Los libros infantiles:
una forma de la felicidad. Conversación con Juan Villoro

Jesús Francisco Conde de Arriaga
Mayo-junio de 2021

 

 

Juan Villoro. Fotografía: JVL / INBAL


Juan Villoro, miembro del Colegio Nacional, doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma Metropolitana, autor prolífico que ha incursionado en la dramaturgia, el ensayo, la novela, el cuento y la novela gráfica, entre otros, conversa con Casa del tiempo a propósito de la literatura, su quehacer escritural y uno de los personajes más icónicos de la literatura: el Profesor Zíper.

 

¿Cómo llegaste al mundo, como lector o escritor, de la literatura infantil y juvenil?

Como lector, tuve muy pocas experiencias, porque en mis tiempos había pocos libros para niños. No era tan común encontrarlos. Hoy en día, hay publicaciones muy baratas, muy bien ilustradas e escritas y traducidas en México. Yo creo que para los niños es muy importante tener una proximidad con el idioma y, en ocasiones, las traducciones, por ejemplo, hechas en España, alejan a los niños de las tramas. Recuerdo aquel cuento de una princesa que era tan sensible que podía sentir la presión de un chícharo abajo de su cama y le ponían una montaña de colchones. Ella era tan sensible que seguía sintiendo la presión a pesar de tener tantísimos colchones. Pues bien, cuando esa historia llegó a México, importada de España, lo que ella sentía no era la presión de un chícharo, sino de un guisante. Y una palabra tan sencilla cambia todo el sentido de la historia. No había a disposición de la mayoría libros para niños, y tampoco había una cultura apropiada para acercar a los niños a la literatura infantil.

Mis padres eran universitarios, tenían libros en casa, pero no había esta educación que, afortunadamente, ha prosperado mucho en las últimas décadas de acercar a los niños a aventuras que tuvieran que ver con su propio entorno, con su mundo. Los cuentos que, si acaso llegaban a nosotros, eran historias de Hans Christian Andersen o de los hermanos Grimm. Una de las razones por las que yo escribo es para imaginar los libros que pude haber leído de niño. Creo que ha habido una auténtica revolución en la literatura e infantil en los últimos tiempos. Así lo ha dicho uno de sus principales ilustradores y también escritor, Rafael Barajas “El Fisgón”, porque es de los principales cambios culturales que han ocurrido en México. No solamente me refiero a los autores, sino a la pléyade de ilustradores, editores, cuentacuentos y todas las personas que se han involucrado en la industria del libro infantil y juvenil que han hecho que esto cambie por completo. El panorama para mí ha sido muy distinto desde que empecé a escribir cuentos para niños. La primera invitación surgió de Editorial cidcli, que tenía una una línea bastante innovadora de libros para niños y que había invitado a distintos escritores a probar su mano en este género. Fue una invitación audaz. Ahí participaron autores de la talla de Margo Glantz, Álvaro Mutis y Salvador Elizondo, pero las historias que escribieron no necesariamente eran obras para niños. Era, digamos, una trasposición de la literatura creada por grandes escritores a lectores infantiles. Y poco a poco empezó a surgir ya una literatura infantil propiamente dicha. Escribí, para esta colección, Las golosinas secretas, ilustrada por un jovencísimo Gabriel Orozco, que entonces se dedicaba al dibujo. Este era un pequeño cuento que me gustó mucho hacer y me costó también mucho trabajo, pensé que iba a ser un descanso escribir para niños, pero de inmediato advertí la enorme dificultad de satisfacer a lectores que son muy exigentes, muy impacientes y que requieren de una historia que verdaderamente los convenza. Y tú, como autor de literatura infantil, estás compitiendo contra enemigos tan poderosos como la computadora, el X-Box, la PlayStation.


El Profesor Zíper aparece en una colección que justamente pretendía acercar a los niños a la literatura mediante textos pensados para un público infantil: Barco de vapor. Esta colección tenía un pequeño punto en el lomo con un color de acuerdo con la edad a la que el libro iba dirigido. En ese sentido, el hábito de la lectura es muy difícil de enseñarse; es complicado que se le dé a una niña El Cid o El Quijote, siendo ejemplos de literatura universal canónica, y esperar que se sientan cercanos a ellos. En ese sentido, cómo es la enseñanza de la lectura o esta enseñanza del hábito de la lectura para ti como escritor, pero también como lector.

A lo largo de muchas décadas de tratar de transmitir el gusto por la lectura entre los niños, he podido constatar que es mucho más fácil que se acerquen a los libros si éstos tienen que ver algo con su propia experiencia, con su propio mundo, con su propio país, que si estos libros, por buenos que sean, provienen de autores de otras épocas. Yo mismo fui víctima de esta circunstancia. En la escuela, a los doce años nos dieron a leer por primera vez un libro clásico y podíamos elegir entre distintas opciones. La mayoría de los alumnos escogió El Lazarillo de Tormes porque es un libro muy pequeño y era una manera fácil de pasar la materia. El clásico matado del salón escogió La Eneida, un libro muy complejo y muy voluminoso. Y yo escogí el Cantar del Mio Cid, porque había visto la película con Charlton Heston y Sophia Loren, que me había maravillado. A mí me había fascinado esa figura y cuando vi que existía un libro sobre el tema, no vacilé en escogerlo. Pero no se trataba de una adaptación para niños. Estaba escrito en español antiguo y comenzaba diciendo “De los sos ojos tan fuertemientre lorando”, con lo cual yo me sentí totalmente rechazado por ese libro.

Muchas veces pensamos que la literatura fue escrita en otro tiempo por gente muy importante y que debemos leer algunas de esas cosas por obligación, pero no sentimos que ahí está nuestra propia historia. Y ya cuando nos convertimos en lectores consumados, podemos entender que nuestra propia historia también está en las páginas rusas de Dostoievski o en las páginas japonesas de Kawabata, pero siempre he dicho que para mí el lector ideal es alguien que nunca ha leído un libro por gusto. Ese me parece que es el lector perfecto, el lector virgen que no considera que la literatura pueda ser un placer, y, naturalmente, esto se logra con mayor frecuencia en la literatura para niños.

Lo fundamental es crear el hábito de la lectura y, una vez que se tiene el hábito, el gusto se seguirá refinando. Hace algún tiempo una colega me decía que estaba muy preocupada porque su hija estaba leyendo literatura de mala calidad, pero le contestaba que los libros son una forma de la pasión, una forma de la felicidad. En ese sentido, creo que incluso hay que hacer una defensa de la mala literatura, la mala literatura que permite que se acceda a una forma del placer y que poco a poco la gente vaya encontrando cosas que los satisfagan más a medida que se vuelve un lector más exigente.

 

¿Cuál es tu posición frente a las adaptaciones de obras literarias dirigidas a un “público infantil”?

Hay ciertas novelas que han debido su fortuna a que fueron defendidas por los niños, aunque no habían sido concebidas para ellos. Es el caso emblemático de Robinson Crusoe,  por ejemplo, que es una novela muy extensa, muy seria, llena de disquisiciones religiosas, porque Daniel Defoe había estudiado en una escuela de protestantes disidentes y escribió un libro sobre los predicamentos de un hombre ante la soledad que, además, se había embarcado desobedeciendo a sus padres y, de alguna manera, el naufragio había sido una especie de castigo y trata de redimirse en la soledad de la isla y se convierte en un hombre industrioso, una especie de capitalista ejemplar, pero la aventura misma es apasionante para un niño. Y fueron las adaptaciones infantiles que se hicieron las que cifran la fortuna de ese libro, a tal grado que cuando murió Daniel Defoe —ignorando que había escrito uno de los mayores clásicos de la literatura— fueron los niños ingleses los que hicieron una colecta para levantarle un monumento. En español se tradujo la versión completa, por Enrique de Erís, hace apenas unos cinco u ocho años, antes había una versión muy mutilada que tradujo Julio Cortázar, pero es una obra que debió su suerte a la adaptación, pero no siempre es el caso. Creo que es innecesario que otras obras sean simplificadas para niños, porque entonces se pierde lo más rico que hay en ellas. No me imagino En busca del tiempo perdido para niños.

En México, Rius, el enorme caricaturista, hizo una serie fantástica de libros que tenían siempre el mote de Marx para principiantes, o La Biblia para principiantes. Y era una manera extraordinariamente inteligente de divulgar temas complejos, pero eso es distinto a hacer que una obra literaria pierda buena parte de su fuerza por simplificarla en exceso para los niños. Cuando se adaptan a novela gráfica algunas obras pierden mucho o ganan, dependiendo de quién sea el dibujante y cuál sea el talento, en estos diálogos entre las distintas artes, en donde a veces es más lo que se gana y más lo que se pierde.


Ha habido distintos intentos de acercar la literatura a otros públicos, por medio de música, novela gráfica, etcétera. ¿Qué piensas de estas circunstancias?

El asunto clave es la creatividad con la que se hacen las cosas. Yo soy un lector de cómics desde la infancia y tuve la oportunidad de hacer uno con Bef, que es muy buen escritor, pero aparte es muy buen ilustrador. Y ahí estuvimos ante un caso singular, porque se trataba de una adaptación, de una historia mía. Originalmente yo había hecho un guion con Nicolás Echevarría para una película. Nunca se pudo producir porque había que tener dinero para hacer escenas de épocas, había un accidente de aviación, en fin, era muy costoso. Y el cómic de algún modo es el cine de los pobres. Entonces me pareció que podía adaptarse en cómic y al hacerlo introduje nuevos personajes y, sobre todo, me acerqué mucho más a la dinámica del cómic, que es mucho más exagerada; te brinda una serie de libertades extraordinarias; digamos, es más pop que el cine. Y cuando empecé a ver los dibujos de Bef, me di cuenta de que en muchas ocasiones sobraban las palabras. Tuve que hacer una segunda adaptación porque el lenguaje visual era tan rico que en ocasiones bastaba una frase o, incluso, podíamos prescindir de ella para que todo se entendiera a través de la visualidad que estaban dando los dibujos de Bef. Toda adaptación depende mucho de la de la creatividad. ¿Qué tan significativo es acercar a la gente a la literatura a través de otro medio? Creo que no hay que abaratar la literatura. Hay editores que en ocasiones están buscando novelas, cuentos o ensayos para la gente que normalmente no lee, lo cual es un contrasentido, porque es como decir: “voy a embotellar vino para la gente a la que no le gusta el vino; entonces voy a hacer un vino con sabor a vainilla, otro con sabor a canela y así sucesivamente”. La respuesta sería ¿por qué no haces algo que no sea vino? Y dejas que la gente que bebe vino busque efectivamente algo que se parezca. A veces he escuchado, en un sentido peyorativo, que un libro es demasiado literario; es como decir ‘esa película es demasiado cinematográfica’ o ‘esa estatua es demasiado escultórica’. Claro, con eso se refieren a que es un libro que exige del lector y que está pensado para gente que ya es degustador de literatura y que no es para cualquier lector. La solución no es abaratar los libros, sino más bien tratar de elevar el nivel de los lectores y ofrecer maneras de llegar a los libros. La literatura infantil es una extraordinaria escuela para los lectores.

Alejandro Cruz, el director editorial del Colegio Nacional, lanzó hace un par de años los libros de canasta, que son libros que se reparten en una bicicleta como tacos de canasta y que son tan baratos como ellos. Son libros muy delgados y que llegan a cualquier persona. Y se trata de crear otros circuitos para la circulación de los libros. Requerimos de imaginación para vencer prejuicios y también para superar las numerosas crisis, las de las librerías, las de las editoriales, las de las escuelas.

 

¿Cómo nace, en este contexto de creatividad, el personaje del profesor Zíper?

En vísperas de mil novecientos noventa y dos —que iba a ser el encuentro de Dos mundos o el quinto centenario o el encontronazo de dos mundos, como también se le llamó— la editorial Alfaguara decidió iniciar una línea de literatura infantil en toda América Latina. La idea era que cincuenta y tantos escritores fueran publicados: uno cada semana, durante el año del encuentro, se publicarían junto a autores españoles para celebrar el idioma y acercarlo a los niños. A mí me pareció interesante, porque me parece que la literatura infantil debe tocar temas que sean próximos al entorno de los niños, hacer algo relacionado con la música de rock de la que siempre he sido muy aficionado. El mundo de los roqueros es tan extremo, tan exagerado, tan delirante que me pareció que se prestaba perfectamente para crear una fábula en torno a la música de rock. Y así surgió el grupo Nube Líquida y sus protagonistas, que son los integrantes de este conjunto, más un agregado, que es Pablo Coyote, el hermano de Ricky Coyote, el guitarrista líder que se incorporará después al grupo. En este ambiente me pareció muy importante tener un personaje de otra edad que no fuera un joven roquero, sino que fuera alguien mayor y que se pareciera un poco a lo que yo iba a hacer en el futuro. Es decir, alguien que fue niño en los años sesenta, que creyó mucho en la intuición, la magia, la crisis de los valores establecidos, las utopías posibles.

Todo esto que llegó con la famosa Era de Acuario y lo recibí de niño, “los tiempos están cambiando”, cantaba Bob Dylan, alguien que tuvo esa misma infancia, pero que han pasado los años y se ha convertido en un científico; entonces es un hombre de razón, pero no deja de tener dentro de sí a ese niño aficionado a las utopías, a las ideas románticas, a la intuición, y, por supuesto, que es muy aficionado a cosas que a mí también me gustan, como el fútbol, como el rock. Y creo que una de las cosas más interesantes de la literatura infantil es el famoso final feliz, pero, al mismo tiempo, es de las más difíciles de lograr, porque para que sea justificado, éste debe hacer que los personajes verdaderamente merezcan su felicidad. Esta historia de alguien que va conquistando a través de su valentía, de su interés, a de su intuición el derecho a tener una guitarra eléctrica prodigiosa es la justificación perfecta del final feliz. Entonces, digamos, así se complementó la historia con la figura del profesor.

Y me pareció interesante que tuviera un acérrimo rival que se llama Cremallerus, que uso porque es un nombre que deriva de cremallera, que es el nombre castizo de Zíper. Entonces, en realidad es el mismo nombre para dos personas, con lo cual yo estoy aludiendo a que tanto el bien como el mal están hechos de lo mismo. Así fue surgiendo el libro. Creo que es un libro muy excesivo, porque así me parece que es la imaginación infantil, es muy barroca. Por ejemplo, que un villano como Cremallerus tuviera muchas ganas de hacer el mal, pero fuera muy malo y cree que el peor de todos los insultos es mortadela; a los niños les encanta jugar con las palabras. En este sentido son muy experimentales, porque están en la época en que están descubriendo el idioma y todos los niños bautizan a sus juguetes de una manera especial y les encanta imaginar vocablos.

 

El recorrido del Profesor Zíper va de la aventura de la fabulosa guitarra eléctrica hasta La cuchara sabrosa del Profesor Zíper y El té de tornillo del Profesor Zíper. Nube líquida ya no es el mismo grupo de antes y hay un crecimiento tuyo como narrador y, como tus personajes, creces.

A los músicos de rock le suele pasar que empiezan siendo grandes rebeldes y luego se vuelven aburridos millonarios o pretenden seguir hablando en nombre de la clase obrera. Por ejemplo, el caso de Bruce Springsteen, que es un compositor que siempre he admirado mucho, pero que de pronto su voz se vuelve impostada, un tanto falsa cuando se sigue hablando en el nombre de la gente más pobre de Estados Unidos, y eso es un poco falso y se siente en la temperatura misma de la de la canción. A muchos músicos de rock les ha pasado eso, alejarse de su propia gente y no necesariamente traicionar lo que fueron, pero ahí están esos fantásticos animales antediluvianos que son los Rolling Stones que han podido perdurar sin perder fuerza en escena; pero son excepciones, yo quería también, a través de los años, cuestionar al propio grupo y también cuestionarme a mí.

 

Los libros clásicos que leímos, en adaptaciones, tenían un fin moralizante, didáctico, ¿en dónde se inscribe la saga de Zíper en este contexto?

La peor enseñanza es la que es demasiado deliberada. Y yo creo que la gran enseñanza es la que no se advierte. Toda literatura lograda te enseña algo. Aprendes muchísimo leyendo novelas, leyendo cuentos, pero no te das cuenta de que estás aprendiendo. Siguiendo una historia apasionante te enteras de cómo es la vida en un país, de cómo fue la historia de un pueblo. Yo no escribo para enseñarle algo a los niños, sino porque tengo ganas de contarles algo.

Hay escritores para niños que pertenecen a lo mejor de la literatura de todos los tiempos. Vivimos un momento único en la cultura mexicana, que ha sido el surgimiento de una literatura muy poderosa en la que se cuentan escritoras como Vivian Mansour, Mónica Brozon, María Baranda, Francisco Hinojosa, el propio Rafael Barajas “El Fisgón”, los hermanos Malpica, en fin, realmente hay una pléyade de autores de primer nivel, acompañados de fantásticos dibujantes y e ilustradores. A esto no se le ha dado suficiente importancia porque la literatura para niños se considera una rama menor de la cultura, lo cual me parece que habla muy mal de la percepción que tenemos de la cultura. Porque si no somos capaces de poner atención en los primeros seres cultos que son los niños, pues entonces no estamos atendiendo suficientemente a la cultura.

Ir al inicio

Compartir

Jesús Francisco Conde de Arriaga

(Ciudad de México, 1983)

Estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de Narrativa en las generaciones 2009 - 2010 y 2010 - 2011, y dos veces becario del programa Jóvenes Creadores del Fonca en los periodos 2014 - 2015 y 2017 - 2018, ambos en la especialidad de Cuento. Ha publicado cuento, ensayo, reseña y crítica literaria en Tierra Adentro, Laberinto, Confabulario, Este país, Molino de letras, Siembra y Tinta Seca, entre otros. Aparece en las antologías Cofradía de coyotes (La Coyotera Ediciones, 2007); Fantasiofrenia II. Antología del cuento dañado (Ediciones Libera, 2007); Ardiente coyotera (La Coyotera Ediciones, 2008) y Bragas de la noche (Colectivo Entrópico, 2008). Tiene publicado el libro de cuentos Campanario de luz, (Universidad Autónoma Metropolitana, 2013), y La espantosa y maravillosa vida de Roberto el Diablo (uam, 2018). Es traductor de las novelas Panna María, de Jerome Charyn, así como de la trilogía Los cañones de los Médici, La esmeralda de los Médici y El halcón de los Médici, de Martin Woodhouse y Robert Ross, publicadas por el Fondo de Cultura Económica. Actualmente es editor de la revista Casa del Tiempo de la uam.