Segunda parte de la tetralogía Los años gloriosos, en El silencio y la cólera, Pierre Lemaitre (Francia, 1951) continúa la historia de los hermanos Pelletier, ahora centrado en Hélène, la hermana menor, devenida fotorreportera en Le Journal du Soir, el periódico donde su hermano François se ha convertido en redactor estrella de la sección de sucesos. Con base en esta anécdota, Lemaitre nos lleva por las intrincadas callejuelas de la áspera relación entre mujeres y hombres en una sociedad fieramente misógina, a la vez que da un retrato íntimo e irónico de la vida cotidiana en la Francia de la segunda posguerra mundial, que es también la de las guerras colonialistas y su legado de violencia, sectarismo y desgarro social.
Sólido conocedor de la novela por entregas decimonónica, Lemaitre sabe mantener un discurso narrativo ágil, en el que entreteje la tensión del suspenso con los efectos de sorpresa, lo que dinamiza las causas y los efectos de los hechos relatados, así como dinamiza al lector, que de espectador distanciado transita a cómplice de los personajes, y, a veces, incluso, lo seduce con la ilusión de ser uno de los protagonistas de la trama. Así, el narrador, como hablándonos al oído, nos confía los intríngulis de una sala de redacción:
El gran clásico de esas sesiones era el duelo entre Stan Malevitz, redactor jefe de sucesos, y Arthur Baron, responsable de política interior y exterior; sus monumentales broncas ocupaban algunas de las mejores páginas de la leyenda del diario, y sus mejores réplicas iban de boca en boca por todo el periódico en cuanto acababa la reunión.
El silencio y la cólera sigue, como apunté antes, la saga de los Pelletier. Sin embargo, si en El ancho mundo la trama se desarrolla en Líbano, Vietnam y Francia, en esta segunda novela las acciones ocurren en Francia y, sólo en menor medida, en Líbano, porque, hacia 1952, los dominios de Francia empezaban a estrecharse, y es la Francia post imperialista, limitada a sus fronteras geográficas, que se debe enfrentar a sus contradicciones y desavenencias internas, la que interesa al narrador.
Para reflejar este estrecho espacio social, Lemaitre coloca el peso de la trama en las mujeres, que son las que sobrellevan las imperceptibles o soslayadas incordias y discordias de la cotidianidad. En un mundo dominado por la impronta masculina, en El silencio y la cólera, Lemaitre despliega un microcosmos narrativo en que los hombres se hallan en la periferia de los hechos, casi todos ineptos para pensar a las mujeres independientes de la férula masculina, tal es el caso de François, quien pone en riesgo su relación con Nine porque constantemente se deja llevar por los chocantes relatos que crea a través de los celos:
Sin embargo esa explicación no era lo bastante escabrosa, así que se aventuró por un terreno aún más escabroso: Nine estaba embarazada y, como “el otro” no quería al niño, había recurrido a él. Qué idiota había sido…
A partir de ahí, empezó a atormentarse con una secuencia de ideas que partían del amor de Nine por otro hombre.
Ahora bien, vale aclarar que El silencio y la cólera no es un alegato feminista, aunque desde la portada se alude a la sexualidad femenina (el dibujo de una presa hidroeléctrica que se asemeja al cuerpo desnudo de una mujer). En lugar de un alegato, Lemaitre expone la evolución de la mujer, tanto en su conciencia individual como en la social. Esta doble evolución implica un acto de resistencia, toda vez que en El silencio y la cólera las mujeres no se adaptan, acomodaticias, al reducido espacio en que las confinan los hombres, sino que, con diversos recursos, expanden su territorio intelectual, emocional y social. Así lo hace Hélène cuando cubre la agonía y la muerte de Chevrigny, pueblo que ha de desaparecer en nombre de la modernización, representada por una hidroeléctrica.
La desaparición de Chevrigny, decretada por Electricidad Francesa, marca el abrupto choque entre diversas versiones de Francia: la rural, la de resabios ultraconservadores decimonónicos, la colonialista, la de posguerra. Son versiones de una sociedad que sobre la marcha quiere recuperar la estabilidad rota por la segunda guerra y que, en vez del diálogo y el avance, lo que encuentra son gritos y empellones. Con gran sentido del retrato grupal, Lemaitre sintetiza en un puñado personajes tales discrepancias y crispaciones, de modo que se despliega ante nuestra lectura un relato equilibrado, en el que cada situación tiene espacio suficiente para desarrollarse, como ocurre con el inspector Palmari.
Policía misógino dedicado a la persecución de abortos clandestinos, Palmari cumple su labor con un celo inquisitorial que, burla cruel, exhibe al inspector como hombre pusilánime y fracasado. En Palmari se reúnen las lacras machistas y las carencias emocionales de varios de los hombres que pueblan la novela: los arranques de violencia misógina de Jean Pelletier, el encanto seductor utilitarista de Denissov, el director del Journal, y los delirios esclavistas del administrador Guénot. Son los asedios a la feminidad: la obsesión por el control del cuerpo, el odio a la existencia femenina, el utilitarismo sexual, la ambición de poder.
Destacado por su amplio conocimiento de la novela decimonónica europea, en El silencio y la cólera Lemaitre sorprende una vez más por el dominio de la intrincada red de situaciones tanto colectivas como particulares que presenta y, en este caso, por la complejidad que imprime, sin forzamientos ni artificios, a los personajes, sean protagonistas, antagonistas o secundarios, a la manera de Balzac o de Dostoievski, con lo que plasma una intensa melodía polifónica, hecha de etopeyas que alternadamente se compaginan y se oponen.
En mayor o menor medida, a lo largo de El silencio y la cólera los personajes —en especial las mujeres— muestran sus devaneos emocionales y sus dudas existenciales. Y digo que muestran porque siempre esconden algunos aspectos, que sólo pueden intuirse, pero no verificarse. Es lo que hace Hélène, quien se enamora de Lambert sin confesárselo ni a sí misma, incluso cuando él es el que la acompaña en la operación del aborto:
La había ayudado a abortar, así que ella era “una de esas mujeres”. ¿Qué imagen había dado de sí misma? Se volvía hacia un lado y otro, exasperada consigo misma. ¡Pero yo no soy así! Luego pensaba que debía de interesarle bastante, puesto que le había pedido matrimonio y no aprovechaba para buscar que se acostaran. Ella sabía lo que era una pasión, lo que era el deseo, pero nunca se había puesto a pensar en qué consistía el matrimonio.
Aunque el erotismo está presente en las páginas de El silencio y la cólera, su gravitación es menor en relación con la intimidad, cimentada en complicidades implícitas o explícitas, que se establece entre los personajes, de manera discreta, casi imperceptible a veces, como la que construyen François y Nine. Intimidad de cómplices, que sostiene su relación amorosa y que incluso la trasciende, porque la deviene en razón que fortalece sus existencias como individuos y los rescribe como pareja:
Nine se irguió en el asiento. François estaba acostumbrado a aquellos repentes suyos y al tono febril y ansioso con el que dijo:
—Estoy embarazada, François, ¿quieres casarte conmigo?
Después de dejar a Nine en su casa, François sentía que por fin había vuelto a ser él mismo. Sentía el corazón latir a toda prisa y, con sólo pensar en la propuesta de Nine, le daban ganas de echarse a llorar de pura felicidad. “Ahora me da igual lo que pase”, pensaba.
A través de la intimidad, Lemaitre accede al mundo interior de las mujeres, a filias y fobias y, ante todo, a su proceso de autorreconocimiento, a la reinvención intelectual y sentimental de algunas, como Hélène y Nine, quienes van construyendo una interrelación más equitativa con los hombres, y a la vez accede a la involución de otras, como Geneviève, cada vez más atrapada en sus afanes de chantaje emocional, manipulación existencial y en su sordo rencor —¿acaso envidia?— a los hombres.
Escritor de discurso ágil, en El silencio y la cólera Lemaitre vuelve a recurrir a la narración vivaz y a los guiños de ojo socarrones para delinear a una sociedad despendolada entre la renovación y la vetustez, la asertividad y el contrasentido, vacilaciones que tienen uno de sus momentos más hilarantes y punzantes en la huelga en los almacenes de Jean, provocada por una empleada comunista, según afirma Guénot, algo que el Gordito y Geneviêve no dudan, aunque ninguno sabe definir qué es el comunismo. En oposición a las chaladuras políticas del trío, una tímida empleada aclara el motivo de la huelga con precisión:
—Estoy segura de que, cuando sepa de verdad lo que pasa en la tienda…
Jean se acordó de que le había preguntado por su hija. Entonces le había parecido tan sincera como ahora.
—¿Cómo se llama usted?
—Gisèle Bonvoisin.
Maquinalmente, la chica le tendió la mano. Él la cogió, la estrechó y estuvo a punto de responder: “Jean Pelletier”.
Seguramente quería hablarle de los robos.
—Si supiera usted cómo se nos trata…
Jean miró sus hermosos ojos grises.
—¿Qué quiere decir?
El humor también funciona para atenuar las constantes situaciones de injusticia social, violencia misógina, corrupción soterrada y negligencia deliberada que campean a lo largo de El silencio y la cólera. Humor, agilidad narrativa, etopeyas agudas, equilibrio de situaciones y perspicacia en el retrato de la circunstancia femenina, tales son algunos de los elementos con que Pierre Lemaitre se adentra en la microhistoria y la macrohistoria del pueblo francés. Retrato intimista y vital de un pueblo que, ayer como hoy, es más rebelde y creativo de lo que sus autoridades y su clase política quieren aceptar. Con El silencio y la cólera, Lemaitre reafirma por qué es uno de los autores más lúcidos de las letras francesas contemporáneas.
El silencio y la cólera
Pierre Lemaitre
Traducción de José Antonio Soriano Marco
México, Penguin Random House, 2024, 576 pp.