La tarea más heroica de nuestro tiempo

Luis Guillermo Ibarra
febrero - marzo de 2023

 

 

El baile nupcial, óleo sobre madera, Pieter Bruegel el Viejo, 1566

 

Cuando empezó a cobrar intensidad la pandemia en países como España e Italia, y ya se veía como una mancha irreversible que invadiría todo el orbe, Jorge Freire, un joven filósofo español, publicó el breve libro Agitación: Sobre el mal de la impaciencia, un ensayo oportuno para nuestra época, el cual, toma aun mayor relevancia ante el sorpresivo fenómeno que mantuvo en tensión a la humanidad por casi tres años. Hay libros que resultan claves para entender las problemáticas de nuestro tiempo, que se dirigen al centro de las llagas resultantes de las conductas humanas, libros incómodos que develan el vacío de nuestros actos y nuestras búsquedas. Y Agitación es uno de ellos. En estas páginas el autor se muestra como un “incordio” e intenta “agarrar al lector con firmeza y obligarle a que escupa aquello que lleva rumiando, de manera consciente o inconsciente desde muy larga data”. 

Para situarnos, Freire nos remite al postulado de Pascal sobre “nuestra capacidad de estar quietos a solas en una habitación”. Tal parece que en los tiempos dominados por el mercado y la tecnología, las palabras del viejo filósofo francés cobran un nuevo sentido. Estamos ante formas de vida marcadas por la inquietud, “el agotamiento del sujeto contemporáneo”, de ahí que la pregunta: “¿Es acaso nuestro cometido movernos constantemente hacia adelante, como un tiburón que escapa de la muerte?”, se vuelva el hilo conductor de estas páginas.

En esta sugerente etología, nos dice Freire, el Homo agitatus, ese “equivalente al necio [esto es, el ne-scio, el carente de ciencia] en los textos medievales”, es “la figura a batir”. Para explicarnos estas grietas, crisis o agonías del sujeto contemporáneo, Freire echa mano de una abundante cantidad de filósofos, novelistas, poetas de diversas épocas. En sus páginas están presentes Platón, Nietzsche, Water Benjamin, Isaía Berlin, Byung-Chul Han, Ortega y Gasset, Rulfo, Machado y muchos más. Es sorprendente el diálogo que sostiene con ellos, la recuperación que hace de muchas de sus ideas, para lograr un texto condensado, claro y ágil, desde el que observamos en todas sus dimensiones y conductas al Homo agitatus.

Para nuestro autor, la filosofía es un instrumento oportuno para echar una nueva mirada a la vida; para dar cuenta de esas situaciones que viven los seres humanos, en las que “el sintagma de hacer cosas no es más que un eufemismo de hacer cosas significativas” y “lo que hoy entendemos por felicidad no es sino la afirmación de nuestra subjetividad”. Freire explica: “que nuestros coetáneos aspiren a esa felicidad eterna y definitiva en lugar de pugnar por una virtuosa eudaimonia es lo que los mantiene agitados, dando vueltas como monjes giróvagos y en guerra con sus entrañas, por decirlo con Machado”. En esa búsqueda incesante, el hombre pasa “de la euforia al abatimiento”. Después de ello no se encuentran con ninguna gratificación anímica, ya que “el contrapeso de la agitación”, recuperando a Nietzsche, “no es el descanso sino el entumecimiento”.

Muchos grandes libros de nuestro tiempo —o contra nuestro tiempo—, tienden a penetrar en la realidad a partir de la construcción de oxímoron, de paradojas, que permiten interpretar los absurdos, las obsesiones vacuas en las que viven los hombres. El libro de Freire viaja en ese sentido. A lo largo de sus páginas nos acercarnos a los contextos de los que emanan “la diferencia indiferente”, “los humoristas sin gracia”, el enorme “mercado” que produce “la pasividad agitada de nuestro tiempo”, que invade la mayor parte de las formas de vida en occidente, el señoritismo en tiempos de precariado, “el hombre deformado por la cultura”, “la civilización y la barbarie”.  

En el libro se niega a dar la razón a la proliferación de discursos de supuesta diversidad y multiculturalidad que dominan las últimas décadas. Al igual que Vicente Verdú, que caracteriza los tiempos que corren como tendientes a la “homogenización”, Freire no pone ningún reparo en afirmar que “si de cultura hablamos, hoy todos los pueblos se rigen por la misma: la agitación”, y si hablamos de “diversidad moderna”, se trata sólo de “una suerte de pluralidad de manufacturas”. Esta cabalgata interminable que invade casi todas las disciplinas y ámbitos: el mercado, por supuesto, el deporte, la vida cotidiana, el trabajo, la educación, hace pensar a Freire, en un mundo de personas que “se identifican en ese deletéreo sintagma, fe y voluntad, pues ponerse la pilas significa consagrarse a la agitación y el movimiento perpetuo, rendir siempre y no rendirse nunca”.

En el caso del deporte, nos encontramos ante algo “exento de teleología, pues lo que importa es que su actividad, además de ser medible, nunca pare”. Las palabras de Oscar Wilde son puestas de cabeza y trituradas ante acciones que reflejan que “la naturaleza no imita al arte, sino a la máquina”. Y es que los lazos humanos de comunicación han quedado desvanecidos. Por eso Freire nos explica, complementando esta idea, que “el Homo agitatus se comprende a sí mismo no a través de los otros hombres ni a través de la naturaleza, sino a través de las máquinas y los cachivaches informativos”.

El autor español no deja de lado las nuevas prácticas de las generaciones emergentes —las dietas Keto, los retiros de ayahuasca— orientadas como formas de escape. Los seguidores de estas maneras de relacionarse con el mundo olvidan que la vida de nuestros abuelos estaba constituida con sus propios rituales y un orden particular que no era devorado por ningún tipo de inquietud o moda. Esto muestra, por paradójico que parezca, que “la dichosa ‘generación mejor preparada de la historia’ se embarca en dichas quimeras”. Sin necesidad de hazañas, “vivimos la época de acogotamiento de una perturbación sin fin”, el hombre de hoy es como “un hámster que creyese, equivocadamente, que puede abolir su suplicio corriendo con más ímpetu la rueda”.        

Al abordar el tema de la educación, Freire se muestra crítico ante modelos como “las inteligencias múltiples, el trabajo colaborativo, o las pamemas de gratificación”, el aprender jugando. Todos ellos representan las prácticas de una sociedad agitada, en la que “la novedad, invade todos los resquicios”. El exceso de información, presente en cada momento de la vida cotidiana, se muestra como un elemento antitético para profundizar en un acontecimiento en particular y, con mayor razón, para llegar al conocimiento. En palabras de nuestro autor, “en su carrera indefinida por huir hacia adelante el individuo va dejando un rastro de escombros y destrucción, como si del angelus novus se tratase, y en ningún momento se le ocurre detenerse y girar grupas para advertir que, en efecto, nadie lo persigue”. Los individuos huyen de la quietud, del goce, de los frutos del ocio y del aburrimiento.

En estos tiempos de agitación es necesario ir a contracorriente —lo recomienda Freire— y “aprender a aburrirse”. El mismo Walter Benjamin era firme en su aprecio por este estado. Para él, el aburrimiento era “el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia”, por esa razón, “quienes nunca se han emburujado en su nido desconocen que el aburrimiento es lúcido”. Aquel “derecho a la pereza” que exigía Paul Lafargue, aquel ocio creador, madre de todas las ciencias y las artes, sería hoy despreciado por esa agitación “estéril por esencia, que solo acelera y precipita lo que ya existe”.  

Freire tiene en claro que el discurrir filosófico es “el mejor bálsamo para los espíritus maltrechos”, y que “perder el miedo a la muerte es condición necesaria para gozar la existencia”. En esta “sociedad del cansancio”, como la denominaría Byung-Chul Han, sociedad que “toma el tiempo como rehén. Lo encadena al trabajo y lo transforma en tiempo de trabajo”, es preciso volver a lo contemplativo, retomar la lectura de los clásicos, porque como afirma su autor: “escapar de la agónica Kermés de la agitación es la tarea más heroica de nuestro tiempo”.

 

 

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Luis Guillermo Ibarra

Profesor de Literatura en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Candidato a Doctor en Estudios Latinoamericanos por la unam.