Vallejo, triste y dulce

Audomaro HIdalgo
Abril-Mayo de 2022

 

 

César Vallejo en París, 1925. Fotografía Wikimedia Commons

 

Si nos fiamos de la flecha unidireccional del tiempo, Los heraldos negros (1919) no es el primer libro de César Vallejo sino El romanticismo en la poesía castellana. Esto es significativo, pues se trata de un documento que evidencia el temprano interés de Vallejo por crearse una conciencia singular del lenguaje. En un texto anterior me referí a esta obra[1]. En ese artículo dije que: “el tema de este libro es la necesidad de aliar el ejercicio crítico con la búsqueda poética”. El romanticismo en la poesía castellana, fechado el 22 de septiembre de 1915, en la ciudad de Trujillo, fue presentado para obtener un grado académico. Hoy nos ayuda a entender mejor la concepción que el poeta peruano tenía de la poesía: “un sentimiento antiguo/degenerado en seso”, asegura en el poema XIII de Trilce. En poco tiempo, Vallejo pasa del modernismo a la modernidad, es como si hubiera salido de un soneto a lo Darío y entrara a un grabado expresionista. Entonces, pero aún con resabios de negros heraldos, César Vallejo se decide a dar un salto mortal: Trilce, publicado en el remoto Perú en 1922, año en que también ven la luz The Waste Land y el Ulysses. El aire de cambio, de renovación estética y literaria, recorría el mundo de aquellos años.

Trilce es una excéntrica obra de vanguardia concebida fuera de la semiosfera de los movimientos vanguardistas europeos. Américo Ferrari no cree que Trilce sea asimilable a la poesía experimental de la época: “Trilce no es experimental sino experiencial”.[2] Todo poema es necesariamente experiencia, parte de un estímulo exterior o interior. Todo poema es diálogo con el mundo y con los otros todos que somos cada uno de nosotros. El poema es una puerta que nos invita a lo desconocido. Los hitos personales no explican un poema, pero nos ayudan a comprenderlo mejor. Vallejo comenzó a escribir Trilce en 1918, cuando estaba terminando Los heraldos negros o ya lo había hecho; en agosto de ese año muere su madre, hecho que sajará el alma del poeta para siempre; pierde un amor. Más adelante, entre finales 1920 y principios de 1921, pasa poco más de tres meses en prisión acusado de ser agitador político. Todo esto se trasluce en ciertos pasajes del largo poema de 1922. En Trilce constatamos un estado de espíritu extremo, no el arraigo en ninguna escuela. Biografía, intuición y exploración del lenguaje son sus ejes.

Trilce es un momento singular, raro, osado e irrepetible. Es la tentativa por ensanchar los límites de un decir poético personal. Es la conciencia de la imposibilidad de todo lenguaje, pues tarde o temprano el poeta se enfrenta a “los bordes espeluznantes”, como le dice Vallejo a su amigo Antenor Borrego en aquella carta famosa. Ferrari cree que “los simbolistas y modernistas eran, seguramente, por los años en que fueron compuestos Los heraldos negros, las principales lecturas de Vallejo”. Pero ¿Cómo surgió Trilce? ¿Cuál fue su procedencia? Saúl Yurkievich hizo un esfuerzo por rastrear las posibles fuentes literarias de esta obra. El crítico argentino descarta toda influencia de la literatura peruana de la época. Dice Yurkievich: “la sola influencia válida pudo provenir de las revistas ultraístas, que llegaban a Perú desde 1917. Cervantes, en especial, dirigida por Rafael Cansinos Assens y César Arroyo, difundió a partir de fines de 1918 algunos textos de la vanguardia europea. Ultra, sin postular un programa ni adoptar una posición bien definida, declaraba abolidas las normas novecentistas que culminaron en Rubén Darío”. Yurkievich ve en la revista Cervantes el posible suministro de textos extranjeros que habrían nutrido la gestación de Trilce. Dice el argentino: “en mayo aparece una antología de poetas franceses a partir de Apollinaire; en junio, otra de poetas ultraístas (…); en agosto, dos manifiestos, uno de Picabia, el otro de Tzara: Dada 1919”. Más adelante, Saúl Yurkievich escribe: “en noviembre, por fin, Cansinos Assens publica su traducción de Un coup de dès jamais n’abolira le hasard y del prefacio que Mallarmé escribió para Cosmopolis”. Yurkievich cree que a partir de 1919 “se va delineando un esbozo de la poética de Trilce. Pero no tenemos certidumbre de que Vallejo los haya conocido, carecemos de referencias directas del poeta con respecto a sus lecturas. Aun admitidas estas influencias, Trilce sigue sorprendiéndonos. Su contemporaneidad, el acondicionamiento de Vallejo al movimiento literario europeo de su época, resultan todavía increíbles”.[3] ¿Ocultó César Vallejo sus influencias? ¿En verdad desconocía los movimientos de vanguardia europeos? Antes de su viaje a Francia, en 1923, para nunca más regresar al Perú, ¿leyó las traducciones de la revista Cervantes a las que alude Yurkievich? En su librito de 1915, Vallejo cita a Lamartine, Hugo, Vigny, Musset, pero también a Shakespeare, Milton, Byron, Scott. Esto prueba que ya de joven tenía conocimiento parcial de dos importantes literaturas europeas. Es probable que Vallejo sí estuviera al tanto, aunque nunca hablara de ello, de las corrientes vanguardistas de su hora.

En Trilce, el despliegue de recursos expresivos (ritmos quebrados, rupturas, ayes, neologismos, relieves tipográficos, disloques sintácticos, alteraciones gramaticales, choque violento de sonidos, aproximación de tiempos), crean una tensa estabilidad verbal: “Rehusad, y vosotros, a posar las plantas/en la seguridad dupla de la Armonía/Rehusad la simetría a buen seguro”, dice el fragmento XXXVI. Trilce dice cosas que sólo podían ser dichas en castellano y en la América hispana. Vallejo escribe con una lengua doble: la lengua trasplantada y la lengua originaria; con ellas alcanza a crearse otra: la lengua que lo exprese en tanto poeta. Las raíces más profundas de Trilce son Góngora y el habla no de un país sino de una región; no de una región sino de un pueblo; no de un pueblo sino de una madre. Cuando leemos Trilce tenemos la impresión de que el alfabeto estuviera formándose; como si esas palabras fueran nuevas y arcaicas a la vez; como si fueran cuerpos que arden al menor contacto, al más mínimo roce; como si fuera un lenguaje que corre, tropieza, se quiebra, vuelve a levantarse y persigue una forma sin alcanzarla del todo, un molde que contenga ese aparente caos verbal; como si fueran signos que buscaran ser materia de una cabal expresión; como si fuera un amasijo de sonidos venido de un origen de magma, salido de un oscuro continente de silencio. Trilce: palabras-piedras que comienzan a abrir los ojos, pasadas por el horno del dolor, en lucha contra la lengua: “la creada voz rebélase y no quiere/ser malla, ni amor”, apunta en el fragmento V. El poeta busca nombrar el lado indisponible de la realidad “para que de día surja/toda el agua que pasa de noche”, escribe en el fragmento LII.

Trilce es chirrido, balbuceo, canto despeñado. Es la gran elegía por todo lo perdido inocente. En el fragmento LVIII, Vallejo sostiene:

 

Ya no reiré cuando mi madre rece

en infancia y en domingo, a las cuatro

de la madrugada, por los caminantes,

encarcelados,

enfermos

y pobres.

 

En el redil de niños, ya no le asestaré

puñetazos a ninguno de ellos, quien, después,

todavía sangrando, lloraría: El otro sábado

te daré de mi fiambre, pero

no me pegues!

ya no le diré que bueno.

 

Por los oscuros corredores de la memoria, el futuro desemboca en el pasado que es siempre presente:

 

Esta noche desciendo del caballo,

ante la puerta de la casa, donde

me despedí con el cantar del gallo.

está cerrada y nadie responde. [LXI]

  

El tiempo de la memoria está en la base de la estructura trilceana, la madre aparece como el centro, colmado de su propia ausencia, de esa temporalidad, como el punto de condensación de todas las fuerzas. Perder a la madre es caer en “los interinos barrancos”, morar en “los cementerios esenciales”, nos dice en el fragmento LXX. Pero más que lo dicho, lo que impera en Trilce es lo escuchado, lo que se derrumba puertas adentro. De forma paradójica, y gracias a la pérdida de la madre, Vallejo reestablece un lazo ignorado por los hombres, el de la esencial unidad del amor y de la muerte:

 

Estoy cribando mis cariños más puros.

Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?

¿No oyes tascar dianas?

Estoy plasmando tu formula de amor

para todos los huecos de este suelo.

Oh si se dispusieran los tácitos volantes

para todas las cintas más distantes,

para todas las citas más distintas.

 

Así, muerta inmortal, así.

Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde

hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre

para ir por allí,

humildóse hasta menos de la mitad del hombre,

hasta ser el primer pequeño que tuviste.

Así, muerta inmortal.

Entre la columnata de tus huesos

que no puede caer ni a lloros,

y a cuyo lado ni el Destino pudo entrometer

ni un solo dedo suyo. [LXV]

 


[1]El romanticismo en la poesía castellana o el primer César Vallejo”, en revista Casa del tiempo, no. 51, época V, abril de 2018. https://bit.ly/37G5EUr

[2] Prólogo a la Obra poética completa, Alianza editorial.

[3] Saúl Yurkievich, “César Vallejo”, en Fundadores de la nueva poesía latinoamericana. Barral, 1978.

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Audomaro Hidalgo

(Villahermosa, Tabasco, 1983). Poeta, ensayista y traductor mexicano. Estudió Literatura Hispanoamericana en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe, Argentina. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Obtuvo el Premio Tabasco de Poesía José Carlos Becerra 2013 y el Premio Nacional de Poesía Juana de Asbaje 2010.