De pérdidas y encuentros:
Las posesas, de Esther Díaz y Albertina Carri

Vanessa Morales González
Junio-julio de 2024

 

Hacia el final del verano de 2020 en el Cono Sur, dos mujeres, una escritora y la otra cineasta, recibieron la encomienda de comenzar un intercambio de correos electrónicos. La cuota diaria debería ser tres misivas, pero dicha cifra se vio rápidamente superada. Dicho ir y venir de correspondencias digitales se convertiría, posteriormente, en un acto performático en el que ambas mujeres leerían los correos enviados y recibidos para llegar a una conclusión sobre la acción llevada a cabo.

El encierro forzoso al que el mundo se vio sometido con el inicio de la pandemia de Covid-19 puso fin al plan que Liliana Viola tenía para Albertina Carri y Esther Díaz: sostener un intercambio diario de e-mails. Sin embargo, el experimento epistolar continuó y desbordó aquella pequeña cifra planteada convirtiéndose en un libro de 160 páginas, editado por Caja Negra como parte de su colección Numancia, titulado Las posesas

Ni Esther ni Albertina se conocían en persona, pero conocían su trabajo y las unían múltiples referentes literarios, filosóficos y cinematográficos, así como un espíritu crítico frente a la contemporaneidad. Estos vasos comunicantes funcionaron como catalizadores para un diálogo intenso que devino una relación de amistad y complicidad llena de afecto y respeto.

En cada una de sus misivas, las participantes establecieron distintas coordenadas para continuar con el encuentro, casi siempre interrumpido por los menesteres de la vida cotidiana, una vida atravesada por un suceso que puso al mundo de cabeza, privada de todo aquello que la ponía en movimiento: “El coronavirus me ralentizó. Ahora nada parece urgente, se acabaron los deadlines a la vez que parece que el mundo se acaba. No creo que se acabe el mundo, pero sí tengo la sensación de estar viviendo un cambio de época con fecha y hora”, le cuenta Albertina a Esther en el correo enviado el 15 de marzo de 2020 a las 11:18 horas.

En un primer momento, que conforma una primera sección del libro, los temas que actuaron como pretexto para el encuentro fueron el tiempo y la memoria: “Te cuento que me entusiasma este intercambio de mails para pensar el olvido. Así que comienzo tratando de dilucidar si la memoria y el olvido son opuestos. Creo que más que opuestos son complementarios o, dicho de otra manera, que el olvido no logra borrar absolutamente la memoria.”, afirma la filósofa punk. Esas líneas darían pie a la directoria de Los rubios (2003) para pensar, desde su propia experiencia, las articulaciones tan complejas que se establecen entre la memoria, el olvido y el recuerdo, pero también entre la vida y la muerte, el miedo, el odio, el perdón, la aparición y la desaparición.

Así, la teoría y la afección se anudaron en el intercambio electrónico. Ambas mujeres recurrieron a un arsenal de referencias que sentó las bases para la conformación de aquello que Esther Díaz denominó en una entrevista publicada por Clarín como “una máquina de guerra productiva” y “rizomática”: Pasolini, Voltaire, Aby Warburg, Roland Barthes, Anni Ernaux, Cicerón, Jean Epstein, Buñuel y muchos más nombres aparecen como guías, vínculos y motivos para el intercambio. 

Los correos entre Albertina Carri y Esther Díaz son un ir y venir entre aquello que ambas mujeres ponen en movimiento como parte de sus prácticas. Una cinematográfica, la otra filosófica. Ambas se entrelazan para abordar temas tan variados como la relación entre los griegos y el cine de Pier Paolo Pasolini, mediada por la representación del cuerpo pagano y el pathos trágico que éste moviliza, o provocar una muy productiva relación entre el Buñuel escritor y Barthes, aunque no se escapa la mención a El ángel exterminador, como una suerte de metáfora sobre los tiempos de encierro forzoso, provocado por el Covid-19.

Tanto Albertina como Esther encuentran un compromiso común: entender la idea de vida en medio de un estado de cosas caótico e incierto. De ahí también que el tema que las convocó para este ejercicio epistolar electrónico se inicie como un planteamiento conceptual, ¿qué es el olvido?, ¿qué relación tiene con las imágenes?, ¿es el cuerpo un archivo en el que las memorias se almacenan?, y termine por devenir en una búsqueda por entender sus heridas más profundas, ¿cuáles recuerdos son los más dolorosos?, ¿cómo es que el tiempo y la experiencia de la pérdida de un ser querido atraviesan a ambas?

En esta primera parte del libro el tiempo se acelera. Pocos días, incluso pocas horas separan cada envío de su respuesta. Lejos quedó, entonces, aquel espacio de espera entre una carta y otra, entre un destinatario y otro, característico de las epístolas análogas.  Es precisamente esa aceleración propia de lo digital lo que sentó las bases para la condición cotidiana del intercambio mediante el correo electrónico, o “travesuras epistolares” y “relatos enlatados en correo digital”, como lo llamarían las autoras, convirtiendo el discurso en fragmentos de ideas o, mejor aún, en elaboraciones, tanto conceptuales como confesionales o mnemotécnicas, que por algunos momentos acontecen como lacunares. De un momento a otro el tema cambia, el rumbo de la conversación se modifica. Pero eso no es un inconveniente para Díaz y Carri. Al contrario, esas inconsistencias se convirtieron en lugares desde donde hilvanar una capa de sentido más profunda, desde donde se volvió habilitar un correlato en donde las unidades significantes se encadenan de otra manera y producen un tiempo diferencial para el intercambio de ideas. 

Un último correo clausura la primera parte de Las posesas. Fue enviado el 27 de marzo de 2020. En él, Esther Díaz le propone a Albertina un índice para aquel libro (el cual pudo haberse llamado, según el nombre que Díaz le dio al documento de texto en el que escribió todos sus correos dirigidos a Carri, “Mis días con Albertina”), que ambas comenzaron a idear una vez que los planes de Liliana Viola quedaron en el olvido, gracias a ese virus “mataviejes” que se interpuso entre ambas. 

Por otra parte, en la segunda sección del libro, escrita un año después y con un océano de por medio, Las posesas opera de otra manera. El tiempo se ralentiza, entre cada correo electrónico transcurren quince días de espera. También se interponen múltiples duelos, y pérdidas personales, como afirmó Albertina Carri en una entrevista con Emilia Racciatti para el medio argentino El Quid de la Cuestión

Una vez más, el intercambio se inicia con un correo de Esther Díaz. La extensión del documento es un poco mayor con relación a aquellos enviados durante el año anterior.  En él, la filósofa se regocija por volver a comunicarse con Albertina. Desconocemos todo aquello que pasó entre el 27 de marzo de 2020 y el 1 de junio de 2021. Las palabras de Díaz implican que hubo otro tipo de contacto de por medio: videollamadas y mensajes instantáneos, así como un encuentro en persona que, para ese momento, le parece bastante lejano a la autora. 

En esta segunda tanda de intercambios, el duelo y la pérdida se imprimen sobre las misivas. La hermana de Esther había muerto, también lo hicieron la madre “putativa” de Albertina, la socióloga Alcira Argumedo y Silvina, una de sus amigas de juventud más cercanas. “¿Cuánto tiempo toma leer una carta?”, pregunta Carri a Díaz para convertir su correo en una extensa disertación sobre el tiempo que separa la escritura de la lectura epistolar. Se trata de un tiempo anacrónico o, mejor aún, de tiempos anacrónicos, múltiples siempre. 

A partir de ello, no sólo cambiaría el tono de las misivas, las cuales se transformaron en una serie de microensayos sobre la creatividad y su relación con la vida y, por tanto, con la muerte. Asimismo, aparecen en esos correos algunas fotografías. No se trata de un mecanismo editorial extraño, pues en “El tiempo y la memoria”, primera parte del libro, destacan entre las palabras un fotograma de Saló o los 120 días de Sodoma (1975), de Pasolini, y un par de fotografías de Albertina montando a caballo durante su más temprana infancia. Sin embargo, estas nuevas y más numerosas imágenes acompañan las reflexiones a manera de correlato. Se trata de algunos paisajes, la estación del metro berlinés Rosa-Luxemburg-Platz, y una secuencia de zapatos perdidos en la casa de Albertina en la capital alemana. 

En ninguna de esas imágenes aparece Albertina, quien cierra el libro desde Buenos Aires, agradeciendo a Esther por la inspiración con una cita de Cartas a su vecina de Marcel Proust: “Me despido de usted, señora, saludándola muy atentamente. Marcel Proust. ¡No necesita responderme!”. Así, con esa despedida, Las posesas nos demuestra que entre las pérdidas y las perdidas hay siempre una serie de encuentros en relación de asincronía, pero también de complicidad.

Las posesas

Albertina Carri y Esther Díaz

Buenos Aires, Caja Negra Editora, 2022, 158 pp.

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Vanessa Morales González

(México, 1989). Licenciada y Maestra en Historia (FFyL-UNAM, UIA). Investigadora independiente interesada en el estudio del cine y la historia.