César Vallejo en el parque de Versalles, 1929. Fotografía Wikimedia Commons
Concebido y escrito por el poeta peruano César Vallejo (1892-1938), quien lo publicó en 1922, Trilce, a cien años de su primera edición, continúa siendo uno de los desafíos intelectuales y emocionales más intensos que se han creado en lengua española. Escrito entre 1918 y 1922, el libro coincide con el transcurso de cuatro años axiales para la vida del autor, en los que ocurrieron hechos trágicos —la muerte de su madre, la desaparición y muerte de María Sandoval, su gran amor, un encarcelamiento injusto—, a la vez que, en lo intelectual, se presentó una acelerada evolución creativa para el autor, que lo independizó claramente del romanticismo y del modernismo hispanoamericano, para conducirlo a la construcción de un proyecto vanguardista propio, que tiene en Trilce una asombrosa enunciación.
Poemario múltiple, en Trilce, el escritor andino no sólo fijó claramente los temas caros a su discurso poético (el amor, la muerte, la familia, el desarraigo, la solidaridad, la presencia y la ausencia de Dios), sino que además les confirió una plasticidad emergida de lo más recóndito del César Vallejo espiritual y del social. He ahí el poema I, donde la crítica social adquiere una agilidad casi etérea debido a la enigmática imagen poética: “Quién hace tanta bulla, y ni deja/ testar las islas que van quedando”. [1] En tanto el poema VI nos dice:
El traje que vestí mañana
no lo ha lavado mi lavandera:
lo lavaba en sus venas otilinas,
en el chorro de su corazón, y hoy no he
de preguntarme si yo dejaba
el traje turbio de injusticia.
El poema abre con un recurso muy propio de Vallejo, esto es, la alusión al futuro en pasado, reiterando así el carácter intemporal de los hechos, su persistencia ambigua en el alma del ser individual, como fue el deceso de la madre para el poeta, hecho inaceptable pero ineludible: “Y si supiera si ha de volver;/ si supiera qué mañana entrará […]”.
Sin solución de continuidad visible, Vallejo pasaba de los versos más arriesgados a otros rayanos en lo convencional. Carencia de solución aparente, toda vez que el poeta peruano cimentaba el equilibrio de su expresión poética en tal contradicción, que por una parte dinamiza la expresión, mientras que por otra hace emerger a la superficie al yo íntimo, pero sin desvirtuarlo. Así, en el poema XV, unos falsos versos convencionales develan:
Has venido tan temprano a otros asuntos
y ya no estás. Es el rincón
donde a tu lado, leí una noche,
entre tus tiernos puntos,
un cuento de Daudet. Es el rincón
amado. No lo equivoques.
Versos engañosos, en los que se entrevé la callada rebeldía de Vallejo a la fugacidad de la plenitud amorosa, siempre amenazada por el desamor, el desarraigo o la muerte. Y para expresarlo, el poeta no recurrió a metáforas crípticas o alusiones inexplicables, sino a enunciaciones breves y coloquiales, pero cargadas de intimismo.
Pero, si la efímera plenitud amorosa condolía al escritor peruano, la repetición circular del tiempo lo revolvía y lo hacía burlón y aun cruel, soterrada venganza a una entidad que avanza sólo para seguir inmóvil, movimiento perpetuo que no llega a ninguna parte, por lo que en el poema XXI expuso un mes de diciembre desahuciado: “Yo le recuerdo. Y hoy diciembre torna/ qué cambiado, el aliento a infortunio,/ helado, moqueando humillación.”
Libro destacado por sus neologismos, curiosamente Trilce es más bien sobrio en vocabulario,[2] mientras que en asociaciones de significados y en la resignificación de vocablos, el poemario llega a ratos a la exuberancia o, como ocurre en el poema XXX y su experiencia erótica, colinda con el doble sentido:
El sexo sangre de la amada que se queja
dulzorada, de portar tanto
por tan punto ridículo.
Y el circuito
entre nuestro pobre día y la noche grande,
a las dos de la tarde inmoral.
A través de la elipsis “sexo sangre”, Vallejo aludió a la virginidad y la primera relación sexual de la mujer, hechos que desacraliza con dos expresiones: “dulzorada” y “por tan punto ridículo”. De esta manera, el poeta regresó la experiencia erótica a la intimidad de los amantes, es decir, a la vida de todos los días.
El erotismo entendido como hecho humano definitivo, lejos de divinidades inasibles, según lo sugiere el poema XXXVI y sus versos encabalgados que retratan a la Venus de Milo:
Venus de Milo, cuyo cercenado, increado
brazo revuélvese y trata de encodarse
a través de verdeantes guijarros gagos,
ortivos nautilos, aunes que gatean
recién, vísperas inmortales.
Paradoja del erotismo, su naturaleza libertaria también confirma nuestra falta de libertad, confirmación que incitó a Vallejo, en el poema XL, a enunciar un reclamo: “Como si nos hubiesen dejado salir! Como/ si no estuviésemos embrazados siempre/ a los dos flancos diarios de la fatalidad!”. Más adelante, en el poema LVI, los flancos fatales (el día y la noche), pautan con infranqueable monotonía la vida del individuo común, que atisba el deseo de rebelión pero no lo alcanza: “Todos los días amanezco a ciegas/ a trabajar para vivir; y tomo el desayuno,/ sin probar ni gota de él; todas las mañanas”.
Ajeno al cosmopolitismo exaltado por ciertos grupos vanguardistas, Vallejo estampó en Trilce temas universales, enunciados desde la iconoclasia vanguardista, pero también desde un intimismo que a momentos se asemeja al costumbrismo. Así, los dos primeros versos del poema LXIII: “Amanece lloviendo. Bien peinada/ la mañana chorrea el pelo fino.” Semejanza, sí, aunque no igualdad, porque a través de la voz vanguardista Vallejo se propuso dar otro acento para pronunciar lo cotidiano, para renovar lo familiar.
Y es con tal pronunciación nueva que Trilce se erige, en última instancia, en un canto a la libertad, o mejor dicho, a la creación de la libertad, el gran tema que recorrió y signó la poética de César Vallejo desde sus primeros versos hasta los últimos. La libertad perfilada con tanta intrepidez y equilibrio en estos otros versos del poema LXIII:
Rumia la majada y se subraya
de un relincho andino.
Me acuerdo de mí mismo. Pero bastan
las astas del viento, los timones quietos hasta
hacerse uno,
y el grillo del tedio y el jiboso codo inquebrantable.
[1] Las islas son las Chincha, en las que, por décadas, los consorcios ingleses, con la venia de los gobiernos peruanos, redujeron a trabajo semi esclavo a cientos de personas en la recolección del fertilizante guano.
[2] Quiero decir con esto que el poeta utilizó un amplio vocabulario de uso diario, vocabulario al que enriqueció de modo por demás impresionante.