Más que una coreografía: el Premio Nacional de Danza Guillermo Arriaga y sus intersticios

Miguel Ángel Flores Vilchis
Febrero-marzo 2022

 

 

Fotografías: Grisel García

 

La Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) cumplirá cincuenta años de fundación el primero de enero de 2024; por ello, en el corto plazo, y más allá de los festejos, comenzarán las evaluaciones y reconsideraciones sobre su proyecto educativo, científico y cultural: tareas esperadas y necesarias para una institución relativamente joven que, si bien ha logrado un prestigio social importante, aún tiene tareas pendientes.

En este amplio panorama habrá que otorgarle un sitio trascendente al Premio Nacional de Danza Guillermo Arriaga, Concurso de Creación Coreográfica Contemporánea, que este año llegará a su edición número cuarenta y que muy probablemente representa la colaboración más longeva en materia cultural de nuestra universidad con una entidad federal: el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.

Han sido treinta y nueve convocatorias para el galardón de danza más importe del país. Los coreógrafos y bailarines de mayor trayectoria en México han participado, y el obtenerlo ha significado para muchos de ellos uno de los puntos culminantes de su ejercicio profesional. El premio ha ayudado en estos años a consolidar el trabajo de numerosas compañías y colectivos, así como a definir nuevas propuestas estéticas. Sin embargo, los gremios dancístico y periodístico han señalado, en diversas ocasiones, que existen convocatorias poco congruentes con las particularidades de la disciplina, que adolecen de un objetivo claro como instrumento de una política cultural, así como de criterios sólidos de selección y evaluación por parte del jurado.

 

 

 

Habría que subrayar que tanto las virtudes como los posibles equívocos se le pueden atribuir a cualquier concurso en toda disciplina. Un premio nunca podrá abarcar la totalidad de una manifestación artística y dejará un cierto descontento en alguno o varios sectores, porque premiar significa descartar otras propuestas, por mejores que sean, en pos de un ganador.

En los años de existencia del premio se han pedido adecuaciones a sus bases, cambios radicales en su formato y, en ocasiones, hasta se han denostado a las instituciones convocantes, pero nunca se ha alzado una voz que exija su cancelación o desaparición. En el imaginario de la comunidad artística, el premio podrá tener ciertos defectos o ambigüedades, pero es un galardón al que muchos coreógrafos o bailarines aspiran y su valor como aliciente para los creadores es ineludible, sobre todo en un país donde los apoyos culturales escasean.

Y es en este último rubro, el de la política cultural, donde se podría hacer hincapié. Cuando se mira en escena las coreografías participantes no hay que olvidar que la danza es una expresión de la creación multidisciplinaria, pero también de las condiciones que imperan en el gremio y que condicionan su forma de practicar la disciplina. La danza está ahí, viva, palpitante, y se hallan presentes, asimismo, la forma en que la enseñamos desde nuestras instituciones educativas, el mercado laboral, los incentivos gubernamentales, nuestros públicos y los parámetros con que se premia.

 

 

En 2003, una nota de la redacción del semanario Proceso resaltaba el orgullo oficial que despertaban las escuelas de danza en el país.[1] Sin embargo, también apuntaba que luego de egresar, los coreógrafos e intérpretes encontraban un campo laboral escaso y pocas posibilidades de acceder a becas o financiamientos para sus proyectos. Aludía, además, a casos paradigmáticos como los de los coreógrafos Gilberto González y Manuel Stephens — ganadores del Premio INBAL-UAM, cada uno en dos ocasiones—, que vivían de realizar actividades ajenas a la danza y no en las mejores condiciones. Quizás el seguimiento a los ganadores del concurso sea uno los pendientes de las instituciones convocantes, si bien la nota señalaba también que el premio era una de las formas más dignas de pisar la sala principal del Palacio de Bellas Artes además de un trampolín para las generaciones más jóvenes de artistas.

En un tono similar se hallaban las declaraciones a El Universal de la crítica de danza Rosario Manzanos, en 2011,[2] en donde afirmaba que la situación de la danza en México es precaria, pues buena parte de los coreógrafos y bailarines participantes en el premio tenían parcos ingresos y escasas posibilidades de ser programados. Por esta razón, la edición de aquel año carecía de propuestas contundentes y, a su consideración, debió declararse desierta. “Si no se invierte en danza no podemos pedir calidad excepcional […] El [premio] INBAL-UAM debe formar parte de la discusión de cómo el gremio dancístico debe ser fortalecido para brindar resultados que no den cabida al cuestionamiento, sino al aplauso generalizado”, argumentó.

Cabe señalar que, en 2015, el premio fue declarado desierto por deficiencias en el nivel de investigación, la insuficiente exploración y un exceso en la exhibición de los recursos corporales y compositivos, según palabras del jurado. Aquellos criterios desataron una fuerte polémica en medios de comunicación y redes sociales que atrajo una de las transformaciones más radicales en el formato del concurso. La convocatoria fue modificada, pero las condiciones laborales del gremio siguen siendo críticas.

La Universidad no está involucrada directamente en el diseño de las políticas culturales, pero la investigación que realiza en ese campo y su papel protagónico dentro del premio pueden impulsar el abordaje de esta agenda pendiente. Así, es necesario apuntar que a pesar de los esfuerzos de los últimos años por lograr una seguridad social sólida para artistas en México, para muchos es aún un derecho inalcanzable. ¿En qué situación queda un bailarín que se lesiona en el desempeño de su trabajo? ¿Cuáles son las condiciones laborales de un intérprete que sube al escenario del INBAL-UAM en medio del panorama descrito? Se puede afirmar que las cuestiones estética y creativa no son las únicas que deben tenerse en consideración.

 

 

Igualmente, al abordar el marco estético de la danza, hay un tema debatido ampliamente en medios comunicación y redes sociales que constituye materia central del premio: ¿hasta dónde se deben incorporar elementos creativos de otras disciplinas —lo audiovisual, el performance, la teatralidad— en la construcción de las coreografías? El arte contemporáneo ostenta fronteras porosas; los entrecruces disciplinarios han abierto un exquisito abanico de posibilidades expresivas y parece que el límite de las combinaciones posibles sólo podría radicar en la imaginación creativa y en las condicionantes presupuestales.

Ejemplo de lo anterior resulta la pieza Alta fidelidad (Los de ultramar) que, en 2012, ganó el concurso atendiendo a una convocatoria bastante singular (como muchas que ha tenido el Premio). Con la UNAM —en su carácter de tercera convocante— se solicitaron obras para espacios abiertos o no convencionales. En la final, lugares como el espejo de agua del Centro Cultural Universitario o el desnivel de una sala de ensayos fueron las locaciones elegidas.

Alta fidelidad se distinguió por la fuerza visual de su vestuario futurista, los desplazamientos cortos e hipnóticos de sus bailarines y el uso festivo de la chicha —un género musical popular de Perú—, todo detrás de una pared de cristal. La pieza tomó por sorpresa al público e impresionó al jurado. Su andadura se desencajaba completamente del canon de la danza y su heterogeneidad provocaba un extrañamiento disfrutable. Luego del fallo, en una entrevista, se le preguntó a Ángela Bello, miembro del jurado, si Alta fidelidad era una coreografía o estaba más cercana al performance; dudó un instante y respondió: “estoy segura de que es más que una coreografía”.

 

 

Si bien se expresó alguna controversia sobre la denominación de aquella pieza, resultó ser una de las obras ganadoras más exhibidas, con presencia recurrente en festivales y diversas giras por Europa.

En 2010, la obra finalista fue Alas de Madonna, de Benito González, que causó controversia y puso nuevamente sobre la mesa la pregunta: ¿qué es danza? La crítica Scheherazade Zambrano Orozco escribía a propósito en  el número de noviembre-diciembre de la revista Casa del tiempo, de ese mismo año: “todo puede pasar cuando es genuino, cuando hay un proceso y búsqueda artística”.[3]

En días recientes, Marco Antonio Silva, director del Centro de Producción de Danza Contemporánea, preguntó a los coreógrafos de la obra 20:21, ganadora de la última edición del premio: “¿Llamarían a esta pieza una coreografía? ¿Es esto una coreografía?, ¿o qué nombre le darían?”. Ellos respondieron: “preferimos llamarlo creación”. 

He ahí uno de los principales valores de este certamen: deviene un laboratorio de experimentación, un espacio en donde, en pos de conquistarlo, los coreógrafos utilizan las mejores herramientas a su disposición y desafían los convencionalismos para ofrecer experiencias que se enquistan en los intersticios de las disciplinas que compromete.

Este aspecto positivo acontece a pesar de que las convocatorias no siempre aciertan en la atención a los diferentes sectores del gremio dancístico. Los principales vaivenes en las bases del concurso se han dado en función del número de categorías en que se puede participar, así como en la duración y el número de ejecutantes de las obras. Si bien es cierto que la duración en minutos de la coreografía no puede ser muy extensa, en función de la presentación de varios trabajos en las eliminatorias y la final, algunas veces los tiempos máximos y mínimos estipulados en las bases, así como el número de intérpretes deseado, han sido vistos como una limitante al trabajo creativo.

En sus distintas etapas, el concurso ha optado por un solo premio al mejor coreógrafo o por establecer rubros que consideran a los creadores más jóvenes diferenciados de los más experimentados. Incluso dentro de estas dos categorías, se llegó a otorgar segundos y terceros lugares. En algún momento se resolvió volverlo un certamen continental e intercontinental.  Estas decisiones han respondido a peticiones de los participantes y a consideraciones más o menos informadas sobre el gremio. Con el paso del  tiempo, se ha demostrado que el premio no ha encontrado un modelo de categorías que permita estandarizar las convocatorias año con año.

En la edición más reciente, la de 2021, algunas coreografías parecían esforzarse demasiado en cumplir con estos criterios, lo cual menguaba la contundencia de su narrativa en escena y dificultaba la apreciación de su eje conceptual. Estos aspectos podrían ponerse de nuevo a evaluación, con más fortuna, en un futuro próximo.

 

 

Hay un aspecto de este premio, y de cualquier concurso, que resulta insalvable: los críterios de selección y de evaluación del jurado. Se puede impulsar un documento con el mayor detalle para su difusión general, pero la apreciación del jurado siempre tendrá un cierto tamiz de subjetividad, y eso se tiene que dar por sentado.

Por lo pronto, este concurso de creación coreográfica tiene aseguradas numerosas ediciones futuras. Es un premio esperado y deseado. La Universidad está dispuesta a recuperar la participación activa en su organización y planteamiento conceptual, algo que se extravió durante algún tiempo. Sin duda, el Premio Nacional de Danza Guillermo Arriaga es y seguirá siendo uno de pilares de la UAM, en la antesala de su medio siglo de existencia y a partir de la premisa de su tercera función sustantiva: la preservación y difusión de la cultura.

 


[1] https://bit.ly/3fHkgUz [Consultado el 18 de enero de 2022].

[2] https://bit.ly/3FHB5co [Consultado el 18 de enero de 2022].

[3] https://bit.ly/3nMKg54 [Consultado el 18 de enero de 2022].

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Miguel Ángel Flores Vilchis

(Ciudad de México, 1983)

Es licenciado en Comunicación Social por la Unidad Xochimilco de la uam. Ha sido colaborador de Radio Chapultepec, Fuerza Informativa Azteca, uam Radio, el Semanario de la uam y de Casa del tiempo.