Recorrido escultórico, un croquis

Julio César Toledo
junio-julio de 2025

 

 

Sin título, Christian Becerra, de la serie Todas las cosas deben morir. Papel moneda mexicano y pasaportes mexicanos sobre papel, 2018.


1. Es ya de por sí un cruce complicado; una intersección que siempre trae problemas. Los que vienen de allá quieren ser los primeros, y los que de acá vuelven se empeñan en no dejar pasar a los otros. Hablo del punto donde se cruzan la avenida Miramontes, con la Calzada del Hueso. Sería una escultura monumental, diez metros de alto, o más… bronce sólido fundido, pesado e inamovible: kilos y kilos de bronce trabajados burdamente, pero con detalles hermosos. Una mujer. No cualquiera. Nats, le decían quienes la conocían, Natalia para más formalidad. Aunque el grupo de jóvenes que la mataron, justo a unas cuadras de ese cruce, le decían a gritos, mientras la pateaban: ¡José! ¡Puto! ¡Marica!

La escultura monumental de Nats traería una falda, más o menos corta. El diseño incluso podría imitar la famosa posición de Marilyn sobre la coladera. La idea sería que los paseantes, peatones y conductores pudieran asomarse —curiosos— bajo la falda enorme de bronce. No le pondríamos ropa interior. Bajo la falda volante (el movimiento es un reto a la hora del proceso de fundición), se verían sin pudor pene y testículos, haciendo alusión a lo que Natalia alguna vez dijo: “soy mujer, tengo pito, pero soy mujer”.

2. A veces el arte es así, no precisa explicación. Es —ni modo, hay que decirlo— también un divertimento. Será, quizá, la única escultura (de nuestra serie) que estará en una zona tan céntrica y propicia para el arte escultórico. Será en Reforma. En la zona centro. Justo abajo (de la parte trasera) de la famosa escultura amarilla de Sebastián. Hecha de espuma plástica, porosa, de acabado brillante (para un efecto de organicidad), una sustancial masa de mierda. Y, como somos respetuosos de la tradición, honraremos el diálogo: de la misma forma que “El caballito” se llama “Cabeza de caballo”, la nuestra se llamará “Pedazo de caca”.

3. Hay que hacerlo. Todavía no encontramos material exacto que conserve el efecto que buscamos, pero la ubicación sí que es precisa. La pondríamos justamente afuera del número doscientos quince de la calle Sierra Madre; oncemil el código postal. Haríamos una plancha irregular que se pondría fija en el suelo, deberá ser realista, un charco de sangre que parezca que se expande, como cuando caen sobre el suelo los habitantes palestinos atravesados del cráneo por las balas de los francotiradores del ejército israelí. El tono del color rojo es importante: oscuro, casi guinda, de esa sangre que ya no está en el cuerpo y se oxida en el contacto con el aire. Deberá parecer perenemente húmeda, vívida. Que obligue a los que pasen (sobre todo a los que salgan del domicilio referido) a darle la vuelta, pero no puedan evitar verla, enfrentarse a ella; hablar de ella. Por ello aún no damos con el material adecuado.

4. Con esta pieza nos habremos de permitir un par de licencias. Primero, será una pieza doble: deberá existir en dos espacios distintos, disímbolos incluso, pero simbólicamente gemelos. La primera ubicación es en la calle Rubén Darío, en Polanco. La segunda es la zona conurbada de Monterrey, donde hay una planta tratadora de agua; zona conocida como El Topo Chico. El desafío será que ambas aparezcan exactamente al mismo tiempo.

Una pirámide cuantiosa hecha de garrafones de agua vacíos: Veinte en la base, luego diecisiete, trece… y así. Hubo una discusión interna sobre si sería necesario reproducir con acrílico azulado la forma del garrafón, pero llegamos a la conclusión del impacto visual-conceptual que tendría hacerla justamente de garrafones “reales” vacíos. Una pirámide hecha de garrafones vacíos, coronada, eso sí, por una limpísima lata de Coca-Cola.

Si logramos conseguir el apoyo de una fundación importante de arte (que financia y premia “lo mejor” del arte mexicano) pondríamos un mecanismo que extraiga el agua —poca, sucia, manchada— de los garrafones, y la lleve por un conducto imperceptible a la vista del espectador hasta la lata de la cúspide. Quizá consideremos poner, como un detalle adicional, proponiendo un improbable equilibrio, en la base de los garrafones, una discreta llave de agua, oxidada y doméstica.

5. Qué sería de nosotros si no pudiéramos volver al barrio que nos vio crecer. En el cruce de la avenida Clavería y la calle Palestina hay una iglesia, un restaurante oaxaqueño y una glorieta; en la glorieta, un busto discreto de Yasser Arafat. Ahí, justo alrededor de ese busto, hechos de metal, lo suficientemente pesado para que la gente no los pueda mover, colocaríamos réplicas de los miembros cercenados de personas refugiadas en Gaza, que los han perdido a consecuencia de bombas, minas y misiles del Estado Sionista de Israel. Dichos miembros: manos y antebrazos; piernas, dedos de pie, ojos incluso, no se elegirían al azar. En colaboración con Menos días aquí, cada parte de cuerpo estaría debidamente registrado con nombre y fecha del incidente, correspondería así al registro que dicha asociación —dirigida por Lolita Bosch— lleva desde hace años. Anticipamos la reacción de los vecinos. La colonia, bastión de la clase media con aspiraciones, no va a permitir que tal atrocidad, vulgaridad, blasfemia, suceda en el centro de su barrio. Cuando suceda, veremos qué hacer, el asunto estará hecho.

6. Esta es nuestra —a decir de Homero Simpson (escultor)— cosa de resistance. Se trata de una pieza viva y colaborativa; tiene un discurso inacabado, como el arte mismo, y múltiples interpretaciones. Por motivos que el público inferirá es también una pieza itinerante. Comenzará en San Pedro Mártir, pueblo de la alcaldía Tlalpan de la Ciudad de México. Irá desplazándose de zona a zona, donde haya colegios de la red Regnum Christi, y universidades conocidas, del mismo origen. El material principal serán paneles de acrílico transparente. Haríamos una caja transparente. Dentro, cuidadosamente colocados, los muebles, bajo la curaduría exquisita del equipo, más la invaluable asesoría de expertos, nos transportarán a una habitación. Con ciertos aires de los años setenta. No queremos, eso sí, que provoque relaciones con el arte de las películas de Almodóvar. Dentro de nuestra habitación habrá un niño. No la réplica de un niño con materiales escultóricos, sino un niño de carne y hueso, vivo. Se anexarán los documentos que lo hacen legal, y explicaremos en otro momento el mecanismo de “adopción” y cuidados de éste. No se lastimará ni causará daño permanente alguno a los participantes. Además del diseño de los paneles que permitirán la respiración y climatización del interior, habrá algunos accesos para poder dar alguna golosina, tentempié, etc. (también se detallará, en anexo, los artículos permitidos). Esta interacción con el infante es crucial para completar la intención del proyecto. Prevemos que la permanencia de la pieza requerirá actualización del ocupante, es vital que no rebase nunca los doce años; deberá tratarse siempre de un niño y no así de un adolescente. Las dimensiones exactas dependerán de la cantidad de muebles de la composición; y unas bocinas externas repetirán en loop tanto música de grupos infantiles, como música eclesiástica, interpretada por el coro del Colegio Internacional de los Legionarios de Cristo.

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Julio César Toledo

Poeta, dramaturgo y traductor. Es licenciado en Ciencias de la Cultura por la Universidad del Claustro de Sor Juana y cursó el posgrado en Literatura en la Universidad de Arhus, Dinamarca. Estudió Teatro en el INBA y es egresado de la Escuela Dinámica de Escritores. Es autor de libros de poesía Del silencio (2003), Suplencias para el nombre del padre (2008), La vida a escala (2012), Manual de autodepresión (2013), Todavía suposiciones para un país que ya no (2018), Todos fueron tú y Viajes Virgilio (2023).