El turista inmóvil

Verónica Bujeiro
abril - mayo de 2023

 

 

Fotograma de la cinta de animación Migración (2020), cinemano y guion de Arturo Lopez Pío; música de Ampersan; realización de Josué Vergara, en http://bit.ly/40Be4CD


Una improbable agencia de viajes del siglo xxi se ha dedicado a reclutar turistas inmóviles para ofrecer experiencias que prometen recorrer el globo terráqueo sin salir de casa. Su oferta sostiene el atractivo de lo inmediato, el alivio de no padecer espera alguna, sin visado, ni problemas de horario, cambio de divisas, falta de entendimiento por lenguajes y costumbres extrañas, ni malestares provocados por sazones ajenos, enfermedades súbitas y un largo etcétera que pretende contener toda la ansiedad que provee el desplazamiento en todo viaje reconocido como de placer. Para ser candidato la improbable agencia solicita al aspirante responder una pregunta clave:

 

¿cuál fue el vehículo que facilitó en su imaginación la tentación del viaje?

 

Si la respuesta señala todo transporte que acorta distancias como barcos, trenes, aviones y vehículos con ruedas, mismos que han sido responsables de la movilidad humana a lo largo de la historia, esta no resultará suficiente para la juiciosa agencia. Empero, si en la contestación se incluyera cualquiera de los anteriores en relación con narraciones fantásticas, travesías heroicas, relatos religiosos, novelas de misterio y diarios de viaje, una primera etapa de elección podría ser aprobada. Aunque los candidatos más aptos parecen ser aquellos que han proyectado trayectorias enteras gracias a imágenes fijas plasmadas en postales encontradas al azar en mercados de pulgas, libros ajenos o como herencia de travesías previamente realizadas por algún familiar, que yacen atajadas en celosa conservación por una maleta que aún contiene ese humor exótico que perturba el aire de lo cotidiano. También son de interés los que mencionan nombres de lugares cuyas resonancias en lo privado excluyen toda lección de geografía, y en particular son elegidos los soñantes que describen con exactitud locaciones en las que su presencia física nunca se ha encontrado.

Pero, ¿cómo distinguir entre el turista común al inmóvil? Ambos desean esa ruptura que según Gilles Deleuze implica un viaje, pues se encuentran asfixiados por ese hedor de lo que se repite a diario con su familiaridad funesta que marcha como una sombra, recordando a cada paso su propia mortalidad. Ambas especies sobreviven como animales sedentarios que corren peligro de ser engullidos por el tráfico semanal y comparten en los momentos más aciagos de su jornada un escape fantástico que anticipa a esa ruptura al cerrar los ojos y convocar aquellas imágenes que devuelven al opaco tufo del cotidiano un sobresalto al corazón. Hacer la criba entre estas dos especies tan semejantes y dispares parece una ardua tarea para la improbable agencia de viajes, pero su cuestionario prosigue en una dedicada búsqueda de sus clientes potenciales: 

 

¿cuál considera usted que es el verdadero objetivo de su viaje?

 

Marcel Proust asevera que el cometido de todo viaje es la verificación. Y si bien tiene algo de verdad, pues la potencia de todo deseo provocado por la ensoñación de otros parajes requiere ir a corroborar una exactitud forjada en la imaginación, existe un latente peligro implícito. Ejemplo de ello son los trastornos mentales achacados al viaje, como el Síndrome de París, asociado comúnmente al turista proveniente de Japón, que consiste en padecer reacciones psicosomáticas tales como mareos, taquicardia, aumento de la presión arterial, crisis de ansiedad y angustia relacionada a la brutal decepción que provoca el choque con las dimensiones reales de los monumentos, la displicencia de la población local, el fuerte olor de las calles y la plaga de roedores que implica la verdadera experiencia parisina. También se han reconocido fenómenos de psicosis y delirios transitorios en el Síndrome de Jerusalén, en donde el turista que acude a dicha zona siente un llamado divino y comienza a comportarse como un personaje bíblico. Como estos ejemplos, cada sitio emblemático de la aspiración del viajante promedio podría enumerar sus potenciales decepciones, así como patologías específicas a cada zona y a las que se puede añadir el riesgo universal identificado en el llamado Síndrome de la clase turista, que afecta notablemente y de forma directa a cualquier cuerpo sometido a sus condiciones antinatura sin importar el destino.

La improbable agencia de viajes considera de gran importancia la salud física y mental de sus potenciales clientes y aunque reconoce tanto en el turista común como el inmóvil ese ánimo implícito de verificación, descarta de inmediato a aquel que pretende esconder la desazón en actos previsibles como el fabricar una réplica del emblema que convocó la travesía, pues desconfía de aquellos que ayudan a fomentar el basural de experiencias idénticas que la humanidad se ha enfocado en producir gracias a los avances de la tecnología y cuyo cometido no es fomentar la ensoñación, sino la envidia. La juiciosa compañía enfoca su preferencia hacia los individuos que, pese al anticipo de la decepción, buscan situarse entre lo siniestro de lo familiar y el pasmo de lo desconocido como si se visitara el escenario anómalo de un sueño. También suma puntos si se acepta acometer la travesía sin ceder a la tentación del registro de imágenes, aunque se permiten cuadernos de notas e incluso de dibujo, pues no quieren privar la potencial generación de una herencia afectiva.

La agencia podría rondar eternamente en cuestionamientos y valoraciones altamente subjetivas, pues finalmente su sociedad anónima mantiene en celoso resguardo el perfil indicado para sus servicios, pero prefieren ser directos al acometer la siguiente pregunta:

 

¿por qué decidió ser un turista inmóvil?

 

Desde luego, se toman en consideración los motivos físicos o mentales que incapacitan el movimiento, pero la juiciosa agencia coincide con el clérigo inglés Francis Kilvert quien opinaba en su diario de 1870: “de todos los animales nocivos el más pernicioso es el turista”. Una aseveración un tanto contradictoria si se piensa que se trata de un grupo que ofrece servicios de viaje, aunque los anónimos seres que yacen detrás de esta empresa son conscientes del daño ecológico que la industria turística común genera al planeta. Se podrían citar ejemplos como es el caso de generar tantas visitas a una especie en extinción que los hidrocarburos involucrados en el traslado logren acelerar su ausencia definitiva, o el de la ciudad flotante más famosa del mundo que se hunde bajo las superficiales expectativas de sus millones de visitantes diarios. Aunque para ahondar en el absurdo de sus contradicciones se sabe que la improbable agencia rechaza de entrada a confesos ambientalistas y se precia de saber reconocer de entre los autoproclamados exploradores el ser de rutinas que buscará combatir la extrañeza de los parajes lejanos como la llaneza de los centros comerciales y la anestesia prometida en su zona de comida.

La respuesta correcta a lo que esta celosa agencia considera un verdadero turista inmóvil es un curioso misterio sobre el cual se tienen ciertas especulaciones. La más fuerte parece ser el haberse resignado a existir mediante la experiencia vicaria, pues su imaginación está acostumbrada a ser alimentada por relatos ajenos, imágenes tomadas por otros y aprendizajes exóticos adquiridos de tercera mano que aun sin haberse experimentado pueden afirmarse, como decir que la comida en la India es bastante picante. La carencia de medios económicos y la poca destreza en el ámbito social son también factores decisivos en el cumplimiento de este perfil, aunque en realidad nunca se sabe si uno puede ser candidato, pues tras el meticuloso cuestionario la improbable agencia guarda silencio.

Por esto se cree que esta peculiar empresa espera que uno mismo se reconozca como uno de sus clientes potenciales. Las señales son claras: se tiene que pasar la valla de aquellos que viven como parásitos del anhelo turístico y ofrecen experiencias visuales de diversa naturaleza en las llamadas redes sociales para hallar experiencias que ofrecen caminatas anónimas o paseos en automóvil por países y ciudades a los que la imaginación ni los sueños han conducido previamente. Estas experiencias expanden toda noción adquirida previamente y desafían la decepción a través de fomentar una sensación de presencia in situ, a pesar de ser experimentados por un cuerpo que no le es propio. Se sabe de cierto porque estas travesías podrían enumerarse bajo lo que Sei Shōnagon cataloga como “cosas que hacen latir deprisa el corazón”. El turista inmóvil logra reconocer el tránsito de ciudades que le son ajenas, vestimentas y colores inesperados que más tarde se confundirán en la materia que hace posibles los sueños. Más avezado en esta costumbre inédita, se hará de unos lentes de realidad virtual, pedirá una caja con souvenirs replicados en serie por algún sitio chino, otra con alimentos dulces y salados de la región elegida. Podría establecer una verdadera ruptura al pedir vacaciones en el trabajo, ausentarse de los conocidos y no abandonar el mismo cuarto por varios días, pero se sabe que los mejores momentos para un turista inmóvil pueden ser las noches cuando todo está más quieto y los sentidos distan de cualquier distracción. En algún momento de estas travesías es que la improbable agencia de turistas inmóviles enviará una tarjeta de agradecimiento por el disfrute de sus servicios.

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Verónica Bujeiro

(Ciudad de México, 1976). Egresada de la licenciatura en Lingüística de la enah, guionista y dramaturga. Es autora de los libros La inocencia de las bestias y Nada es para siempre. Ha sido becaria del Imcine, del Fonca y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.