(Fotografía: H. Armstrong Roberts /Retrofile / Getty Images)
Mucho se habla de la velocidad como un elemento determinante en la vida moderna. La productividad se acelera, y de su mano, el consumo; con ello se incrementan también el derroche y el desperdicio. Estos principios operan en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana y el arte no podía ser la excepción. La urgencia determina las leyes del mercado y ninguna industria ha podido escapar de ello, ni siquiera la editorial. Como consecuencia, la oferta es mucho más amplia, y las novedades, inabarcables, lo cual también implica que el tiempo de producción debe reducirse y el de lectura también. El autor debe publicar un libro al año, al menos parece que esa fuera la obligación, y el lector debe consumirlo todo, todo es imperdible, la novedad de este mes y la del mes siguiente también.
En medio de la vorágine, nada más reconfortante que encontrar un libro que deliberadamente entra en relación con el tiempo y confronta el mandato de la prisa. Me deslumbra el hallazgo de la escritura que se gesta a su paso y que también demanda la lentitud para revelarse. En ella, algo verdaderamente sucede: un tiempo distinto transcurre. Ese es el tipo de ficción, cada vez menos frecuente, que el lector percibe como experiencia. Ese rasgo es el que vincula a los dos cuentarios que aborda esta reseña.
En el primer cuentario de Lilián López Camberos, la promesa comienza en el epígrafe. Una cita de Inés Arredondo augura lo que se confirmará después: la colección de historias está marcada por la introspección y la densidad, como ocurre también en los relatos de la autora sinaloense. De inmediato se nos revela otro código: todas las historias incluidas en el libro dan cuenta de un viaje. Sin embargo, no es la travesía en sí el centro de la narración, sino la experiencia del viaje, esa especie de dislocación de la normalidad que ilumina otros aspectos de la vida interior o de las relaciones. A López Camberos no le interesa tanto contarnos un evento aislado, una anécdota inusual, sino darle cuerpo a ese extrañamiento y usarlo como una lente para mirarlo todo. Esta apuesta, en un contexto consumido por la velocidad, es osada, y exige temple estilístico para ser sostenida. Pese al riesgo, la autora resulta venturosamente bien librada.
El conjunto es breve, apenas seis cuentos, pero como debut es sobresaliente. Abre con “Acapulco”, una historia nimia enfocada en la atmósfera. Un viaje breve a la playa con los detalles triviales que lo componen: comprar la comida, llegar al hotel, intuir lo que sucede en las cercanías, fumar mariguana junto al mar, volver a la ciudad en auto. Parece poco, pero la narradora dota estos incidentes de densidad al representarlos como experiencia. La manera en la que la perspectiva va de lo concreto a lo abstracto, de lo exterior a lo interior, del presente al pasado, da cuenta de una gran conciencia del oficio y de la influencia de autoras como la propia Arredondo, Alice Munro o Clarice Lispector. Esta focalización será lo que le dé unidad y tono a la obra, que por momentos tiene destellos de humor, pero que también puede tornarse oscura y asfixiante.
Quizás el relato más representativo de la colección, en este sentido, sea “La planta”. En el nivel más superficial trata sobre un viaje de parejas a una casa de campo, pero en un nivel profundo retrata una etapa muy concreta en la vida de una mujer, en la cual se confunden el duelo y la rutina. Se trata de un cuento extenso, tal vez el más largo del libro, pero es también el más denso y donde brilla con más fuerza el estilo de la escritora: preciso, elegante y delicado, se percibe cuidado sin llegar a la afectación. Sin duda, Quisiera quedarme quieta brinda esperanza a un panorama literario peligrosamente homogeneizado por la prisa del mercado.
Quisiera quedarme quieta
Lilián López Camberos
México, Dharma Books, 2020, 137 pp.
Había oído mucho sobre Paulina Flores. Tal vez no mucho, pero suficiente para sacarle la vuelta por temor a las exageraciones habituales. Respaldada por Alejandro Zambra y alabada por la prensa cultural latinoamericana (o por su agencia literaria, que para ciertos efectos suele ser lo mismo), Flores era presentada como la joven promesa de la narrativa chilena, epíteto que le valió mi desconfianza. Tengo que reconocer que, en esta ocasión, desearía haberle dado a la autora el beneficio de la duda.
Con lo anterior no quiero decir que suscribo totalmente el entusiasmo público por esta colección de cuentos, pero sí creo que ofrece una perspectiva interesante y propia del género, que confronta a quien la lee y motiva una conversación nutritiva al respecto. Como López Camberos, Flores se aleja de la narrativa que pretende obligar al lector a pasar las páginas ávidamente, sin detenerse. Ambas proponen un ritmo pausado, una observación minuciosa de lo cotidiano y, sobre todo, una corporalización de la experiencia interior, en este caso fijando la mirada en el umbral movedizo entre la infancia y la adolescencia, entre la adolescencia y la vida adulta. Crecer se vuelve una atmósfera que une todos los relatos, en los cuales hay una revelación lábil, ambigua, que no es necesariamente un clímax, pero que lo cambia todo. La gran potencia de Flores como autora radica en esta visión, en su intención de examinar un tema usando la literatura como método.
Sin embargo, a pesar de ese poder de evocación y de la intuición para encontrar el fulgor de una revelación en un incidente casi olvidable, Qué vergüenza pierde fuerza por distracciones editoriales y pecados de juventud. Algunos relatos se tornan excesivamente explicativos, con lo cual pierden mucho de lo ganado (“Últimas vacaciones”), abarcan periodos muy largos y no pueden sostener el mismo nivel de profundidad (“Tía Nana”) o se engolosinan engarzando anécdotas e imágenes y pierden el centro (“Espíritu americano”, “Afortunada de mí”). Sea como fuere, el volumen contiene relatos memorables como “Talcahuano” y el que le da título, junto con la promesa de una escritora notable que apenas comienza a enfocar su mirada.
Qué vergüenza
Paulina Flores
Barcelona, Seix Barral, 2016, 304 pp.