La era de los manifiestos:
el derecho a la protesta pública en Cuba

Grethel Domenech Hernández
Octubre-noviembre de 2022

 

 

Fotografía: Reynier Leyva Novo


En los últimos años, ha tenido lugar en la esfera digital cubana un auge de cartas públicas que contienen protestas, reclamaciones o quejas, dirigidas al gobierno totalitario que controla la vida en la isla. “Manifiesto contra el silencio, por la justicia” cuyo propósito fue exigir la excarcelación de los manifestantes condenados del 11J; “Free Luis Manuel Otero Alcántara, Declaración de artistas, editores, activistas, periodistas, profesionales del arte y la literatura, e intelectuales cubanos y de otras nacionalidades”, a favor de la liberación del artista Luis Manuel Otero Alcántara en marzo de 2020; “Stop state violence against peaceful demonstrators in Cuba” exigiendo el fin de la violencia estatal contra los manifestantes del 11 de julio de 2021 o la carta al gobierno de la República de Cuba por estudiantes y profesores universitarios tras las declaraciones de la viceministra de educación que vulneran al profesorado, son algunos de los tantos ejemplos que se han generado recientemente.

El uso de reclamaciones en forma de cartas o manifiestos por la sociedad civil para interpelar al régimen han renovado y puesto en escena la idea de los manifiestos. Aunque en su mayoría estas protestas son misivas de firma pública que circulan por redes sociales y se realizan mediante plataformas de fácil acceso como change.org o avaaz.org, llevan consigo esa característica de expresión colectiva pública típica de los manifiestos.

Un manifiesto es una declaración, un posicionamiento político y una toma de postura. “Manifiesto es dar(se) a conocer determinados valores que serán interpretados en un espacio denominado habitualmente público, donde se juega el carácter de su circulación y repetición. En este sentido, su importancia social se relaciona con la conformación e identificación de un determinado grupo”.[1] La presencia de los manifiestos como una forma de expresión pública se remonta a fines del siglo xix ligada a la emergencia también del sujeto intelectual moderno. Tras el caso Dreyfus en Francia, lo intelectual tomó cuerpo en un sujeto social: el escritor comprometido, el artista avant garde o el filósofo crítico. El alegato “J’accuse…!” de Émile Zola en defensa del capitán Alfred Dreyfus, publicado por el diario L’Aurore en 1898, marcó el nacimiento de los intelectuales indisolublemente ligado a la intención de manifestarse. Es por ello por lo que el historiador francés Christophe Charle afirma que en este nacimiento se conjugaron tres derechos: “el derecho al escándalo, el derecho a coaligarse para darle más fuerza a la protesta, el derecho de reivindicar un poder simbólico procedente de la acumulación de títulos que la mayoría mencionaba junto a su nombre”.[2] En el siglo XX, las vanguardias artísticas consolidaron a los manifiestos como una de sus principales formas discursivas. Basta recordar el “Manifiesto Futurista” (1909), el “Primer Manifiesto Dadaísta” (1918), los “Tres Llamamientos”, manifiesto del Muralismo Mexicano (1921), el primer manifiesto del surrealismo, escrito por André Breton en 1924, o el “Manifiesto Antropófago” (1928), por sólo mencionar algunos.

Las cartas, o en otros casos manifiestos, del mundo digital transnacional cubano actual, si bien no siempre provienen de la esfera intelectual, son un recurso o característica que el campo intelectual empleó a inicios de los sesenta y que posteriormente fue perdiendo protagonismo a medida que avanzaba el carácter autoritario y represivo del gobierno. En los años sesenta, la voz intelectual cubana estuvo marcada por una euforia participativa muy propia de estas fechas a nivel global. Uno de sus rasgos fundamentales fue la politización de la vida cultural, del mundo intelectual y artístico. En cuanto al rol del intelectual, los escritores y artistas no escatimaron en posturas y manifiestos para expresar sus posicionamientos políticos.

La polémica y el manifiesto fueron de la mano a inicios de esta década. Las principales discusiones intelectuales rápidamente pasaron a la tribuna de la prensa y las partes implicadas exponían sus posturas para convencer a los lectores. Uno de los primeros debates sobre cultura y revolución estuvo relacionado con el futuro del movimiento teatral cubano. Lunes de Revolución, suplemento cultural del periódico Revolución y dirigido por Guillermo Cabrera Infante, ocupó sus páginas en llevarla a los lectores. El grupo de Teatro Estudio[3] había lanzado un manifiesto abogando por un teatro social y revolucionario. A esto le siguió una protesta, un contra-manifiesto, de un conjunto de artistas que se titularon “libres” y que entendieron la posición como un peligro para la libertad creadora de los dramaturgos.

Según Lunes, “la era de los manifiestos” había comenzado y en su número 9 expuso las palabras de “Los comediantes cubanos” y de la sección cultural de la provincia del 26 de julio sobre las cuestiones teatrales: “Parece que el momento teatral es de Manifiestos, toma de conciencia y posturas para la Historia. Aquí están las palabras de “Los Comediantes Cubanos” y el “26 de julio” sobre las cuestiones teatrales: el lector encontrará material polémico en ellas, pero al mismo tiempo entenderá muchas de las cuestiones que hoy agitan a nuestra escena”.[4] Estos manifiestos se insertaron en varias problemáticas que comenzaban a perfilarse centrales en el campo intelectual cubano: el rol del escritor o artista en tiempos de revolución, la libertad de expresión, la libertad de creación y la ideoestética de las obras.

Los manifiestos también se convirtieron en el género preferido de la revista para sus posicionamientos políticos. En el número 33, del 2 de noviembre de 1959, presentó uno de sus tantos manifiestos que titularon Llamamiento a los escritores, artistas e intelectuales del mundo. El texto era una denuncia por las agresiones a la soberanía nacional a manos de los Estados Unidos. El documento fue firmado por la gran mayoría de los escritores y artistas cubanos de la época. Meses después y tras el atentado contra el barco La Coubre, en marzo de 1960, Lunes publicó un número especial con otro manifiesto que denunciaba la agresión norteamericana, refrendado por todos sus colaboradores y por los intelectuales cubanos en general.[5]

Para algunos, los manifiestos eran posturas superficiales que tomaban intelectuales no comprometidos. En enero de 1960, Alfredo Guevara lanzaba su primera gran crítica a Lunes de Revolución desde la publicación Nueva Revista Cubana. Allí, acusaba al magazine de sostener una actitud de oportunismo y denunciaba sus ansias de administrar la cultura cubana. Irónicamente, planteaba: “Catedrales de paja se han levantado. Pontífices de trapo las presiden”.[6] Acusando del mismo modo lo que él consideraba un falso compromiso revolucionario y una adhesión superficial a la Revolución: “¿O es que basta inscribirse en las milicias y firmar manifiestos?”.

Los posicionamientos políticos e ideológicos de Lunes y sus embates con funcionarios de la cultura estatal, tales como el propio Guevara, fueron acumulando una serie de polémicas que dieron al traste con la censura del documental P.M, en mayo de 1961. Meses después el semanario fue clausurado bajo la excusa de falta de papel para imprimir sus tiradas. La mayoría de las publicaciones de los sesenta que siguieron a Lunes dejaron de utilizar los manifiestos como una forma de intervención pública. Las notas editoriales o declaraciones mostraban un carácter más sosegado y menos intempestivo, Casa de las Américas, El Caimán Barbudo, compartían notas, editoriales, pero no más manifiestos. Además, el contenido de estas comenzaba a variar. Las cartas tipo manifiestos comenzaron a girar en torno a la defensa de la revolución y no en torno a problemáticas del campo intelectual.

La década de los setenta, su parametrización y política cultural de corte soviético, acentuaron esta situación. No fue hasta fines de los años ochenta e inicios de los noventa que se comenzaron a rearticular estas maneras de intervenir el espacio intelectual desde lo crítico y que reemergieron las posibilidades de manifiestos, cartas y posicionamientos públicos. El proyecto paideia (1989), la revista Naranja Dulce (1988-1989), Tercera Opción (1992), y Diáspora(s) (1997-2002), fueron algunos de los que retomaron esta tradición con nuevas luces. El auge de lo digital y la interconexión, aunque de forma muy precaria y lenta, también, permitió el surgimiento de otras formas de intervenir lo público en la sociedad cubana. 

Poco a poco, se fue activando así la posibilidad de hablarle al poder desde el lugar simbólico y de fuerza que permiten los posicionamientos colectivos. A inicios del siglo XXI, durante la Primavera Negra en 2003, cuando el régimen cubano arrestó a periodistas, intelectuales y disidentes por mantener una postura crítica frente a su gestión y sistema represivo, se generaron varias cartas públicas que tenían posiblemente, como único precedente, las peticiones que desde Europa le escribieron intelectuales a Fidel Castro tras el arresto de los poetas Heberto Padilla y Belkiz Cuza Malé en 1971.

Años después, una de las misivas más conocidas se tituló “Yo acuso al Gobierno cubano”. Una iniciativa que, tras la muerte del preso político Orlando Zapata Tamayo en 2010, después de una huelga de hambre de más de ochenta días en protesta por sus condiciones de reclusión, fue firmada por miles de figuras reconocidas a nivel internacional. Desde ese entonces, el uso de cartas públicas con cientos de firmas no ha cesado como manera de ejercer la crítica y la demanda frente a un estado totalitario que controla la expresión pública en territorio nacional. Las plataformas digitales, unido al apoyo de organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional o el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (cadal) han permitido que cada vez más las cartas y manifiestos se conviertan en una forma predilecta de gritarle al poder.

Más que aferrarme al concepto de manifiesto aquí, como expresión de un colectivo que se posiciona en el espacio público, me pareció interesante abrir un camino para pensar las ausencias y presencias de estos momentos en la historia más reciente de Cuba. Aún nos queda, a quienes estudiamos el presente, sistematizar y analizar cómo este formato ha vuelto a emerger ya en un mundo digital transnacional y cómo se ha convertido en una de las formas principales de ejercer la crítica y el derecho al pataleo de la sociedad civil cubana.


[1] “Hacia una definición de manifiesto”, en: https://bit.ly/3dALpLb

[2] Martina Garategaray (2009), “Christophe Charle, El nacimiento de los “intelectuales”, Prismas, vol. 13, núm. 1, junio, p. 320.

[3] Teatro Estudio fue creado en 1958. Al triunfo de la Revolución, dio a conocer, en agosto, su “Segundo Manifiesto” en el que expresaba el compromiso a realizar un teatro más militante que planteara los problemas que Cuba enfrentaba.

[4] “La era de los manifiestos”, Lunes de Revolución, no.9, 11 de mayo de 1959, p. 5.

[5] “Nuevo manifiesto de los intelectuales, escritores y artistas al pueblo de Cuba”, Lunes de Revolución, no. 49, extra de marzo de 1960, p. 16. 

[6] Alfredo Guevara (1998), Revolución es lucidez, Ediciones icaic, La Habana, p. 178.

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Grethel Domenech Hernández

La Habana, 1989. Estudiante del Doctorado en Historia, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.