Complejizar las migraciones y las identidades fronterizas en México

Guillermo Rosales Cervantes
abril-mayo de 2025

 

 

Hans Baluschek, Los emigrantes (Die Auswandernden), 1924, óleo sobre tela, Märkisches Museum, Berlín. Wikimedia Commons


El contexto actual toma preponderancia una forma particular de observar, medir y concebir a la migración, y tiende a calificarla como amenaza, peligro o crisis humanitaria. Lo anterior obliga a quien pretende entenderla a cabalidad cuestionarse ¿cómo problematizar la historia social en territorios donde los seres humanos, discursos y significados circulan como consecuencia de los desplazamientos migratorios? ¿En los lindes fronterizos, las comunidades resultan ser tan homogéneas como intenta presentarlas el relato nacional? ¿Cómo las personas en movilidad desafían la imaginación política de élites gobernantes empeñadas en construir una comunidad homogénea?

Las fronteras administrativas y políticas han tenido una preponderancia en los estudios sobre desplazamiento humano, las distinciones que derivan de las disposiciones jurídico-políticas establecen límites relativos al comportamiento, la disposición de recursos, la protección de derechos, el uso de los espacios, la forma de percibir la vida. Los límites fronterizos delinean los confines territoriales y de forma paralela establecen lindes por medio del establecimiento de las categorías legal e ilegal que crean espacios diaspóricos y marcajes raciales,[1] destinados a la creación de diferencia social.

El cruce de fronteras realizado por cauces considerados ilegales funciona como dispositivo de exclusión que establece un Otro.[2] La creación de la figura ajena acompaña de forma permanente a quien trasgrede los límites estatales; el estigma está axiológicamente constituido por sentimientos provocados por el diseño político institucional, el discurso intersubjetivo, la delimitación cotidiana de los espacios, las experiencias de contacto previas. Los sentimientos generados son asociados a atributos corporales de quienes se perciben como ajenos: el tono de piel, cabello, ojos, la estatura, la complexión corporal y, de forma obvia, el género y el sexo.

La frontera que se traza con la distinción nacional es la que indica quién ha “abandonado” la condición humana para volverse un objeto de sentimiento.[3] De forma paralela, las fronteras representan centro y origen de nuevas formas de entender el mundo, son espacios de construcción múltiple y cambiante por los cuales la gente se traslada, desplaza y trastoca significados cuestionando así, por diferentes vías, la supuesta imbricación social al interior de los Estados Nación.[4]

Los ciclos de migraciones en nuestro país tienen una consonancia directa con los vaivenes políticos regionales y mundiales. No obstante, hubo experiencias de oscilaciones sociopolíticas en territorios distantes del centro político nacional. Ejemplo de ello lo representa la frontera sur de nuestro país en los albores del siglo pasado. Todo indica que en la región Soconusco se produjo, desde fines del siglo xix, un tipo de carácter discordante entre el ambiente político nacional y lo acontecido en la franja fronteriza. Ejemplos concretos son útiles para ilustrar el argumento.

En el período posterior a la etapa independentista nacional, los vínculos históricos entre Nueva España y Guatemala forjaron una estructura que facilitó a los centroamericanos ubicarse, crear y fortalecer lazos, conexiones y redes que les permitieron sobrevivir. Casta, paisanaje, afinidad política y negocios delinearon las trayectorias de quienes moraban en los confines territoriales de nuestro país.[5] De ahí que se afirmara que para los desterrados, México no era una novedad.

La propensión a posibles acciones y sentimientos ha sido una constante en la historia mexicana. Evidencia al respecto puede encontrarse en la propensión a complicidades no autorizadas por el gobierno mexicano entre exiliados guatemaltecos y miembros regulares del ejército apostados en Chiapas. Las autoridades temían que la vinculación política y familiar que era pública y notoria generara acciones y sentimientos en contra del gobierno guatemalteco y produjera divergencias en las relaciones políticas entre ambas naciones.[6]

Estos ejemplos nos hacen reflexionar sobre un tema disuelto por el actual discurso hostil contra la migración: la diversidad étnica y cultural prevaleciente en sitios limítrofes. Las dinámicas socioculturales que se desarrollan en espacios liminares evidencian que a pesar del establecimiento de la línea fronteriza la interacción entre las poblaciones a ambos lados de la frontera es constante[7] debido a lazos familiares, comerciales, económicos, históricos y comunitarios que han sido establecidos en décadas previas por medio de lazos afectivos, uniones comerciales y relaciones laborales que han dado pauta a procesos de hibridación.[8]

Es menester observar el devenir de las migraciones con una mirada con mayor integralidad y complejidad pues ello permite interrogar de formas distintas las experiencias migrantes en México, en el continente y en el mundo.[9] El caso específico de las migraciones forzadas, al mirarlas con una perspectiva histórica, nos permite entenderlas como un mecanismo de gestión del conflicto que permitió —y permite— a los Estados mediante la exclusión, resolver problemas políticos internos.[10] Al mismo tiempo, nos permite apreciar cómo esta práctica otorga a las naciones la posibilidad de posicionarse como Estados receptores y realizar un uso político de ese hecho.[11]

Los patrones migratorios evolucionan y son influidos por el contexto político y económico de la época, así como por las dinámicas de interacción cotidianas entre residentes y migrantes. Esto último da pie a la construcción de identidades mixtas que cristalizan en formas de socialización, mezclas culinarias, relaciones afectivas, sociedades mercantiles e incluso en complicidades criminales. Más allá de considerar a la migración como un peligro, debe vérsele como una productora, más que una reproductora, de los límites, sentidos e imaginarios de una sociedad. Es a raíz de las tensiones, negociaciones y luchas que se producen en el seno de un grupo o comunidad que los seres humanos pueden tender al cuestionamiento de la posición que como sujetos experimentan socioculturalmente.

En las zonas fronterizas, asistimos a la cualidad de ser personas con capacidad circulatoria o de movimiento en redes y tal circunstancia confiere al conjunto social la inestabilidad de características, estructuras reconocibles y veraces. En estas franjas, la configuración identitaria es compleja y contingente y está directamente relacionada con quién, en qué contexto, y con qué intención construye la categoría que identifica al sujeto.[12] La identificación, entonces, no se encuentra en consonancia directa con un solo lugar sino con el número de sitios que intervienen en los procesos de movilidad, experiencias incorporadas, vínculos forjados, y puede traducirse en una sociedad de habitantes móviles. Habitar en movimiento[13] es una cualidad que muestra al mundo, específicamente en el campo identitario, lo que Theodor Adorno advertía décadas atrás: los conceptos son apariencias necesarias de una situación ilegítima.[14]


[1] González, Joy Helena. 2023. Racialización. Sentidos, sensaciones y emociones en barrios populares, Ciudad de México, México, Flacso México.

[2] Yankelevich, Pablo. 2020. Los otros: raza, normas y corrupción en la gestión de extranjería en México, 1900-1950 (Primera reimpresión ed.), México: Bonilla Artigas Editores / El Colegio de México / Iberoamericana.

[3] Ahmed, Sarah. 2015. La política cultural de las emociones, México, Universidad Nacional Autónoma de México.

[4] Grimson, Alejandro. 2003. Disputas sobre las fronteras. Introducción a la edición en español. en S. Michaelsen, & D. Johnson, Teoría de la frontera. Los límites de la política cultural, Barcelona: Gedisa, pp. 13-23.

[5] González, Francisco. 2022. Vae victis: el primer exilio centroamericano en México (1829-1840), Secuencia, pp.1-38.

[6] Fenner, J. (2019). Neutralidad impuesta. El Soconusco, Chiapas, en búsqueda de su identidad, 1824-1842. San Cristóbal de las Casas: CIMSUR-UNAM.

[7] Castillo, M., & Toussaint, M. (2015). La frontera sur de México: orígenes y desarrollo de la migración centroamericana. Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe, p. 72.

[8] García, Nestor (1989), Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Grijalbo / Conaculta.

[9] Lastra, Soledad. 2024. Espionaje y control en el país refugio, México, Secretaría de Gobernación / Secretaría de Cultura / INEHRM.

[10] González, Francisco. 2022. Op. Cit.

[11] Yankelevich, Pablo. 2011. ¿Deseables o inconvenientes? Las fronteras de la extranjería en el México posrevolucionario. México: Bonilla Artigas Editores / ENAH / Iberoamericana.

[12] Álvarez, Antonio. 2019. “Migraciones e identidad. Una aproximación desde la teoría de la identidad colectiva y desde la teoría del sujeto”, en Estudios de la paz y el conflicto. Revista Latinoamericana, pp. 97-115.

[13] Musset, Alain. 2015. “De los lugares de espera a los territorios de la espera. ¿Una nueva dimensión de la geografía social?”, en Documents d’Anàlisi Geogràfica, pp. 305-324.

[14] Adorno, Theodor. 1984. Dialéctica negativa, Madrid, Taurus.

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Guillermo Rosales Cervantes

Investigador Posdoctoral en El Colegio de la Frontera Sur. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma del Estado de México. Maestro en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Chile. Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México.