Pentimenti

Daniella Blejer
agosto-septiembre de 2024

 

 

Imagen: José Clemente Orozco, Katharsis [detalle], 1934


Somos el río de Heráclito,
quien dijo que el hombre de ayer no es el hombre de hoy
y el de hoy no será el de mañana.
Cambiamos incesantemente y es dable afirmar que cada lectura de un libro,
que cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto.
También el texto es el cambiante río de Heráclito.

Jorge Luis Borges

Leí la palabra por primera vez en la portada del libro de memorias de la escritora Lillian Hellman que me obsequió mi madre. Ella había visto la película Julia, con Jane Fonda y Vanessa Redgrave, basada en uno de los relatos de Pentimento, y pensó que me gustaría leerlo. No presté atención al regalo por estar ocupada con las lecturas del colegio.

Ese año, pese a las afirmaciones del maestro de español —un republicano anarquista que proclamaba a los cuatro vientos que el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad es quien lo corrompe— descubrí lo opuesto. Leí con horror y voracidad El señor de las moscas. La violencia y la sed de sangre de los niños de familia convertidos en despiadados cazadores de cerdos me descompuso, no vi venir que se convertirían en asesinos. Cuando uno de ellos mata a Piggy con una enorme piedra que le rompe el cráneo, se destruye también la caracola, símbolo del diálogo y el impulso civilizador. Al terminar el libro entendí, con la intensidad con la que un adolescente pierde la inocencia, que el mal existe.

Como si fuera poco descubrir mediante estos pequeños sociópatas que el hombre es el lobo del hombre, al año siguiente nos dieron a leer 1984. Corría el mismo año y el futuro distópico imaginado por George Orwell de una sociedad hipervigilada, manipulada mediante la falsa información, controlada por una dictadura totalitaria encontraba ecos en las historias de la dictadura argentina que se oían en casa. Sin imaginar las dimensiones que cobraría el famoso “Big Brother” unas décadas después, quedaba claro que la humanidad no iba por buen camino. La guerra entre Estados Unidos y Rusia era fría porque, como en el libro, ocurría en otras partes. El sistema en el que vivíamos se parecía al de 1984, pero mis compañeros de secundaria salían a jugar como si nada. Me escapé a fumar con los de prepa con el libro en el brazo pensando que congeniaría mejor con ellos. A los de prepa les importaba un pepino el libro que ni yo misma terminaba de entender. Pero no entender no era impedimento para seguir leyendo, había cierto gozo en sentirse confundida por las palabras.

Rebasada por los grandes relatos masculinos de la miseria de nuestra especie, no hice caso de aquel libro de singulares memorias escrito por una autora con una obra y vida fascinantes. Los años pasaron sin que leyera ni recordara la novela de Hellman hasta hace unos días que manejaba a vuelta de rueda en un embotellamiento de la Ciudad de México. Iba escuchando, por recomendación de una amiga, el podcast de Julia Louis-Dreyfus nombrado Wiser Than Me en el que la actriz de Seinfield visibiliza a una serie de mujeres mayores llenas de experiencia y sabiduría con trayectorias apasionantes. Al terminar los encuentros, la podcaster reserva un espacio para comentar sobre ellos con su mamá.

En entrevista con Jane Fonda, Louis-Dreyfus cita la primera página de Pentimento, epígrafe elegido para la foto de álbum de su graduación de prepa:

 

La pintura vieja en un lienzo, a medida que envejece, a veces se vuelve transparente. Cuando eso ocurre, es posible, en algunas imágenes, ver las líneas originales: un árbol se mostrará a través de un vestido de mujer, un niño deja paso a un perro, un barco grande ya no está en mar abierto. Eso se llama pentimento porque el pintor, “arrepentido”, cambió de idea. Tal vez sería bueno decir que la vieja concepción, reemplazada por una elección más adelante, es una manera de ver y luego ver de nuevo. Eso es todo lo que quiero decir sobre la gente en este libro. La pintura ha envejecido y yo quería ver lo que estaba allí para mí una vez, qué hay para mí ahora.[1]

 

Compartió la cita pensando que a Fonda, actriz en Julia, le interesaría. A ella no le impresionó demasiado, en cambio fue por su copia de Cuatro cuartetos, de T. S. Eliot, para citar unos versos del poema “Little Gidding” que le parecieron más representativos de su vida: “No hemos de cesar de explorar y el fin de nuestra exploración será regresar a donde empezamos y conocer el lugar por primera vez”. [2]

Aunque no se volvió a hablar del libro de Hellman durante el podcast, la palabra tuvo una especial resonancia en mí, quizás por los vínculos que el término establece con el palimpsesto —el pergamino que se raspaba una y otra vez para borrar lo escrito y volverse a utilizar, y que dejaba una huella de lo anterior— empleado por Gérard Genette para hablar sobre los distintos tipos de intertextualidad. Los sedimentos o restos de escritura del pergamino son metáfora de cómo todo texto está en permanente diálogo con otro.

Al llegar a casa no tardé en encontrar mi edición de Pentimento en el librero, sobreviviente de cuatro mudanzas y cuatro décadas de acumular polvo sin que un solo lector le hiciera justicia. Entre las hojas amarillas descubrí una colección de relatos donde la autora retrata a familiares, amigos y personajes que incidieron en su vida. El ejercicio de la memoria consiste en reconstruir la forma de mirar a estas personas durante la juventud, para observarlas de nuevo y registrar el cambio en su percepción. La resignificación sólo puede obtenerse mediante la reflexión y la valoración que concede el paso del tiempo. Así como la pintura con los años se vuelve transparente y permite ver los trazos e intenciones originales del artista arrepentido, el tiempo permite tener un nuevo punto de vista al recrear a una persona o circunstancia. Se podría decir que la autora pintó con la experie­­­­ncia la primera vez, y la segunda con la memoria.

Lillian Hellman vivió en libertad e independencia en los años treinta. Se casó y  divorció, tuvo una relación fuera de las convenciones con Dashiel Hammet, hizo una vida escribiendo obras de teatro y guiones cinematográficos en los que denunció al macartismo, la injusticia del sistema económico y la pasividad estadounidense ante el avance de la ideología fascista. Se adelantó a su tiempo tocando temas de lesbianismo en el ámbito social. Salía a beber y a apostar con los hombres de la Metro Pictures Corporation, y se ganó el respeto de sus pares por su originalidad y lucidez.

Las memorias de los extraños personajes divierten y fascinan: parientes incómodos y parientes entrañables, una amiga —discípula de Freud— involucrada en la resistencia, su mentor y amante Dashiel Hammet, divas simpatizantes de nazis, extravagantes productores de teatro y cine. En sus recuerdos aparecen escenarios opuestos: el petrificado sur mediante su familia de Nuevo Orleans con sus diferencias de raza y clase, y los progresistas y liberales entornos de Nueva York y la meca del cine, Hollywood. Las historias son narradas con la falta de claridad que se tiene en la juventud. El giro de la memoria ocurre cuando la mirada posterior revela el misterio, se deja atrás la ingenuidad y puede verse una dimensión más amplia. Pentimento es un viaje de introspección que ayuda a la autora a entender quién fue durante sus años mozos y quién es en el momento en el que escribe.

A veces toma décadas apreciar un regalo, aunque desde chica noté que mi madre y mi tía, ambas más sabias que yo, diría Louis-Dreyfuss, compartían con pasión sus campos de conocimiento. Las escuchaba hablar —a ratos con tedio, otras con interés— sobre artistas, exposiciones, museos, iglesias. A veces discutían y alzaban la voz. Mi mamá daba su punto de vista como historiadora del arte, sus manos se movían con lentitud, como si dirigiera una orquesta. Mi tía llevaba la querella al campo de la restauración, sus chinos pelirrojos parecían danzar de un lado al otro. Al poco rato ambas reían. Por esa época comencé a esculcar en una caja de madera para buscar las fotos guardadas. Sacaba retratos de parientes lejanos para escribir sus historias en retazos de papel. Adhería imagen y texto en los álbumes familiares como forma de restaurar sus vidas.

La historia del arte y la restauración fascinan por su capacidad de devolver a la obra su sentido y su memoria, sobre todo por su condición de ficción detectivesca. Tanto historiador como restaurador reconstruyen procesos, intentan comprender. La pintura es prueba y testimonio, signo y enigma. En la búsqueda de lo arcano y el tiempo perdido, la huella del “arrepentimiento” permite ver de nuevo y recuperar la posibilidad de asombro.

Los pentimenti nos permiten entrever los fantasmas del pasado para reconstruir quiénes fuimos. Son guardianes del proceso creativo en momentos en que la materialidad de la pintura se ve amenazada por la oferta virtual que emerge de la pantalla. Son archivo material cuando el cuerpo del libro es devorado por los dispositivos electrónicos. Mientras el misterio naufraga en la marea de lo público y la memoria del error es cada vez más difícil de rastrear, los trazos de los pentimenti son huella de la experiencia humana frente a quienes imaginan que el arte y la literatura pueden ser creados por la Inteligencia Artificial, incapaz de arrepentirse.

 

Premonición

 

 

David Alfaro Siqueiros, El nacimiento del fascismo, 1945, versión definitiva.

 

No me había tocado ver un pentimenti hasta 2008, cuando fui a la exposición Baja viscosidad en La Sala de Arte Público Siquieros. El público estaba conformado por amigos y familiares del equipo de restauradores e historiadores del arte involucrados en el proceso que reveló el “arrepentimiento” de Siquieros. Había cierta energía vibrante, mezcla de curiosidad y emoción ante la posibilidad de conocer el misterio detrás de un cuadro. En este caso la pintura no se tornó transparente, sino que la composición original fue descubierta mediante una serie de fotos y radiografías que revelaron lo que el artista quiso expresar en El nacimiento del fascismo, de 1936, antes de ocultarlo con pintura.

El diseño curatorial conducía primero a la versión definitiva del cuadro, la de 1945. Recuerdo la tensión del mar convulso donde confluyen corrientes opuestas. En medio del caos, una balsa de madera se mantiene a flote gracias a la pequeña vela que sirve de soporte de navegación. La vela se agita contra el viento como si pudiera estabilizar el cuerpo de la mujer que, recostada sobre la balsa, abre los muslos. Tuve una sensación de desamparo al ver a la mujer aferrarse al mástil para dar a luz a un engendro deforme y ensangrentado.

Del lado derecho de la pintura flota una suástica roja. En el mismo flanco, el cielo forma un funesto huracán que muestra la capacidad destructora del nazismo. Del lado izquierdo se mantiene a flote una nave industrial donde una concentración de personas porta banderas rojas simbolizando la vanguardia y el socialismo. En esa parte el cielo está más despejado, se logra percibir un rojo atardecer. El contraste entre atmósferas devela el posicionamiento del autor ante las oposiciones ideológicas de la época, aunque para ese momento el poeta vanguardista de la Revolución, Mayakovski, se había suicidado y el “Gran Experimento Ruso” de arte, arquitectura y diseño había sido aplastado por Stalin y sustituido por el arte oficial de la Unión Soviética.

La recién parida viste un peplo o toga, quizás simbolizando a la cultura occidental. El estudio iconográfico refiere a ella como “prostituta universal”, una de las formas de aludir a “La Ramera de Babilonia”, personaje del Apocalipsis a veces interpretado como la mujer de Satán, quien dará vida al Anticristo. Según el Apocalipsis, Babilonia es la mujer/ciudad corrompida por la riqueza que comete “inmoralidades sexuales”. Miro de nuevo a la mujer recostada. Noto sus labios pintados de carmesí y el exceso de delineador en los ojos. Por su maquillaje y posición me recuerda a la mujer del mural Katharsis, pintado en 1934 por José Clemente Orozco y exhibido en Bellas Artes.

Bajo una pila de cadáveres, máquinas de guerra y fusiles aparece recostada una mujer desnuda con las piernas abiertas y los pies recargados sobre el piso. Porta varios collares en el cuello y otras tantas pulseras en las muñecas. Su maquillaje es grotesco, su gesto y sonrisa expresan cierto cinismo y placer ante la muerte. A la sordidez de la escena se suma un velo de pintura verde que le recubre los muslos y se concentra en el abdomen y el pubis. La interpretación iconográfica de la mujer, una prostituta, es el símbolo de la pérdida de los objetivos de la Revolución Mexicana.

 

 

 

José Clemente Orozco, Katharsis, 1934

 

En el primer encuentro con el cuadro de Siqueiros no reflexioné sobre el uso del cuerpo de la mujer como creador y portador del mal, interpreté la alusión a la “prostituta universal” como una entelequia abstracta que refiere a un sistema mundial perverso. Tampoco reflexioné sobre el simbolismo de la mujer teñida de verde en Katharsis. Ahora, mientras escribo, registro la manía de los muralistas de simbolizar la decadencia mediante las prostitutas, aunque detrás de la prostitución se encuentre quien prostituye.

Lo que me inquietó aquella vez al ver el cuadro fue que el engendro que encarna al fascismo no tuviera rostro. La imprecisión de las caras advierte que estas podían ser intercambiadas por otras. La falta de atributos dificulta reconocer las transformaciones de quiénes usan el odio para sostener el poder. En ese momento entendí que aunque la encarnación del fascismo parece una criatura monstruosa, su fisonomía es reconocible, humana. Toda sociedad tiene el potencial de crear los sistemas más siniestros.

 

 

 

David Alfaro Siqueiros, El nacimiento del fascismo, 1936. Primera versión

 

Tras ver la primera versión del cuadro, la curaduría invitó a prestar atención al proceso de investigación y los procedimientos técnicos que revelaron la versión original. En esta versión es notorio el uso del “accidente controlado” con el que Siqueiros conformó el mar: un juego de azar logrado a partir de la combinación de lacas sintéticas y solventes superpuestos mediante escurrimientos, raspaduras y salpicones. La Estatua de la Libertad apenas y logra asomar la cabeza junto con el brazo erguido que sostiene la antorcha. A su lado naufragan también los libros, símbolo del conocimiento y la cultura despreciada por el fascismo. La mujer sobre la balsa da a luz un engendro de tres cabezas con rostros que sí son reconocibles: Hitler, Hearst y Mussolini.

La Estatua de la Libertad hundida en el mar establece un diálogo importante con la cultura pop al introducir elementos del folletín o pulp de ciencia ficción. Aunque hoy la imagen sea el lugar común de las películas distópicas, los discursos visuales sobre el calentamiento global, el fin del capitalismo y otras visiones apocalípticas; en los años treinta planteaba otro significado. Se pensaba que la derecha republicana se asociaría con el fascismo europeo en contra de la urss, por lo que el comunismo se presentaba como la única ideología capaz de hacerles frente. Este argumento es reforzado en el cuadro mediante la presencia de William Randolph Hearst, magnate y manipulador de la prensa estadounidense, miembro del partido nazi, cuya vida fue llevada a la pantalla por Orson Welles bajo el mote de Ciudadano Kane. Siqueiros era un comunista convencido del estalinismo, incluso participó en el intento de asesinato a León Trotsky de 1940, lo cual explica la visión polarizada del mundo en su iconografía.

En el año 2008 no era del todo claro lo que el “arrepentimiento” de Siquieros podía vaticinar para Estados Unidos y el mundo. Aún así, la imagen del cuadro y sus significados me acompañaron durante un viaje a Amberes en busca de la casa de mis abuelos huidos de los nazis. Una búsqueda del origen y un intento por entender los efectos de sobrevivir el nazismo sobre las siguientes generaciones.

No fue hasta 2017 que la primera versión del cuadro cobró su sentido completo, cuando Trump subió al poder mostrando su maldad e ignorancia, utilizando el odio hacia las minorías como fórmula para infundir el miedo y “hacer a América grande de nuevo”. De pronto, el fantasma que asedió a mis abuelos se hizo presente en una especie de retrovisión.

Ahora que escribo, Trump, tras un intento de anular las elecciones, es de nuevo candidato a la presidencia por el partido republicano. Sus formas y fórmulas han sido replicadas en diversos países donde el autoritarismo y la polarización de las poblaciones están al alza. Irónicamente, mientras que la diversidad sexual y de género penetran la cultura, quienes aspiran al poder nos quieren hacer pensar que sólo existen dos formas de concebir la política, que los conflictos se disputan entre buenos y malos, que la historia se puede cambiar mediante la corrección política, y que una mentira se puede convertir en verdad si se repite muchas veces. Me siento como el personaje que duerme bajo la bandera nazi del cuadro de Boris Viskin titulado como el consabido microrrelato de Monterroso: Cuando despertó el dinosaurio seguía ahí.

 

 

 

Boris Viskin, Cuando despertó el dinosaurio seguía ahí.

 


[1] Old paint on canvas, as it ages, sometimes becomes transparent. When that happens it is possible, in some pictures, to see the original lines […] That is called pentimento because the painter “repented”, changed his mind. Perhaps it would be as well to say that the old conception, replaced by a later choice, is a way of seeing and then seeing again. That is all I mean about the people in this book. The paint has aged now and I wanted to see what was there for me once, what is there for me now

[2] We shall not cease for exploration, and the end of all our exploring will be to arrive where we started and know the place for the first time.

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Daniella Blejer

Narradora y ensayista. Doctora en letras por la unam. Autora de Los juegos de la intermedialidad en la cartografía de Roberto Bolaño (Brumaria, 2017), Antwerpen (Librosampleados, 2021), y editora del volumen Visibilidad e interferencia en las prácticas espaciales (Diecisiete Editorial).