“El arte nuevo de hacer libros” es el arte viejo de hacer libros

E Tonatiuh Trejo
Laboratorio Editorial Esto Es un Libro
 Julio-agosto de 2021

 

Fotografías: Tonatiuh Trejo


Brian Eno (aparece corriendo, agitado): “¡He escuchado el sonido del futuro!”

David Bowie (sorprendido): “¡No jodas! Se supone que nosotros lo estamos fabricando... justo ahora...”.

Brian Eno: “No. Escucha esto (introduce un casette en el deck del estudio. Suena I Feel Love, la voz es de Donna Summer). Éste es, no busques más. ¡Este sencillo cambiará el sonido de la música de clubes para los próximos quince años!”

Los años setenta estaban por entrar a su recta final mientras en Berlín Eno y Bowie sostenían esta conversación. A ambos les asistía la verdad: I Feel Love, ese “ritmo de bola disco electrodistópica con reverberaciones glaciares” (así la describió Rob Sheffield para la Rolling Stone, el día de la muerte de Summer) impactó notablemente en el sonido que venía. A la vez, Bowie y Eno iban pasos adelante de todo lo que expulsaba la radio por aquel entonces (los ecos de esa colaboración aún son influyentes).

Pocos años atrás (en 1974) y a unos cuantos kilómetros de allí, Ulises Carrión terminaba de cocinar lo que para muchos hacedores de libros sería el I Feel Love de nuestra práctica: el ensayo “El arte  nuevo  de hacer libros”. Cuando leí por primera vez “El arte nuevo…”, corrí hacia el portón de un querido amigo (que coincidentemente también se llama David) y le espeté bruscamente, excitado: “¡Los he visto, he visto los libros del futuro!”.

La revelación, felizmente, no llegaba desde la propuesta de un nuevo canon para el libro, más bien desde su vivisección corporal y conceptual; de la grosera exposición de ese objeto que en términos formales se había tornado “aburrido” (según palabras del propio Carrión), y que en la arrogancia de su papel culturizante, intelectual y garante de la conservación de la humana memoria (características que sabemos tienen sus bemoles y recovecos) poco o nada era consciente de sus limitaciones... pero sobre todo de sus potencialidades.

Carrión organizó el desmembramiento del libro cansino en seis conjuntos axiomáticos bien diferenciados y delimitados (aunque porosos entre sí): ¿Qué es un libro?; Prosa y poesía; El espacio; El lenguaje; Estructuras, y La lectura. De su texto diré aquí solamente que su mirada se concentra en la descripción de algunas características más o menos obvias del libro (físicas, mecánicas y conceptuales) y la interacción que éstas generan y pueden generar en/con el lector, una relación que se reparte entre la posibilidad de crear experiencias literarias o/y experiencias artísticas/estéticas.

Igual que para la emblemática canción producida por Giorgio Moroder en 1977, vale admitir que con sus más de 45 años a cuestas el texto de Carrión aún cae de pie. No son pocos los modelos editoriales que aún hoy sostienen sus impulsos y búsquedas a partir de “El arte nuevo de hacer libros” (a título personal confieso que “El arte nuevo…” inspiró la creación del laboratorio editorial que dirijo desde hace ocho años en México). Empero, camino al medio siglo de su gestación es igualmente válido admitir que desde el auge del género Disco hasta hoy han pasado más de un par de cosas interesantes en el universo de las publicaciones. Los límites del libro han sido licuados y hemos descubierto, en no pocas líneas del trabajo editorial, multidimensionalidades que constantemente nos retan a generar pensamiento-teseracto para surfear hacia libros y publicaciones (im)posibles.

 

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Quisiera iniciar este planteamiento ubicándolo en un espacio muy distinto a aquel que vio a Carrión trazar sus reflexiones. Me paree que la posibilidad de ampliar el trasfondo epistemológico del libro ahora emana de una zona gris que cada vez con más virulencia se desmarca de esa dicotomía con la cual Carrión apuntaló sus ideas: ni el mundo del arte ni el mundo de la literatura hoy son espacios que funcionen como plataformas para muchos de los hacedores de publicaciones más osados (en términos de experimentación). Los desajustes provocados por la cada vez mayor diversidad de perspectivas editoriales han devenido en el asentamiento de espacios metaliterarios y metaartísticos donde seguido corren apuestas relacionadas con los alcances del libro y la publicación de contenidos. Estas exploraciones cuajan en circuitos microutópicos donde el concepto de libro-obra, igual que el del libro industrial, no son más que elementos al servicio de sistemas que encuentran su estabilidad en relaciones históricamente jerárquicas e inequitativas. Es decir, la actual disidencia del modelo editorial (digamos, del “libro aburrido”) no escapa sólo desde el análisis de sus características sino desde y hacia un posicionamiento político de los editores, colectivos y autores ante éstas y sus repercusiones; desde la necesaria instauración de territorios editoriales liberados donde otros espacios que atraviesan o tocan tangencialmente al libro (como la biblioteca, la librería y los talleres/sistemas de impresión, por mencionar algunos) también están siendo revisados críticamente; reinterpretados, modificados y refundados. Entendimos que el trastocamiento del libro no sólo modifica su relación con el lector; más bien cimbra todo el ecosistema desde el cual ha surgido. En un sentido práctico, planteamos no únicamente la reproducción de pensamiento radical sino, a la par, la ejecución de acciones con incidencia radical directa, más o menos como lo sugiere el colectivo And Publishing (Londres) en su manifiesto “Less noun, more verb”. La posibilidad política de la forma, del contenido, de la relación entre ambos, de los materiales, de los medios de distribución elegidos, de la reverberación afectiva que emana de ellos, no son tema en “El arte nuevo de hacer libros”.

 

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El libro, como bien sostiene mi querido amigo Miguel Mesa, editor colombiano (Mesaestándar), no solamente es un objeto con características formales y conceptuales intrínsecas, es además un generador de hábitos (y lo dice desde la perspectiva de su formación como arquitecto), de modo que entre más formas o desformas adquieran las publicaciones, más experiencias de lectura nacerán para gozo o tortura de sus lectores/habitantes (asumiendo la lectura como una experiencia no solamente intelectual). Estas formas/informas, así como los hábitos que provocan, ahora también incluyen a las publicaciones imaginadas para fluir en la “inmaterialidad” de lo virtual y lo digital.

En cuanto la pantalla de un ordenador evidenció que forma y contenido podían ser objetos líquidos públicos hipermasivos, las habilidades técnicas, conceptuales y políticas de los hacedores de publicaciones encontraron un límite nuevo. La constante e intempestiva evolución de las tecnologías como herramientas de creación de contenidos, edición y difusión invitan a los hacedores de libros, cada vez con más frecuencia, a tomar una decisión que era rarísima en tiempos de Ulises Carrión: aprehender y abrazar la experimentación en este rubro... o no; contrastar la genética de una página con la genética de una pantalla... o no; hallar una analogía entre ambas superficies... o no. Buena parte de la reciente ruptura del libro nació de esta coyuntura, en un mundo digital donde también reina cierto modelo restrictivo orientado hacia el mercado, bajo cuyas barbas comenzaron a fundarse terrenos más abiertos y experimentales de edición.

Regreso brevemente a la aseveración de Miguel para complementar que al libro hoy además lo alimentan venas desde otras disciplinas, otros procesos y otros lenguajes (abreva por tanto también de las rupturas que a éstas les conciernen, que a lo largo de 45 años han sido varias y de distintas profundidades). El proceso editorial, tan cerrado en su forma industrial y tan conceptual en su forma artística, se ha vuelto cada vez más maleable y dúctil. Las artes vivas, la música, el pensamiento escenográfico e incluso la ciencia, por poner algunos ejemplos, ahora se intersectan con el quehacer editorial.

 

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Un contraste más entre la actual búsqueda del sentido del libro y las motivaciones detrás de “El arte nuevo…”: quisiera centrarme en los entornos en los que ambas han acontecido. Merece la pena compartir que hoy hablar del libro y sus posibilidades se vive como una pulsión que palpita en espacios compartidos, deliberadamente generados para ello, sin tintes institucionales ni académicos (esos territorios liberados de los que hablo líneas atrás, pues también la academia tiene agencia [y agenda] en la discusión). El pensamiento que confluye en estos lugares, muy lejano de una legitimación por parte de instituciones y publicaciones especializadas en arte y literatura, adquiere tonos igual de duda que de afirmación; allí es de interés colectivo no concluir en ideas aplicables para todos los casos (al menos no como punto de inicio).

Durante los últimos años he tenido la fortuna de convivir, frente a frente y de forma remota, con una buena cantidad de colegas latinoamericanxs que caminan por el extrarradio del libro tradicional, un camino que además de hacernos dialogar nos ha involucrado emocionalmente, al cobijo de un pacto implícito de solidaridad entre diferencias. Esta diversidad de perspectivas forma parte de la búsqueda y la refleja como una construcción en proceso, no cerrada y en ese sentido descarrionizante. Antidogmática. De estas comparticiones han surgido temas como la inexistencia del libro sin la intervención de un cuerpo (humano o no), la necesaria situación del ejercicio editorial, la capacidad de infiltración bidireccional del concepto libro, el replanteamiento de las relaciones interpersonales, profesionales y comerciales que exige la publicación de ideas, el estudio de las formas actuales de consumo de contenidos, la expansión del concepto lectura, etcétera. Estos convites han incluido, por supuesto, el regreso a textos fundacionales como “El arte nuevo de hacer libros”, y en ocasiones también —¿por qué no decirlo?— salimos de las charlas igual que como entramos, pero gustosos de habernos visto.

En fin, que “El arte nuevo de hacer libros” se haya convertido en el arte viejo de hacer libros no describe más que el comportamiento natural de una paradoja. Por supuesto, si quisiéramos hablar de un “arte más nuevo de hacer libros”, la irreversibilidad del tiempo acabaría por convertirlo, más temprano que tarde, en el “nuevo viejo arte de hacer libros”. Me decanto entonces por pensar más bien en un “constante arte”, en un “constante oficio” de hacer libros, en un ejercicio sobre el cual todos podemos tener rango de influencia, al que todos estamos invitados a robustecer... Como cantaba la Summer: “You and me, you and me, you and me... you and me... ...and I feel loooooooooove”.

Fotografía: E Tonatiuh Trejo

Fotografía: E Tonatiuh Trejo

Fotografía: E Tonatiuh Trejo

Fotografía: E Tonatiuh Trejo

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E Tonatiuh Trejo

Comunicador gráfico por la Facultad de Arte y Diseño de la unam. Fundador, editor y diseñador del Laboratorio Editorial Esto Es Un Libro. Ha colaborado en revistas como Perros del alba, RegistroMX, CinePremier y Revista404. Fue editor de la revista Sensacional de Cineastas y socio fundador de la librería de la casa Refud.