De la ingravidez toscaniana

Shanik Sánchez
abril-mayo de 2025

 

Desde hace veinte años resulta notable una suerte de continuidad en la escritura de David Toscana. Escritor por vocación, pero ingeniero industrial y de sistemas por formación, en su haber cuenta con El último lector (2004), El ejército iluminado (2006), Los puentes de Könisberg (2009), La ciudad que el diablo se llevó (2012), Olegaroy (2017) y El peso de vivir en la tierra (2022), suficiente evidencia para considerar al regiomontano como uno de los autores mexicanos más estimulantes y originales del siglo xxi. De hecho, a su favor también podrían enlistarse el Premio de Narrativa Antonin Artaud (2004), el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima para Obra Publicada (2005), el Premio José María Arguedas (2008), el Premio Bellas Artes Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores (2017), el Premio V Bienal de Novela Mario Vargas Llosa y el Premio Mazatlán de Literatura, ambos de 2023. Sin considerar que su libro de cuentos Lontananza fue reeditado en Era en 2024, su última obra sería El peso de vivir en la tierra (2022), donde Nicolás un buen día decide llamarse Nikolái Nikoláievich Pseldónimov, dejar de ser Subgerente de Comunicación y renombra a su esposa Marfa Petrovna Pseldonimova para vivir (aunque nunca salga de Monterrey) en Rusia, vivir su literatura, soñar como nadie, viajar al espacio y “tener el alma grande”.

Baudelaire conminó a sus lectores hace dos siglos Enivrez-vous: “Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, embriagaos; ¡embriagaos sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como os plazca”. Y Nikolái, borracho de poesía, de literatura, alcanza la necesaria ingravidez beoda para viajar al espacio con su cofradía de cosmonautas conformada por su esposa Marfa, el prestamista (Griboyédov), el tísico (Antón), el borracho (Guerásim), el policía (Porfírii), la “tonta” Lenochka y su madre Prascovia Fiodorovna, e inclusive los parroquianos del bar Lontananza y algunos estudiantes de la universidad pública de Monterrey.

Crónica de la condición humana a la manera de novelón ruso, El peso de vivir en la tierra hace triunfos de los fracasos de sus personajes. “Ni Pushkin ni Dostoyevski ni Tolstói habían probado las tortillas; pero sí lo hicieron Mayakovski, Gagarin, Tereshkova y Yevtushenko cuando pasaron por México”. Por cierto, un intento previo de establecer puentes entre Rusia y México, de atizar la curiosidad no desde la ficción, como Toscana, sino desde de la investigación literaria sobre —parafraseando a José Luis Rico— “aquella estética deudora del proyecto socialista”, lo ha llevado a cabo Rodrigo García Bonillas en sus Guerras Floridas (2021), ensayo que permite entender la innegable contribución de la Unión Soviética en el desarrollo sociohistórico y cultural de Europa y América.

La acentuada intertextualidad en El peso de vivir en la tierra como en las demás obras de Toscana, lejos de abrumar, funciona como una suerte de guía: tiende puentes entre naciones, literaturas e idiomas y nos impele a celebrar la vida. Es un homenaje que desborda y hace saltar no solo los límites de los géneros literarios, sino también fronteras geográficas e históricas: así como El último lector transgrede y va más allá de la literatura policial y de la Revolución mexicana o Los puentes de Könisberg de la prensa periódica, el teatro y la historia; de igual forma, El peso de vivir en la tierra del novelón ruso y del discurso histórico-político. Más aún que Madame Bovary y Anna Karenina, los protagonistas de Toscana viven la literatura. Sus modos de leer la vida recuerdan a la del Quijote, pero también los emparentan con el “mal de Montano”, de Enrique Vila-Matas; el “último lector”, de Ricardo Piglia; las reflexiones de Jorge Luis Borges sobre la literatura o hasta con la obsesión por el sentido en los libros de Witold Gombrowicz y Sergio Pitol. Nikolái, en una suerte de paráfrasis borgiana, habla, por ejemplo, “de una biblioteca de muchos volúmenes y dijo que ni las matemáticas del infinito podrían ocuparse de un cosmos tan amplio como el que contiene un librero”.

Loco de literatura, leedor de libros existentes e inventados como Lucio de El último lector, Nikolái manda a encuadernar libros existentes e imaginados para su biblioteca: “Dos tomos gruesos eran el segundo y el tercer volúmenes de Almas muertas. Gogol había quemado el segundo volumen durante su periodo de zozobra moral; el tercero estuvo apenas en su cabeza cuando lo mataron. Hojeó las páginas en blanco de Poemas si no me hubiese ahorcado, de Serguéi Yesenin […] Tsvetáieva habría publicado un libro con casi el mismo título: Poemas si no me hubiese ahorcado en 1941 […] También colocó en su librero Por este signo morirás, del poeta Nikolái Gumíliov […] Acomodó varios volúmenes adicionales de las obras completas de Pushkin […] Dejó un hueco gordo en el centro. Estaba seguro de que habría de aparecer al menos una obra maestra que ahora se hallaba inédita, de algún autor muerto, perseguido, apresado, acosado […] Esos huecos en los libreros del mundo eran vacíos en el corazón de los hombres”.

Quien se aventure a leer las historias de David Toscana no debe exigir explicaciones verosímiles ni mucho menos osar esgrimir la razón; al contrario, debe estar dispuesto a jugar junto con sus protagonistas y narradores, porque cuando la lógica racional se introduce a fuerza de calzador —el propio Toscana lo advierte en una entrevista— “se estropean las cosas y por eso muchos escritores que quieren ser muy razonables explican demasiado las cosas. Lo mejor es lanzarse y contar”. Sus personajes son lectores extremos —diría Piglia—, siempre apasionados y compulsivos; son almas grandes que padecen la certeza, por ello imaginan y diseñan su realidad e inventan paralelismos insólitos entre lugares, fechas e idiomas distintos. En consecuencia, se debe ser un lector admirable que no acude, según Vladimir Nabokov, “a una novela rusa en busca de información sobre Rusia, porque sabe que la Rusia de Tolstói o de Chéjov no es la Rusia promediada de la historia, sino un mundo concreto, imaginado y creado por el genio personal”.

¿Por qué conformarse con el destino mediocre marcado por un sistema progresista cuando se puede aspirar a tener el alma grande? ¿Si la literatura hace que el individuo lleve consigo multitudes y defiende el derecho de cada persona de vivir, pensar y ser libre? André Breton estaría muy de acuerdo con Nikolái y compañía pues viven en un estado de euforia, en la embriaguez de las letras y el azar que les abre la posibilidad de descubrir mundos casi oníricos donde sus deseos y frustraciones se entrelazan con los de los otros personajes. Son blasones en los cuales convergen las dudas del ser humano. Nos revelan que la Verdad y lo Real no están en ningún lado. Parecen ser asistentes a la fiesta del té en Alicia en el país de las maravillas y brindar por la vida. “¡Yo declaro a nuestra patria un manicomio!”, grita Nikolái unas páginas antes de finalizar la novela.

Personajes con tendencia a la locura, libros y alcohol dan el mismo resultado. En una entrevista, el propio Toscana declaró lo que le interesaba al aunar embriaguez, imaginación y supervivencia en sus narraciones: “Si alguna religión tengo, es la dionisíaca. Un toque de locura siempre le viene bien a la literatura, ya sea por cualquier trastorno o exaltación o bebida, y ya don Quijote nos enseñó que la imaginación es un buen sitio para vivir”. Y en definitiva sus personajes habitan la imaginación: a Nikolái —como a Lucio y otros personajes de Toscana—, lo inspira la literatura. Porque el segundo de las siete artes posee mucha mayor importancia de lo que aparenta: es un repositorio de conocimientos sobre la vida que demuestra la potencia de la voluntad de vivir.

Cuando el lenguaje de una obra te embriaga, sabes que estás leyendo un clásico. Luego de unos tragos, los protagonistas toscanianos (y con ellos el lector) se vuelven etéreos, ingrávidos, atemporales; todos se liberan de las cargas más pesadas. Si para Emily Dickinson nada en este mundo tiene tanto poder como la palabra, para Nikolái “las palabras cotidianas pueden conjurarse para crear belleza, libertad y vida”.

El peso de vivir en la tierra

David Toscana

México, Alfaguara, 2022, 328 pp.

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Shanik Sánchez

(Estado de México, 1989). Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, maestra en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana y doctoranda en Literatura Hispanoamericana en la misma institución.