Yo no le tiro a esa patria,
tampoco olvido la mía

José Ignacio Maldonado Cerano
dossier
agosto-septiembre de 2025

 

 

Virgen del Melocotón. 2025 / Santiago Olaya / Videoperformance / Asistencia: Jesús Sosa.

 

Ante las recientes redadas de la administración de Donald Trump, las redes sociales comenzaron a llenarse de imágenes de protestas donde paisanos ondeaban la bandera de México. Sin embargo, entre las múltiples imágenes, se viralizó una en particular. La fotografía de Barbara Davidson en Los Angeles Times: un sujeto, aparentemente joven, en una motocicleta tipo motocross, encapuchado y ondeando la bandera de México. Se observaban patrullas policiales al fondo y agentes resguardándose atrás de las puertas de los vehículos. Un denso humo negro de automóviles incendiados envolvía la imagen, otorgándole un sentido de criminalización y racialización hacia los cuerpos que protestaban.

La bandera mexicana en manos del motociclista representa más que un símbolo patrio: se transforma en un medio de protesta en el que se cuestiona lo que entendemos por nación. Se reconfigura como un espacio en constante negociación y resistencia, y no una esencia fija o uniforme. La palabra se descubre más como un límite entre lo performático y un campo de disputa simbólico.

El acto de ondear la bandera en medio de una protesta se puede leer como una manera de prioritizar los sectores históricamente marginados que reclaman pertenencia y visibilidad a un país. Este hecho puede entenderse como una crítica al modelo tradicional del Estado-nación, el cual ha negado derechos y reconocimiento a ciertos cuerpos, incluso cuando merecen y exigen justicia. Es una acción que repite los símbolos del poder —como la bandera— pero su uso en las protestas adquiere un sentido distinto. Así, esta imagen se vuelve una forma de denuncia viva contra las formas de exclusión del Estado y muestra la lucha de quienes reclaman pertenecer a Estados Unidos, pero sin olvidar su origen mexicano.

Los conflictos no se presentan únicamente en imágenes como la anterior, donde su presencia es explícita. En los procesos migratorios, la disputa se articula en torno a la pertenencia que, paradójicamente, excluye a las personas migrantes como cuerpos racializados. Esto se relaciona con el racismo entendido no sólo como un prejuicio individual, sino como parte de un sistema global que reproduce desigualdades. El abordaje de la raza y procesos de racialización permite observar los mecanismos mediante los cuales los migrantes son otrificados. Es decir, construidos como "otros" que no pertenecen jurídicamente, pero que tampoco pertenecen culturalmente ante los ojos de Estados Unidos. Al mismo tiempo, permite identificar las prácticas mediante las cuales enfrentan, subvierten, negocian o resisten las relaciones de poder.

A partir de las expresiones musicales de los paisanos —aunque no necesariamente tengan un sentido de protesta— sus canciones, fiestas, bailes, videoclips, portadas y álbumes musicales, encuentran maneras en las que se enuncia cierto descontento. Por ejemplo, con esa herramienta construyen formas de identificación y reproche tanto en México como en Estados Unidos.

Entre dichas producciones de los paisanos michoacanos destaca el álbum discográfico titulado La tragedia de las Torres Gemelas, de la agrupación de arpa Los Chicanos de Aguililla. Este caso resulta interesante como análisis visual porque permite observar la disputas de lo que entendemos cuando hablamos de “nación” o del concepto de lo “nacional”. A través de una imagen producida por los propios migrantes, las tensiones no se manifiestan de forma explícita, pero sí evidencian el sistema o la falta de éste. Cantan al sentido de pertenencia con su lugar de origen y el país donde radican.

El uso del término “chicanos” alude a una identidad transnacional, mientras que la referencia explícita a Aguililla, Michoacán hace referencia a la identidad de una localidad de origen. A esto se suma la presencia del ícono del arpa, instrumento emblemático de la música de los paisanos, la cual posee características distintivas tanto en su ritmo como en su instrumentación. En el fondo de la portada se observan grandes edificios que remiten a la arquitectura urbana de Estados Unidos, y refuerzan iconográficamente la dimensión visual de la migración. Rompen también la barrera de la dicotomía entre lo urbano-rural y lo tradicional-moderno.

El álbum incluye el corrido titulado "La tragedia de las Torres Gemelas", cuya mención textual aparece también en la carátula. El corrido remite al acontecimiento del 11 de septiembre del 2001: un evento que afectó la vida de millones de personas y que dio inicio a una nueva etapa. Intensificó la política de seguridad estadounidense, marcada por la llamada "guerra contra el terrorismo" que se enfocó en procesos de racialización dirigidos hacia cuerpxs seleccionados discriminatoriamente. Esta racialización se tradujo en operaciones de perfilamiento racial, detenciones arbitrarias y una creciente sospecha hacia los migrantes. El incremento y el impulso de narrativas de exclusión es palpable tanto como la consolidación de fronteras físicas y simbólicas.

Las imágenes evidencian que reclamar cierto nivel de pertenencia en Estados Unidos también se manifiesta en prácticas musicales que acompañan las festividades de los paisanos. En dichas festividades, se ponen en juego formas de negociación, resistencia simbólica en torno a la manera en que se narra. Cuando se vive en un país que es ajeno, se remite al lugar de origen mediante prácticas artísticas. La expresión musical permite reescribir y repensar la nación no como un ente homogéneo guiado por un ideal de unidad, sino como un campo de contradicciones y diferencias.

A través de las canciones que escuchamos, evocamos determinados contextos culturales dependiendo tanto de las letras como de los sonidos que las componen. En ese sentido, las prácticas musicales están situadas histórica y socialmente. Además de la totalidad de ciertas producciones discográficas, podemos remitirnos a canciones específicas para trazar un mapa de los sentimientos e imágenes en conflicto. Por ejemplo, en el corrido titulado "La verdad del norteño", interpretado por la agrupación de arpa "Raza Obrera".

 

Yo no le tiro a esta patria

que tanto me ha alivianado

tampoco olvido la mía

porque es algo muy sagrado

pa´que patear el pesebre

si vivo acá de este lado[1]


La estrofa plantea una lucha por pertenecer desde la experiencia migrante: una condición que es también sinónimo de la orfandad nacional. El verso: “yo no le tiro a esta patria / que tanto me ha alivianado” expresa un reconocimiento del papel que Estados Unidos ha tenido en la vida del migrante, particularmente como espacio de posibilidad económica. A pesar de que sus políticas excluyen, marcan una distancia emocional: “tampoco olvido la mía / porque es algo muy sagrado”. Esta doble identificación desafía la lógica de las identidades esencialistas al mostrar éstas son construidas y movilizadas estratégicamente con fines políticos.

La metáfora del “pesebre” enfatiza esa dicotomía: si bien se reconoce el valor material del lugar donde se vive (“si vivo acá de este lado”), también se sugiere que el migrante debe evitar la crítica para no poner en riesgo su legitimidad dentro del orden político y racial estadounidense.

El corrido produce una imagen de los migrantes que se identifican con Estados Unidos o México. Se observa un espacio intermedio donde se cruzan identidades culturales que desafían las fronteras fijas entre lo propio y lo ajeno. Se negocian afectos atravesados por las múltiples dimensiones del ser migrante. El resultado son identidades fragmentadas, entendidas como construcciones compuestas por elementos que coexisten, colisionan y dialogan.

Como dice el corrido: “pa’ qué patear el pesebre”: este verso me incita generar una provocación y cuestionamiento a disciplinas como la historia, la etnomusicología y la antropología, en las cuales persiste, en muchos casos, un enfoque esencialista que busca fijar elementos culturales o formas de significación pero sin enfatizar en las relaciones de poder. Actualmente es urgente politizar la producción académica. Aún predomina una mirada con escasa atención a las relaciones conflictivas y contradictorias en las prácticas culturales. Pensar la música como práctica en disputa nos permite entender la cultura como un campo político: un espacio que negocia significados, configura identidades, jerarquías sociales y formas de dominación. Los versos tradicionales de los artistas citados son tan sólo un pretexto, una invitación para pensar desde las condiciones fragmentadas de nación, clase y género en contextos, como el nuestro, marcados por el colonialismo, la racialización y la desigualdad estructural. Que lo performático de la expresión musical y artística esté a la disposición de la lucha, la protesta y la reflexión.


Ya con esta me despido

Hay les dejo mi corrido


[1] “Raza Obrera”, La verdad del norteño, en línea en YouTube, 2015, https://www.youtube.com/watch?v=R0GV_Pw_fuI 

Ir al inicio

Compartir

José Ignacio Maldonado Cerano

Doctorante en Humanidades de Estudios Culturales y Crítica Poscolonial de la Unidad Xochimilco, de la uam. Maestro en Historiografía y licenciado en Historia por la umsnh.