Acción performática Útero Corazón, por Celia Ramos y muchas más, de Collera Red. Registro fotográfico: Rocío Farfán.
Cuando hacemos una investigación de archivo,
hacemos preguntas a huellas del pasado
Empiezo esta práctica de archivo, haciéndome una pregunta: ¿qué es lo que no aparece en el archivo sobre las esterilizaciones forzadas en el Perú (1996-2000)? Lo primero, de las muchas cosas borradas, que viene a mi mente es: la imaginación y el deseo de los familiares y las mujeres que fueron esterilizadas forzosamente por la dictadura de Fujimori (1990-2000).
Cuando el 24 de agosto del 2023 estuve detrás de Marisela Monzón Ramos y los abogados quienes ofrecían una conferencia de prensa anunciando la presentación del caso ante la Corte Interamericana de Derechos de Humanos (IDH) —en las instalaciones de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos en Lima haciendo la performance feminista junto a mis compañeras— sentí cosas que nunca antes había sentido. Antes no había tenido la oportunidad de escucharla, por las prisas de las manifestaciones performáticas en la calle en busca de justicia para Celia Ramos. Para las más de 272,028 mujeres quienes junto a ella fueron esterilizadas. Ahora después de un año, tengo la oportunidad de oír su voz de nuevo entre las huellas del pasado, no solo por el recuerdo de aquel día y las palabras que pronunció, sino porque representa lo innegable. Su presencia es tan viva y fuerte. Ahora, la hija de Celia Ramos es capaz a los veintiún años de sentarse frente a las cámaras y narrar lo que le sucedió a su madre. Sus recuerdos de infancia, los cumpleaños con ella y sin ella, el vestidito blanco o el de la muñeca Rosita Fresita, cuyo olor a frutas nos hacía soñar de niñas en los ochenta con “un mundo mágico donde los valores eran posibles”,[1] donde el color desgastado de la fotografía familiar intenta acercarnos.
Escuchar a Marisela me hace regresar a mi propia infancia en Piura, de donde también era Celia. Me transporta a mis recuerdos con mi madre. La calidad del papel fotográfico que toco cuando muy a veces voy a la casa donde crecí y saco el álbum familiar grueso y desgastado. Contemplar a Marisela me hace pensar que no son solo cifras las mujeres y sus familias, son personas como tú o como yo a quienes el estado les arrebató la posibilidad de llenar su propio álbum de recuerdos familiares con su programa eugenésico. Es por eso que vienen a mí las palabras de Silvia Ribera Cusicanqui desde Bolivia, quien nos dice: “¿acaso no tenemos derecho a imaginar?”[2]
Pero volvamos al inicio: ¿quién fue Celia Ramos? Ella tenía treinta y tres años cuando vivía en La Legua, Piura al norte del Perú, con su esposo y sus hijas. Acudió al centro de salud en el año 1997 por un dolor de muelas. Desde ese día, los médicos y enfermeras empezaron a acosarla para que se hiciera la operación de ligadura de trompas. Lamentablemente, Celia cumplía con el perfil que los médicos buscaban para completar las metas del Programa Nacional De Salud Reproductiva y Planificación Familiar (pnsrpf) ese año.
Acudieron a su casa y bajo el asedio constante Celia aceptó operarse. Después de diecinueve días falleció. Me pregunto: ¿se puede sanar una pérdida como esa? Según Marisela Monzón, fue su papá quien empezó con la denuncia, luego la continuó su tío. Ahora ella y sus hermanas la han retomado. Para ellos no hay posibilidad de sanar ni reparar ni cerrar ciclos sin obtener justicia. Sería imposible hacerlo a la manera como lo anuncian los programas de autoayuda que abundan, absurdamente, en la posmodernidad en la que vivimos. Su familia no acepta simplemente olvidar y dejar pasar a través de un proceso muy cristiano de resignación, sino que tiene la fuerte necesidad de que el estado reconozca los hechos como responsabilidad suya “Sólo así podrán empezar a reparar”:[3]
Me siento contenta, porque después de tantos años pues, por fin internacionalmente se reconoce de alguna manera la responsabilidad que tiene el estado peruano, de reconocer la verdad de los hechos, no solamente con el caso de mi mamá sino con todo lo que sucedió alrededor de ese programa…[4]
Recordemos que entre los años 1996 al 2001, en el Perú, se llevaron a cabo las esterilizaciones forzadas bajo una política eugenésica, como parte del Programa Nacional de Salud Reproductiva y Planificación Familiar, impuesta desde el gobierno del expresidente Alberto Fujimori. Las víctimas, en su mayoría mujeres indígenas y migrantes, suman 272 028 y 22 004 varones (porque si hay algo que revela la matriz colonial es la mediación del estado sobre la decisión del cuerpo feminizado).
Como sabemos, las estrategias que empleó el equipo de médicos y enfermeras para cubrir sus metas de cada año, incluían presiones, amenazas e incentivos. Estos podían ir desde alimentos hasta la misma falta de información sobre métodos anticonceptivos no permanentes. Todo esto con el fin de convencer a las mujeres para aceptar ser esterilizadas, a pesar que muchas de ellas no entendían las razones por las cuales debían dejarse operar. De ahí que María Ysabel Cedano afirme que las víctimas, cuyos casos se han podido registrar para la denuncia suman 2 074, esperan que el caso sea tratado como crimen de lesa humanidad.
Celia Ramos, no fue la única que falleció tras haber sido operada: las cifras estiman cuarenta y cuatro de acuerdo con la Defensoría del Pueblo (Ballón Gutiérrez, 2015). Esto debido a que el programa estatal no contaba con las condiciones de salubridad mínimas, así como tampoco ofrecía monitoreos posteriores.[5]
Los registros estatales de las desapariciones y los hallazgos de restos humanos en fosas comparten prácticas similares: el desdibujamiento de los conceptos y el registro difuso y la falta de certeza en las cifras articulan una finalidad política de control social que pretende deslindar al Estado de responsabilidad.[6]
La idea de la existencia de un archivo que el propio estado peruano construyó antes y durante las esterilizaciones forzadas resulta más que escalofriante. Pero si pensamos que “uno de los componentes clave de la administración de la violencia, como toda política estatal, es su compulsión al registro”[7] entonces si es posible, porque a la cabeza de este plan, estuvo el ex presidente Alberto Fujimori, sus ex ministros de salud Eduardo Yong Motta, Marino Costa Bauer y Alejandro Aguinaga. Fueron ellos quienes se embarcaron en este complejo operativo para supuestamente frenar la pobreza. Se instalan en oficinas, con papeleos, órdenes, sellos, logos y personal administrativo y de salud, contratado a personas en establecimientos públicos y haciendo programas en “diencinueve regiones del país atravesando costa, sierra y selva”.[8]
Realizan procedimientos como ligaduras de trompas y vasectomía, y generan, poco a poco, un archivo de fotos y videos de ellos mismos cumpliendo metas de esterilización anual en todo el Perú. Los archivos se convertirían, más tarde, en pruebas para la prensa y los abogados del caso. Así el archivo que más ha revelado pruebas contundentes fue el dossier de investigación de Carlos Chamorro y Amanda Meza en el Diario16. En él se evidencian imágenes y textos de informes de cuatro de los centros materno infantiles de Piura: Ayabaca, Querecotillo, Las Lomas y Tambo Grande, así como extractos del Plan verde de la Revista Oiga 1993.[9]
Las metas de cumplimiento obligatorio, que según el informe del Colegio Médico, tenían que cumplir de acuerdo a un número asignado de mujeres esterilizadas por una fecha determinada, hacía que estos cuerpos fueran vistos de forma deshumanizada, como ganancias.[10] Entonces, “conocer la tecnología del registro y el rol que juega en la construcción de narrativas nos permite también pensar en formas para contrarrestar sus efectos”.[11] En ese sentido, es necesario generar archivos que hagan un llamado a la memoria y a la no repetición. En el caso de la presente investigación, es importante la idea de generar conciencia y alcanzar justicia para las mujeres que pasaron por esta violencia y para los familiares de la esterilización forzada. Tales han sido los objetivos de las performance feministas en el Perú entre los años 2011 y 2024.
El feminismo, sus diversas prácticas y experiencias, construyen constelaciones: abiertas, flexibles, a veces distantes y en conflicto, pero siempre conectadas[12]
Si reconocemos la necesidad de construir un archivo feminista, cuyo corpus interpretativo nos permita leernos en el tiempo, también sería necesario analizar los cambios que se han producido bajo un sistema poscolonial feminicida. Entonces "elegir, recolectar, nombrar, sistematizar y archivar los actos de memoria”[13] se vuelve una prioridad. Este archivo puede estar cargado de textos de los principales aportes del pensamiento filosófico e histórico del feminismo en Latinoamérica y el Caribe. Por esa y otras razones son necesarios en los programas de estudios en todos los niveles. También podemos recoger material de prensa publicada física o virtualmente de investigaciones y opiniones sobre la violencia hacia las mujeres y disidencias sexuales. Podemos llenarlo de gestos del cuerpo y recuerdos de momentos compartidos entre Celia Ramos y sus hijas a través de fotografías, que resultan significativas y valiosas para su familia pero que, ahora, gracias a que decidieron compartirlas en la web, pasan también a formar parte de nuestro archivo.
Podrían ser muchas las pruebas para fundamentar el caso, pero también las huellas de un tiempo otro que tiene la potencia de abrirnos la mirada, como si abriéramos una ventana al pasado y al mismo tiempo al futuro. Una posibilidad de un encuentro con Celia y sus hijas, que nos ayudan a reconocernos como parte de Piura. Reconocer a una mamá que nos cargaba en nuestros cumpleaños y celebraciones, una televisión en la que nos imaginábamos ser fuertes solucionando problemas. El olor que la muñeca Fresita nos traía también nos regalaría la posibilidad de otro tipo de archivo, uno cargado de cenizas tras las llamas de la vida que Rodrigo Parrini expone a continuación:
Pensar el archivo como ceniza implicaría, en algún sentido, olvidar al objeto (o todo aquello que puede quemarse y consumirse) e imaginarlo como un intervalo entre representación y manifestación, en términos de Botey, o como un malestar en la representación que anunciaría un futuro indescriptible, siguiendo a Didi-Huberman[...] El archivo contendría, de este modo, no sólo el pasado (las cenizas) sino el futuro (las imágenes irrepresentables). Su temporalidad estaría agitada por los sucesos acaecidos y las promesas desplegadas. El fuego consumió un objeto (o un lugar), pero quedaron sus cenizas, imagen indestructible de su destrucción. Nuevamente, las temporalidades se tensan porque las cenizas serían resto y huella, tiempo de la destrucción y anuncio de la indestructibilidad.[14]
Por otro lado, hablar de cuerpo político colectivo al interior del feminismo, resulta importante por varias razones. En primer lugar, por lo que Borzacchiello señala sobre la relación del reconocimiento del cuerpo individual con el colectivo en el movimiento feminista de los años setenta en México, ante el memorial M68: “cuando una mujer es golpeada, todas somos golpeadas, gritan las jóvenes que se manifiestan hoy en todo el país”.[15]
Es valioso cuando salimos a las calles durante las performance en las marchas porque lo hacemos como un solo cuerpo. De ahí el nombre del colectivo Marea Roja[16] en Perú, que se desplaza bajo una uniformidad visual de un grupo de veinte o treinta mujeres con faldas largas rojas, pañuelos y polos blancos, bajo el ritmo sonoro de una o varias trompetas. Primero serenas y acompasadas como en procesión, pero luego festivas, rítmicamente acompañadas de un carnavalito, porque también somos alegría y vida. En el caso del colectivo Somos 2074 nos colocamos por encima de la pollera roja una imagen de útero. Nos pintamos las piernas de rojo para simbolizar la sangre en alusión al acto de la esterilización forzada, las mismas que dejamos ver al levantarnos las faldas en medio de la performance.
Buscamos generar una “manipulación de la imagen [auto]representativa como elemento de potencial crítico abyectado”[17] que atraiga a los medios de comunicación. Con el fin de que el mensaje sea claro y siempre relacionado a visibilizar los casos de violencia feminicida del estado peruano. Pero no es novedad el uso de estos recursos políticos, ya en los años setenta los movimientos feministas los empleaban en sus manifestaciones:
Los gestos del cuerpo expresan los lamentos, pero también la danza, la capacidad de organización y la alegría. El libro Il gesto femminista[18] […] el signo de la vagina, usado en los años setenta durante las manifestaciones feministas. Con un solo gesto, la vagina, de ser un lugar invisible, de vergüenza y pecado, se convierte en una cuestión política, en el símbolo de la capacidad de cambio de toda una generación de mujeres que, desde los setenta, lucharon por la autodeterminación sobre sus elecciones; por ser libres en su sexualidad, su trabajo y su vida. Hoy en día, ¿qué otros gestos podemos rescatar que tengan potencia simbólica e impacto como significado político?[19]
Por eso, sobre la relación del caso de Celia Ramos con mi investigacion, me pregunto: ¿qué posibilita un lenguaje político como el de la performance feminista que no posibilita otro? ¿Qué implicaciones tienen esas posibilidades en medio de un sistema feminicida? A modo de respuesta puedo decir, desde mi experiencia, que poner el cuerpo nos brinda un espacio de sororidad y la creación de una política otra: la de los afectos. Entonces cuando me preguntan: ¿por qué hay mujeres que deciden participar en las performance o memoriales? O ¿por qué nos identificamos con las mujeres que pasaron por este tipo de violencia de estado? Empiezo a responder: porque también somos violentadas durante nuestra existencia, de ahí que encontramos espacios de unión política comunitaria que no nos ofrecen otros lenguajes (como el del estado, escuela, universidad, Ministerio de justicia, entre otros). Por eso, recuerdo muy bien lo que sentí ante la cercanía de las palabras de Marisela Monzón Ramos ese 24 de agosto del 2023. Nos vestimos con una tela roja transparente larga que nos cubría el rostro y parte del cuerpo. Llevábamos a la altura del pecho un corazón que había sido finamente bordado. Estuvimos paradas detrás de los abogados y los familiares de Celia Ramos. Mientras estaba ahí sentía que era una parte de Celia, que entre todas formábamos el cuerpo presente de ella. Luego, durante la performance mencionamos una serie de palabras: “yo Celia Ramos a los 33 años, fui esterilizada, me acosaron sin mi consentimiento…” Estábamos frente a las cámaras y no hubo aplausos. Era un ritual para traer el cuerpo a la presencia, que no es lo mismo que no estar ahí. Porque, por el lado de los abogados, se habló de Celia en el pasado. Pero mediante el ritual y la presencia de nuestros cuerpos sentimos a Celia entre nosotras. Al final hablamos con sus hijas, las abrazamos y ellas nos agradecieron porque se sintieron acompañadas.
Consideramos a las performance feministas como un dispositivo que activa memorias a través de la apertura de espacios de agenciamiento social, donde se trabaja con los traumas del pasado, a fin de transitar el duelo colectivo. Es un dispositivo que despierta la capacidad de identificar a las miles de mujeres que pasaron por esta violencia de estado, como parte de su historia, tan necesario para la formación de una ciudadanía comprometida. En él se encuentran lecturas del pasado que permiten abrir caminos para vislumbrar un futuro compartido. Durante la performance se hace un ritual de llamado a la presencia para uno o varios cuerpos silenciados, violentados o desaparecidos.
De esta forma se intenta evitar el robo de la memoria, ya que la versión oficial por parte del estado peruano sobre las esterilizaciones forzadas, distribuida en los distintos medios silenciados, queda expuesta y cuestionada como falsa verdad. De ahí la importancia de los memoriales en la búsqueda de justicia.
[1] Reuters, Rosita fresita celebra su cumpleaños, Expansión, 2010.
[2] Episthemoligies of the South, Conversa del mundo. Silvia Rivera Cusicanqui y Boaventura de Sousa Santos, en línea en https://www.youtube.com/watch?v=xjgHfSrLnpU
[3] Noor Mahtani, Celia Ramos y la esperanza de reparación para las víctimas de las esterilizaciones forzadas en Perú, El País América, 2023.
[4] FRANCE 24 Español, Caso Celia Ramos: La CIDH juzgará esterilizaciones forzadas del gobierno Fujimori, 2023.
[5] Noor Mahtani, Celia Ramos y la esperanza de reparación para las víctimas de las esterilizaciones forzadas en Perú, El País América, 2023.
[6] Camilo Vicente y Carlos Dorantes, Registro y administración de la violencia: usos de la desaparición de personas en México, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2018.
[7] Camilo Vicente y Carlos Dorantes, Registro y administración de la violencia: usos de la desaparición de personas en México, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2018.
[8] Alejandra Ballón, Memorias del caso peruano de esterilización forzada, Biblioteca Nacional del Perú, Fondo Editorial, 2014.
[9] Ídem.
[10] Abogada de DEMUS (Estudio para la defensa de los derechos de la mujer) en Lima. En este caso colitigante ante la corte IDH.
[11] Camilo Vicente y Carlos Dorantes, Registro y administración de la violencia: usos de la desaparición de personas en México, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2018.
[12] Emanuela Borzacchielo, “Constelaciones feministas. Mujeres de 1968, jóvenes de hoy”, en M68, memorial 1968, movimientos sociales, Cultura UNAM, 2022.
[13] Ídem.
[14] Rodrigo Parrini, “Archivo y cenizas. Documentos de guerra de una compañía teatral”, en Teatro y convulsión. Teatro de los desiertos y etnografías forenses, DocumentA/Escénica.
[15] Emanuela Borzacchielo, ¡rExistimos! El feminicidio y la telaraña de poderes, Bajo Tierra Ediciones, 2024.
[16] ColleraRed, Ponte el alma: Arte acción por el derecho de las mujeres, Proyecto ganador del Fondo concursable de Innovación Voz y Liderazgo de las Mujeres, Perú.
[17] Nancy Viza Bayona, Activismo político/visual de los colectivos en el Perú como prácticas de re[ex]sistencias otras, Revista Ui de Bellas Artes, 2018.
[18] Ilaria Busoni y Raffaella Perna, Il gesto femminista. La rivolta delle donne: nel corpo, nel lavoro, nell'arte, DeriveApprodi, Italia, 2014.
[19] Emanuela Borzacchielo, ¡rExistimos! El feminicidio y la telaraña de poderes, Bajo Tierra Ediciones, 2024.
Acción performática Útero Corazón, por Celia Ramos y muchas más, de Collera Red. Registro fotográfico: Rocío Farfán.
(Perú, 1980). Estudiante del Doctorado en Humanidades, línea en Estudios Culturales y Crítica Poscolonial en la Unidad Xochimilco de la uam, magíster en Estudios de la Cultura, mención Artes y Estudios visuales en la Universidad Andina Simón Bolívar de Ecuador, pregrado en Arte en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y egresada de la especialidad de pintura en la Universidad Nacional Autónoma de Bellas Artes del Perú.