Cleopatra,
cuatro mitos y una condena

Roberto García Jurado
junio-julio de 2025

 

No cabe duda de que uno de los personajes femeninos más interesantes y enigmáticos de la historia es Cleopatra, y por esa sencilla y contundente razón es que resulta tan pertinente el libro de Stacy Schiff, Cleopatra. Una vida, el cual es mucho más que una biografía de la famosa reina egipcia, pues constituye todo un análisis y reflexión acerca de una época, un contexto y una serie de personajes cruciales en la historia occidental, comenzando por esta deslumbrante mujer.

Cleopatra nació en el 69 a.C. y murió en el 30, es decir, vivió treinta y nueve años, y aunque parece una vida relativamente corta, en este breve periodo histórico ocurrieron muchas cosas de la mayor relevancia. Por principio, culminó la decadencia de la antigua y deslumbrante civilización egipcia, incluso acabó la vida independiente del Estado egipcio, pues tras su muerte se convirtió en una provincia romana más, y no recuperó su autonomía sino hasta principios del siglo XIX. También durante su vida se registró una radical transformación política de Roma, la cual habiendo sido una república, un modelo paradigmático en la historia de las formas de gobierno republicanas, se convirtió en una monarquía de facto y se consolidó como un gran imperio, eventos en los que de una u otra manera ella tomó parte.

Así, aunque la historia guarda memoria en primera instancia de su intensa relación pasional con Marco Antonio, en realidad ya se había vinculado de manera igualmente íntima con Julio César, e incluso su relación con Octavio fue también tormentosa, pero no en el sentido pasional, sino por sus implicaciones familiares y políticas.

No obstante, más allá de la significación histórica, política y cultural de Cleopatra, el libro de Schiff se distingue por estar emplazado desde una particular perspectiva, esto es, una acentuada perspectiva de género. Es decir, se distingue de muchos otros estudios históricos no sólo por el simple hecho de estar escrito por una mujer que quiere hacerlo patente, sino porque esta autora pone en relieve muchos aspectos de su vida que hasta ahora habían pasado inadvertidos, se habían minimizado o, sencillamente, se les había dado otro significado. De este modo, la emergencia y ebullición de esta perspectiva que desde hace algunas décadas ha permeado los estudios sociales y toda la vida cultural de la sociedad occidental le da a la historia y a la vida de Cleopatra nueva y potente luz.

Dado que evidentemente no es necesario ni pertinente un recuento pormenorizado de todo el texto, a continuación se destacan cuatro mitos biográficos sobre la reina egipcia que Schiff pone al descubierto, así como la evaluación que hace de los juicios que los historiadores han emitido sobre ella, que parecen más una condena.

El primer mito que apunta a desmontar Schiff, y que destaca no por su novedad, sino por su énfasis, es que Cleopatra no es egipcia, ni su familia, sino que tiene origen greco-macedónico, ya que pertenece a la familia de los Ptolomeos, una estirpe que se remonta a los herederos políticos del propio Alejandro Magno, los diádocos. Dado que a la muerte de Alejandro no había ningún heredero directo, su imperio se desintegró y repartió entre sus principales generales, quedando para Ptolomeo el reino de Egipto. Así, desde el 323 a.C., el que fuera Ptolomeo I gobernó Egipto fundando una dinastía que se mantendría por casi tres siglos, hasta el año 30, cuando muere Cleopatra, siendo así la última gobernante egipcia de este linaje.

En realidad, no hay elementos suficientes para asegurar que Cleopatra tuviera sólo componentes genéticos griegos, cabe la posibilidad de que contara con algún antepasado egipcio o asiático, algo que no advierte adecuadamente Schiff, dando por descontado que era cien por ciento griega macedónica. Lo cierto es que la lengua materna de Cleopatra y su cultura de identificación general no era ni egipcia ni oriental, sino absolutamente griega, algo fuera de controversia.  

En este sentido, un mérito indiscutible de Cleopatra era hablar la lengua egipcia, una habilidad que al parecer ninguno de los anteriores gobernantes Ptolomeos había adquirido, lo que le permitió ejercer un gobierno mucho más firme y directo. Por otro lado, es verdad que durante todo el tiempo de la dominación Ptolemaica la dinastía se apoyó en una élite política y social griega que no se mezcló, o lo hizo muy poco, con la sociedad local, al grado que en la misma época de Cleopatra prevalecía esta perniciosa y fatal estratificación social.

Sí, la lengua materna de Cleopatra era el griego, pero también se expresaba en latín sin problema, y de acuerdo a Plutarco, hablaba en total nueve idiomas, incluido el indescriptible lenguaje de los trogloditas, una lengua que según Heródoto no se parecía a ninguna otra, y que describía como meros chillidos de murciélago.  

Todas estas referencias adquieren sentido en el momento de examinar otro de los mitos más importantes sobre Cleopatra, el de que se trata de una mujer sumamente voluptuosa y seductora, una de las exponentes más refinadas de la sensualidad y carnalidad que los romanos atribuían a otras civilizaciones, al grado de postrar a sus pies a Julio César y Marco Antonio. Y es que desde mucho antes de este siglo I a.C., y no sólo para la cultura latina, sino también para la griega, la corte egipcia y las tiranías asiáticas estaban asociadas al lujo, el exceso y la sensualidad. Pero como puede verse no es exactamente así, Cleopatra es más que nada una portadora y elevada exponente de la cultura grecolatina de la época.

Otro de los mitos más potentes y efectivos que se han creado sobre ella es que poseía una belleza exuberante, insuperable, el cual se ha potenciado sin duda alguna por ciertas imágenes cinematográficas o literarias. En realidad, no se conservan muchos elementos gráficos que den cuenta de su fisonomía, y lo más descriptivo a lo que puede recurrirse es a la imagen o perfil de su rostro acuñado en algunas monedas egipcias y romanas de su momento, las cuales son elementos muy pobres para juzgar a partir de ello sus atributos estéticos.

Por principio, debió ser una mujer hasta cierto punto menuda, pues de otro modo sería difícil imaginar el medio y el trayecto de que se valió para presentarse la primera vez ante Julio César, quien se encontraba en el palacio de Alejandría, que estaba cercado por el ejército egipcio, controlado por los generales del hermano de Cleopatra con quien ella disputaba el poder, como lo cuenta él mismo hacia el final de su Guerra civil. En estas condiciones, Cleopatra le pidió a uno de sus sirvientes que la metiera en un costal, probablemente de cuero, y en una barca se acercara subrepticiamente al palacio y la condujera hasta los mismos aposentos se César, en donde probablemente se representó toda una pieza teatral, o bien un acto que ahora llamaríamos de escapismo, para de ese modo plantearle a él directamente la situación y la disputa por el reino, lo que consideraba que le daría cierta ventaja. Y así fue, César terminó valiéndose de ella para pacificar, controlar y someter Egipto a la soberanía de Roma.

Evidentemente, el que fuera una mujer menuda no determina en modo alguno sus dotes estéticas, pero acaso un elemento mucho más confiable sea el juicio de Plutarco expresado en la vida de Antonio, cuando refiere que “su belleza no era tal que deslumbrase”, y más todavía, pues en otro pasaje posterior, refiere que Octavia, la esposa en turno de Antonio, la superaba en belleza. Y en este caso, como lo cuenta el mismo Plutarco, tenía referencias directas de estos acontecimientos, provenientes de un médico conocido de su propio abuelo, lo que no ocurre con la mayor parte de sus otras semblanzas.

Otro de los mitos que habría que desmontar es que utilizó y manejó a su antojo tanto a Julio César como a Marco Antonio. Por principio, hay que hacer notar que cuando Cleopatra se presentó ante Julio César de la manera que ya se ha descrito, ella contaba apenas con veintiún años, y él ya tenía cincuenta y dos, es decir, se trataba de una mujer muy joven frente a un hombre bastante maduro, un contraste notable. Tal vez Cleopatra no fuera tan joven para presumir lo que supone Schiff, que a esa edad no podía atribuírsele “experiencia sexual de cualquier tipo”. En esa época, una mujer podía haber sido madre en más de una ocasión a esa edad, e incluso contar con más de un matrimonio en su vida. Sin embargo, lo cierto es que muy difícilmente se presentaban las condiciones propicias para que ella lo sometiera a su voluntad por medio de sus ilimitados recursos de seducción. Además, y tal vez esto sea lo más importante, como ya también se ha dicho, ambos resultaron recíprocamente de la mayor utilidad para sus propios fines; él se valió de ella para afianzar la influencia y dominación romana sobre Egipto, y ella se valió de él para desplazar a su hermano, acceder de manera exclusiva al trono, y consecuentemente controlar de manera efectiva el país política y militarmente.

Algo similar ocurrió con Antonio. En este caso, el encuentro y relación entre él y Cleopatra también se encuentra determinado por el azar y la conveniencia mutua. Seguramente Antonio experimentó una gran decepción y tristeza cuando Julio César adoptó y nombró heredero a Octavio, su sobrino nieto. Octavio no sólo era muy joven cuando murió César, diecinueve años, sino que evidentemente no tenía todos los méritos políticos y militares de Antonio, quien en más de una vez prestó invaluables servicios a Julio César, y podría decirse incluso que fue una pieza clave en la lucha de éste contra Pompeyo. Pero en todo caso, una vez muerto Julio César y constituido el segundo triunvirato entre Octavio, Antonio y Lépido, resultó evidente que la verdadera disputa por la primacía se daría entre los dos primeros, relegando a Lépido a una posición marginal. Además, por la división subsiguiente que hicieron del territorio, tocando Italia a Octavio y la parte oriental del imperio a Antonio, la aproximación y alianza entre éste y Cleopatra fue natural, ya que Egipto tenía intereses vitales en las cercanísimas zonas asiáticas con las que prácticamente colindaba. Así, nuevamente, la reina de Egipto y el general romano tenían intereses recíprocos que compartir: Antonio valerse de ella en su lucha contra Octavio, y ella valerse de él para seguir conservando el trono.   

Es verdad que Antonio no contaba con la personalidad y el equilibrio emocional de César. Plutarco describe reiteradamente su carácter inestable y hasta cierto punto voluble, además de su propensión a la bebida y la juerga. Y si bien el final de ambos propició material invaluable para una tragedia, como bien lo aprovechó Shakespeare, en realidad hay varios aspectos oscuros y de difícil interpretación de lo que en realidad ocurrió en los últimos meses de su vida, por lo que no es tan sencillo concluir o determinar que Antonio era dominado completamente por Cleopatra.

Cómo se ha dicho ya desde un principio, esta biografía de Cleopatra se distingue particularmente por la perspectiva desde la cual está escrita, ya que Stacy Schiff refiere y denuncia a lo largo de todo el texto no sólo la opresiva estructura patriarcal de la sociedad egipcia, sino también de la romana, ya que la reina sufrió de una manera determinante los condicionamientos impuestos por ambas. De este modo, a juicio de la autora, Julio César fue duramente criticado en Roma no sólo por asociarse y amancebarse con una reina, siendo él la cabeza de una república, o lo que quedaba de ella, sino también por contribuir a los fines políticos de una mujer. Y el juicio sobre Antonio era peor aún, ya que se asumía indudablemente que en su caso la sumisión a sus deseos y caprichos era total.

Además, Schiff exhibe clara y abiertamente a lo largo de todo el texto su escepticismo y desconfianza sobre muchas de las apreciaciones y opiniones que los historiadores romanos vertieron sobre ella. Lo cual, por un lado, es posible y comprensible hasta cierto punto, pero por otro lado, nos sumerge en una mayor oscuridad, pues sus testimonios son la única fuente escrita de los acontecimientos del período. Más aún, de manera reiterada, Shiff no sólo denuncia su eurocentrismo, sino también su patriarcalismo. Así, de este modo, ni Apiano, Plutarco, Dion Casio, Cicerón o, incluso, el mismo Julio César, se libran de este juicio

En la parte final de su texto Schiff lo expresa con claridad “Cleopatra es una de las perdedoras que la historia recuerda por las razones equivocadas”. Más aún, podría decirse que incluye o involucra en esta denuncia al ambiente y la perspectiva que se tiene en el mundo actual, ya que “siempre se ha preferido atribuir el éxito de una mujer a su belleza en lugar de a su intelecto […] Cleopatra desestabiliza más como una sabia que como una seductora”.

Stacy Schiff

Cleopatra. Una vida

México, fce, 2023.

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Roberto García Jurado

Departamento de Política y Cultura. uam Xochimilco.