Las proclamas de Torres Bodet y Ortiz de Montellano y un invisible Tablada

Guillermo Bejarano Becerril
Octubre-noviembre de 2022

 

 

Jugadores de cartas (1916-1917), Theo van Doesburg, colección del Kunstmuseum, en La Haya. (Imagen: Fine Art Images / Heritage Images por Getty Images)


A Rodolfo Mata y Joy

 

La obra de Tablada nos invita a la vida.

No a la vida heroica, ni a la vida ascética,

sino, simple y sencillamente, a la vida.

 A la aventura y al viaje.

Octavio Paz, “Estela de José Juan Tablada”.

En México, en comparación con otros países, no se han escrito abundantes manifiestos o, por lo menos, no se les denomina como tal. Cuentan con otros nombres, por ejemplo, críticas, proclamas o ensayos. Se tiene la creencia de que los relegados, los rebeles y, en ocasiones, los trangresores son quienes escriben manifiestos —textos donde exponen sus doctrinas, propósitos e intenciones: “nadan contra la corriente”—.

Uno de los manifiestos mexicanos más estudiados, con constancia y esmero, es el de los Estridentistas, notable grupo de escritores mexicanos que se oponía a los Contemporáneos y sus poéticas europeizantes. Los Estridentistas no han sido los únicos en componer manifiestos, sino también los Contemporáneos —archirrivales del grupo vanguardista—, aunque lo disfrazaron como crítica o ensayo. No obstante, para que ambos grupos teorizaran sobre la vanguardia mexicana, en parte, se debió a José Juan Tablada y a Ramón López Velarde, quienes fungieron como precursores de la misma en América Latina. Tanto Estridentistas como Contemporáneos respetaban a López Velarde; sin embargo, respecto a Tablada, sólo los Estridentistas lo consideraban un innovador; para los Contemporáneos, Tablada era un lastre. Sus textos no representaban la realidad, pero sí respondían al exotismo y a la cultura del mundo, creía el grupo.

Hugo J. Verani, en el libro Las vanguardias literarias en Hispanoamérica,[1] reunió diferentes textos que expresan la situación  de la vanguardia en América Latina. En la sección destinada a México, Verani conjunta a cuatro poetas mexicanos: Manuel Maples Arce —estridentista—, Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano y Jorge Cuesta —contemporáneos—. Cada texto estudia el estado de la poesía “actual”, tanto avances y retrocesos; y expresa cómo entiende cada grupo la poesía de su tiempo. Los Estridentistas, en sus manifiestos, siguieron a Tablada, lo reconocían como un innovador de la literatura mexicana; en cambio, algunos de los Contemporáneos lo relegaban al olvido. No les interesaba ni su persona, ni su figura como poeta. No obstante, la presencia de Tablada no se silenció, brotó siempre.

La intención de invisibilizar a Tablada se remonta al grupo predecesor de ambos grupos: el Ateneo de la Juventud. Dicha congregación reunió a los intelectuales más destacados de la época como Alfonso Reyes, Antonio Caso o Pedro Henríquez Ureña. El Ateneo se formó en el ocaso del Porfiriato y se enfocó, principalmente, en el estudio de la literatura europea y la filosofía. Los ateneístas o parte de ellos, en el texto “Protesta de los modernistas”,[2] rechazaban la figura de José Juan Tablada como emblema del Modernismo mexicano y colocaban a Manuel Gutiérrez Nájera como el verdadero modernista mexicano:

 

Nosotros, los que firmamos al calce, mayoría de hecho y por derecho, y del núcleo de la juventud intelectual, y con toda la energía de que somos capaces, protestamos públicamente contra la obra de irreverencias y falsedad que en nombre del excelso poeta Manuel Gutiérrez Nájera, se está cometiendo con la publicación de un papel que se titula Revista Azul, y que ha emprendido un anciano reportero, carente de toda autoridad y de todo prestigio, quien dice venir a continuar la obra de aquel gran poeta y a redimir la literatura nacional de quién sabe qué males, que sólo existen en su imaginación caduca.

 

Con dicha aseveración, escrita en 1907, se intentaba cancelar a José Juan Tablada de la historia de la literatura mexicana; sin embargo, los ateneístas y escritores futuros aún les faltaba descubrir que el poeta modernista advertiría la vanguardia y las nuevas poéticas: Tablada encontró la transición de un movimiento a otro. En 1918, publicó Al sol y bajo la luna; en 1919, Un día… Poemas sintéticos; en 1920, Li-Po y otros poemas; en 1921, El jarro de flores: Disociaciones líricas. Cada uno de los títulos influyeron en las generaciones futuras y alcanzó a Estridentistas y Contemporáneos.

Ahora bien, ¿por qué destacar los escritos de Torres Bodet y Ortiz de Montellano si ya los ateneístas renegaban de la figura de Tablada?[3] Como comprueba José Emilio Pacheco en el texto “Torres Bodet, ‘contemporáneo’”,[4] Torres Bodet y Ortiz de Montellano eran amigos desde la Preparatoria y la Escuela de Jurisprudencia; ambos intentaron fundar un segundo Ateneo, pero fracasaron; ambos admiraban a Enrique González Martínez, y Torres Bodet, por lo menos, no se inclinó por alguna escuela vanguardista. Compartieron un mismo camino. Son los únicos que, indirectamente, no mencionan a Tablada como un escritor, ni como un referente: se mantienen al margen.

Si bien Torres Bodet no participó en alguna expresión vanguardista, sí le preocupa la situación de la poesía mexicana. En cambio, el resto de Contemporáneos integran a Tablada en sus escritos. Sustenta Octavio Paz: “En la obra juvenil de muchos poetas hispanoamericanos (…) es visible el ejemplo de Tablada. En México la lección fue recogida por los mejores: Pellicer, Villaurrutia, Gorostiza”.[5]

Jaime Torres Bodet, en su texto “La nueva poesía”, propone que los escritores se apropian del pasado para luego resignificarlo y así componer nuevas interpretaciones. Exponentes literarios como Azorín, Juan Ramón Jiménez, Ortega, Pierre Laserre y Julien Benda leyeron a sus predecesores, depuraron su pensamiento y lo transformaron a las nuevas circunstancias.  Respecto a la poesía “actual”, menciona que los nuevos efebos se sacudían el Modernismo y apostaban por las ideas de vanguardia, aunque no se les reconoce como importantes, se le resta valor al pasado y aparece una necesidad de superarlo: “Nada más discutido que el espíritu de la poesía contemporánea (…) lo que la crítica (…) ha hecho hasta hoy, con el material de la nueva poesía, es negarla”. Expertos y literatos niegan a los referentes, esos precursores de la poesía de vanguardia y, en este caso, se niega la labor de Tablada y sus poemas ideográficos.

Torres Bodet escribe: “Los modernos no sólo procuran hacer un lirismo no romántico, sino que están obligados a hacerlo para expresar sinceramente la intensidad del pensamiento actual. La primera cosecha nunca es la más pura. El destino de todos estos seres renovadores es el de agotarse en un obra con recuerdo, pero sin perfección”. Las palabras de Torres Bodet revelan cómo los escritores en desarrollo se esfuerzan en relegar al pasado tanto al Modernismo como a otras corrientes literarias.

El poeta de Fervor se adscribe a la idea de superar a los Modernistas. Sin importar país o nombre, afirma: “Los poetas, los grandes poetas de América que hicieron su labor en los primeros quince años de esta nueva era no justifican la supuesta decadencia actual. Ellos también no fueron sino el último estallido de la poesía lírica del ochocientos, con sus defectos y con sus cualidades más limitadas”. Si bien Torres Bodet apela a todos los modernistas no queda duda en suponer que ataca a la figura de Tablada también.

Bernardo Ortiz de Montellano, en “Notas de un lector de poesía”, construye una crítica temeraria y molesta: desea la libertad y la no comparación con los grandes exponentes porque los movimientos pasados han deformado la esencia y el lenguaje poético. Redacta:

 

Advertiría, por de pronto, diversas actitudes, a veces contradictorias, en el confuso devenir de la nueva poesía. Pero notaría también, fácilmente, que la poesía de hoy disuena de manera perceptible con la poesía que circulaba —atmosfera simbolista o modernista— por los pulmones del naciente siglo hace 20 años. Desde luego observaría en las nuevas direcciones una casi absoluta ausencia de la lógica usual, un cambio radical en la mecánica de la imagen (metáfora) y en el contenido emocional de la poesía.

 

La aseveración del mexicano expone, de nueva cuenta, el deseo de independencia y autonomía. La poesía de su tiempo se alzaba entre los vestigios y los muertos; sin embargo, tropieza.

Mediante la lectura de ambos textos se logran develar las ideas de Torres Bodet y Ortiz de Montellano, quienes se distancian del pasado, de la influencia de Tablada, y al ser seguidores del Ateneo de la Juventud y de Enrique González Martínez, resulta innegable suponer que ellos mantenían una querella con el autor de Li-Po y otros poemas. Sus ensayos, de cierto modo, disfrazan ese distanciamiento. No lo hacen con manifiestos sino con una aparente crítica. Es seguro que existan más documentos para demostrar el desapego. Contemporáneos es uno de los grupos más complejos de estudiar, entre ellos existe una división como para componer y concebir el panorama literario.


 

[1] Hugo J. Verani, Las vanguardias literarias en Hispanoamérica (manifiestos, proclamas y otros escritos). 3a edición, México, Fondo de Cultura Económica, 1995. (Colección Tierra firme).

[2] Recopilado en la antología La construcción del modernismo, Belem Clark de Lara y Ana Laura Zavala Díaz (comp), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2002. (Colección Biblioteca del Estudiante Universitario, 137).

[3] Eximo a Cuesta porque su texto critica a sus compañeros y sus estilos literarios.

[4] José Emilio Pacheco, “Torres Bodet ‘contemporáneo’”. Inventario I. 2a edición. México, Era, 2018., pp. 41-47.

[5] Paz, Octavio, “La tradición del haikú”, en Obras completas. II. Excursiones / Incursiones. Dominio extranjero; Fundación y disidencia. Dominio hispánico, 2a edición, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 283-299. (Colección Letras mexicanas).

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Guillermo Bejarano Becerril

(Ciudad de México, 1998)

Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la unam. Cuenta con dos publicaciones académicas: “José Juan Tablada y el Arca de Noé” (2021) y “José Emilio Pacheco: la ciclicidad de su obra” (2022). Finalista, en la categoría de Poesía, del vii Premio Alborán de Poesía y Microrrelato (España, 2022).