Las novelas de nuestra época dialogan, cuestionan o continúan la escritura de las obras clásicas, como si fueran un mismo libro. “Tradición” suele llamársele a esta dinámica. Así, quien se adentre hoy en la creación literaria retomará inevitablemente alguno de esos libros de rótulos dorados dispuestos en la biblioteca del tiempo, y lo hojeará en busca de un modo de narrar, una poética, un tema.
En este caso, La reinita pop no ha muerto, de la regiomontana Criseida Santos Guevara (1978), dialoga con El túnel de Ernesto Sabato (1911-2011), según lo confiesa su protagonista Guadalupe: “Lo nuestro fue lo que podría definirse como un romance teto que la coloca a ella como María Iribarne y a mí como un Juan Pablo Castel cualquiera”.
A pesar de que al libro de Sabato y al de Santos Guevara los distancian setenta y cinco años en su publicación, ambos se vinculan mediante su intensidad pasional: La reinita pop… del primero al último de sus párrafos expone la necesidad de conquistar a la mujer amada, antes María Iribarne, hoy Inés Rivadeneira; expone —si se busca una descripción algo más sensitiva— una sequedad en la boca que requiere el sudor en la piel de Inés y su aliento para apaciguarse, sed que el cálido norte de México o el sur de Texas propician y que sólo puede saciarse con amor.
La joven Guadalupe conoce en Houston a Inés Rivadeneira, a quien le pide trabajo en su negocio de coleccionista de arte hispano. A partir de ese momento, Guadalupe crea una ensoñación que se yergue de deseo.
“Yo la vi y ella me vio. Nos vimos. Y yo me volví loca. ¿Y si le hablo? No, mejor no. Pero tiene el cabello corto. Y me miró. Tal vez no me miró con esa intención pero me miró. Me miró rápido, como si la mirada se le hubiera quedado atorada, como abrigo que se engancha en alguna parte y lo desatoras luego luego...”.
Premio Revista Literal de novela corta 2013, la autora también de Rhyme & Reason (feta, 2008) publica esta historia de amor que reinventa los estereotipos y que nos permite mirar el deseo desde un sitio diferente al detallar la seducción entre dos mujeres. Al menos eso sabemos al principio, porque conforme avanza la lectura experimentamos el necesario artilugio de las obras artísticas: la ambigüedad, por lo que desconocemos si su relación existe.
Ambigüedad tan efectiva y amena que uno le perdona algunas frases hechas, pequeñas imperfecciones en el texto, como: “Si coincidíamos en el elevador, la tensión podía cortarse con un cuchillo…”. O: “Y me miró. Ojitos de borrego a medio morir para decir que no...”.
Un detalle peculiar es la aparición de Cristina Saralegui, quien enmarca generacionalmente el relato junto con la mención de otros programas televisivos de los noventa, como Papá soltero. La presentadora de origen cubano y su plató repleto de hispanoparlantes en Miami dan rostro a esa sociedad conservadora que critica e incluso se burla de la honestidad con que la protagonista confiesa su amor por Inés. Sin embargo, al ser consciente de que su revelación incomoda al público, Guadalupe disfruta de las reacciones que le provoca, pues se concibe rebelde.
Guadalupe ha cambiado y es ahora una rapera de nombre M. C. Akaótome cuando Saralegui la entrevista, de este modo la historia de La reinita pop… resulta ser otro capítulo más en el famoso show.
La transformación de Guadalupe en M. C. (Microphone Controller o intérprete freestyler en la cultura del hip hop) y su gusto por la música justifican la inclusión de letras de canciones que amparan sus conjeturas en varios momentos.
“Ése fue el día en que supe que me estaba enamorando porque camino al Museo de Fine Arts, mientras esperaba el Metro Rail, mi iPod nano en un shuffle diabólico empezó a tocar Kenny y los Eléctricos: Roto el corazón, desarmada la razón, un cometa que vuela a Marte, un cometa que vuela a amarte…”. O: “Decidí quedarme sentada yo sola y acercarme cuando terminara la película. Al final de la proyección pasó a mi lado con cruel indiferencia...”.
Por esta razón, al término del libro se enlistan cuarenta tracks de géneros tan variopintos, como “Las batallas”, de Café Tacvba, “Te lo pido por favor”, de Juan Gabriel, o “Que la fiesta siga”, de Cártel de Santa, cuyos versos: “La reinita pop ha muerto/ Que viva el rey hip hop”, inspiran el título.
La tragedia del pintor Juan Pablo Castel en El túnel es darse cuenta de que María Iribarne nunca será sólo para él; una situación idéntica atraviesa Guadalupe por Inés, al aparecer Oropeza, una tercera en discordia. Pero además, aquí se revela otra tragedia de rasgos más sutiles: el verdadero amor nunca será correspondido.
Ambos libros son un inventario de contingencias, un aferrarse con uñas y dientes a la amada que a veces se encuentra al lado de los protagonistas pero que después, sin que ellos sepan el motivo, desaparece.
La reinita pop no ha muerto
Criseida Santos Guevara
México, Literatura Random House, 2022, 104 pp.
(Ciudad de México, 1980)
Es narrador y comunicólogo. Autor de la novela Permite que tus huesos se curen a la luz (2017). Ha publicado narrativa y artículos en Luvina, Letras Libres, La Tempestad, suplemento El Cultural, Tierra Adentro, entre otros. Su sitio: textonauta.blogspot.mx