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El proyecto Stolpersteine, desarrollado por el artista Gunter Demnig, propone conmemorar a las víctimas del Holocausto mediante la instalación de pequeños cubos de hormigón con una placa pulida de latón, incrustados en el pavimento frente a los edificios o casas donde vivieron o trabajaron. En las placas se coloca el nombre de la persona, su fecha de nacimiento y, de ser posible, datos sobre su deportación y muerte.
La inspiración de Demnig se encuentra en el Talmud, en la frase: “Una persona sólo es olvidada cuando su nombre es olvidado”.[1] Por ello, las placas son grabadas a mano, y para Gunter Demnig: “con cada letra grabada a golpe de martillo, desde ese momento, las palabras adquieren un nuevo significado: asesinato y muerte no son sólo palabras, sino algo real que puedes tener en tu mano”.[2]
Por otro lado, el término alemán Stolpersteine se traduce literalmente como “piedras de tropiezo”, pues la intención es que uno tropiece con ellas cotidianamente al transitar por la ciudad. Aunque también se ha traducido como piedras de memoria; ya que, a diferencia de los monumentos con simbolismos abstractos, estas obras remiten de forma concreta al pasado.
El material con el que están construidas las placas —latón: una aleación de cobre y zinc— también participa en este simbolismo. Las aleaciones son más resistentes que los elementos puros. Así, el latón no sólo exhibe un color brillante, sino que su “impureza” lo fortalece. Esta aleación puede interpretarse como un contrapunto a la metáfora inglesa unalloyed evil (“maldad pura”) que ha sido utilizada para describir a los perpetradores del Holocausto. En este sentido, es posible encontrar una mayor resistencia desde la mezcla y lo común.
Las piezas que componen el Stolpersteine se encuentran en diversas calles de treinta y un países europeos. Debido a que los antimonumentos buscan reconocer a las víctimas que sufrieron los conflictos o la persecución y denuncian las violencias que los afectaron, es común encontrarlos por casualidad en los viajes cotidianos por la ciudad. Esto es, los antimonumentos se encuentran distribuidos en los barrios sin una planeación monumental tradicional. Estos sitios de postmemoria, con lo que se tropieza cotidianamente al andar por la ciudad, resignifican el espacio.
No obstante, este antimonumento ha causado cierta polémica, debido a que las placas se encuentran en el asfalto y se ha llegado a interpretar como una “ofensa”, pues las placas pueden ser pisadas o ensuciadas. Sin embargo, podemos hacer una justificación a partir de Michel de Certeau: “la historia comienza a ras del suelo, con los pasos”.[3]
El espacio, para Michel de Certeau, es un lugar practicado. Esto es, los lugares se transforman en espacios de comunicación mediante la interacción con ellos. En otras palabras, los caminantes resignifican el espacio. De modo similar, Roland Barthes reflexionaba que “es posible que caminar sea mitológicamente el gesto más trivial y, por tanto, el más humano”.[4] Así, el pavimento no es sólo pavimento, se convierte en un sitio de memoria para las víctimas. Por ejemplo, para los familiares, esas placas se convierten en una tumba sustituta; por ello, es común encontrar flores y veladoras cerca de ellas. Un espacio para dar lugar a los muertos, una forma de democratizar la memoria: ¿por qué limitar el recuerdo a espacios solemnes y restringidos, si el pavimento como espacio cotidiano permite una forma más compartida de la memoria?
Aunque estas placas de latón no son propiamente una lápida, su propósito puede ser similar al que propone Anne Carson en Economy of the Unlost. Carson describe que “The purpose of the monument [the epitaph] is to insert a dead and vanished past into the living present”.[5] Las placas del Stolpersteine nos recuerdan y denuncian, al mismo tiempo, que cerca de ese lugar existieron habitantes con una vida común, ya que también se pueden leer inscripciones como “Hier arbeitete” o “Hier wohnte”, (“aquí trabajó”, “aquí vivió”).
Este recordatorio es fundamental, pues las víctimas del Nacionalsocialismo fueron atormentadas con la idea de que nadie los recordaría; buscaron borrar sus registros y toda evidencia de su existencia para que nadie pudiera ser testigo de lo ocurrido. Por tanto, guardar esta memoria es, sin duda, un acto de resistencia, un ejemplo de postmemoria.
Muchas de las víctimas que llegaron a los campos de concentración fueron obligadas a hacer trabajos forzados. En la entrada del campo de Auschwitz se leía “Arbeit macht frei” (el trabajo te hace libre), una frase cínica e icono de la atrocidad moral. Por ello, las inscripciones en las placas son una forma de reivindicar su espacio de trabajo y el lugar que habitaron. Primo Levi relata en La tregua la historia de un niño de alrededor de tres años de edad del que nadie sabía nada, “no sabía hablar y no tenía nombre”. Ellos lo habían nombrado Hurbinek. Levi describe sus relación con él hasta el momento de su muerte: “Hurbinek, el sinnombre, cuyo minúsculo antebrazo había sido firmado con el tatuaje de Auschwitz; Hurbinek murió en los primeros días de marzo de 1945, libre pero no redimido. Nada queda de él: el testimonio de su existencia son estas palabras mías”.[6] De igual modo, los Stolpersteine permiten dar testimonio de la existencia de esas vidas. Personas comunes cuya existencia quedó marcada por el fanatismo, sadismo, adoctrinamiento, odio y la indiferencia.
El concepto del Stolpersteine —similar a lo que propone Carson sobre los epitafios— es “a future exchange of oblivion for memory and purchase a moment of life for him each time its inscription is read”.[7] Por tanto, su ubicación es una oportunidad de leer sus nombres y reconocerlos. Se trata de construir un relato sobre esos miles de individuos comunes, como nosotros, que habitaron estos espacios cotidianos que ahora transitamos. Es otorgarle un nombre y un espacio en la memoria colectiva a aquellas personas que un día fueron arrebatadas de sus hogares y violentados por otros individuos que también parecían comunes, es reavivar el pasado en cada lectura y no dar pie al olvido.
Por otro lado, muchos de los perpetradores del Holocausto eran individuos ordinarios. “The horror didn’t start in Auschwitz, Treblinka or in other camps, it started in our neighborhood, in our house, outside our door”, reflexiona Gunter Demnig.[8] Sin duda, el temor y la incertidumbre se inició cuando empezaron a perseguir y a señalar a los judíos en los barrios, justo en las quienes llevarían a cabo los crímenes.
El Batallón de Reserva Policial 101, por ejemplo, estuvo involucrado en más de treinta cinco mil asesinatos y cuarenta mil deportaciones. La mayoría de sus miembros eran de vecindarios de clase trabajadora, con oficios como barberos, comerciantes o vendedores antes de ser enviados a Polonia. Muy pocos, sólo algunos veteranos, contaban con formación de clase militar. Pero con el tiempo, para estos hombres, “los asesinatos en masa y la rutina se convirtieron en una misma cosa”.
¿Cómo hombres ordinarios llegaron a cometer estos crímenes? Lejos de explicaciones simplistas, Rüdiger Safranski, basado en el concepto de la “banalidad del mal”, de Hannah Arendt, expresa que fue una “manera comercial, burocrática, obsequiosa con la que los hombres de sorprendente normalidad mantuvieran en marcha la máquina de matar”. Y concluye que “el formato industrial y administrativo de una empresa de matar y el “mandato superior” permitieron que este ciudadano normal conservara una “conciencia limpia”.[9] Las estructuras sociales y burocráticas diluyeron la responsabilidad individual. Esto nos conduce a otra interpretación sobre la reflexividad de las placas Stolpersteine que sostiene que: “they not only reflect the (changing) urban reality but also the spectator who looks at the from up close and whose face is reflected in inscription about those departed”.[10] Esto es, podemos reflejarnos en esos eventos y tomar conciencia de nuestra responsabilidad con el otro.
Nie wieder ist jetzt. / Nunca más es ahora.
[1] Berklee Baum, Geordie Enoch et al., “Stumbling Stones. Munich, Germany”, en Contested Histories, https://contestedhistories.org/wp-content/uploads/Germany-Stumbling-Stones-in-Munich.pdf
[2] Euronews en español, 11 de enero de 2020, Stolpersteine, el monumento más grande del mundo sobre el Holocausto [Video]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=MNO8k5hhH8o
[3] Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano I. Artes de hacer, México, Universidad Iberoamericana. 2000, p. 109.
[4] Roland Barthes, Mitologías, México, Siglo XXI editores, 2023, p 30.
[5] Anne Carson, Economy of the Unlost: (Reading Simonides of Keos with Paul Celan), Princeton, New Jersey, Princeton University Press, 1999, p. 73.
[6] Primo Levi, La tregua, Planeta, México, 2019, p. 20.
[7] Anne Carson, op. cit., p. 78.
[8] “Stolpersteine in Hamburg”, en https://www.stolpersteine-hamburg.de/en.php
[9] Christopher Browning, Aquellos hombres grises. El Batallón 101 y la Solución Final en Polonia, España, Edhasa, 2002, p. 21.
[10] Rüdiger Safranski, El mal o el drama de la libertad, México, Planeta, 2013, p. 242.