“Fantasmas”, de Haydeé Salmones:
nueva bienvenida al desierto de lo real

Luis Rodríguez Navarro
Marzo-abril de 2021

 

 

Encuentro dos virtudes a propósito del texto “La nueva hora del Coco”, de Haydee Salmones, quien recuerda que la mítica figura sin rostro, sin características, continúa en la memoria colectiva como símbolo y recordatorio del peligro, su acecho y anonimato: nadie puede decir cómo es el coco, cómo evitarlo, dónde está.

Primera virtud: su género. Precisiones más, precisiones menos, todo aquello que causa miedo entra en la categoría de terror. No me interesa tanto recapitular los distintos modos (o subgéneros, si se quiere) como el hecho mismo de divagar sobre el placer del espanto. Creo que el éxito en el efecto de estas ficciones es justamente su carácter de finitud: cuanta más verosimilitud, más capacidad de provocar sensaciones en el lector; pero al despegar la mirada del papel, viene la calma de recordar que nada es real, y que si bien las interpretaciones pueden ser emplazadas hacia “la realidad”, el texto sólo es representación.

En más de una ocasión, César Núñez me ha recordado el problema subyacente a este concepto, puesto que nunca se trata de “volver a hacer presente” algo, a alguien, sino que muy por el contrario, representar implica siempre recordar la ausencia de ese algo/alguien. Así, una fotografía por ejemplo, no representa a una persona, sino que indica justamente que lo fotografiado no está presente.

La narración de terror, entonces, nos recuerda que eso que leemos no está en realidad, no existe; nos dice que hay situaciones similares a lo real (verosímiles), pero que son falsas. Ahí está precisamente el goce: un miedo controlable, al que se accede y del que se puede escapar a voluntad.

Salmones, en “La nueva hora del Coco”, retoma los (arque)típicos miedos infantiles, los retrotrae al presente. Pero esta representación, como ha dicho César, “recuerda la ausencia”. Cada uno de sus “lapsos” (los llamo así en consonancia con el título) son, acaso, episodios biográficos de la autora, acaso no. En realidad no hay por qué cuestionar su autenticidad o su grado de ficción, pues el recordatorio está: la hora y el miedo transcurren.

Figuras icónicas de terror forman parte de cada uno de los lapsos que componen el texto: los payasos, la vecina bruja, el ropavejero, los fantasmas y —acaso no tan prototípico, pero sí un miedo personal de la autora— los santos. De ellos, me interesa reseñar aquí el dedicado a los fantasmas, por ejemplificar a la perfección lo que implica representar.

Este lapso comienza con una declaración de hechos: “En julio de… (2015), se activó la alerta de género en once de los 125 municipios del Estado de México. Ecatepec es la nueva Ciudad Juárez: esta tierra está llena de cruces y de fantasmas”. Lo que había empezado como crónica, o como cuento, o como ensayo, llega a los límites del reportaje, y de nota roja. No se culpe a la autora, sino al Estado, a usted o a mí, a los ropavejeros, a las brujas del vecindario.

Un solo párrafo continúa con la representación. Una serie de voces anónimas, o si se prefiere, un cadáver exquisito compuesto de los ecos de otros cadáveres. Se trata del recordatorio de los cuerpos que muchas veces no son encontrados (eufemismo de nunca). Pero tal recordatorio es, en el mejor de los casos, una memoria que se espera perpetua: al publicarse de manera digital, su composición permite un hipervínculo a las notas que conforman el cadáver exquisito.

Viene el miedo, puede leerse y sentirse: “asesinan a golpes a una +mujer en tecámac dejan cuerpo en lote baldío asesinan a una +mujer en un hotel en chalco sigue la racha de +feminicidios”… El largo etcétera es insuficiente, diría innumerable. Las negritas, a diferencia de los textos legales o periodísticos, en los que las redundancias no son sólo textuales sino también tipográficas, en este lapso no redundan: gritan; se trata de los lamentos de esas fantasmas evocadas. Son voces, gritos para recordarnos que sus almas siguen penando.

Sin embargo, muchos de los enlaces ya no muestran la nota cuyo encabezado figura en ese tétrico cadáver exquisito. Una representación perfecta: recuerda no sólo a las ausentes, sino también la ausencia de sus ausencias. El fantasma no podría ser más aterrador. Las voces desaparecen apenas se las busca. El espectro aparece sólo para recordar su propia ausencia no sólo en la ficción, también en el salto a “lo real”.

He dicho que no tiene importancia cuestionar el carácter biográfico, la experiencia o nivel de ficción de estos textos: puede que en la concepción original el planteo fuese el de recordar esas voces, colocar a los fantasmas de las desaparecidas en la memoria perpetua del espacio virtual; pero la virtud de este lapso es justamente la opuesta. A pesar de que la red sea capaz de albergar tanta información cuanta produce el mundo a diario, es el contexto el que habla por sí mismo. Esas voces no son más que la representación de un olvido colectivo, un pasar a otra cosa luego de tenerla.

Pero hay una virtud adicional a la fortuita, que se encuentra en los enlaces que aún conservan el acontecimiento real: el recordatorio perpetuo del terror. “La nueva hora del Coco” no permite escapar del efecto de miedo. Apartar los ojos del cadáver exquisito sólo implica la negación de la realidad; introduce así al lector a mirar en sí mismo: mirar hacia otro lado (en donde también encontrará esta realidad), o bien seguir el rastro de esas voces, sumergirse en el abismo del miedo; encontrar que, de cualquier modo, no hay escapatoria.

Los niveles del miedo, sin embargo, no están sólo en las voces de ese collage de muerte, pues como he dicho, es el contexto el que habla. Cada una de las frases que componen el lapso “Fantasmas” son encabezados de notas reales: la realidad inmersa en la ficción, en el ejercicio poético de Salmones, es aún más terrible cuando pone de relieve la pregunta: ¿cuántas más pudieran caber? De 2015 a la fecha, ¿cuántas de esas voces se han perdido para siempre?, ¿a cuántas se recuerda?, ¿cuántas de ellas son ya archivo muerto en las oficinas del ministerio público?

Segunda virtud: su medio de publicación. La exploración creativa de Salmones ha ido más allá de la simple publicación en medios alternativos. Los medios digitales han permitido la aparición de voces nuevas en la literatura, pero no de formas nuevas: los discursos son iguales, así como las motivaciones. Pero con “La nueva hora del Coco”, no sólo el terror se ha renovado al no permitirle al lector escapar de su efecto, sino también reveló las posibilidades del medio digital como artefacto literario.

“Fantasmas” desafió el lugar común según el cual la edición en papel no puede ser superada por la digital, pues ningún otro medio permitiría la magnitud textual que ha puesto en juego al trascender su propio discurso. Si como reza ese viejo y absurdo lugar común, “la realidad supera la ficción”, esta “nueva hora del coco” mostró cuán por encima la realidad puede estar sobre la ficción, pues las voces de lo real son las que dan forma a la representación en el sentido ya mencionado.

Lo real remarca su propia ausencia, su propia fragilidad y el peligro de la hiperinformación. El texto sitúa al lector en un doble escenario desierto: ese en el que la realidad inmediata silencia las voces bajo la exigencia del respeto a las instituciones, y aquel otro, borgeano, en el que la inmensidad deviene laberinto, donde las voces se pierden y sus ecos resuenan en la nada informática.

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Luis Rodríguez Navarro

Maestro en Humanidades por la Unidad Iztapalapa de la uam. Como ensayista ha publicado en la revista cartonera Puf! y en Pliego 16; como narrador, en la antología Bibliópolas (bajo seudónimo). Sus trabajos abordan principalmente la literatura que rodea la ciencia de las excepciones (o la excepción misma), la crítica científica y los puentes entre ciencia y arte.


Fotografía: Pixabay

 

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