[Sobre]nombrar el horror: breve análisis de una necronarrativa mediática

Jesús Guerra Medina
dossier
octubre-noviembre de 2025

 

 

Las mujeres, Valeria Arendar y Eleana Konstantellos, de la serie Los dados estaban cargados. Impresión giclée sobre papel Hahnemühle Photo Rag, 2024.

 

“Hora del diablo: escuchan vecinos tiros a las 3:30 am y hallan cadáver, en Naucalpan”.

Durante la madrugada de este martes, las detonaciones despertaron a varios vecinos de la Colonia México 86.

“Todavía estábamos dormidos porque fue como a eso de las 3:30 (horas), pero sí escuchamos clarito los balazos. Fueron tres”, comentó un hombre mayor vecino del lugar.

[…]

Era un hombre, de 40 años aproximadamente, y estaba tendido sobre la escalinata del Andador Río Bravo. […] Acorde con el diagnóstico, estaba amordazado, tenía cuatro heridas de bala en el pecho y le ataron las manos con cinchos de plástico.

Las primeras hipótesis señalan que lo trasladaron en un vehículo hasta ese lugar, donde lo ejecutaron.

[…] Nadie acudió para identificarlo.

Nota periodística publicada en el periódico Metro en su edición del 26 de febrero de 2025.


1.


Pienso en la hora del diablo o la evocación sacralizada que el titular de la nota sugiere. El tiempo endemoniado como pliegue en el que lo urbano deviene mito. Un tiempo liminal donde lo cotidiano se ve alterado por lo sobrenatural. Una dimensión que ancla el espanto,[1] la corrupción,[2] el horror[3] y lo abyecto[4] con la figura del diablo, culturalmente definido como el adversario, el instigador.[5]

Pienso en la cristalización de sentido que se consolida en la escritura de la nota y que se abre a la experiencia como construcción del acontecimiento, que derrama lo propiamente noticioso. Lo que aquí se conceptualiza como necronarrativa mediática o narrativa mediática sobre la muerte horrífica, es decir, la elaboración de un más allá de lo meramente informativo, lo atmosférico, lo literario que estratifica una historia, construye un aura, una constelación de sentido que instituye tiempos, maneras de percibir y leer la realidad.

En que esta codificación no es casual. Se encuentra mediada por una multiplicación de significados. Entre ellos, el marcaje de territorio que la preposición “del” sugiere sobre el tiempo y el espacio. Por extensión, con la vida y la muerte. La hora del. Posesión total como signo de dominio; una muestra del poder soberano, tantas veces relacionado con grupos criminales.

Pienso que la posesión se abre, además, a la dimensión espacio-temporal. Las 3:30 a.m. Desde la perspectiva cristiana, relacionada con la inversión de la hora santa, el momento de la crucifixión de Jesucristo, a las 3:00 p.m. Este desplazamiento sugiere un desbarajuste donde lo maligno rompe la lógica diurna. Hay una significación que persiste incluso cuando la nota está insertada en un contexto secularizado. El titular implanta una narrativa de lo ominoso, hace una invocación que, en su economía del horror, convoca presencias que se insertan en una red de significados que opera desde el imaginario social.

Pienso que, en otra dimensión, se apela a los sentidos. Los balazos remiten a la escucha, pero no individual. Los sujetos son vecinos de una comunidad. Implica familiaridad y la posibilidad de que ese que hallan pueda ser cualquiera. Lo azaroso y lo anónimo de pronto se contornean como conocido. La escucha, además, como sentido trastocado. Dice Quignard:[6] cada sonido “es un minúsculo terror”, trasciende la piel, no conoce límites, es inasible. A diferencia de la vista que puede ser diluida en el parpadeo, este ataca. El oído, escribe Nietzsche,[7] es el órgano del miedo y no tiene párpados que lo protejan. Todavía estábamos dormidos, reza un testimonio, pero sí [los] escuchamos claritos. La vulnerabilidad opera como condición ontológica. 

Pienso que si hay escucha hay un sonido. Los balazos que se oyen antes de verse, se reaccionan antes de pensarse. Fueron tres. Un arma de fuego: la posibilidad de un asalto, un encuentro entre bandas… una ejecución. Y, por consecuencia: la muerte de alguien que no se nombra. Era un hombre de 40 años aproximadamente. Nadie acudió para identificarlo.

Pienso que aquí opera la institución de una relación aparentemente causal. Como si escuchar detonaciones y encontrar un muerto se correspondieran. Entonces, la enseñanza. Ahí donde hay tiros, la muerte asoma el esqueleto; ahí donde está la noche, existe posesión. Habita el diablo y su poder hereje que deforma al sujeto. El cadáver es hallado como si siempre hubiera estado ahí y solo de pronto se volviera visible. En la hora del diablo

Pienso también que en la nota se implanta un ocultamiento de los agresores. No importa señalar culpables, sino la espectacularidad del acto en sí. Tampoco se nombra a la víctima, se presenta como signo, se inscribe sin más biografía que la edad; se convierte en pura función significante. Sin embargo, se planta una huella que de nuevo remite a la indefensión: estaba tendido, tenía signos de violencia, estaba descalzo, amordazado, tenía cuatro heridas de bala en el pecho, le ataron las manos con cinchos de plástico

  La necropedagogía deviene de ese resto que es el sujeto anónimo, los signos de tortura, lo sonoro de la muerte, del cuerpo como objeto de violencia que, en este contexto, es resultado de una situación extraordinaria, sin embargo, perpetuada en su repetición. Un aprendizaje que dice cómo reaccionar ante la muerte violenta. Un conocimiento que se encarna y se percibe antes de pensarse. El escalofrío, la náusea, el desvelo…

Pienso que la geografía es otro código leíble. El espacio es situado: Naucalpan, colonia México 86, Andador del Río Bravo. Este lugar constituye un campo de acción que se materializa en el Estado de México.  El peligro se descentraliza y se dispersa. Hay una gestión del miedo por territorios. Se traza un mapa simbólico de la inseguridad, distribuye el miedo según coordenadas fantasma.

He aquí la constelación significante que se puede extraer de esta nota, el conocimiento que dibuja un horizonte de posibilidad: balazos, sonido, escucha, desvelo, asesinato, tortura, diablo, hora de dominio, anonimato, territorio.


2.


Pienso ahora en lo que significa operar con el horror como dispositivo de aprendizaje.  En cómo los medios de comunicación en general, los medios periodísticos en particular, construyen la muerte horrífica como atmósferas antes que como hechos objetivos. Como historias, antes que como información.

Pienso en las necronarrativas mediáticas como crisoles de sentido que instituyen una experiencia emocional y sensorial que moldea la percepción de la violencia. En cómo se edifican como máquinas que no solo organizan la manera en que los hechos deben ser vistos, sino también lo que se oculta —como las biografías de las víctimas o la identidad de los asesinos—. En cómo apelan a los sentidos para interiorizar significados asociados a la muerte, articulándose desde lo simbólico, lo sensorial y lo institucional, para tejer un entramado que atrapa la subjetividad.

Pienso, precisamente, en los medios como aparatos de captura, que aprehenden, codifican e integran flujos que por naturaleza son libres —como la violencia difusa o los flujos del miedo—, y los convierten en elementos utilizables, administrables y gobernables. En cómo establecen un régimen sensorial[8] que no es neutro; se inscribe en relaciones de poder, exclusión y normalización que delimitan lo visible, lo decible y lo sensible en torno a la violencia extrema.

Pienso también en cómo lo horrífico permite nombrar no solo al efecto emocional en los sujetos, sino que configura una estética como forma de construcción de significado. En cómo la muerte pasa de ser lo que irrumpe, como acontecimiento pleno, para convertirse en lo que representa: un relato, una escenificación, una sintaxis, una lectura, un afecto dirigido.

Pienso en cómo la espectacularización de la muerte horrífica responde a una lógica que no es únicamente informativa ni tampoco comunicativa, sino que enraíza en lo político. Tal como propone Mbembe:[9] ciertos cuerpos se vuelven matables, y ciertas muertes, narrables. Algunas son elegidas para ser vistas, mientras que otras son silenciadas, olvidadas, reducidas a estadística o a un tipo particular de consumo.


3.


Pienso en cómo podemos tensionar los marcos que el horror impone. Pienso que la noción de necronarrativa no es nueva, ha sido utilizada antes.[10] En que si aquí es necronarrativa mediática y supone una exacerbación del horror, una fetichización del cuerpo roto sin una ética como mediación, también existe la necronarrativa literaria que, contrario al diagnóstico expuesto aquí, opera como restitución del dolor. Como ejercicio testimonial de la memoria. 

Pienso que, en la actualidad, nombrar el horror no es inocuo: es reescribir el mapa del miedo. Y supone ensayar gestos concretos, en el mismo tenor que las necronarrativas literarias ofrecen: microarchivos comunitarios que devuelvan biografías —Proyecto 72 Migrantes,[11] Blog Menos días aquí[12]—, piezas que privilegien la voz de los vivos sobre el espectáculo —Recetario para la memoria[13]—; intervenciones artísticas que desactiven el cinismo de lo horrífico —Antígona González[14]—. En ese intersticio, quizás, podamos reaprender a mirar y escuchar la muerte sin que el diablo —mediático o metafórico— dicte la hora ni susurre a nuestra conciencia.

Pienso que no hay que olvidar que todo abordaje que se realice sobre el horror supone (re)producir el horror que se pretende conjurar, incluso si las formas de hacerlo aspiran a ser distintas. Este mismo texto enfrenta el riesgo de convertir en estilo lo que denuncia. Una pregunta, una presencia, acecha el cierre de este ensayo, una que nunca se debe dejar de tensionar. ¿Cómo escribir la muerte violenta sin reducirla, estetizarla o normalizarla? ¿Podremos conjurarla si la [sobre]nombramos?

 


[1] Pascal Quignard, El sexo y el espanto, Ediciones literales, 2000.

[2] Eugenio Raúl Zaffaroni, La cuestión criminal, Planeta, 2012.

[3] Adriana Cavarero, Horrorismo. Nombrando la violencia contemporánea, Anthropos, 2009.

[4] Julia Kristeva, Poderes de la perversión, Siglo XXI, 2023.

[5]Jesús Guerra Medina, “Diablo mayor, diablo menor: breve semblanza sobre la evolución de la representación del demonio a través del arte”, en Acápite, (3), pp. 107–127, 2023. Recuperado a partir de  https://acapite.ibero.mx/index.php/acapite/article/view/39/38 

[6] Pascal Quignard, El odio a la música. Diez pequeños tratados, Cuenco de plata, 2020.

[7] Friedrich Nietzsche, Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales, M.E. Editores, 1994.

[8] El régimen sensorial es el conjunto de normas, valores y condiciones histórico-sociales que moldean cómo una sociedad organiza, jerarquiza y experimenta los sentidos entorno a un acontecimiento particular. En este caso, con la muerte horrífica.

[9] Achille Mbembe, Necropolítica & Sobre el gobierno privado indirecto, Melusina, 2011.

[10] Magali Velasco Vargas, Necronarrativas en México. Discursos y poéticas del dolor (2006-2019), El Colegio de San Luis, 2020.

[11] Proyecto que tenía como propósito reconstruir o imaginar la bibliografía de los 72 migrantes asesinados en 2010, en San Fernando.

[12] Blog que recopila notas periodísticas de asesinatos violentos publicadas en medios mexicanos, haciendo un conteo-nombramiento de las víctimas.

[13] El Recetario para la memoria recupera las recetas de familias de diferentes colectivos de los Estados de Sinaloa y Guanajuato. Se trata de un trabajo que posibilita la vinculación con las personas desaparecidas a través de sus familiares y las comidas que les gustaba.

[14] Poema en verso libre, escrito por Sara Uribe que se construye a través de notas periodísticas, citas de libros teóricos y literarios, y otras fuentes para reescribir el sentido de la muerte violenta y desaparición forzada.

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Jesús Guerra Medina

(1994). Psicólogo. Ha publicado en diversas editoriales, antologías y revistas, tanto académicas como literarias. Autor de Salvar la muerte (2022). Ganador del segundo lugar del Premio Nacional al Estudiante Universitario 2022, en la categoría de cuento. Su libro de poemas Tener cuerpo, recibió mención honorífica en el Premio Nacional de Poesía Periódico Poético 2025.