El vendido: Paul Beatty y la risotada del esclavo satisfecho

Moisés Elías Fuentes
Febrero-marzo de 2022

 

El 20 de enero de 2017, el demócrata Barak Obama, primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos, concluyó su segundo mandato, dejando la agria sensación de haber sido un ejecutivo culto e inclusivo en el discurso, pero tan feroz defensor del statu quo  como su sucesor en la Casa Blanca, el republicano Donald Trump, multimillonario quien basó su campaña electoral en la apología del clasismo y el racismo, discurso belicoso y supremacista que prendió en el imaginario de millones de votantes, tanto blancos como afroamericanos, latinoamericanos y de otros grupos marginados.

Premoniciones de las artes, en 2015, dos años antes de dicha transición presidencial, Paul Beatty publicó El vendido, novela en la que refleja la decepción que sembró Obama con su dejadez frente al deterioro de la calidad de vida de los ciudadanos comunes, así como la amarga constatación de que la única certidumbre para el pueblo era y es que el Estados Unidos post segregacionista está aún lejos de existir.

Poeta, narrador, articulista y catedrático nacido en California, donde nació el 9 de junio de 1962, Beatty se inició en la literatura en 1991, cuando editó su primer libro de poesía. Desde aquel poemario, Beatty ha centrado tanto su discurso creativo como el ensayístico en la revisión crítica de la sociedad estadounidense contemporánea. Revisión desencantada, pero también rebelde, lo que se refleja a través de un humor irreductible, como el humor que destila el innominado narrador y protagonista de El vendido, residente de Dickens, distrito de negros y mexicanos, olvidado por las autoridades de Los Ángeles, al que el protagonista quiere redimir de la “culpa negra” reinstaurando la segregación racial:

 

Yo también espero verme inundado por esa sensación familiar y abrumadora que produce la culpa negra, deseo que me hinque de rodillas, que me flagele con humillantes sinsentidos idiomáticos hasta doblarme el espinazo mientras suplico piedad a América, mientras confieso entre lágrimas mis nefandos pecados contra el color y el país, mientras pido perdón a la orgullosa historia negra. Pero no pasa nada.

 

Con esta premisa disparatada, Beatty nos adentra por la nada disparatada cotidianidad de las tensiones raciales y el racismo institucional que imperan en la sociedad estadounidense y la escinden. Y, para ello, recurre a la mirada de un único narrador, tan elusivo que escamotea su nombre y esconde su personalidad con anécdotas grotescas y reflexiones contradictorias, de las que emerge una novela que no sólo se burla del ilusorio post segregacionismo, sino también de sí misma en cuanto discurso rebelde y contestatario.

Novela dividida en un prólogo, siete capítulos y un cierre, en El vendido, el narrador expone en primera persona su biografía, relato lineal pero alterado aquí y allá por rupturas temporales en las que atisbamos la vida cotidiana de una comunidad que, de entrada, no se comprende como tal, por lo que se pervierte en desfile de individuos egoístas, apáticos y adictos al autoengaño, a quienes el narrador plasma con precisión y socarronería, de las que surge un retrato grupal tan bufonesco como inquietante, encabezado por el propio relator y la truculenta relación con su padre, profesor universitario aspirante a redentor de la cultura afro estadounidense:

 

Pero lo peor no era no conseguir una plaza de aparcamiento con su nombre o una carga lectiva menor, lo peor era afrontar que yo era un experimento social fallido. Un hijo estadísticamente irrisorio que había echado por tierra sus esperanzas, tanto para mí como para la raza negra. Me hizo entregarle mi cuaderno de sueños. Dejó de denominar “refuerzo positivo” a mi paga semanal y comenzó a referirse a ella como una “restitución”.

 

Nacido en 1962 y, por tanto, perteneciente a la primera generación afroamericana que creció bajo el cobijo de la Ley de los Derechos Civiles, aprobada en 1964, Beatty ha atestiguado y padecido la tergiversación y casi anulación de la célebre ley, al punto de que, en la práctica, el racismo continúa tan actuante como en la década de 1960, de ahí que en El vendido se escucha, como si fuera ruido blanco, la carcajada desesperada de una comunidad relegada.

Carcajada que, en un refinamiento de crueldad, Beatty hace surgir de Los Ángeles, emblema de progresismo en el mayor bastión del Partido Demócrata, el estado de California. Ciudad incluyente, sí, pero también de la violencia policial contra latinoamericanos y afro estadounidenses y de la criminalización de la protesta social. Es decir, Beatty derriba el mito de la armonía multiétnica californiana, que no por nada es en Los Ángeles, sobrepoblada por minorías marginadas que el anónimo narrador quiere reactivar la segregación. Minorías, además, recelosas entre sí, a tal extremo sin sentido de pertenencia, que es la chicana subdirectora de la escuela la que se queja de la presencia de mexicanos en Dickens:

 

“Demasiados mexicanos”. Es la sempiterna cantinela de California, pero cuando asomó a la boca de Charisma Molina, subdirectora de la Escuela Chaff y la mejor amiga de Marpessa (que, diga lo que diga, es mi novia), fue la primera vez que oí decir eso a una chicana y, aunque entonces no lo imaginaba, también sería la primera vez que se lo oí decir a alguien completamente en serio. En sentido literal.

 

Habilidoso en la narrativa y en el ensayo, en El vendido Beatty aprovecha el relato vertiginoso y desbordado para camuflar un subtexto que resulta más agresivo que el principal, porque es en aquél que despliega el análisis inconcesivo de la vigencia del racismo en las relaciones interétnicas de la sociedad estadounidense, así como de la normalización de la segregación racial en el imaginario de la población afroamericana.

Vigencia desoladora, que determina la visión de dicha población respecto de sí misma, lo que se verifica en el trastocamiento de la sujeción afroamericana al supremacismo blanco: si durante la esclavitud la intervención violenta en el cuerpo preparaba el sometimiento de la psique, ahora la injerencia en la psique prepara la sumisión del cuerpo, como se enuncia, con explícita brutalidad, a través de la castración del ternero en el patio de la escuela:

 

—Para la castración incruenta, se les aplasta los conductos espermáticos aquí y aquí —dos firmes pellizcos en los conductos deferentes del glande hicieron que el ternero sufriera terribles convulsiones, gimiendo de dolor y de vergüenza, y a los estudiantes les dieron espasmos entre carcajadas sádicas; saqué una navaja y la sostuve en alto, girando la mano en el aire, esperando que la hoja brillara dramáticamente a la luz del sol, pero estaba demasiado nublado—. Y en cuanto a la cirugía…

—Quiero hacerlo yo.

Era la cría negra, con los ojos marrones fijos en el escroto, henchidos de curiosidad científica.

 

La “cría negra” representa al sector afroamericano que, sobre todo a partir de la presidencia de Richard Nixon, se compró la promesa de los poderes fácticos acerca del esfuerzo educativo y laboral redentor, que lo salvaría de color que lo condenó a la esclavitud y la inferioridad; el afrodescendiente que castra su anhelo de justicia social y reinvención de la convivencia multiétnica, con tal de civilizarse (domesticarse) y adaptarse a los cánones de la superioridad blanca, aunque ésta también chapotea en la decadencia, según constata el narrador en el destartalado e innominado pueblo de Mississippi.

Observador puntual del Estados Unidos contemporáneo, Beatty exhibe sin tapujos la compleja situación del país, dominado por un establishment alejado de los hombres y las mujeres de a pie, mientras la vida diaria se despedaza hasta en sus aspectos más básicos, lo que no se atenúa ni con la quimera del primer presidente afroamericano:

 

—¿Por qué llevas esa bandera? —le pregunté—. ¿Por qué ahora? Nunca lo habías hecho.

Dijo que el país, los Estados Unidos de América, por fin había saldado sus deudas. Eso pensaba.

—¿Y qué hay de los nativos americanos? ¿Qué pasa con los chinos, los japoneses, los mexicanos, los pobres, los bosques, el agua, el aire y el puto cóndor de California? ¿Cuándo recibirán ellos su compensación? —le pregunté.

 

Con este cerrojazo, Beatty da punto final a El vendido, novela abigarrada y plagada de absurdos, que no ofrece respuestas a la despendolada realidad de la sociedad estadounidense actual, pero que, en cambio, plantea cuestionamientos y provocaciones, que resultan más propositivos, toda vez que derriban la alegría inmóvil del esclavo satisfecho, agradecido por la bondad del amo, y la sustituyen por la risotada del emancipado insatisfecho. Risotada irritante, al tiempo que rebelde y creativa.

El vendido (The Sellout)

Paul Beatty

Traducción de Íñigo García Ureta. Revisión de Andrea M. Cusset

Malpaso Ediciones. Barcelona, 2017.

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Moisés Elías Fuentes

(Managua, Nicaragua, 1972)

Poeta y ensayista, ha publicado el libro de poesía De tantas vidas posibles (2007). En colaboración con Guillermo Fernández Ampié, tradujo del inglés al español Ciudad tropical y otros poemas (2009), primer libro de Salomón de la Selva.