No es común que un texto de historia, y menos de historia antigua, como el libro de Mary Bear SPQR. Una historia de la antigua Roma (2016), alcance la popularidad y el éxito de ventas que obtuvo. Sin embargo, SPQR es uno más de una larga lista de estudios y trabajos de investigación serios y consistentes realizados por esta académica británica especializada en estudios clásicos, particularmente latinos, por lo cual incluso se ha hecho acreedora del Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2017.
Precisamente uno de los trabajos previos de Mary Beard es El triunfo romano (2008), que recientemente acaba de reeditar la editorial Crítica, dado el enorme interés que ha suscitado en el público general la obra de esta autora.
El triunfo romano era una ceremonia de homenaje y reconocimiento a uno de sus generales, y de manera complementaria a su ejército también, cuando había ganado una batalla o una guerra importante para Roma.
A pesar de que hay indicios de que los triunfos se comenzaron a realizar desde los más remotos inicios de la ciudad, al grado de que el primero de ellos podría haberse concedido al mismo Rómulo, su momento de mayor esplendor se dio durante la época de la república, comenzando desde el primer año de ella, 509 a. C., cuando Publícola fue reconocido.
En este sentido, una gran paradoja histórica y política consiste en el hecho de que la ceremonia del triunfo romano alcanzó su mayor notoriedad y fastuosidad durante la república, y no en la monarquía o el imperio. Y constituye una paradoja porque el gobierno republicano de Roma no atenuó en modo alguno el ánimo belicoso y expansivo de su pueblo, como presumiblemente debía esperarse de acuerdo a algunos defensores del republicanismo antiguo y moderno, que ven en esta forma de gobierno una institucionalidad política que tiende al pacifismo y la circunspección.
Más aún, Beard comienza su libro con la descripción del triunfo celebrado por Pompeyo en 61 a. C. por su victoria en Asia, cuando Roma se encontraba en el cenit de su expansión y la república parecía disfrutar de la mejor salud, por lo que este acontecimiento es muy significativo por varios motivos. En primer lugar, este era el tercer triunfo otorgado a Pompeyo, lo cual no era tan común entre los generales romanos, ya que si bien Julio César había alcanzado hasta cinco de ellos, el grupo de quienes celebraron tres o más era realmente selecto. En segundo lugar, parecía que los triunfos de Pompeyo estaban señalando el rumbo y alcance de la expansión romana, ya que los dos primeros triunfos los había conseguido por sus victorias en Europa y África, y éste por su exitosa campaña en Asia. Con ello, parecía que Roma era ya la dueña del mundo, al menos del conocido. En tercer lugar, el botín conseguido en esta guerra era muy cuantioso, al grado de que si bien se acostumbraba designar un día completo en la celebración de los triunfos anteriores para ver transitar el botín conseguido por las calles de Roma, ahora se hizo necesario designar dos días para ello. En cuarto lugar, este triunfo es tan significativo porque si bien parecía dar cuenta de la potencia y fortaleza de la república, en realidad estaba señalando el fin del proceso del deterioro de las instituciones republicanas, señalando su llegada al borde del precipicio, pues a partir de ese momento se inició la concentración del poder en un solo hombre, y consecuentemente el tránsito hacia el imperio, una nueva forma de gobierno.
Paradójicamente también, Augusto, el heredero y sucesor de César, y quien se encargaría de sepultar las bases del gobierno republicano y construir las del poder imperial, aniquiló también los fundamentos y la lógica de esta ceremonia, pues a partir de su mandato sólo se concedieron triunfos a los miembros de la familia imperial, o a los individuos más cercanos de su entorno personal, devaluando a tal grado esta institución que perdió casi todo su significado.
¿Pero qué era y cómo se celebraba el triunfo romano en su época de mayor esplendor? Era un reconocimiento que el Senado romano le confería a un general victorioso que demandara tal distinción. De cierto modo, también constituía un reconocimiento a los soldados del ejército al mando del general, pero en realidad quien más lo apetecía y disfrutaba era él. En este sentido, siendo Roma un Estado guerrero, expansivo y depredador, la consecución de una gran victoria constituía un ingrediente y una prueba del mayor servicio público que podía prestarse, por lo que también constituía un objeto de competencia y distinción entre la élite político-militar romana.
De ahí que el mismo protocolo de la ceremonia daba cuenta de su propósito. En su época de mayor esplendor, el triunfo consistía esencialmente en un desfile que recorría gran parte de la ciudad. Se iniciaba en las afueras, en el campo de Marte, el dios de la guerra, probablemente atravesaba una puerta de la muralla, o bien un portal específico para tal efecto, antecedente de los Arcos del triunfo de Tito, Constantino, Trajano, e incluso del de París, de 1806, y se internaba luego hasta el centro de la ciudad. El cortejo era encabezado por los soldados del ejército, que entonaban cánticos hasta cierto punto soeces e irreverentes, sin que se tenga muy clara la razón para ello; le seguían carros y medios de transporte que mostraban el botín obtenido en la campaña, que entre más deslumbrante y cuantioso era más admiración producía; a continuación venía una larga columna del ejército y del pueblo vencido, muy frecuentemente acompañada por sus gobernantes y soberanos, casi siempre encadenados, que marchaban delante del carromato o carruaje del general vencedor, quien cerraba la caravana.
El ejército romano se convirtió en algo mucho más redituable para el ciudadano común que el simple servicio militar prestado al Estado. Generalmente, y sobre todo cuando se vencía, los despojos del ejército, de las fortalezas o de las ciudades tomadas eran entregados a la soldadesca para que tomara como botín lo que pudiera sustraer y llevar. Por lo que la victoria reportaba algo mucho más tangible que el simple honor de obtenerla. Más aún, el botín obtenido alimentaba no sólo al soldado, sino también al tesoro público y al tesoro sagrado guardado en los templos, por lo que podrá imaginarse que la guerra y conquista era una actividad lucrativa hasta para los mismos dioses romanos. Los ejércitos y pueblos sometidos por los romanos defendían no sólo sus bienes y sus riquezas, sino también su honor y su libertad, al grado de que muchos de ellos prefirieron el suicidio antes que el cautiverio y la humillación de desfilar por las calles de Roma encadenados, una humillación que resultaba sin duda mucho mayor para los soberanos, quienes incluso llegaban a ser ejecutados al término del desfile. Cleopatra juró alguna vez que nunca sería parte de una caravana triunfal romana, y esta tal vez sea la explicación más convincente de su suicidio. El otorgamiento del triunfo a un general romano no sólo implicaba honor y distinción, sino que también era un importante aliciente en su carrera política y social. Ciertamente hubo más de un Cincinato en la historia de la república romana, pero hubo mucho más Pompeyos y Césares.
La estructura expositiva del libro de Beard es un tanto peculiar, pues deja para la parte final la indagación y análisis del origen y antecedentes históricos del triunfo romano, reconociendo que a pesar de haberse señalado en repetidas ocasiones su posible vínculo con los etruscos, no hay pruebas concluyentes de ello. Sin embargo, Beard bien podría haber tratado de conectarlo con el triunfo de los griegos, del cual da amplia cuenta Tucídides en la Historia de la guerra del Peloponeso, por ejemplo, el cual ciertamente tenía un significado y carácter muy distinto, pero podía ser considerado un antecedente relevante.
Beard es sin duda una latinista e historiadora sistemática y consistente, este texto es una clara muestra de ello, tal vez por este motivo no se adentra más profundamente en la interpretación cultural, social y política que tenía esta ceremonia en Roma, pero brinda tantas observaciones y sugerencias fundadas y pertinentes, que esa tarea bien puede realizarla el propio lector contando con esta información histórica privilegiada.
El triunfo romano
Mary Beard
Madrid, Crítica, 2021, 548 pp.