Taciturno y solitario, Pete, hermano de la escritora Lucy Barton, confiesa en “La señal” a Tommy Gutpill, casi el único vecino que lo visita, un crimen cometido por su padre durante la Segunda Guerra Mundial, sin comprender (o sin querer hacerlo) que lleva años sobrellevando la culpa paterna, como si fuera una herencia tan maldita como inevitable:
Pete seguía mirando el árbol caído, y dijo:
—Mi padre fue a la guerra. Se quedó bien jodido—. Se volvió y miró a Tommy, entrecerrando los ojos por el sol.— Cuando estaba muriéndose me habló de eso. Fue terrible lo que le pasó, y después… después mató a tiros a los dos alemanes, él sabía que no eran soldados, eran casi unos críos, y me dijo que todos los días de su vida sentía que a cambio debería haberse suicidado.
Sin perder tiempo en preámbulos, con “La señal”, primer cuento de Todo es posible, Elizabeth Strout (Estados Unidos, 1956) deja en claro que la colección, integrada por nueve relatos, ha de exponer la etopeya de los habitantes de Amgash, Illinois, el malogrado pueblito donde vivió su infancia y adolescencia Lucy Barton en el medio oeste, el Midwest industrial y mercantil, símbolo del espíritu estadounidense.
Retomando la estructura de su novela Olive Kitteridge, dividida en capítulos que funcionan como cuentos, Strout también presenta Todo es posible como novela dividida en capítulos - relatos. Sin embargo, mientras en Olive Kitteridge los relatos incluyen de una u otra forma a la protagonista, en Todo es posible, aunque se hacen referencias a Lucy Barton, ella casi no aparece y, a diferencia de Me llamo Lucy Barton (novela en que debuta como personaje), tampoco es la voz narrativa.
Así, en Todo es posible una voz narrativa en tercera persona presenta la vida diaria de Amgash, desde las perspectivas de algunas y algunos de sus pobladores, perspectivas de ritmo acompasado y de descripciones y diálogos ágiles y concisos. Narrativa que otorga voz a las mujeres y hombres del pueblo, al tiempo que insinúa e incluso exhibe, sus debilidades y contradicciones morales y emocionales, como las de Linda, la mujer que en “Rota” solapa la depredación sexual de su esposo Jay:
—Algunos artistas son muy competitivos. Incluso con sus amigos —dijo Jay—. Pero supongo que tú puedes ser generosa, ya que tu obra ha tenido éxito. Y con razón, añadiría.
—Estoy segura de que tú eres generosa en cualquier caso —intervino Linda. Le pareció que Yvonne se ponía en guardia—. Dejad que os traiga un poco de vino —añadió. No le cabía duda de lo que sentía. Jay ya había tenido sus éxitos, pero Linda jamás se había sentido tan cómplice.
Veinte minutos después, Linda se excusó y fue a acostarse.
Claramente inspirada en Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, Strout toma del célebre narrador la prosa coloquial, pero con impronta lírica, lo que le permite ahondar, con desconcertante naturalidad, en la violencia sorda y la doble moral que rubrican la vida social y la vida íntima de Amgash y sus habitantes. Microcosmos rubricado por frustraciones, rabias y enconos que de súbito asoman y se expresan con franqueza brutal, según descubre Charlie en “La teoría del pulgar magullado” al escuchar a Tracy, su amante:
Charlie no era católico, y los pocos católicos que conocía seguían yendo a misa, pero no entendía cómo podían, ante la prueba fehaciente de que no era oro todo lo que relucía; por supuesto, la Iglesia estaba fracasando. Pero también el concepto protestante de dedicación, honradez y carácter. ¡Carácter! ¿Quién seguía utilizando esa palabra?
Tracy. Tracy utilizaba esa palabra. La miró, los ojos aún manchados de negro por el rímel.
—Eh, nena —dijo—. Eh, Tracy —y abrió los brazos.
En voz baja, ella dijo:
—No me llamo Tracy. —Un momento después añadió—: El permiso de conducir es falso. Solo para que lo sepas. Todo es falso. —Se inclinó hacia delante y susurró—: Falso.
Oculta, la ruindad corroe las relaciones familiares y filiales de los habitantes con la misma cruel eficacia que la pobreza deslustra las relaciones sociales. La muda e inexorable devastación de una comunidad rural, indiferente para las grandes y prósperas ciudades como Chicago, donde se halla de gira la exitosa Lucy Barton, estancia que, en “Hermana”, sirve a la escritora para cumplir una improvisada visita a sus hermanos Pete y Vicky, que deviene rencuentro con las vilezas del pasado, oscuramente vigentes:
—Para —dijo Lucy, levantando la mano, con la palma hacia fuera.Vicky pareció irritada por el gesto.
—Bueno, Lucy, tú y Petie teníais que comer de la basura siempre que tirabais comida, me acuerdo que ahí mismo —y señaló con el dedo, dos veces, la parte de la cocina— teníais que arrodillaros, sacar la comida que habíais tirado y comérosla directamente de la basura, y llorábais.
Natural de Amgash, de donde emigró para triunfar como escritora en Nueva York, Lucy Barton se descubre avasallada por las abyecciones del pasado y el presente que cohabitan en la atmósfera del pueblo encallado en ese Midwest símbolo del progreso económico, pero también de la marginación, bamboleándose entre el cinturón del óxido (Rust Belt) y el bíblico (Bible Belt), es decir, entre el industrialismo deshumanizado y la religiosidad taxativa, extremos que se traducen en la atmósfera irrespirable que recibe a Lucy Barton, quien vivió en dicho ambiente y en el que ha basado su obra, pero que, a la vuelta de los años de ausencia, la sobrepasa y la aterroriza al punto de pretender negarlo:
—Un momento. ¿Sabes qué? Él hacía todos los ruidos; a mamá nunca se la oía.
Pete jamás había pensado en eso.
—Oye, tienes razón —dijo—. Tienes razón. Ella nunca hacía ningún ruido.
—Oh, Dios mío —dijo Vicky, y suspiró—. Oh, la pobre…
—Parad —intervino Lucy—. Dejémoslo. No sirve de nada.
—Pero es verdad —replicó Vicky—. Es todo verdad, ¿con quién más deberíamos hablar de esto? Lucy, ¿por qué no escribes un relato sobre una madre que corta la ropa de su hija con las tijeras? ¿Quieres frases sinceras? Hablo en serio. Escribe sobre eso.
Lucy estaba poniéndose los zapatos.
—No quiero escribir ese relato. —Parecía enfadada.
En “Hermana”, Lucy Barton debe reconocer que la famosa escritora que es ella misma ha intentado ajustar cuentas con el pasado, pero que, en el fondo, lo que ha deseado es exorcizar aquel pasado y redimirlo, deseo vano por lo demás, toda vez que los hechos y las circunstancias no se dejan reducir ni simplificar, sino que, al contrario cuestionan el ars narrativa de la propia Lucy, tal como Elizabeth Strout hace en las páginas de Todo es posible, donde la autora revisa su discurso creativo para rencontrarlo y rencontrarse.
Todo es posible
Elizabeth Strout
México, Duomo Ediciones - Penguin Random House, 2017, 288 pp.