El ritual de la serpiente:
Zona Maco ante la pandemia

Fabiola Eunice Camacho
Abril-Mayo de 2022

 

 

Fotografía: cortesía Zona Maco

 

Ante un fenómeno de tales dimensiones como la pandemia, era indudable que el campo artístico mexicano experimentara una debacle, con un horizonte casi evanescente. Si en ediciones anteriores todo era algarabía salpicada cada instante por el flujo de datos bancarios, sonrisas de los galeristas, la afluencia de quienes con copas de líquido chispeante se sorprendían ante el aumento de sus colecciones, el derroche de los fideicomisos y el sonido etéreo de las burbujas anunciando el nacimiento de nuevos mercados, los dos años anteriores supusieron un reto inaudito para sus directivos. Hay que decirlo, la primera semana de febrero tenía un lugar específico en la agenda de todos los actores implicados con el campo artístico de la región; frente al despliegue de ferias como Art Basel, en Miami, y Arco, en Madrid, Zona Maco, a cargo de Zélika García, en más de dos décadas logró reconfigurar la cartografía de los espacios de producción artística —en donde se incluyen el crecimiento de las galerías, el coleccionismo privado y la búsqueda de propuestas cercanas y distintas a los cánones de los mercados occidentales— dentro del sistema de los mercados de arte, siempre en expansión.

Ciertamente, hace dos décadas, el hablar de coleccionismo implicaba mirar aquellos acervos privados que orientaron su capital hacia la compra de piezas impactadas, en el mejor de los casos, por un discurso que deambulaba por el arte moderno mezclado por las propuestas vanguardistas nacionales e internacionales, y en otros, casi siempre, ante un total desconocimiento, con el mero gusto —ese infaltable ente nutrido por el sentido de clase y también de deseo— como brújula para sostener el consumo carente de un guion curatorial y albergado al final en salas de estar, en bodegas y oficinas de creativos. Sin embargo, la llegada del COVID-19 supuso para el campo artístico no solamente un escenario permeado, en su totalidad, por la incertidumbre, sino también un cambio en la toma de decisiones, al considerar el paro de actividades presenciales y la duda sobre cómo se presentarían las formas de producción y consumo artístico.

En 2020 nadie hubiera imaginado no sólo el cambio que Zona Maco sufriría, sino que aquel lugar que por cinco días pasaba de ser una bodega con pisos de cemento a un espacio con mamparas y obras expuestas de artistas de toda la región (y de todos los espacios donde existe un interés por el arte —sea genuino o mercantil—) se apagó ante la desazón de lo que estaba por ocurrir: un estertor que ha cobrado, hasta la fecha, 335 810 vidas en todo el país y la transformación del espacio en el centro de atención COVID más grande del país.

En todas las áreas de la vida social —como bien se ha expuesto en el número anterior de esta revista—, la pandemia nos obligó a enfrentar diversos retos que no se observaban desde los años de la gripe española, pero con un contexto absolutamente distinto en el cual la especulación económica, la pauperización, las prácticas sostenidas mediante los usos de diversas tecnologías y, por qué no decirlo, la transición política que se vivía producirían un contexto complejo lleno de interrogantes que suponen el cambio de prácticas sociales en donde las experiencias laborales, artísticas, colectivas e incluso cotidianas, como la compra de víveres, fueron realizadas mediante las diversas plataformas y sistemas digitales. Incluso las instituciones públicas —educativas y culturales— y los espacios museísticos sostuvieron un absoluto interés por seguir en contacto con sus públicos, y con ello hemos advertido nuevas formas de acercamiento al fenómeno estético y, quizá, al consumo mismo. Sin embargo, es ingenuo pensar que las propias formas producción, la articulación del sistema económico y la praxis política pueden ser desplazados por la vida virtual.

La edición 2021 de Zona Maco no se canceló del todo, cambió su fecha y registró cambios significativos tanto en términos de organización como de discurso. Desde luego, mucho tuvo que ver con la llegada de un nuevo director artístico, el sevillano Juan Canela, quien sustituyó a Tania Ragasol luego de dos años de dirigir la selección de artistas y galerías.

Canela había estado a cargo de la sección Zona Maco Sur en 2020 y había presentado propuestas interesantes de toda la región y el Caribe, por tanto, dentro del discurso curatorial, la propuesta se centró en solidificar el encuentro de artistas y galerías locales, desplazando a la feria de su recinto de carácter bursátil hacia los propios espacios de exposición mediante recorridos por los circuitos más efervescentes. Obras de artistas como Friedrich Kunath, Nora Adame, Minerva Cuevas, Damián Ortega, entre otros, pudieron ser vistos en los diversos circuitos desplazados entre las colonias Juárez, Polanco, Roma y Condesa, al tiempo que pudieron conectarse actividades de otras galerías y ser parte de la activación de piezas y performances en Zona Patio, ubicada en Casa Jardín Ortega, en la colonia San Miguel Chapultepec.

De cara a casi un año y medio de interrumpir la actividad, dicha edición sirvió para reformular el discurso en el cual estuvieran presentes con mayor fuerza las propuestas del sur —o el concepto que ha sido reapropiado por el campo artístico— con la mirada intervenida por procesos políticos, luchas sociales y el quiebre del discurso colonial, sin dejar de lado a África.

 La experiencia de los últimos años señala que el arte como mercancía nace muerto, y son las fuerzas del deseo, incluso del goce, lo que pueden llevarlo a una transmutación, por lo menos en los instantes en el que se está de frente a los cientos de piezas que se exponen y que dan una idea de lo que se está produciendo, de las preguntas, de las ambigüedades y los procesos sociales. Queda expuesto un horizonte donde las narrativas se articulan de manera orgánica y donde se observan búsquedas que despliegan una serie de miradas de cara a una experiencia realmente global.

En ese sentido, nunca habíamos estado más lejos de contar con una tajante afirmación sobre la muerte del arte o sobre las maneras en que el arte contemporáneo ha disuelto el sentido de lo político desde el género, la clase, la raza y los diversos y dolorosos procesos de violencia que pululan en cada zona geográfica del planeta —pues ya sabemos que, entre otras cosas, la práctica transfronteriza por antonomasia es justamente el ejercicio de la violencia y sus diversas expresiones— en contraposición  con las vanguardias del siglo pasado. Es, como lo recuerda Georges Didi-Huberman, lo que la voracità del tiempo sostiene en cada lapso histórico desde el origen hasta la siguiente vuelta de la estructura dialéctica; prácticamente memoria y olvido quedan como aquellos elementos indivisibles para sostener el curso, en este caso, de la historia del arte y sus múltiples y posibles nacimientos de acuerdo con la idea del propio Aby Warburg sobre las distintas turbaciones del ciclo histórico:

 

Después de Warburg, no nos encontramos ya ante la imagen y ante el tiempo como antes. Sin embargo, la historia del arte no “comienza” con él en el sentido de una refundación sistemática, que quizá tendríamos derecho a esperar. Con él, la historia del arte se inquieta sin concederse un respiro, la historia del arte se turba, lo cual es un modo de decir —si recordamos la lección de Benjamin— que llega a un origen. La historia del arte, según Warburg, es lo contrario de un comienzo absoluto, de una tabula rasa: es más bien un torbellino en el río de la disciplina, un torbellino —un momento perturbador— más allá del cual el curso de las cosas se inflexiona e incluso se trastorna en su profundidad. (Didi-Huberman)

 

El sentido fantasmático de Warburg nos dota de una clave para leer el contexto contemporáneo. Zona Maco 2022 apostó no solamente por integrar los saberes de la edición pasada, cabe destacar la notoria búsqueda —o necesidad— de apostar por galerías y artistas no solamente fuera del canon, sino cuyas propuestas ponen en tensión la idea de occidente, pero también del sur. Esto es evidente en propuestas como la del artista oaxaqueño Sabino Guisu, la venezolana Gabriela Rosso, así como en las propuestas de galerías y artistas emergentes, pero también en la creación de ZONA Maco Ejes —nuevo espacio donde la propuesta integra saberes y experiencias visibilizados desde el arte digital—, que fue curado por Direlia Lazo, curadora cubana quien había sido directora del Faena Art Center. Aquí cabe mencionar la inclusión de una criptomoneda para comprar piezas en forma de código digital, una propuesta que, al parecer, tardará algún tiempo para ser aceptada, puesto que se devela que la práctica de consumo sigue unida a la mirada en tiempo real; a la experiencia que, tras nacer muerta, recubierta por material de embalaje, tasada incluso en millones, al franquearse por la contemplación regresa de manera física, sin apartarse del todo del sentido fantasmagórico. Luego de no vernos en más de un año, quizá la resonancia del aura dentro del arte contemporáneo propuso en esta edición un renacer de las prácticas dentro del campo artístico, como también de un sentido cultural multidiverso, casi exótico, del que el mercado artístico no ha podido escapar.

Antes de volverse fantasma, Aby Warburg, luego de haber hecho todo ese viaje y de presenciar una de las tantas verdades que las culturas no occidentales mantienen, cerró su mítico El ritual de la serpiente admitiendo:

 

El pensamiento mítico y simbólico, en su esfuerzo por espiritualizar la conexión entre el ser humano y el mundo circundante, hace del espacio una zona de contemplación o de pensamiento que la electricidad hace desaparecer mediante una conexión fugaz.

 

Hemos traspasado el momento de fugacidad, estamos ante la progresión del tiempo y el reinicio del arte, pero lo cierto es que la mirada sigue expectante, y el mercado, el discurso, siempre regresa a su sentido casi ritual.

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Fabiola Eunice Camacho

(Ciudad de México, 1984)

Investigadora, docente, escritora y crítica. Es maestra en Estudios Latinoamericanos por la Facultad de Filosofía y Letras de la unam y doctora en Sociología por la Unidad Azcapotzalco de la uam. Ha publicado artículos y reseñas en revistas como Este País, Pliego 16, Fundación, Casa del Tiempo, Revista de la Universidad, Écfrasis y Tierra Adentro. Becaria de la Fundación de Letras Mexicanas en el área de ensayo de 2011 a 2013 y del Fonca en 2019. Fue finalista en el Premio Internacional de Literatura Aura Estrada en su edición 2020 y aceptada por Ucross Foundation para hacer una estancia artística en el verano del 2021. En 2021 publicó Landscapes: escrituras móviles.