He visto las esperanzas de mis amigos perecer ante la beca que no sale, el premio que no llega, acceder a un trabajo que promete un brillante futuro pero no un presente sustentable, sucumbir ante enfermedades reales y ficticias, caer y levantarse ante un cansancio siempre presente marcado por la agitación de una fecha límite de entrega, ensayo o proyecto que se engancha con el siguiente en una cadena infinita. Más que ingresar al paraíso por dedicarte a lo que quieres, como algunos sospechan, perseguir una vocación artística implica una batalla que inevitablemente lo coloca a uno en una posición falaz en el mundo, pues más allá de la imagen novelesca de aquel que se muere de hambre o se corta una oreja, el arte tiene un lugar bien ubicado en la academia como una de las profesiones a las que una persona puede dedicarse, pero no un objetivo laboral claro y suficientemente amplio para albergar a todos sus egresados.
El que sueña no puede trabajar o como trabaja en lo que le gusta se cree que no trabaja, pero en realidad trabaja para tener tiempo de hacer lo que supuestamente le gusta, un contrasentido persistente que no causa más que deterioro. Aquel supuestamente llamado por la musa se pregunta: ¿Qué tanto se puede seguir en esta absurda ficción? Y quizás motivado por sus propios recursos ilusorios, llega a creer que después de toda la lucha habrá un final feliz, pero la verdad es que es uno más de los engaños que se utilizan como estrategia para sobrevivir.
Esta es una afrenta que se vive en soledad, raramente expuesta por estudios o instancias que únicamente hacen parcialmente visible la carencia u ofrecen una nueva oportunidad de ser engullidos por la vorágine. Es común sentirse perdido, pero es en los libros, esos lugares en donde uno busca respuestas que aparecen fugazmente después de haber recorrido muchas páginas, donde aparece prodigiosamente una voz que claramente ubica todos estos retos y preocupaciones, enunciándolos de un modo que sacude y en el que se encuentra, además, una compañera gentil con quien dialogar esos intensos e incesantes ritos de paso a los que se enfrenta todo aquel que aspire a vivir fuera de un trabajo rutinario y burocrático.
Esa voz pertenece a Remedios Zafra (Zuheros, España, 1973), una mujer auténtica del siglo xxi por la que corren múltiples conexiones académicas y sensibles que atraviesan justamente la temática de la precariedad de los cuerpos que se dedican a la creación (así como a la investigación académica), en una época en la que las competencias se han agudizado gracias a la democratización de la educación que cada vez produce más profesionales y a la aparición de Internet y los medios virtuales que facilitan tanto como pervierten los modos de acceder a la sustentabilidad económica.
Remedios Zafra, académica de profesión y docente de la Universidad de Sevilla, posee una obra reconocida en el género ensayístico centrada en una temática que atraviesa una revaloración de elementos como el tiempo propio, el marco de acción y las posibilidades que ofrece el mundo virtual, los cuerpos creativos y la precariedad económica desde una perspectiva feminista y sui generis que mezcla un serio trabajo de análisis critico y filosófico con una perspectiva literaria. Ese enfoque le permite proveer una mirada íntima que pone a los cuerpos como protagonistas, aludiendo a una clara posición política que busca reivindicar las fuerzas de los individuos creativos, pese a la densa oscuridad del panorama.
Su trabajo más conocido mundialmente El entusiasmo: precariedad y trabajo creativo en la era digital (ganador del premio Anagrama de Ensayo en 2017) es una incesante enunciación de cuerpos deseantes, cuerpos con aspiraciones de vida y profesionales, cuerpos de una “generación de quienes nacieron al final del siglo xx y crecieron sin épica, pero con expectativas”, cuerpos desencantados que encuentran en las páginas de Zafra más que un diagnóstico, la crónica insospechada de sus propias vidas en donde aquel “rapto divino” que les llevó a perseguir una vocación se ha convertido en la moneda de cambio para un sistema que carece de una economía sustentable y sólo ofrece visibilidad o experiencia como pago. Zafra retrata escenarios conocidos de cuerpos agotados que se reconocen en la autoexplotación de trabajos temporales, mal llamados freelance, en los que se vive enganchado cual hámster en su rueda, ya sea por necesidad o miedo de no ser llamado la próxima vez, dejando atrás aquello que supuestamente había impulsado las motivaciones en un inicio. También aborda el tema de la brutal competencia con el otro ante una limitada oferta laboral y de desarrollo creativo, el desprecio por los cuerpos que se encuentran siempre en la línea del desempleo y la crisis económica, así como la imposibilidad de conjugar un tiempo futuro. El tono agridulce, casi amargo de Zafra se hace presente como una señal inequívoca de nuestro tiempo, el embate con el que nos tocó lidiar a una generación que nació con la palabra crisis como uno de sus primeros vocablos y la primera en vivir el cambio de una existencia siempre conectada a una pantalla, un factor decisivo de esta época que ha facilitado tanto como desestimado actividades por la extrema posibilidad y acceso que provee sin discriminación, devolviendo a ciertos oficios y profesiones relacionadas a lo creativo a su condición de aficiones o exponiéndolos a la afrenta del amateur con capacidad de sobreexposición.
Ante semejante panorama, el lector no sucumbe ante el desencanto (o el intento de suicidio) porque Remedios Zafra resulta ser una interlocutora más que una académica vetusta o impenetrable, cuyo nivel de pensamiento recuerda aquellas profecías de Italo Calvino para este ya no nuevo milenio. Su análisis, que prefiere la intimidad a la estadística, se basa en casos conocidos más que en números sin rostro y desde luego cimbra una auténtica crisis que provoca una toma de conciencia o, mejor dicho, una auténtica anagnórisis que si bien es dolorosa, apunta no a una solución inmediata o al vaticinio rancio de un final feliz, sino a la conjunción de fuerzas creativas “para no repetir el mundo” y posicionar a los sujetos en su potencia como unidad creativa y fuerza capaz de urdir, desde la resistencia, la posibilidad de un cambio de paradigma: “Porque la conciencia sobre uno mismo aumenta la exigencia sobre el mundo que nos forma y nos transforma”. La valía de Zafra en esta obra persiste en su potencia de señalamiento, en hacer evidente la trampa en la que algunos nos ensartamos diaria y conscientemente para distinguir “…entre fuerzas creativas y fuerzas de domesticación”, como marca la autora citando a Gilles Deleuze y en una revaloración de la creatividad como una verdadera zona de libertad, una sentencia que realmente logra recuperar “el entusiasmo”, aunque sea en el plano creativo como el mismo remate del libro lo hace.
Pero la obra de Zafra no queda aquí, se expande y viaja apresuradamente, desiste de los caminos pautados y reformula sus tesis desde otros parapetos que se conservan interconectados por las pasiones y objetos de estudio que punzan a la reconocida académica y autora, como un auténtico hipertexto por el que cruzan espacios reales y virtuales, tiempos propios, deseos, ímpetus, la red como un espejo mágico de reinvenciones, pero también diabólica en su cualidad ultrapresente en nuestras vidas y particularmente la visibilidad como una condición contemporánea de la experiencia humana, centrada en su facultad como capital laboral, pero también como ejercicio de la representación en el ecosistema virtual como una exploración por la identidad y un modo de ser de nuestra época. En toda la propuesta creativa y teórica de Zafra yace también una fuerte pulsión feminista, no únicamente por ser un cuerpo femenino quien escribe, reivindicar el papel de las mujeres en el curso de los acontecimientos o denunciar la desigualdad, sino por ser una forma que apela al cambio del curso de una forma de proceder agotada, una narrativa de causas y efectos, de lecturas lineales. Su obra pone los cuerpos al centro de todo. Materia real y tangible. Nunca ceros y unos. Nunca solxs.
Ilustración: Verónica Bujeiro
(Ciudad de México, 1976). Egresada de la licenciatura en Lingüística de la enah, guionista y dramaturga. Es autora de los libros La inocencia de las bestias y Nada es para siempre. Ha sido becaria del imcine, del Fonca y de la Fundación para las Letras Mexicanas.