Ilustraciones de Beatrix G. de Velasco
Soy la mujer alta de las crónicas pamelescas, la portavoz de dos tipos que antes del confinamiento que comenzó en abril de 2020 tenían unas vidas quizá parecidas a las de otros, llenas de trabajo, estrés, café y fondas, pero después se alteraron y ya no fueron las mismas.
Yo caminé junto a ellos por las calles del Centro Histórico y sus orillas, conocí las fondas, todas las de Balderas, Independencia, Artículo 123, Morelos, Humboldt, las de la Tabacalera, los cafés de Juárez, de Reforma, entré a las plazas comerciales, comimos tacos en la calle, su sentido del humor más de dos veces me hizo salpicarles la coca cola en turno, me hice amiga de las señoras de las cocinas económicas, conocí en persona a Beatriz, una de las mejores novias de Basilio, y fui testigo de su depresión ante su rompimiento; en los vientos álgidos de finales de febrero y los calores de marzo de aquel año bebimos jugos antigripales, me acompañaron por mis tenis al metro Revolución, por mi pan a la Ideal, Pamelo me ayudó a corregir mi tesis (igual estudié Letras), cuando necesité un poeta para mis clases, Basilio acudió a la menor provocación y regaló poemarios suyos. Anduvimos la ciudad a pie, con lluvia y sol; antes de la pandemia, la vida era estresada, pero saludable.
Basilio, ya entrada la emergencia sanitaria, se adaptó rápido a las nuevas formas de la pedagogía, la enseñanza en línea, siempre ha sido aliado de la tecnología; en tanto que el pico de contagios y muertes aumentaba (en la tv, la versión oficial decía que ya habíamos doblado la pandemia), con las sirenas de ambulancias noche y día, cuando comenzó el otro año escolar, a Basilio le redujeron las horas-clase porque se inscribieron pocos alumnos; la escuela aumentó las cuotas de las inscripciones, el uniforme, los libros, todo; los padres de familia no dudaron en sacar a sus hijos de ahí, así que entre esas decisiones y una economía en declive, Basilio y varios colegas (yo me incluyo) vieron reducido su salario, y los directores y coordinadores ni siquiera buscaban solución a ello. Como maestra, igual que Basilio, usaba a veces videollamadas, reuniones virtuales, ahora es pan de cada día, e igual había que resolver situaciones en las que los alumnos no tenían más que una computadora y tres hermanos con horarios iguales, ¿qué hacían? Las escuelas privadas tampoco tenían la infraestructura para cubrir esas necesidades, mientras el gobierno sólo decía que todo en línea y ya, sin ayudar y al mismo tiempo diciendo que las escuelas de paga no tenían problemas por ser fifís, pero tampoco hicieron gran cosa en las públicas, donde igual los alumnos no tenían ni celular en muchas ocasiones y en lugares lejanos a veces ni señal de wifi.
A causa de la pandemia, Basilio perdió a Beatriz, su depresión aumentó, y además del bajón económico, hay que agregarle que en el 2020, a sus 33 años (nació en 1987, como yo), antes del Covid-19, Basilio salía al café, al cine, a la ciudad misma; no era tanto de andar en antros, como esas fotos del feis en que se ve al grupo de amigos de cinco, diez o más en una mesa de antro o en una sala bebiendo, él es más parecido a Pamelo, quien de plano no soporta andar en manada en antros ni en casas, Basilio salía más, y me platicó a finales del 2020 que ya quería salir, viajar, andaba como león enjaulado. Extrañaba las fondas. Yo también. La compañía de ambos. Aprovechó la pandemia para escribir poemas. Va a salir este año su segundo poemario y ya anda en pláticas para publicar el siguiente dedicado a la pandemia y a la pérdida del amor. Me ha dicho que ya está curado del corazón y ha escrito acerca de la búsqueda del amor. Con Basilio aprendí a amar la poesía.
Con Pamelo aprendí a ser más mesurada en mis opiniones de crítica literaria, a amar los cuentos, a la creación y, sobre todo, a las novelas; por él empecé a leer a Javier Marías, de quien ha dicho Pamelo que es el ejemplo de lo que en el futuro será la buena novela, por su poca historia y mucho discurso, igual que Ortega y Gasset dijo de Dostoievski, como lo hizo Aristóteles de Sófocles; por él comencé a leer a los clásicos griegos y a ver otros ángulos del Quijote.
El caso es que Pamelo, me lo ha dicho por zoom y guats, ya no quería salir de casa, en el periódico nunca lo confinaron, sino hasta diciembre del 2020 y un poquito en julio de 2021, fuera de ello, andaba todo el tiempo en la calle, desplazándose sea en su Rocinante o en metro, pero ya estaba cansado; la pandemia lo agarró a sus 51 y 52 que, aunque joven, ya quería quedarse a escribir y salir sólo conmigo o con Basilio, y la vida lo escuchó aunque algo chueco, pues en agosto del 2021 le llegó el recorte del periódico y lo despidieron junto con una veintena de compañeros, así que al regresar de sus vacaciones, le notificaron por teléfono que su periodo había terminado. Me envió un guats: Flaca, ya no estoy en el periódico. Se le vino la nostalgia de veintiún años de andar en Bucareli y sus alrededores, cantinas y fondas, tiendas y taquerías, cafés y hamburgueserías; ya no caminaría esos territorios diariamente, ya no vería todas las marchas ni manifestaciones, pues le tocó ver de todo.
Un mes no se comunicó con nadie. Luego empezó a asimilarlo y sus charlas surgían, sus idas al tianguis, su conocimiento de los precios de la canasta básica, de ese vaivén económico, la amistad con el pollero, el de la miel, el de las papayas; el sonido de las calles en las tardes que nunca estuvo por años, excepto en sus vacaciones, porque entraba a las cinco de la tarde y salía a media noche, no veía los atardeceres, no veía la vida entre cinco y doce, no sabía del color violeta de la tarde cuando se va haciendo noche y aún no oscurece, del color violetita en que los enamorados caminan en las calles, en los parques, y él en su casa, qué raro se sentía, me comentó más de una vez, y se embobaba cual gato en la ventana para recibir a la luna y despedir al sol, ver ese momento cuyo atardecer era iluminado por esos rayos de sol que pasaban de un amarillo pollo al mostaza, sentir el viento que mueve las hojas del árbol enfrente de su casa y que permite el ritmo de su pensamiento, que a veces estaba en blanco, otras pensaba: ahorita estaría corrigiendo textos en el periódico. Me divierte corregir, decía, y yo: pues sí, mi querido Pamelo, pero hay otras diversiones, salir a la calle en la tarde por un café o al pan o por unas quesadillas o con los amigos. ¿Cuáles amigos? Ya ni tengo, creo, me respondía. Además hay pandemia. ¿No tienes amigos, maestro? Pues sí, Basilio y tú. Y le enviaba un beso por la pantalla, qué halago, maestro. No me digas maestro, que no enseño ni el cobre. Cómo no, contigo aprendí a corregir, a conocer esos signos llamados muescas, del uso de adverbios, de verbos, la acentuación, eso llamado ritmo que se necesita en un poema y en la vida.
Empezó a tener tiempo para escribir y no podía. De entrada, leyó bastante autores policiacos mexicanos y extranjeros, releyó la Odisea, descubrió autores japoneses actuales, sobre todo mujeres, se metió a la prosa de españoles y alemanes, regresó a los poemas de William Blake, me comentó una madrugada: entendió que la pandemia estaba en la poesía, en los excesos, lo que más me sorprendió fue cuando descubrió que T.S. Eliot estaba muy cerca de nosotros con aquello de “Abril es el mes más cruel”, porque la belleza, para que brote, implica un rompimiento; la primavera es el resquebrajamiento de la tierra, por eso cree que en el 2022 empezará el dolor para que pase la pandemia, se lo dijeron Eliot y Blake.
Pamelo dice que leer permite descubrir lo que no se ve en la superficie, pues nos crea una especie de rayos equis, una radiografía de lo que viene, sobre todo la poesía, la buena poesía tiene el don del futuro en sí misma. Los románticos tenían razón, comenta. ¿Y la poesía que no permite ver eso?, una vez le pregunté. Me envió un sticker de Don Ramón haciendo cara de que no entendía. Una hora después me respondió: la poesía es en sí el futuro mas no es profética, la poesía contiene en sí las respuestas del mundo, porque lo que dice ahora repercutirá; la poesía debe ser la bola de cristal de la pandemia.
Me habló del poema El ilusionista, de José Emilio Pacheco: un mago es rebasado por su contexto, lo corren del circo, porque hay otro que ocupa su lugar, quien presume que él es todo el circo, en tanto que el mago desempleado afirma que él era el gran personaje, pero no peleó nada y se convirtió en un alcohólico callejero, no supo adecuarse a los nuevos tiempos. Así estamos nosotros, acentuó Pamelo, no nos permitimos crecer, creemos que todo será igual, que en nuestro estado de confort no habrá cambios, porque tenemos un sueldo, un lugar, un estatus, el cual no sirve si no está dentro de nosotros; creemos que por una oficina somos mejores, que por una mega compu en una empresota ya somos indispensables, pero el tiempo le ha enseñado que una oficina no hace un líder, que un horario no nos hace más funcionales, que la camiseta se pone por dentro. Nosotros somos el mago. Estamos en un estado de confort. La pandemia nos ha enseñado que la vida cambia de un momento a otro.
Las consecuencias morales de la pandemia se sabrán dentro de una generación. ¿Seremos mejores como personas? Pamelo dice que no. Que sí hay una metamorfosis tecnológica, que la hibridez en las clases es un hecho, que las formas higiénicas son distintas, pero en un par de meses la gente tendrá la misma mísera visión parcial, el sentir indolente hacia el otro, no mejorará su sensibilidad estética, destruirá la vida y la ecología otra vez, salvo que las nuevas generaciones sepan respetarla, porque sin respeto no hay crecimiento, sólo el amor puede mejorar el mundo, porque todo lo iguala, ya lo dijo Cervantes a través del manchego, sólo imaginando se puede mejorar a partir de una realidad como la pandemia, que nos ha separado y nos ha unido.
Pamelo aprendió a cocinar mejor, a valorar los atardeceres, a dar gracias al amanecer, a bañarse de noche, a vestirse imaginando sus cuentos; la pandemia le permitió publicar su sexta novela, a escribir otras dos y ya lleva la mitad de una serie de cuentos de boleros de calzado, planea otro acerca de las fondas en una ciudad inventada con guisos inventados, pero que en el fondo son las fondas y las comidas de todas las que visitó y que conocí con él, según me dijo. Otra cosa: Pamelo, ahora sólo con un trabajo en la mañana, ya no vive estresado ni tiene el tiempo contado, porque todos los días pensaba que debía estar a las cinco de la tarde en el trabajo; todo lo que viví con él fue antes de las cinco, entre las tres y las cinco, en esas dos horas comía rápido guisos lentos, iba a Aurrerá, a las librerías, se escapaba por unos calcetines, una corbata o una camisa, visitaba las cafeterías en donde a veces encontró amigos poetas que tenían todo el tiempo del mundo en comparación con su limitado tiempo; aprendió que se debían vivir esas dos horas al máximo.
Ahora tiene las tardes para su literatura, para su departamento. Por videollamada veo que se sienta en la sala que durante años no gozaba, pues su único día de descanso lo pasaba estresado; la vida en la ciudad es tener el estrés atravesado en el pescuezo, en el bolsillo, y debemos crecer como personas, por eso gusta de la Odisea y la Ilíada, donde los personajes son más grandes que el común y cuentan con características que ningún mortal tiene: Héctor, domador de caballos; Zeus, el que amontona las nubes; Afrodita, ojos de lechuza, así deben ser los hombres y las mujeres, pero para mala fortuna, la pandemia deja ver lo peor, a la gorda grosera, la de la música grupera; el de la esquina, el que roba los espejos; Saúl el mecánico, el que cobra más caro; Tiburcio, el que odia los cubrebocas; Irma, la dos veces covidcienta por no cuidarse; puros defectos y pocos aciertos.
Debo decir que en la pandemia, a Basilio le salió ya la primer cana en la sien, y a Pamelo se le encanó el bigote casi completo; yo los conocí con los cabellos negros, pero los siento más sabios, con más sentido del humor, y cada palabra que dicen es ley, quiero ser como ellos; tener de Basilio la sensibilidad ante el arte y la poesía, su gusto por la pedagogía; de Pamelo, su amor por las novelas, por los clásicos, por la ropa elegante, por los libros de viejo, por la comida y por la buena charla. La pandemia le quitó el trabajo del periódico, pero le dio sabiduría y una admiradora que soy yo, la mejor, como ellos, que son los mejores con o sin pandemia, siguen caminando, así sea en el barro, pero jamás se doblegan.
Un canto para los que han sobrevivido a la pandemia y una oración para aquellos que se fueron y que siguen en nuestro corazones, para la ciudad que me ha permitido ver y vivir el estrés, y ahora que ya no vamos a comer Basilio, Pamelo y yo, me ha tocado contar esto desde el café Cielito, de Independencia y Dolores, para que en el futuro volvamos a vernos (les presumo que me cité con ellos, después de meses, festejaremos nuestro 14 de febrero), y reírnos y nos salgan callos de tanto caminarla, y olerla y hablarla, y enamorarnos de sus sonidos vespertinos que tantos años Pamelo no escuchó, y ahora quiere tener los cinco sentidos para vivirla como los poetas: profunda e infinitamente.