El minutero, de Ramón López Velarde, en su centenario

Antonio Cajero
Febrero-marzo de 2024

 

 

Detalle de El cofrade de San Miguel, Saturnino Herrán, 1917

 

En 2023, se cumplieron cien años de la primera edición de El minutero, libro proyectado por Ramón López Velarde en una lista manuscrita y ejecutado, con añadidos y supresiones, por uno de sus amigos más asiduos y albacea literario: Enrique Fernández Ledesma. El minutero se publicó en 1923 para celebrar el segundo aniversario luctuoso del jerezano, en la Imprenta de Murguía. El colofón, al respecto, resulta contundente: “Se acabó de imprimir este libro en la Ciudad de México, el 19 de junio de 1923, segundo aniversario de la muerte de Ramón López Velarde. Texto al cuidado de Enrique Fernández Ledesma”. Debió decir “editado por” y no “al cuidado de”, pues Fernández Ledesma tomó todas las decisiones editoriales sobre los textos y paratextos, el orden de la colección y las nutridas correcciones y ultracorrecciones. El libro se imprimió en papel “Warren’s Old Style”, con una minimalista pero atractiva portada en cartoncillo gris, en tricromía: negro, dorado y púrpura. En ésta y en una hoja guarda, esta edición de El minutero se considera como parte de unas supuestas Obras completas, en construcción, de López Velarde. La tirada constó de, al menos, mil ejemplares según se deduce de las copias numeradas que he podido consultar en El Colegio de San Luis y en la unam. Hay otro ejemplar más en la Universidad de Chicago con el sello que se diseñó ex profeso para convertirla en una edición numerada a mano, aunque sin la seriación correspondiente: me refiero al sello de la página legal, el cual representa un minutero de arena, en cuya cabeza se identifican las iniciales “R L V” y, al pie, la leyenda “ejemplar no.”. En el volumen que perteneció a uno de los hermanos del poeta, Pascual López Velarde (hoy en posesión de Israel Ramírez), se advierte una irregularidad: no tiene ni el sello ni la numeración respectivos. En la Biblioteca Widener, de la Universidad de Harvard, se resguarda otra copia que tampoco tiene los paratextos mencionados. ¿Hubo dos ediciones simultáneas de El minutero: una fuera de comercio para los amigos y familiares del poeta y otra para su venta al público? ¿Pascual recibió las pruebas de imprenta y, por ello, su ejemplar carece del sello y el número de ejemplar? ¿Cómo se explicaría la misma anomalía en la copia Harvard? Aun cuando no se registran variantes textuales entre los ejemplares mencionados, las inconsistencias paratextuales llevan a elaborar conjeturas sobre las prácticas editoriales de la época y, más aún, sobre un autor cuya obra póstuma quedó a expensas de sus editores, a quienes habría que agradecer su empeño por reunir, editar y difundir la obra de López Velarde, tanto la manuscrita cuanto la publicada en revistas y periódicos de la época.

Ahora, a más de un siglo de su fallecimiento, surge el imperativo de recuperar los testimonios originales, restituir la obra y ofrecer una edición confiable que subsane los cientos de erratas contenidas en la vulgata, es decir, las Obras preparadas por José Luis Martínez para el Fondo de Cultura Económica. Aun cuando Guillermo Sheridan editó Poesía y poética (2006), de López Velarde, y Alfonso García Morales preparó una edición comentada de la poesía lopezvelardeana, Obra poética. Verso y prosa (2016), ambos desaprovecharon la oportunidad de ofrecer una edición crítica que estableciera criterios editoriales convincentes, volviera a los testimonios manuscritos y los publicados en la prensa, y contribuyera a mejorar la edición del Fondo, siquiera en relación con la poesía del jerezano. Así, se habrían sofocado los escandalosos y rotundos conteos de erratas en las diversas impresiones y reimpresiones de la vulgata, primero (unos dicen que más de 600; otros, que menos: no se puede saber a ciencia cierta, si no se tiene una edición que coteje las Obras con todos los testimonios asequibles); luego, se tendría un seguro punto de partida para resarcir la deuda que, en 1971, se creía saldada y, en 1990, se vio ensombrecida por nuevos y mayores dislates editoriales. Lo cierto es que, se trate de cientos o miles de erratas, éstas no tienen ningún valor ecdótico en tanto no se colacionen todos los testimonios para separar la paja del grano.

Para celebrar el centenario de El minutero, un trío de fervorosos adictos a la obra lopezvelardeana decidió poner a recircular la editio princeps, aconsejados por el decano sobre el tema, Marco Antonio Campos: Fernando Fernández, Carlos Ulises Mata y Luis Vicente de Aguinaga. La coordinación efectiva de esta empresa estuvo a cargo de Fernández, quien en una sucinta “Presentación” explica la trascendencia de lo que él denomina “reproducción fotográfica”: además de poner en circulación una “edición particularmente valiosa que muy pocos han visto”, se propone una “reparación, en este caso de naturaleza no filológica sino histórica” (pp. 8-9). En el páramo crítico de las instituciones educativas y la casi obsolescencia de la editorial del Estado, esta edición de El minutero representa un oasis para los aficionados, como yo, de los facsímiles. Esta práctica editorial tiene virtudes insospechadas, entre las que me gustaría subrayar: 1. pone en circulación obras inasequibles o absorbidas por supuestas obras completas de dudosa calidad, la mayoría de las veces; 2. por lo general, aprovechan las coyunturas celebratorias, ya de las obras (re)editadas, ya de sus autores; 3. reinician un ciclo crítico con renovadas y, acaso, más acertadas lecturas; 4. vienen, casi de manera automática, acompañadas de hallazgos exegéticos o documentales; 5. exigen ajustes editoriales, cronológicos o textuales e, incluso, 6. obligan a volver sobre los procesos de producción y de recepción obliterados por la crítica previa.

Para justificar el valor de la redición centenaria, Fernández acude a una de sus virtudes como lector entrenado de López Velarde: discierne sobre una errata que se coló en El minutero desde la edición príncipe: la lección “necias pretenciones [pretensiones]” que, en el manuscrito de “Obra maestra”, dice meridianamente “necias presunciones”. Este indicador lleva a pensar ya en un alto grado de rigor sobre la edición comentada. Asimismo, la “Presentación” explica los aportes allende la reproducción de El minutero de 1923: entre otros, la incorporación del “Prólogo”, sin data, que Xavier Villaurrutia habría preparado para una virtual segunda edición del libro de marras. Se trata, sin duda, de un valor agregado, aun cuando implique una mayor intervención de manos ajenas en el poemario, al lado del “Retablo a la memoria de Ramón López Velarde”, de José Juan Tablada, y el soneto “Colofón”, de Rafael López. Una mancha más al soltero “tigre que escribe ochos en el piso de la soledad”. En este sentido, la obra del jerezano sufrió el mismo destino que la de Manuel Gutiérrez Nájera y la de su admirado precursor Manuel José Othón: a cuentagotas y a expensas de los gustos y disgustos de los editores. A este par de poetas, por cierto, estuvo dedicada La sangre devota: “Consagro este libro a los espíritus de Gutiérrez Nájera y de Othón”, escribió López Velarde en 1916.

Así visto, además de la sugerente “Presentación” de Fernando Fernández, los aportes de la edición fotográfica se extienden al paratexto en busca de texto de Xavier Villaurrutia, “Prólogo a El minutero de Ramón López Velarde” (pp. 13-17): una muestra más de la lealtad de la conciencia crítica —como definiera Owen a Villaurrutia— de los contemporáneos. De Carlos Ulises Mata, “El minutero y su trayectoria editorial” (pp. 209-232), el primer epílogo donde con pasión refinada y agudo conocimiento, representa un documentado recorrido por los vericuetos críticos relacionados con la historia textual y editorial del libro. Destacan, por supuesto, las precisiones sobre sendos índices tentativos de López Velarde y Fernández Ledesma para la edición de El minutero, por un lado; por otro, el diálogo con la crítica previa y las numerosas preguntas, más que retóricas, que se lanzan como botella al mar. Finalmente, el ensayo de Luis Vicente de Aguinaga, “La túnica bicolor” (pp. 233-241), desarrolla una atractiva hipótesis que, en alguna medida, continúa las preocupaciones de Carlos Ulises, pues abunda sobre la idea de qué libro habría entregado su autor, si hubiera tenido tiempo de seleccionar, organizar y pulir las prosas de El minutero. Así, propone un reordenamiento de los textos; expresa que en este libro resuenan las contradicciones o antítesis de la obra lopezvelardeana, entre pecado y castigo, cuerpo y espíritu, amor y muerte: plantea, al mismo tiempo, agudas intuiciones para estudios de más largo aliento. Según De Aguinaga, uno de los mayores inconvenientes del poemario radica en la dispositio, esto es, en el sentido de conjunto del libro. Tiene, por ello, el brío para cuestionar que “Obra maestra” aparezca al principio y no al final del volumen; encuentra secretas simetrías entre, por ejemplo, “El cofrade de San Miguel”, “Oración fúnebre” y “Las santas mujeres” o entre “Viernes Santo” y “Semana Mayor”. Con ello, demanda un reordenamiento que, por cierto, un lector iniciado puede poner en marcha al enfrentarse con el texto y enriquecerlo allende el estatuto de libro publicado: “Buena parte de su sentido general en tanto libro se obtiene al descubrir el orden en que podrían leerse sus páginas, no al acatar el orden en que fueron barajadas en la imprenta” (p. 239). El protoíndice de El minutero, sin embargo, no resulta menos dispar que el de la versión preparada por Fernández Ledesma: si bien “Eva” y “Las santas mujeres” se hallan seguidas en la lista de López Velarde, disuenan enseguida “En el solar”, “Anatole France” y “Mi pecado”. Tampoco hay una noción de conjunto o de afinidades entre los tres últimos: “Obra maestra”, “Lo soez” y “Urueta”. La lista de López Velarde representa una serie tan dispar como la de su editor. Al final, la edición aquí comentada confirma que, con todas las arbitrariedades cometidas por Fernández Ledesma, estamos frente a una versión de El minutero difícilmente superable en el imaginario crítico de López Velarde. ¿Se podrían hacer otras selecciones y proponer disposiciones alternativas para crear una idea de conjunto, como lo sugieren Carlos Ulises Mata y Luis Vicente de Aguinaga? Sí. ¿Serían menos polémicas? No.

Por último, quisiera señalar algunos detalles sobre esta edición preparada para la Colección Poemas y Ensayos de la unam: primero, aunque se trata de un criterio editorial, me pregunto por qué se siguió una seriación de páginas corrida, desde la “Presentación” hasta el “Índice”, de la 1 a la 243, incluido el texto de El minutero, que mantiene su paginación original y no de la 19 a la 205 como correspondería. A mi juicio, los números romanos habrían sido útiles para diferenciar la “Presentación” y los “Epílogos” del resto del libro. Luego, sobre el carácter de la edición, quizá la denominación de fotográfica, y no facsimilar, sea la que mejor se ajuste, pues resulta indudable que no se trata de una reproducción con las mismas dimensiones del libro original y la tipografía difiere tanto en el tamaño cuanto en la espesura de la tinta. Luego, ignoro si sólo ocurrió con el ejemplar que tengo a mano, pero no se imprimieron los párrafos finales de “La sonrisa de la piedra”, es decir, no fotografiaron la página 120 de El minutero. Finalmente, la portada apenas hace honor a la de 1923; podría decirse que cumple una función simbólica, pues no se reprodujo en cartoncillo gris ni se utilizó un emplaste que lo simulara; tampoco, por ello, se recupera la impecable tricromía de la editio princeps. Parece más una copia fotostática. Estos detalles impiden considerarla una edición facsimilar; tampoco cabría llamarla anastática. Con justeza, le queda bien el calificativo de Fernando Fernández: fotográfica.

Con esta puesta en circulación de un material inaccesible para legos y especialistas, me pregunto si seguiremos, un siglo más, lamentándonos sobre la mínima participación de López Velarde en la constitución de El minutero. No quiero decir que no haya que discutir la dispositio, la producción, la circulación y la recepción de los textos coleccionados en el volumen, sino que deberían aprovecharse esfuerzos como éste para volver con renovado ímpetu a un poeta esencial por todo lo que representa en la historia de la poesía moderna de México y, acaso, por la vigencia de una voz a un tiempo íntima y descarada. No obstante mis reparos, la edición presenta un texto limpio, legible e impecable en cuanto a impresión se refiere. Además, se ve honrada con el prólogo de Villaurrutia y, por supuesto, con los agudos y sugerentes textos de Fernández, Mata y De Aguinaga.

El minutero

Ramón López Velarde

(Ed. de Fernando Fernández, prólogo de Xavier Villaurrutia,

epílogos de Carlos Ulises Mata y Luis Vicente de Aguinaga).

México, unam, 2023, 244 pp.

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Antonio Cajero

Investigador y académico mexicano de El Colegio de San Luis. Licenciado en Letras Latinoamericanas por la Universidad Autónoma del Estado de México y Doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores sni.