Un caballito de mar es una estrella que se niega a apagarse: Dorsal, de Nadia López García

Pablo Rodríguez
agosto - septiembre 2023

 

“Puedes temer, está permitido temer”, dice una abuela al untar tomatillo en la espalda de su nieto y de ese arrullo circular nace un mantra ante la próxima violencia del mundo: una que, al debatirnos entre lo que somos y lo que soñamos, trae hasta su costa cadáveres cercenados por la espuma, por la rabia de quienes arrasan con todo a su paso y hacen que las estrellas terminen apagándose.

Este libro de Nadia López García es como un niño que se acuesta de noche en el pasto para descubrir quién es y qué habita: ser estrella, en los versos de Nadia, es enfrentar un cielo tormentoso al dormitar con las constelaciones, una imposibilidad que transgrede desde los vínculos familiares hasta la bestialidad de la gente: querer ser estrella, pero no alumbrar porque, “en realidad / [ya se ha] muerto”. Sin embargo, el vislumbrar un nombre en medio de esta tormenta es sostenerse como quien se amarra a un deseo en el trayecto de un astro. Así se intenta abarcar la naturaleza del dolor: un dolor que, como diría Vallejo, es dos (o más) veces.

Dorsal: nadar erguido para hacer frente al cielo apagándose. Dorsal: abrir el pecho para nombrar lo que nos hace falta y ver cómo la memoria, ante su pérdida, se debate en distinguir si los recuerdos son reales o provienen de un sueño. Este libro se divide en dos movimientos de agua y espuma creciente: las olas tempranas y las olas tardías. En las tempranas, conocemos cómo se vive “el miedo de mirar al espejo / y ser quien nunca [se ha querido ser]”. Ahí, en esa lucidez que sólo otorga la infancia, se conglomeran las razones por las cuales el presente es como es.

Para este estado intranquilo la voz de Dorsal conversa con la memoria y recaba aquellos momentos que marcan la frontera entre la ternura y el enmudecimiento. Aquí los pasillos de la casa se oscurecen y las primeras voces marcan cómo la identidad propia es transgredida por las ajenas. Y si bien esto sucede, se hace visible un mantra que resguarda de la crueldad que nos rodea, como aquel ungüento de tomate verde: ese mantra es la poesía porque, como dice Nadia, solo desde ahí se regresa “a donde somos la cara sin máscara / ni atadura, / sin temor / a la destrucción futura”.

Un niño le dice a su padre lo que quiere ser y éste le inunda sus pulmones con la imposibilidad del llanto; un hermano llamado Vicente se vuelve piedra desdibujada, sin órganos ni rostro, en los recuerdos y sueños de su madre. En el segundo movimiento del libro, la escritura asume su duelo al preguntar por qué la humanidad se desquebraja así misma. Este es el mar que golpea en Dorsal: uno que nos revuelca ante el descubrimiento de un cuerpo podrido que es, en tanto, fondo y forma de la ausencia. Así leemos que “En la búsqueda del cuerpo / encontraron una coraza ósea almidonada […] ¿Quién diría que los cuerpos, en ocasiones, / se confunden con su forma?”.

El cuerpo desaparecido es el de Vicente, víctima de un crimen de odio y hermano de la voz que crece a medida que avanzamos el libro. En ese calvario, en ese buscar vivo a un ser amado, vislumbrar al menos una tierra donde llorarlo, la poesía se vuelve embarcadero, un lugar donde asirse ante tanta violencia. Sobrevivir, en la poesía de Nadia, es encontrar palabras que den rostro a la identidad arrebatada y salven lo poco que queda de la propia:

 

Si estuvieras aquí no tendría que escribirte,

si estuvieras aquí el dolor

no sería.

 

Si bien con una búsqueda literaria diferente, leer este libro de Nadia recuerda que el dolor evoca a la escritura y viceversa. Pienso en Dorsal como una rama en esa tradición ya referente de obras que dan santo y seña de la pérdida de seres queridos. Pienso en Nox, el libro féretro que hizo Anne Carson para despedir a su hermano; y, de igual modo, en los ecos a cuatro manos que escarbaron en la tierra un lenguaje para dos hijos suicidas, esto en Daniel. Voces en duelo, de Chantal Maillard y Piedad Bonnett. En varios momentos, Dorsal también evoca una fuerza parecida a la Antígona González, libro emblemático de Sara Uribe, donde descubrimos que el amor es signo de búsqueda. Podría asegurar que, en suma, la voz de quien se decide a escribir sobre lo arrebatado parte de la necesidad de nombrarse desde todas las otras voces que encontraron en su habla un sostén. Así este libro canta al unísono con otros para su colectividad y contraste.

En el agua brilla un caballito de mar, un hipocampo se confunde con el cuerpo desaparecido y asesinado del hermano: un hipocampo nublándose al nadar en el cerebro de la madre de Vicente; un caballito se yergue donde la memoria se vuelve imprecisa. En el devenir de Dorsal sabemos que “el odio es un ventarrón que arrasa con todo a su paso” y que, ante la muerte arrebatada, las certezas se van diluyendo. Minuto a minuto se desciende más y más en esa agua oscura que sube rápidamente hacia el cuello, sin piedad.

Vicente, asesinado por ser hermano de un hombre que se identifica como mujer, es la crudeza encarnada y, al decir su nombre desde la magnitud de su pérdida, es lo único que se tiene, “porque las palabras / podrán salvarnos de este tiempo / a la deriva”. En los poemas de Dorsal, nos sabemos absortos, entumecidos frente a olas que ya no piensan detenerse. Caballito de mar o hermano, Vicente transmuta desde el agua hacia lo desconocido del mundo. Así nace un ahogado que, carcomido por la sal, lucha por mantenerse en el rango de vista de su familia.

Vicente es reflejo de la memoria que se construye a pedazos; y con este libro Nadia López García nos invita a situarnos en la brutalidad del odio, ese monstro que carcome las vidas que circundan alrededor de alguien que sabe con certeza quién quiere ser, alguien que los demás no quieren que sea. Este odio también dice algo de nosotros, porque la poesía de Nadia sostiene entre sus manos un caballito de mar que no se sabe si está durmiendo o si empezará pronto a descomponerse.

Dorsal

Nadia López García

México, fce, 2022, 76 pp.

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Pablo Rodríguez

(Xalapa, Veracruz, 1997).

Poeta y editor. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la uv. Becario del pecda Veracruz (2020), del Curso de Creación Literaria para Jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas (2018) y del Festival Cultural Interfaz (2016), los tres en el área de poesía.