A medio camino entre la novela negra y la literatura de terror, Parábola de la cizaña del escritor Federico Vite (Apan, Hidalgo, 1975) es un episodio de gore bíblico ocurrido en la periferia pobre y marginada de alguna ciudad de México. La historia abre con un cuadro espeluznante: en la cancha de básquetbol de una prisión yace la cabeza y el cuerpo de Xavier, joven estigmatizado atípico: adicto al Resistol, ladrón y albañil de ocasión. Desde la primera página sabemos que, horas antes, Xavier ha implorado de rodillas a un poder superior bajo una tormenta que nos hace pensar en el Diluvio Universal. Lo acompañaban un hombre de labio leporino con enanismo y un convicto de una cicatriz en la oreja. La crecida del agua ha arrastrado a las ratas hacia las alcantarillas justo antes de que el protagonista fuera degollado por una lámina arrancada por el viento del techo de las prisión:
Al ver los estigmas en las manos y en la frente, cualquiera de los ahí reunidos hubiera pensado que ese cuerpo fue la geografía de una batalla entre dos misterios que se impactaron sin tregua: la demencia y la fe.[1]
Además de los estigmas en las manos, Xavier tiene una herida sangrante en forma de cruz en la frente, que coincide con la “x” de su nombre. A partir de aquí, la novela avanza vertiginosamente hacia el pasado para exponer casi policialmente los hechos que han desembocado en la decapitación divina y diabólica a una vez. La obra entrelaza fragmentariamente las historias de otros personajes cuya tragedia e infierno personales no tienen nada de inexplicables; entre ellos, Solana, un reportero de nota roja y homicida involuntario, le sirve de apoyo al narrador omnipresente para acometer el desafío de un relato sobrenatural. La mayoría de estos personajes están marcados por su condición patética de parias, no exentos de cierta humanidad. Junto al enano aparecen sexagenarios transexuales que se prostituyen, presidiarios víctimas del polio, niñas ciegas a merced de brujos proxenetas, feminicidas lisiados y carceleros sarnientos. El libro se asemeja a un gran tríptico flamenco del Renacimiento, pintado por el Bosco o por Pieter Brueghel el Viejo, como sugiere la portada de la primera edición de la novela, que muestra El misántropo, cuadro de este último pintor. La lectura del libro equivale a la contemplación detenida de una de estas pinturas donde que se entreteje lo sagrado, lo diabólico y lo profano, en las que se plasman sucesos relativos al juicio final y al castigo de los pecados; pobladas por engendros, quimeras, trúhanes y otros seres envilecidos a punto de ser asolados por demonios que acechan desde las alturas.
Sin embargo, la intención de Vite no es moralizante ni satírica. El realismo con que se cuentan los hechos fantásticos es atroz e indolente y no permite sorna alguna. Siguiendo nuestra analogía con la pintura, podemos decir que la ausencia de afanes cómicos o ejemplarizantes la acercan más al temperamento de los grabados que realizó Gustave Doré para la Divina Comedia de Dante: entre la sobriedad marmórea de estos grabados y el universo grotesco de la escuela flamenca, Parábola de la cizaña despliega su mundo, cuya materia prima son las historias de los desposeídos de siempre, recreado con la destreza y el pulso de los grandes maestros.
La narración de los eventos demoniacos es auténtica, la posesión cala el tuétano de los huesos del lector. Después de la escena —magníficamente contada— en la que aparecen los estigmas de Xavier; lo vemos liderar una jauría callejera contra una carnicería, lo que provoca su encarcelamiento. El protagonista tiene revelaciones divinas y exabruptos de profeta; declara sumisión al Señor ante los policías que lo arrestan y ante todo aquel que quiera escucharlo en la prisión. El uso del presente como tiempo de la narración refuerza la similitud con la pintura. En las poco más de cien páginas de la novela, los sucesos están presentes a un solo tiempo y desde siempre. El autor pincela una historia de horror de un México reconocible, pero sin ubicación concreta. La inversión del tiempo del relato sugiere que los eventos fueron dispuestos desde un principio para precipitarse hacia su conclusión aterradora. Dentro de este vértigo, no obstante, Vite se toma el tiempo para desplegar sus metáforas. Así, los rayos de la tormenta dibujan un “alacrán en el cielo”; los mismos que luego semejan “venas” y más tarde “la columna vertebral de un gigante”.
Si bien la obra de Vite —especialmente sus cuentos— puede emparentarse con la de autores más cercanos a la tradición estadounidense como Bukowski, Raymond Carver e incluso John Updike, Parábola de la cizaña se aproxima en México a la tradición de José Revueltas y Eduardo Antonio Parra. El protagonista Xavier también nos recuerda a un miembro de La Corte de los Milagros de Victor Hugo; tiene algo de pícaro quevedesco y de aquel Juguete rabioso con aires de tremendismo y naturalismo del argentino Roberto Arlt. Clasificar Parábola de la cizaña como literatura fantástica resulta difícil debido a su realismo descarnado. Más bien se trata de una suerte de realismo sobrenatural que, en la actualidad mexicana, da como resultado un costumbrismo desolador.
Contra una sociedad expuesta a continuas sobredosis de melodrama, Federico Vite propone una novela que guillotina en seco. Parábola de la cizaña es una historia sin moraleja ni consuelo que nos priva de toda catarsis y esperanza; pero lo hace de esa manera inmisericorde propia de la literatura auténtica.
Acaso cabría preguntarse cuál es la razón de leer un libro que cuenta semejantes hechos en un país como el nuestro, de violencia y dolores bien próximos, donde el asesinato, la trata y las decapitaciones son asuntos cotidianos cada vez menos destacables. Al respecto, sólo podemos esgrimir dos razones: la primera es la manufactura y las cualidades estilísticas de la obra de Vite, que son para conocerse. La segunda sería que, en esta sublimación alquímica de la violencia y el mal en la que Vite parece jugarse la psique, tal vez haya una clave: quizás en ese haz de luz que se cuela cuando un personaje menudo de labio leporino intenta levantar a Xavier del suelo, con una fuerza que no posee, se encuentre una pista para ayudarnos a escapar de ese coletazo de alacrán que amenaza con arrasarnos a todos aquí y ahora.
[1] Federico Vite, Parábola de la cizaña, México, uam (col. Molinos de viento), 2012, p. 9.
Parábola de la cizaña
Federico Vite
México, uam (Molinos de viento), 2012, 104 pp.
(Acapulco, Guerrero, 1983).
Es autor del libro de poemas Postales del ventrílocuo (2011). Ha colaborado en medios impresos y electrónicos. Es coautor de Bestiario marino, obra de literatura electrónica programada por Lidya Cota, la cual recibió una mención honorífica en el Concurso Nacional Julio Torri de Literatura Digital 2021.