En 2017, Djamila Ribeiro publicó su primer libro, Lugar de fala. Ella es pensadora, activista, académica y editora brasileña. Ahora la UAM, en coedición con Tumbalacasa, acoge su opera prima. La publicación echa luz sobre una realidad social enraizada en nuestros países: el racismo estructural.
En Brasil, las reflexiones sobre el racismo provienen de una experiencia histórica específica: el esclavismo paralelo al desarrollo de su capitalismo colonial. En ese proceso, seres humanos son primeramente deshumanizados y cosificados para así sustraerles su fuerza de trabajo, su dignidad de existir, y, por tanto, su fuerza de vida. Para Ribeiro el tema central de su libro es el silenciamiento como resultado de ese proceso de deshumanización, ya que en el Brasil del siglo XXI, sin importar el reconocimiento de derechos de su población negra, hay estructuras que continúan invisibilizando y excluyendo a esta población. Ribeiro lo explica con firmeza: las mujeres negras han escrito y hablado y denunciado y contribuido en Brasil y en el mundo occidental, pero el régimen político de autorización de los discursos determina quién puede hablar y qué hablas valen. Régimen omnipresente en la vida cotidiana, que niega tanto el acceso al poder a las mujeres negras como la reivindicación de sus potencias en la sociedad mundial. El silenciamiento se compone de una serie de estrategias, de prácticas en cada momento de la historia moderna, que van desde la violencia física más brutal, hasta la esterilización forzada denunciada en Brasil y México durante el siglo XX.
Para comprender las condiciones del silenciamiento, Ribeiro se ubica en el medio de la historia del concepto —como si de un río vivo se tratara— para volver una y otra vez sobre él: ¿qué es el lugar de enunciación y por qué ha provocado tantos debates, temores y enconos al poder establecido? En el apartado “Un poco de historia”, hace arqueología en torno a la enunciación de la mujer negra como problema, es el recuento de un punto de partida; y en el último, “Todo el mundo tiene su lugar de enunciación”, analiza la direccionalidad y jerarquización de la enunciación, para ofrecernos un nuevo punto de partida sobre el concepto.
Ribeiro inicia su discurso con Sojourner Truth, mujer esclavizada y luego abolicionista afroestadounidense de 1851. Expone con múltiples y extensas citas para debatir, acompañarse y “hacernos escuchar” voces insistentemente acalladas, voces que son su confesada genealogía intelectual; al referirlas rompe el cerco recolonizador impuesto por las actuales estructuras de producción y circulación del conocimiento de los centros del norte global. Con Sojourner Truth, Ribeiro vuelve a preguntar “¿Acaso no soy una mujer?”. Las citas son también acto de curaduría del relevante pensamiento feminista negro: junto a Grada Kilomba están Patricia Hill Collins, Audre Lorde, bell hooks, la panameña Linda Alcoff, y descuellan dos intelectuales brasileñas: Lélia Gonzalez y Sueli Carneiro. La autora urde su pensamiento con el de ellas, y apuntala la necesidad tanto del reconocimiento de las identidades políticas de los sujetos racializados, como la de reconocer sus contribuciones intelectuales. Ribeiro se propone en amplio sentido “comprender cómo el poder y la identidad funcionan juntos”.
Así, en el apartado “Mujer negra: el Otro del Otro”, aborda de manera categórica cómo tal identidad ha sido obliterada, asume una mirada interseccional, demostrando que decir mujer en el feminismo sigue queriendo decir mujer blanca. Y puntualiza: “Cuando hablamos de romper el mito de la reina del hogar, de la musa inspiradora de los poetas, ¿de qué mujeres estamos hablando? Las mujeres negras son parte de un contingente de mujeres que no son reinas de nada, que son retratadas como antimusas de la sociedad brasileña”.
Lugar de enunciación revela que las identidades son lugares políticos una vez que son desensencializadas. Estamos frente a identidades esencializadas cuando surgen para organizar a los cuerpos de manera inmutable —caso de la biologización del género o del racismo colorista—, cuando un marcador borra la experiencia histórica que las conforma. Se trata de evitar el sectarismo, asumir el lugar diferenciado de opresión, y negarse a la jerarquización de opresiones o a la competencia de opresiones. La autora establece el sin-lugar de la mujer negra, porque en los debates históricos sobre el racismo el sujeto político y social ha sido el hombre negro, y en los debates feministas el sujeto político y social ha sido la mujer blanca: “Las mujeres negras, desde esta perspectiva, no son ni blancas ni hombres, ejercen la función del Otro del Otro”. A partir de esta crisis sobre el sujeto del feminismo, Ribeiro se concentra en quienes dictan el régimen de autorización: [la] “evasión de responsabilidades de las mujeres blancas […] por no estar comprometidas con el cambio, puede ser entendida como una falta de postura ética, al pensar el mundo solo a partir de su lugar […] seguir ignorando que existen diferentes puntos de partida entre mujeres, hace que estas mujeres blancas sigan ignorando su tarea de cuestionarse y, en consecuencia, reproduzcan opresiones contra las mujeres negras o contra […] ‘aquellas que no son aceptables’”.
En el apartado “¿Qué es el lugar de enunciación?”, siguiendo a Patricia Hill Collins, Ribeiro afirma que se trata de pensar ya no las identidades individuales, subraya la importancia de superar el foco sobre los “individuos”: los grupos sociales no se organizan a partir de sus propias decisiones, sino precisamente como resultado de las relaciones jerárquicas de poder impuestas. En este punto, Ribeiro fortalecerá su propuesta teórica con Grada Kilomba, quien resalta el temor de los esclavistas y supremacistas al discurso de los esclavizados; según ella, el acallamiento es esencial para el proyecto colonial; hacer estallar la mordaza implica aprender a hablar por entre sus orificios.
Ribeiro da la vuelta a este debate sobre si pueden o no hablar los subalternos y cómo pueden hacerlo: para que la práctica del lugar de enunciación diga los deseos y el poder del sujeto excluido, para que sea una práctica plena anti-colonial y anti-racista requiere de “que ahora escuchen quienes siempre han estado autorizados a hablar.” Y asevera: “El no escuchar es la tendencia a permanecer en un lugar acogedor y cómodo de aquellos que se proclaman portavoces de los Otros, mientras aquellos Otros continúan silenciados”.
La propuesta más que subviertir invierte el cuestionamiento, pone bajo el reflector a los sujetos inmunes. Desde el lugar de outsider de las mujeres negras, éstas acoplan lo político con lo ético y señalan como imputables a quienes se benefician de las estructuras de opresión, y además indican una ruta posible de reflexión-acción: cuando los sujetos subalternizados atacan o desestabilizan los regímenes de autorización, reclaman directamente su derecho a vivir, por tanto, “el gesto político de invitar a un hombre cis europeo a callarse para pensar mejor antes de hablar introduce, en realidad, una ruptura en el régimen de autorizaciones vigente”.
Ribeiro retoma la cuestión inicial: ¿cómo las identidades y el poder se articulan para oprimir? La respuesta deslumbra: “En una sociedad como la brasileña, de herencia esclavista, las personas negras experimentan el racismo desde el lugar del objeto de opresión, desde el lugar en el que las oportunidades son restringidas debido a dicho sistema. Las personas blancas experimentan el racismo desde el lugar de quien se beneficia de esta misma opresión.” A partir de nuestra experiencia histórica resulta imperioso interrogarnos ¿quiénes han sido y son en México sistemáticamente deshumanizadxs?, ¿a qué grupos sociales se les ha impuesto a lo largo de la historia de la nación el silenciamiento como condición de existencia? En palabras de Lorde, ¿quiénes son lxs inaceptables? Respondemos: los etiquetados como “pueblos indígenas”, pueblos y naciones con sus muchas lenguas, que se enfrentan a la maquinaria del colonialismo, maquinaria conducida por las élites colonizadas que dictan el régimen de autorización de la vida en México. Otro grupo acallado al interior del discurso nacionalista ha sido la población de origen africano, tal ha sido su invisibilización en la historia mexicana que sólo recientemente, desde 2015, esta población aparece diferenciada en el censo nacional.
En su último apartado, Ribeiro se centra en los grupos beneficiarios de las desigualdades: “Lo fundamental es que los individuos pertenecientes al grupo social privilegiado, en términos de locus social, puedan reconocer las jerarquías que producen a partir de ese lugar y cómo ese lugar impacta directamente en la constitución de los lugares de los grupos subalternizados”. Si todos tenemos un lugar de enunciación, hay que reconocerlo antes de caer en la tentación de la inocencia; a partir de todo esto, ¿qué diagnóstico se puede hacer de nuestras universidades, nuestras políticas editoriales, nuestros programas sociales?, ¿gracias a qué acallamientos persisten las estructuras opresoras que generan desigualdades en instituciones y organismos?, ¿a quiénes deberíamos escuchar?
Para remontar el racismo en Brasil, Djamila Ribeiro creó la colección editorial Feminismos Plurais, lanzada en 2017, que sólo publica autores mujeres y hombres, negras y negros, cuyos trabajos se fundamenten en referencias bibliográficas sobre personas negras y, aunque no exclusivamente, sí en especial sobre mujeres negras. Su éxito —diez mil libros distribuidos en el territorio brasileño según la autora en 2020— reside en la congruencia radical de los postulados de su directora expresados en Lugar de enunciación, congruencia que desafía a un México pronto a simular cambios, a suprimir la escucha y que está urgido de responsabilidad respecto de cómo cada grupo social colabora, se beneficia y participa de nuestro racismo estructural.
Lugar de enunciación
Djamila Ribeiro
Prefacio de Grada Kilomba. Traducción de Fernanda Barreto
México, UAM-Tumbalacasa (El camino de las agujas. Hilando feminismos), 2023, 92 pp.