericana y modo jocoso latinoamericano. No obstante, ningún recinto aceptó el taller que les proponía, pues los aspirantes debían cumplir con ciertas características que, aunque casi toda la población mexicana las tenía, era demasiado bochornoso aceptarlo. Entonces hizo carteles a mano que pegó en las calles con la convocatoria. Necesitaba mujeres obesas o que estuvieran dispuestas a serlo, con ganas de escribir aunque carecieran de conocimientos literarios, dispuestas a trascender en el tiempo o a volverse famosas. Se presentó un veintena de mujeres, unas gordas y otras no, y cinco hombres. Tras la selección quedaron Roberta Marentes, Susana Miranda, Aurora Montesinos, Fidelia Astorga, Alí Boites, Tania Hinojosa, Nora Centeno, Wendy Tienda, Lola Herrera y Julia Méndez.
El resto ya es historia o puede leerse en el libro antes mencionado, así como en algunos artículos en revistas que se han publicado en torno al tema.[3] Pero faltaba algo por revelarse. En días recientes, familiares de Wendy Tienda, a quienes conocí en su funeral hace unos meses, donde por supuesto que asistí vestida de colores, me entregaron eso a lo que se refería la escritora hace más de una década cuando la conocí: un tupper de cristal ahumado, que, en lugar de comida, guardaba un diario con candado, una foto y una hoja mecanografiada. Se trata de los escritos íntimos de Leonor Enciso, una imagen suya en blanco y negro, es flaquísima, casi caquéctica, y el papel escrito a máquina es el Manifiesto Elegante original, que incluía un postulado más. Este hallazgo sin duda arroja luces a lo ya conocido y abre nuevas líneas de investigación en torno al fenómeno elegante, que corresponden a otro artículo por escribirse, pero por lo pronto:
manifiesto elegante
(julio, 1983)
[1] Se puede ahondar con mayor profundidad en los pocos rasgos suyos en el prólogo de mi autoría en la antología de cuentos Las Elegantes, publicada en 2021 por la editorial tapatía Paraíso Perdido.
[2] Todos los detalles que se desarrollan a continuación provienen de la revisión exhaustiva de los nuevos documentos a los que he tenido acceso en tiempos recientes, los cuales desconocía al momento de publicarse la antología de cuentos Las Elegantes (Paraíso Perdido, 2021).
[3] Véase: https://elpais.com/mexico/2022-07-26/las-elegantes-la-revuelta-de-las-autoras-gordas-que-vestian-de-marca.html, así como https://gatopardo.com/noticias-actuales/diez-escritoras-de-las-que-no-habias-oido-hablar-ni-siquiera-en-los-articulos-que-se-titulan-de-esa-manera/
(Ciudad de México, 1983)
Estudió la carrera de Ciencias de la Comunicación en la unam y el diplomado en Creación Literaria de la Escuela de Escritores de la Sogem. Obtuvo la Beca Jóvenes Creadores del Fonca en cuento y novela. En 2019 ganó el I Premio de Crónica Breve Carlos Monsiváis. Sus textos se han publicado en La Peste, Punto de Partida, Letras Libres, El Cultural, La Tempestad, Hoja Santa, Revista de la Universidad y en las antologías Cromofilia (Ediciones Eon, 2010) y No te dejaremos ir (Producciones Salario del Miedo y uanl, 2020).