Un mundo más hermoso y armonioso. Estrella roja, de Alexandr Bogdánov

Gerardo de la Cruz
Mayo-junio de 2021

 

 

La seducción marciana

La imagen más reciente de Marte fue publicada en abril de 2021, se trata del “mar de dunas”, una extensión de tierra que a simple vista parece la piel de un camaleón. Apenas dos meses antes, en la nasa celebraban el exitoso aterrizaje del Perseverance, el más avanzado vehículo de exploración que ha llegado al cuarto planeta del Sistema Solar. Las imágenes que conocemos desde finales del siglo XX son tan bellas como desoladoras: extensas llanuras rojizas, secas y agrietadas, más áridas que cualquiera de nuestros desiertos. Producen tal melancolía y arrobamiento que sólo podríamos pensar en ese crepúsculo que imaginó Ray Bradbury en sus Crónicas marcianas, cuando la misma especie humana arrasó con el planeta que había colonizado para salvarse de la catástrofe.

Es irónico que ese planeta, donde la vida ha sido descartada, donde nada puede florecer, sea uno de los escenarios predilectos para fabular en torno a sociedades superiores. Una avanzada civilización marciana, pero monstruosa y beligerante, le sirvió a Herbert George Wells en 1898 para imaginar una hecatombe: la humanidad amenazada por una alegoría de su lado más cruel y violento; los horrorosos invasores de la Tierra de La guerra de los mundos son la proyección de una civilización abyecta y ambiciosa —la nuestra—; una extraordinaria novela con la cual lanza una de las más severas críticas al expansionismo.

En contraste, Marte le servirá a Alexandr A. Bogdánov para desarrollar una civilización más que superior, sublime, armónica y trabajadora (por completo opuesta a la imaginada por Wells), tocada por la gracia del comunismo al que aspiran los terrícolas idealistas y cuyos efectos benéficos son notorios no sólo en la organización social del planeta rojo, sino en la anatomía de los marcianos: sus habitantes han alcanzado tal grado de igualdad, que incluso los rasgos físicos que distinguen a hombres de mujeres, a un marciano de otro, se han atenuado. Las diferencias son sutiles, radican casi exclusivamente en la sensibilidad y el comportamiento, pero existen y Bogdánov las reproduce con bastante oficio. El título no alude, pues, únicamente a los colores de Marte, y desde luego no hay confusión en cuanto a la naturaleza de los cuerpos celestes. La “estrella roja” que da título al libro se refiere al emblema comunista.

 

La utopía marciana

El argumento, aunque sencillo, no está exento de complicaciones en la trama. Leonid (Lenni), un científico de convicciones revolucionarias, cuyo trabajo es apreciado por los marcianos, es elegido para visitar Marte, aparentemente, en calidad de observador. El jefe de la expedición alienígena, Menni, quien se ha hecho pasar por un camarada, atrae a Lenni con engaños, invitándolo a formar parte de una sociedad científica secreta que se ha anticipado a toda clase de descubrimientos —incluidos los de los Curie—. Enseguida, estando al borde del viaje, se revela la verdadera misión: Menni confiesa pertenecer a “otra clase de humanidad” que habita en Marte, donde hace largo tiempo los preceptos socialistas han triunfado; ahora, los marcianos desean establecer un enlace entre su civilización y la Tierra. Lenni, narrador de esta aventura, acepta todo sin chistar: el cuento de la sociedad científica, las pruebas antimateria que le presentan, la naturaleza alienígena de sus seudosecuestradores y, desde luego, la invitación para viajar a Marte. Bogdánov, científico y filósofo antes que literato, no pierde el tiempo para establecer ese pacto con el lector que le permite construir el fantástico edificio que sustenta su utopía.

Con una clara estructura dramática, Bogdánov organiza su historia en cuatro partes. La primera la constituye el trayecto a Marte, las condiciones de la travesía espacial en una nave llamada eteronef (por su condición etérea) y presenta a los serenos y cordiales Menni y Netti, sus guías y custodios durante esta jornada. La segunda parte se inicia con el arribo de Lenni al planeta rojo y la paulatina descripción de su tecnología —sobre la cual basta decir que, como buen autor de ciencia ficción, Bogdánov tiene sorprendentes vislumbres—, sus formas de organización social superiores y las visitas a los principales centros de desarrollo civilizatorios: una fábrica, la escuela, un centro de salud y un museo. Como podrá imaginarse, en esta segunda parte descansa el cuerpo principal de la visión utópica que desarrolla Bogdánov. La tercera parte, donde cobra fuerza la figura decidida del profesor Sterni, transita de la observación a la acción, Lenni se incorpora a la sociedad marciana mediante el trabajo y estrecha lazos con los humanoides, al tiempo que asiste a la revelación del verdadero móvil de su estancia en Marte, lo cual terminará confrontándolo. La cuarta parte es el triste retorno a la realidad terrícola, el fracaso de la condición humana, cuya naturaleza parece estar condenada a la fábula del escorpión y el sapo… y una vuelta de tuerca.

Tensando las cuerdas que dan vida a este drama, bajo el oropel de los avances tecnológicos y las prístinas relaciones marcianas, se halla el amor, ese ingrediente tan humano y primitivo que todo lo enturbia y lo trastoca para bien y para mal, al cual ni el más templado alienígena puede resistirse: “En esto reside, para mí”, hago mías las palabras de Lenni, “la garantía del real acercamiento de dos mundos, de su fusión futura en uno solo más hermoso y armonioso”.

 

El idealista Bogdánov

Bogdánov es, como en el caso de Lenin, el nombre de batalla que finalmente elige Alexandr Alexandróvich Malevski. Nacido en Grodno, Bielorrusia, en 1873, es un personaje singular que merece un capítulo aparte. Médico y psiquiatra de profesión, cursando aún los estudios universitarios en Moscú, se unió a la organización radical Naródnaya Volia (Voluntad del pueblo), que había intentado asesinar al zar Alejandro II en 1881. Al ser descubierta su filiación, terminó muy joven sus estudios en el exilio. Es un marxista convencido, pero es ante todo un filósofo de ánimo científico e idealista. Una combinación rara en un militante bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, al que también pertenecía Lenin. Su postura moderada, que pugnaba por una revolución de la conciencia de los trabajadores, al final chocó con la de Lenin, para quien la revolución debía ser —como lo fue— una acción concreta, material, no psíquica, y fue expulsado del partido en 1909.

Bogdánov escribió tratados de economía marxista, que aún en la década de 1980 eran revisados como textos de referencia; pero también, entre 1904 y 1906, desarrolló una corriente filosófica que denominó “empiriomonismo”, basada en el empiriocriticismo de Ernest Mach, la cual sustituye la conciencia individual por la conciencia colectiva, afirmando que el mundo físico es la “experiencia socialmente organizada” de la “humanidad colectiva”. Para Lenin, el machismo (que antepone las sensaciones a la materia) y los idealismos subjetivos comenzaban a atentar contra el marxismo, y al tiempo que Bogdánov se aprestaba a darle salida a su visión de la revolución triunfante en Estrella roja, Lenin responde de manera implacable a sus extravíos idealistas con Materialismo y empiriocriticismo, obra que, tras la fallida Revolución rusa de 1905, reorienta los objetivos marxistas y sintetiza la experiencia revolucionaria de las últimas décadas. Sendas publicaciones dejan claras las posturas de Lenin y Bogdánov frente a la crisis social y política de Rusia. Ya se sabe cuál triunfó.

Derrotado políticamente, Bogdánov, exiliado en Europa hasta 1911, se aboca a su actividad científica, cultural y filosófica. A su regreso a Rusia, a principios de los 1920, propuso un sistema organizador único de todas las ciencias, la tectología, que hoy en día es reconocida como antecedente de la teoría general de sistemas, nociones que, a juicio de Jorge Bustamante García, traductor de esta primera versión latinoamericana de Estrella roja, pueden verse desarrolladas en la novela y no dejan de evocar la teoría del todo que plantean Leonard Mlodinow y Stephen Hawking en El gran diseño. Por otra parte, Bogdánov se planteó el problema de la vida eterna y la fuente de la eterna juventud; creía, como acto de fe que intentó probar científicamente, que mediante transfusiones sanguíneas podrían tener progresivamente un efecto rejuvenecedor, detener el envejecimiento y prolongar la corta expectativa de vida de entonces, y se prestó como conejillo de indias para probar su teoría. Con la aprobación de Stalin, en 1926 fundó el Instituto para Hematología y Transfusiones Sanguíneas y puso en práctica sus teorías. Tras una transfusión de sangre contaminada, que algunos sospechan deliberada, murió el 7 de abril de 1928.

 

Ficción, no manifiesto

Alexandr Bogdánov no es realmente un poeta o un literato a la altura de sus coetáneos de la llamada Edad de Plata de la literatura rusa, y es posible que no le interesara serlo. Fue un pensador que se sirvió, como lo hicieran Voltaire o Jonathan Swift, de las letras para vulgarizar algunas ideas. Lo hizo en Estrella roja y su precuela, El ingeniero Menni, de 1912, que narra la revolución marciana encabezada por un ancestro del Menni que secuestra a Leonid, y en el relato “La fiesta de la inmortalidad” de 1914, recuperado por Alberto Pérez Vivas en el segundo tomo de Pioneros de la ciencia ficción rusa, y el cual arranca con estas líneas: “Habían transcurrido ya mil años desde que el genial físico Fride descubriera la inmunidad fisiológica, cuya activación permitía renovar los tejidos del organismo y mantener a la gente en un estado de eterna juventud”.

En la novela breve Taratuta, naturaleza muerta con cachimba (1990), José Donoso le dedica unas líneas a Estrella roja. Se refiere a ésta como un “curioso antecedente, si se le mira desde la óptica de hoy, de la ciencia ficción política”, pero le objeta “su tono panfletario” y su risible ingenuidad. Contra la opinión del chileno, esta ingenuidad sólo es justificable si se piensa la novela como un manifiesto, lo cual no es ni pretende ser. Es una ficción utópica, y ninguna utopía es ingenua, simplemente son… imposibles porque son irrealizables.

Tal vez para un lector contemporáneo, más alejado de la Unión Soviética y la Guerra Fría, el tono de Estrella roja haya perdido el tono panfletario que advirtió Donoso. Y viéndola sin prejuicios, será factible reconocer en ésta una extraordinaria ejecución narrativa desde la cual se puede desgranar casi todo el pensamiento progresista de Bogdánov.

Estrella Roja

Alexandr Bogdánov

Traducción directa del ruso de Jorge Bustamante García; prólogo de Leonardo Iván Martínez

Monterrey, UANL/UACM, 2021, 218 pp.

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Gerardo de la Cruz

(Ciudad de México, 1974)

Narrador. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la unam y el Diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores de la Sogem. Ha colaborado en las revistas Tierra adentroEl cuentoPluma y compásCasa del tiempoOriginaCódigo y Correo del maestro, entre otras. Becario del cme y del Programa Jóvenes Creadores del Fonca, en Novela.