Paradojas del albedrío:
Todos ustedes, zombis, de Robert A. Heinlein, y Predestination

Josué Humberto Brocca
agosto-septiembre de 2024

 

 

Fotogramas de Predestination, dirigida por los hermanos Peter y Michael Spierig en 2014.

 

¿Puede tener Dios o la providencia un nombre? En el dialecto forense, a las víctimas anónimas se les adjudica la identidad de “Jane Doe”. En español moderno, el equivalente sería “Juana de Tal”. Curioso que hasta en sus nombres más sencillos se explique lo femenino como una derivación, en este caso, del nombre de “Juan”, que, más allá del dejo cristiano, proviene de una noción hebrea, mística en su sencillez y, al mismo tiempo, tan contrastante con el dios del Antiguo Testamento: “Jehová es misercordioso”. La pregunta sería si no debiera, por aquello de la concordancia, decirse “misericordiosa”. El caso, sin embargo, es que, con toda su simpleza, deslumbra todavía que, desde la aparente vacuidad de sentido de un nombre banal, se esconda un gesto sensato. Tal es el nombre Jane, con el que se bautiza al bebé de “Todos ustedes, zombis”, de 1958, quizás, el cuento más conocido de Robert A. Heinlein, que encierra, en sus cuatro letras, una treta para el lector.

La literatura es, por definición, viajera, y toda pregunta, detonada por una obra literaria, en cuanto a acto en el tiempo, es un mensaje diferido. Afirmemos entonces que leer detona preguntas, sobre todo, cuando el artificio literario se piensa como un dispositivo temporizado. En este sentido, los textos no son distintos de las bombas. No sorprende que en su adaptación aparezca un terrorista fallido, the fizzle bomber. Hoy las preguntas que plantean los textos parecen, como sus personajes, contar una virulencia más explosiva que en su momento. Trastoca teorías y conversaciones, invitando a los lectores a integrarse a un entendimiento más complejo y plural del Yo, aun cuando se compare en analogías obligadas a los acontecimientos cómicos de Volver al futuro. Entrar en su periplo, literalmente, en su bitácora de viaje —esa que le da la estructura al texto—, es transitar de un cuerpo a otro. Es llevar la discusión de la técnica y el tiempo hacia el amor, o mejor aún, en el tránsito hacia el amar(se).

Volvamos a Jane, nuestra Juana. Pensar en un nombre podría parecer una empresa baladí, sin embargo, se ha dicho que nomen est omen. La imagen de las sierpes mantiene a las mujeres alejadas del reflejo de Jane, el barman. En un cuadro de Uccello que hoy se exhibe en Londres (“San Jorge y el dragón”), un caballero gallardo perfora el ojo de la sierpe con su lanza, en una composición en la que los futuros amantes se unen en un triángulo, donde el demonio cegado contra el que embate el santo es también el que lo une a su amor. Tal será la situación de Jane en el cuento, pues habrá de encontrarse con que la fuerza detrás de su creación es también la de su transformación. ¿Estará destinada a pasar ad infinitum por el vertiginoso desliz de una banda de Moebius?

Jane nace de sí misma o de sí mismo. El cuento es un juego donde una sola persona esconde una paradoja del albedrío, una que explica pero no desanuda la trama. Puede ser, por eso, que al hablar con el hombre del bar la Madre Soltera, otra Jane, se fije en su anillo de uróboros, aquella serpiente que engulle su propia cola. Mejor imagen no hay para explicar la razón en la sinrazón (o lo que deriva de ello). Quienes sospechan de lo racional ya lo advierten. Los valores ilustrados se contradicen una vez que el hombre fáustico debe sellar el pacto con Mefistófeles. En esta ocasión Jane es el causante de su propio trauma; es creador —alfa— y criadora —omega—. Sucede la partenogénesis de manera inesperada. No es una célula que se divide sino un Yo destinado a encontrarse, a amarse, a violentarse. Una Juana que es también Inés. Una Juana que se martiriza al hallarse y ser sentida por su Don Juan. Transitar de un tiempo a otro, ser varias veces: figurar en desfiguros.

A la fecha, la historia de Jane produce desconcierto. Uno de los datos más mencionados del cuento es que, en su momento, fue rechazado por Playboy, donde habría dialogado, de forma sugestiva, con los contenidos típicos de la revista. En lugar de eso, “Todos ustedes, zombis”, halló su lugar en la Magazine of Fantasy and Science Fiction, una revista de nicho. En un mundo en el que los órdenes y las disciplinas de la razón nos dividen y categorizan en aras de la productividad, la idea de un yo fluido como sugiere la ciencia ficción, desajusta e incomoda. Como el marasmo electrónico en el que decidimos hundirnos a diario, las cosas y sus órdenes a veces nos llevan a entendernos como relaciones de positivo y negativo. Vernos como corriente que pasa y corriente que se detiene. Ser sujeto al hacer Otro al objeto. En Heinlein, la auto seducción parece irresistible: “a shock to have it proved to you that you can’t resist seducing yourself”. ¿Cómo transmitir la idea de la relatividad del tiempo y espacio sino al hacernos ver que, aunque no son lo mismo, pueden unirse origen y destino?

Pocos años después de su publicación, el cuento de Heinlein se distinguió por la pericia con la que traduce a la estructura forzosamente secuenciada de la narrativa, la ondulación y la contradicción del espacio tiempo. Relegada a un género hasta hace pocos años considerado ancilar, el texto encontró las formas de agredir las normativas desde la ironía, refiriendo con la sutileza del acróstico los conceptos de ángeles (a. n. g .e. l. s.), sirvientas (w. e. n. c .h. e. s.) o prostitutas (w. h. o. r. e. s. ) como los cuerpos del gobierno a los que puede incorporarse la protagonista para desasirse de la orfandad. La neutralidad de la máquina de escribir, sin embargo, termina por cambiar esos “destinos”, una vez que sus propios interiores reflejen una incómoda verdad para el binarismo: la posibilidad de ser una cosa y la otra al mismo tiempo. La providencia podría, de esta forma, explicarse desde la androginia: el nombre del apóstol bajo un velo de gracia mariana: la Madre Soltera.

El cuento se convirtió en película en la producción australiana Predestination, de 2014, protagonizada por Ethan Hawke y Sarah Snook y dirigida por los hermanos Spierig. En la adaptación, una vez más, los símbolos relucen: uno de ellos es la casetera que el pródigo recluta escucha por las noches con el consejo de quien lo llamó a enfilarse. Surgen tensiones interesantes entre texto y película. El diálogo entre los dos medios se congracia con la misma sutileza con la que Snook se enamora de sí misma. Los Spierig tuvieron también la visión de plantear preguntas nuevas con respecto a las paradojas de mismidad y otredad, sin dejar de obedecer el verdadero hilo conductor de la obra: conocerse a uno mismo. Con Snook se plantea una musa trans que sugiere que los géneros identitarios cohabitan; la película hace evidente también los rasgos dramáticos y performativos —¿cómo encuentra uno su voz?— que tan a menudo olvidamos en nuestro actuar en el theatrum mundi.

A pesar de sus nuevas preguntas, el homenaje al texto de origen se expresa, por ejemplo, con guiños intertextuales y alusiones simbólicas. En su temática genética, nos fuerza a pensar en qué tanto somos texto, incluso con la aparición de la canción chusca de Ray Davis: “soy mi propio abuelo”. Más allá de esto, enfatiza aquello que tanto podría buscar el paciente que pasa por el diván: saber quién es su Yo. Conocer el origen para definir nuestro destino. Se advierte, en la película, que aquel que pasa por saltos en el tiempo puede perder contacto con la realidad. Las acciones indican que estas mismas transgresiones, a final de cuentas, son las que definen un carácter definitivo de los protagonistas: no ser fichas de la providencia sino la providencia misma. El nombre de Jane se debe desdoblar ante nosotros en la inpronunciabilidad del tetragramatón. A lo que nos invitan, tanto Heinlein como los Spierig, es a ver al Yo más allá del origen y del destino para definir al deseo y a la añoranza.

La lectura, como siempre, permite la reflexión diferida: cambiar nuestro presente desde el pasado. Acaso conocerse —saberse, transitarse— sea lo único que nos hará no ser esos zombis de quien se mofa la Madre Soltera, ese personaje tan extraño aparecido en estas obras. ¿Ser libres?, he ahí la cuestión; una pregunta, al fin y al cabo, infinita.

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Josué Humberto Brocca

Escritor, fotógrafo y creador interdisciplinario. Estudió la licenciatura en Letras en la unam y una Maestría en Literatura Comparada y Estudios Culturales en la Universidad de Cambridge. Ha trabajado en el ámbito museístico y como productor cinematográfico.