Hace poco murió el poeta Uriel Martínez Venegas (1950-2020). Lo conocí un par de años atrás, en su paso por la Ciudad de México, durante unas vacaciones de diciembre en que buscaba alejarse de ese congelador de ciudad que era su Zacatecas natal. Lo contacté pues comenzaba yo a trabajar una novela sobre el también poeta Darío Galicia, amigo de Uriel desde los lejanos años setenta, que durante casi tres décadas estuvo desaparecido. Me obsequió entonces su libro Lubricantes (Juan Pablos Editor, 2017), un volumen de alta densidad poética.
Antes había publicado los poemarios Primera comunión, Vengan copas, La noche de Hugo (y otros poemas), Bulevar infinito, y libros de cuentos como Zepelín compartido y Los cuervos. También una obra de teatro, Tres de José Alfredo, melodrama en dos actos que utiliza como contrapunto canciones del compositor guanajuatense para resaltar el abandono, la soledad y la tristeza en la que sus personajes se precipitan en el abismo.
Poemas suyos aparecieron en revistas impresas y digitales de Puerto Rico, Colombia, Argentina, España y Uzbekistán. También fue incluido en la antología Donde está el humo, compilada en Nueva York, en Asamblea de poetas jóvenes de México, de Gabriel Zaid, y en Sol de mi antojo. Antología poética de erotismo gay reunida por Víctor Manuel Mendiola. En tiempos recientes, atendía un par de blogs en redes sociales: “Los Lavaderos” y “La Azotea”, irónicos lugares privilegiados para la observación y el entretenimiento, donde compartía actualidades del mundito literario y lecturas y poemas de autores consagrados y otros muy jóvenes.
Conmigo fue generoso aquella vez que nos vimos: me compartió recuerdos y testimonios de la época y del mundo de Darío. Después, cuando regresó a Zacatecas, mantuvimos contacto por Messenger y nuestro diálogo se aderezó de picantes anécdotas, críticas y chismes del medio. Poco después me envió el PDF de su libro Primera comunión, editado por Premiá en 1983, que ya no se conseguía. Ahí apareció el poema “Lady Orlando”, dedicado a un joven Darío Galicia, donde daba cuenta de cómo la desgracia le había caído encima con el peso de una Enciclopedia Británica —no sin un dejo de ironía pues el poeta Galicia era amante de la literatura en lengua inglesa y después de ese encontronazo tuvieron que intervenirlo y ya nunca se recuperó del todo—. Aquí lo reproduzco como muestra del arte sutil y a la vez atroz, del que Martínez Venegas era capaz.
Lady Orlando
A Darío Galicia, poeta
Iba Darío a levantar con ambos brazos
La crueldad sólida de una Enciclopedia Oxford
Cuando sintió brotar de su nuca
La punta helada de una aguja.
De la belleza también cruel
De sus sienes escapó la neuralgia,
El trastorno, el girar elaborado
Del último respiro.
Enderezando la pronunciada S
Que construye y sostiene
La espina dorsal,
Dejó huir de su aliento de hombre
El quejido hostil y femenino.
Círculos concéntricos acudieron
A llamarle la atención de una presencia
Y su párpado izquierdo fue cayendo
Lento, como fumarolas de volcán
En extinción.
El vientre cóncavo adquirió
La gravidez del espejo convexo,
Y antes de cumplir 22 años
Suplió el perfil de ballerina
Por el sopor dulce de un péndulo,
Una moneda de níquel y un atardecer.
De día en día, y sentado al borde
De cualquier cama, respiraba alcohol,
Éter, algodón esterilizado y jeringas hipodérmicas.
Finalmente logró conciliar el sueño.
Finalmente durmió trescientos años y para siempre.
Finalmente despierta. Se incorpora.
Ve su cuerpo, otra vez desnudo.
Cada día que transcurre desentume un ala,
Una pierna, un seno, un párpado,
Una lanceta, un pie, un pliegue
Que le devuelve el aliento, el llanto,
La sangre primera y femenina.
Yo me daba cuenta que sobre todas las cosas Uriel era un solitario recalcitrante que amaba los libros y el arte. Conforme lo fui leyendo, descubrí a un poeta profundo, a quien no se le prestaba suficiente atención. Tal vez porque la suya era una poesía de crudeza emocional, con un erotismo homosexual muchas veces descarnado. Yo creo que saberse tan buen poeta y tan poco reconocido le hacía mella, sobre todo al ver los malos poemas que revistas prestigiosas y premios consagran con demasiada venalidad. Eso lo había hecho afilar la mirada crítica hacia los otros y la exigencia hacia su propio trabajo.
Quien lea su poesía reconcentrada se dará cuenta que ahí se dan cita la carnalidad de las pasiones, el golpe de conciencia a partir del deterioro y la soledad, o las bajezas personales que todos guardamos en el clóset, transfiguradas en oscuro espejo verbal. Sus poemas son muchas veces entrañables encuentros con la inocencia primera y sus edenes que, irremediablemente, ya no nos abandonarán jamás. Pero también borbotones de sangre, semen y desasosiego de noches y días furibundos. Lúbricos hasta el tuétano del desamor, relampaguean un horizonte donde el cuerpo y sus humores, el corazón y sus graznidos, galopan el fulgor de una herida vital. Como cuando dice: “Escúchala, es la noche abierta/ como rosa a punto de sangrarse”, y nos invita a inundarnos de belleza despiadada y espesa claridad.
En la novela que escribo y que lamentablemente ya no leerá, lo nombro Arcángel Uriel porque vino a iluminarme en el laberinto de versiones sobre la vida de su amigo Galicia. Por esa novela en proceso y por su propia poesía hermosa y brutal, nos hicimos cómplices. Por eso ahora lo despido con tristeza —otra vez la Ciencia de la Tristeza de la que hablaba su amigo Darío—, pero sabiendo que volveremos a encontrarnos para que me lea poemas de honda y sabrosa soledad, y nos ríamos de la aleve vida desde esa otra azotea que algunos llaman eternidad.
Uriel Martínez Venegas. Fotografía: Facebook
(Ciudad de México, 1961). Es autora de las novelas Los deseos y su sombra (2000), Cuerpo náufrago (2005), Las Violetas son flores del deseo (2007), El dibujante de sombras (2009), El amor es hambre (2015) y Las ninfas a veces sonríen (2013); y de los libros de ensayo A la sombra de los deseos en flor. Ensayos sobre la fuerza metamórfica del deseo (2008) y Territorio Lolita (2017). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.