Utopías: ¿pesadillas contra sueños diurnos?

Esteban Krotz
Agosto-Septiembre de 2022

 

 

Imagen: Waterbirds. Migratory Sound Flow, Tania Candiani, La 23ª Bienal de Sydney


Dedicado a la memoria de

Silvia Gómez Tagle (1944-2022) y

Gustavo Esteva (1936-2022)

 

Es frecuente escuchar hablar de sueños; cuando una persona logra ocupar una determinada posición social, concluir su preparación profesional, adquirir algún bien preciado, casarse con la persona amada o realizar un viaje anhelado: “¡cumplió su sueño!”; pero también con respecto a fracasos, por ejemplo, al no poder cruzar el río Bravo para lograr el “sueño americano” o morirse antes de tiempo a causa de una enfermedad fatal o un accidente, se lamenta que tal persona no pudo “lograr su sueño”.

Este tipo de sueño no tiene nada que ver con el sueño analizado por el psicoanálisis, el sueño nocturno, al que hay que descifrar laboriosamente, pues metamorfosea, oculta, disfraza la memoria de situaciones problemáticas ocurridas en el pasado y de deseos reprimidos, y esto mientras se halla apagada la conciencia y la voluntad de quien sufre tal sueño. El sueño diurno, en cambio, es disfrutado: el sujeto mantiene libertad y consciencia, juega con ideas, colorea imágenes mentales, fantasea situaciones futuras y, a veces, hasta se anima a tomar alguna decisión para alcanzarlas. Sin embargo, hay que darse cuenta de que existen dos clases muy diferentes de este sueño diurno.

Uno es el sueño del progreso personal, individual —a veces ampliado hacia la familia o algún grupo social limitado—. Existe toda una industria que promueve estos sueños: libros y seminarios de “superación”; clarividentes y predicadores que prometen remover los obstáculos para volverse rico, influyente o amado; noticias periodísticas que celebran reales y supuestas historias exitosas de movilidad social, consejeros y revistas que proporcionan recetas infalibles para, al menos, verse mejor. En todos los casos se trata de acomodarse a la situación social existente, aprender a esquivar sus reglas o encontrar su nicho en ellas, volverse “triunfador” a costa de los demás. Una perspectiva ciertamente sugerente en una sociedad como la mexicana, con casi dos tercios de la población económicamente activa sumida en la informalidad y todo el país asediado crecientemente por el llamado “crimen organizado”, que a veces parece ser el único camino abierto a jóvenes para intentar salir de la pobreza, discriminación, insignificancia, ninguneo, falta de solidaridad y de buena vida  —situación tan tremendamente desoladora que el sociólogo José Manuel Valenzuela está analizándola con el término “juvenicidio”—.

Otro es el sueño diurno propiamente utópico, pues se inicia con la manifestación de no estar conforme con la situación social existente, pero no pretende jugar con las reglas de ésta última; las quiere cambiar para que no haya pobreza, discriminación, insignificancia; para que haya solidaridad y buena vida para todos los seres humanos.

Es el sueño hacia adelante, hacia un estado nuevo de las relaciones sociales, económicas, políticas. Es el sueño del famoso discurso del pastor bautista y activista Martin Luther King, pronunciado en 1963, cinco años antes de su asesinato: “Tengo un sueño”, en el cual no esboza el ideal deseado de su vida personal, sino para todas las vidas humanas, en su país y el mundo entero.

El filósofo alemán Ernst Bloch, quien ha dedicado toda su vida al estudio de la utopía en la cultura europea, distingue dos lados inseparables de este sueño utópico, los cuales ya se perciben con claridad en la famosa obra de Tomás Moro, que en la transición de la Edad Media al Renacimiento dio nombre a este tipo de pensamiento y acción: “utopía”. No pocas personas identifican este tipo de pensamiento y acción con solamente una de sus expresiones, o sea, la llamada “novela utópica”, en la que se esboza la forma de organización de una sociedad considerada perfecta. Sin embargo, como lo demuestra Bloch, la utopía puede encontrarse también en las bellas artes y la religión, en las culturas populares y proyectos políticos, en la filosofía y en movimientos sociales; como lo ha tratado de demostrar la Antropología, se encuentra en todos los tiempos y todas las sociedades. Con respecto a nuestra región, han sido especialmente el escritor y crítico literario hispano uruguayo Fernando Aínsa (inicialmente con De la Edad de Oro a el Dorado, de 1992) y el filósofo argentino mexicano Horacio Cerutti (recientemente, por ejemplo, en Presagio y tópica del descubrimiento, de 2018) quienes se han dedicado a rastrear la emergencia del discurso utópico latinoamericano.

A uno de los dos lados del fenómeno utópico en cualquiera de sus formas y grados de elaboración, Bloch lo llama frecuentemente la corriente cálida: expresiones multicolores de la convicción esperanzada de que es posible la buena vida para todos, sin explotación ni dominación, y combinadas con la convocatoria para ponerse en camino para construirla; al otro, lo suele llamar la corriente fría: la búsqueda detectivesca, nacida de la protesta contra el estado presente de las cosas, de las causas que lo generan y perpetúan, y de los posibles caminos para salir de él. Las dos corrientes forman la unidad dialéctica de denuncia y anuncio, de protesta y propuesta, alimentada por la memoria de los fracasos históricos pasados y la conversión de estos en legado pendiente.

Este sueño auroral, anticipatorio, instigador puede permanecer abstracto, simple coqueteo con posibilidades no “aterrizadas”, evasión, pero también puede convertirse en movimiento social disruptivo. Es por ello que el blindaje del sistema social vigente intenta desactivarlo desde sus raíces. La antiutopía, utopía negativa o distopía convierten la mirada hacia el futuro en pesadilla: ¡no le muevan  —es su mensaje aterrador—,  porque lo que vendría será mucho peor que el presente! Y, efectivamente, obras muy difundidas tanto en su versión impresa como en su versión cinematográfica, tales como Fahrenheit 451, Nuevo Mundo Feliz, 1984 o El cuento de la criada se combinan con una multitud de novelas y películas de ciencia ficción y juegos electrónicos para cultivar una visión del mundo atada a lo que es, mediante imágenes horrorosas de lo que podría ser.

A estas creaciones ideólogicas se agregan los escenarios reales cada vez más violentos, angustiantes y complejos de orden mundial, creados o, al menos, estimulados y aprovechados por el afán reproductor de desigualdad, dominación y, como decía Bartolomé de las Casas, la muerte injusta y antes de tiempo de tantos: la pandemia coronavírica con su escandaloso mercado de patentes de vacunas; la guerra en Ucrania con su boyante industria de armas y su incremento vertiginoso del número de migrantes forzados, ya de por sí enorme en todo el mundo; el cambio climático antropogénico mantenido por la costumbre y las grandes empresas productoras de combustibles fósiles; la omnipresencia de basura plástica y microplásticos en todo el mundo; la incipiente escasez mundial de agua dulce.

Es cierto que se necesita mucha investigación para volver manejables estos escenarios, misma que lamentablemente se realiza tan poco en las universidades latinoamericanas; pero también se necesitan individuos y colectivos que no sólo analicen lo que existe, sino que reconozcan la realidad mediante el pensamiento y el experimento utópico.

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Esteban Krotz

(Barcelona, 1947)

Profesor investigador del Departamento de Antropología de la Unidad Iztapalapa de la uam desde 1976. Ha sido editor del anuario Inventario Antropológico. Es autor de Sociedades mayas y derecho y La otredad cultural entre utopía y ciencia: un estudio sobre el origen, el desarrollo y la reorientación de la antropología, entre otros.