Federico Cuatlacuatl, Tiricia de lo que nunca fue, de lo que nunca murió (detalle), 2024, cazuela, guajolote, y materiales mixtos. Fotografía: Miriam Ortiz
La migración contemporánea ha trascendido los límites geográficos para instalarse también en el ámbito digital, creando comunidades transnacionales que operan simultáneamente en múltiples espacios físicos y virtuales. Actualmente, millones de migrantes internacionales mantienen comunicación diaria con sus países de origen mediante plataformas digitales, tejiendo redes que desafían las nociones tradicionales de territorialidad y pertenencia. Las tecnologías de la información (tic) han redefinido las diásporas del siglo xxi, transformando la migración en un fenómeno de doble presencia donde lo virtual amplifica las capacidades políticas, económicas y culturales de las comunidades dispersas.
Las tic han creado un “tercer espacio” migratorio donde los sujetos habitan simultáneamente entre su contexto físico inmediato y una realidad virtual conectada con su lugar de origen. Estudios sobre la diáspora mexicana en Estados Unidos revelan que los migrantes tienen una alta participación en grupos familiares de WhatsApp con parientes al otro lado del rio, y que más de la mitad sigue diariamente medios informativos de su región natal, manteniendo así una “presencia distribuida” que modifica su experiencia identitaria.
Esta hiperconexión genera lo que Navarro Cendejas y Jacobo Suárez en Migración internacional, búsqueda de trabajo y redes sociodigitales: un estudio exploratorio denominan “transnacionalismo cotidiano”, donde, además de estos fenómenos, actividades como transferir remesas mediante apps o votar en elecciones consulares en línea son prácticas normalizadas.
La pandemia de Covid-19 sumó a la aceleración de esta transformación: el uso de Zoom tanto para videoconferencias familiares como para funerales transfronterizos aumentó, según algunas estimaciones, casi un cuatrocientos por ciento en 2022. Estos ejemplos ilustran cómo el espacio digital se convierte en sustrato para preservar memorias colectivas, superando las limitaciones del desplazamiento físico.
El concepto de diáspora digital implica una ruptura con la lógica estado céntrica de pertenencia. Como señala Mattelart en Medios de comunicación, migraciones y teorías de la transnacionalización, las identidades diaspóricas contemporáneas se construyen mediante “flujos electrónicos que escapan al control nacional”, creando lealtades transnacionales basadas en afinidades culturales más que en fronteras políticas.
La paradoja radica en que mientras los estados insisten en políticas migratorias restrictivas, las tic facilitan un “transnacionalismo desde abajo” donde los migrantes eluden controles fronterizos mediante redes de solidaridad digital. En 2024, casi la mitad de los solicitantes de asilo venezolanos utilizaron grupos de Telegram para obtener información sobre rutas seguras y procedimientos legales, creando sistemas alternativos de conocimiento que desafían a los canales oficiales.
Más allá de las transferencias monetarias, las diásporas digitales movilizan “remesas sociales” mediante plataformas que permiten compartir habilidades técnicas y capital cultural. Por ejemplo, la comunidad india en Silicon Valley ha desarrollado sistemas de mentoría virtual donde ingenieros experimentados asesoran a startups emergentes en Bangalore, facilitando la transferencia de innovaciones tecnológicas. De manera similar, médicos filipinos en Europa Occidental crearon en 2023 la red HealthBridge, compartiendo protocolos de atención primaria con clínicas rurales en su país de origen mediante webinars semanales.
Por otro lado, las plataformas de e-commerce han permitido a migrantes crear negocios puente entre sus países de residencia y origen. Un caso emblemático es AfriMarket, fundado por diásporas ghanesas y nigerianas en Alemania, que conecta a agricultores de África Occidental con consumidores europeos mediante un sistema de comercio justo.
Este modelo se replica en otros sectores, como la moda étnica que conecta tejedoras latinoamericanas con diseñadores en otras partes del mundo; o en la gastronomía, como los movimientos Diaspora Kitchen que permite a migrantes vender platos tradicionales mediante “cocinas fantasma” o compartir recetas en línea. Estos emprendimientos ilustran cómo las tic transforman las diásporas en actores económicos globales, reconfigurando las cadenas de valor tradicionales.
Las redes sociales han convertido a las diásporas en fuerzas políticas capaces de incidir simultáneamente en múltiples contextos nacionales. Durante las protestas en Colombia de 2021, la etiqueta #SOSColombia fue utilizada por más de dos millones de usuarios en setenta y ocho países, coordinando campañas de lobby internacional y boicots económicos desde el exterior. Este activismo de doble vía permite a los migrantes ejercer presión sobre sus gobiernos de origen mientras construyen alianzas con movimientos sociales en sus países de residencia. Este tipo de prácticas redefinen la noción de participación ciudadana, creando algo que podríamos llamar “ciudadanía digital distribuida” que opera más allá de las jurisdicciones estatales.
Varios estados han institucionalizado este potencial mediante plataformas de e-governance dirigidas a sus diásporas. Estonia amplió este modelo con su programa e-Residency, otorgando identidad digital a ciento veinte mil miembros de su diáspora para facilitar su participación económica y cultural. Estos sistemas generan nuevas formas de soberanía digital, donde los estados compiten por la lealtad de sus diásporas mediante servicios en línea.
La promesa de inclusión digital enfrenta obstáculos estructurales: sólo el 34% de los refugiados sirios y el 29% de los migrantes centroamericanos tienen acceso a banda ancha de calidad, limitando su participación plena en redes diaspóricas. Además, los algoritmos de plataformas comerciales priorizan contenidos en idiomas dominantes, marginando las expresiones culturales minoritarias. Iniciativas como la de Firefox, que permite usar su navegador en treinta y dos lenguas indígenas, buscan contrarrestar de alguna manera una parte de esta exclusión tecnológica en comunidades altamente vulnerables.
Lo cierto es que los marcos legales existentes resultan insuficientes para regular realidades como el trabajo remoto transfronterizo o la propiedad intelectual en creaciones diaspóricas colaborativas. El Acuerdo Digital asean —iniciativa de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático destinada a transformar la región en una economía digital líder— busca fomentar una mayor cooperación digital y promover la integración regional, representa un avance pionero y establece protocolos para el reconocimiento mutuo de firmas electrónicas y derechos laborales en entornos virtuales, sin importar el país de origen de los interesados. Sin embargo, quizá se requieren más mecanismos globales que protejan los derechos digitales de los migrantes sin caer en nuevas formas de control estatal.
Las diásporas digitales del siglo xxi encarnan la paradoja de un mundo simultáneamente conectado y fragmentado. Mientras reconfiguran nociones de pertenencia y ciudadanía, también enfrentan el desafío de construir infraestructuras tecnológicas éticas que amplíen su capacidad de acción. Su evolución continuará definiendo no sólo el futuro de la migración, sino de la gobernanza global en la era digital.
(Guadalajara, 1976). Escritor. Estudió Artes Plásticas en la Universidad de Guadalajara. Autor de Llegar a ser vacío y Guía incompleta de la insuficiencia. Actualmente es profesor en la Escuela de Escritores de México, columnista en el periódico El Universal y parte del comité editorial de la revista Lee+.