Kae Tempest en el Haldern Pop Festival 2017. Fotografías: Martin Schumann / Wikimedia Commons
Quem sabe eu ainda sou uma garotinha
Esperando o ônibus da escola sozinha
Cansada com minhas meias três quartos
Rezando baixo pelos cantos
Por ser uma menina má
Letra de Maladragem, cantada por Cássia Eller
Cazuza/ Roberto Frejat
En el principio fue el sonido. Y quizá, antes de que se contaran historias alrededor del fuego antes de dormir, en el principio fue la plegaria. De la plegaria vino después algo más: el gesto de contarnos a nosotros mismos qué hacemos aquí, en la tierra sola o en la tierra habitada por ocho mil millones de seres humanos. ¿Cómo saldremos de ésta ilesos? ¿Cómo entramos en ésta ilesos?
Kae Tempest nació en Londres, Reino Unido, en 1985. En sus comienzos hizo rap. Sus primeros discos fueron Balance, 2011, con su grupo Sound of Rum, y Everybody Down, 2014. Como solista fue finalista del Premio Mercury al Mejor Álbum del Reino Unido e Irlanda. Luego comenzó a hacer spoken word —tiene algunas colaboraciones con la Royal Shakespeare Company— y literatura. Publicó la novela The Bricks that Built the Houses, publicada en España como Cuando la vida te da un martillo (Sexto Piso, 2017); y los poemarios Everything Speaks in its Own Way (Zingaro, 2012); Brand New Ancients (Picador, 2013), y con este llegó a ser la ganadora más joven del Premio Ted Hughes a la Innovación en Poesía; y Hold Your Own (Picador, 2014), traducido al castellano por el poeta Alberto Acerete como Mantente firme (La Bella Varsovia, 2016). También es dramaturga. Su proyecto escénico Brand New Ancients, representado en Estados Unidos y Reino Unido obtuvo el Premio Herald Angel en el Festival Fringe de Edimburgo.
Kae Tempest es ante todo una persona que reflexiona sobre el acto creativo. Una filósofa natural. Un ser sensible que desafía la forma de hacer las cosas, el formato del arte, los marcos, el lenguaje mismo. Hay una poesía que no parece poesía. De su último álbum The book of traps and lessons, destaco esto:
¿Pero qué hay que hacer
cuando la única forma de defendernos
de lo que hemos creado es fusionarnos con ello?
¿Qué se puede hacer para seguir siendo humano?
El racista está borracho en el tren.
El racista está borracho en Internet
El racista está borracho en mi mesa
gritando sus disparos y matándonos a todos.
Tempest es una persona que reza bastante fuerte y con furia canciones para las ciudades —rezar es cantar, góspel necesario, góspel para quien necesite comer, un lugar seco, una cama tibia—. Que se acerque a ella quien tenga hambre. Quién si no ella para contar la infancia y la adolescencia humillada, frágil, convertida en algo que si se aprieta más, se deshace para siempre. Como en el epígrafe de la canción de Cássia Eller, quién nos dice que no somos nosotras, cualquiera, esa jovencita con las calcetas tres cuartos esperando el autobús, rezando bajito pero creyéndonos malas. Quién, si no ella, expresa esa vulnerabilidad de una vez en la vida, esa desazón terrible porque la adolescencia promete una eternidad de sufrimiento y desesperación; de no y nunca encajar en nada con nadie siempre jamás; esa incomodidad del cuerpo, de no hallarse, de no poder decir, contar, no salir de una misma.
Imagina la escena:
un chico de quince años.
Con sueños comunes
y rutinas comunes.
De camino al colegio, una monotonía en su interior
repleta de deseos sin satisfacer.
¿Se reprime o solo aprende
cómo funciona su tiempo?
Confíale unos miembros torpes
pero que sepan trepar.
Añádele unos andares conocidos.
Dale esperanzas.
Sus días son dolorosamente lentos,
pero sale adelante.
Kae se llamaba Kate. Ahora no es ella sino ellos. Podríamos decir que es Tiresias, el sabio de Tebas que al matar a una serpiente hembra se convierte en hembra. Y siete años después, al matar a una serpiente macho, se convierte en macho. Podía discernir para los dioses asuntos de género porque fue y regresó de uno a otro. Ese mito convertido en castigo/entidad sensible/cuenco/animal/persona en uso de lenguaje/poesía que reivindica dos temas: lo político y lo amoroso. Su poema “El hombre Tiresias” es ellos mismos:
Vino de ninguna parte.
Todo dientes y bronca
gritando como multitudes enormes lo persiguieran.
Esto marcó sus huesos.
Cavó en su músculo.
Solo en un claro donde nadie podría encontrarlo.
Nada sencillo. Cómo hablar del dinero, de crecer, de crecer dolorosamente, de cambiar de género sexual, de asumir ser otra/otro/otre, como una Orlando renacida en 1985 que lo cuestiona todo, y que, por otro lado, abraza todo de manera conciliadora. No denuncia, describe; no acusa, defiende; no separa, pretende combinar modos de pensar y coincidir. Sin el beneficio de la santidad está la poesía. No es una poeta buena o generosa en el sentido de incluir a quienes opinan distinto a ella o se burlan de lo que ella piensa (eso dice en su libro Conexión, una larga reflexión sobre la creatividad, la escritura y la puesta en escena). En esa mente que se abre suceden cosas.
Kae Tempest en el Haldern Pop Festival 2017. Fotografías: Martin Schumann / Wikimedia Commons
Tempest entiende a cabalidad que la adolescencia es el mayor peligro: uno está ahí en medio de todo sin saber qué sigue, para qué, qué tiene sentido y qué no. Ciegos bobos para acercarnos a los demás. Torpes. Tan torpes que no podemos hablar. Y cuando lo hacemos lo hacemos mal.
Deambulamos al interior del colegio, somos niños felices;
risueños y espléndidos e interesados por las cosas.
Todavía no conocemos los horrores del edificio.
El odio que nos mostrará. El hastío que nos va a traer.
Pronto aprenderemos a desaparecer en público.
Aprenderemos que con arreglárnoslas es suficiente.
Aprenderemos qué se siente al presenciar una injusticia,
cerraremos el pico en caso de que nos ataña.
Aprenderemos a no pensar jamás, sino a reproducir a ciegas.
A aliarnos con los mezquinos y a mantenerlos cerca.
Aprenderemos a no ser portentosos ni avispados,
y la lección más importante
para el éxito en nuestras carreras:
Cómo seguir las normas cuando estás llegando al límite
de la náusea y estás hastiado,
inseguro y encogido por el miedo.
Esa poesía-no poesía que se repite, que se canta, es un himno de lo urbano, de lo que pasó ayer mismo mientras caminaba y hacía frío y vi algo en la calle, en el transporte. Porque las ciudades, las grandes, tienen en sí mismas los designios del bien y del mal, los detalles de la vida compartida por rituales de compañerismo, de compañía obligada en los vagones, en los restaurantes, en los bares.
Vivir es intentarlo. Estar con los demás. Salir de uno. Balbucear. Ver. Escuchar. Sentir que ese país nuestro se desmorona (no importa dónde), sentir que esas casas húmedas y oscuras de donde salimos eran vaticinio de lo que estaba afuera. Ciudades bicolores: gris/negro, ciudades fábricas, ciudades de salarios bajos, ciudades de aliento fétido. Vivir es buscar atajos que salen mal. Enamorarse.
The book of traps and lessons —el álbum que Tempest grabó en 2019— es una de las cosas más bellas que se han hecho recientemente. Es una plegaria urgente, una plegaria amorosa a cualquier dios, al del tiempo, al del dinero, al de la gente sola, la gente sin casa, la gente que no sale del clóset, gente sin empleo, gente sin ánimo, gente sin deseo, gente que vive en una inercia pequeña como departamento de interés social en el mundo grande e injusto que nos acoge.
Escritora. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte 2019-2022. Premio Estatal de Poesía María Luisa Ocampo, Guerrero, 2018; Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2013. Es autora de una decena de libros, entre ellos, Olvidar a nadie, 2023; Hombres de verdad, 2022; La luz artificial de las cosas, 2021; Ensayo, 2020; y Raras, ensayos sobre el amor, lo femenino, la voluntad creadora, 2019.