I
Sacudes la mañana cuando termina el invierno en estas
tierras del norte. Interrumpes el ritmo de las cúpulas,
de las casas, de los letreros. Te abalanzas sobre la nube,
me subyugas.
II
Camino sobre tu alfombra violeta: rojo en el azul, mezcla de
fórmula ambigua en la bóveda que atraviesan las aves, los
aviones, las enredaderas.
Recortada en la rama distraes mi recorrido.
III
Te extiendes sobre los techos, arriba, irremplazable.
Penetras al fondo de la nube, rompes el hilo de la
repetición, creas un artificio de clave secreta cuando caes
de bruces. ¿Palidecen las hojas o se iluminan en el suelo?
Pequeños insectos pueblan tus declives.
IV
En tiempos floridos, tras ráfagas de aire, en el borde de la
zona que iluminas, se mece la figura que hizo de tus formas
frontera. Exhibes reflejos que rompen marcos, ventanas y
edificios.
Quisiera trepar, alcanzar veloz, con el ritmo de un ave
tus ramas, tu cáliz efímero, introducir calor al cuerpo
agujereado que me estanca.
V
A veces te presiento, observo la calle, atisbo inquieta la
cima del árbol, imagino tu presencia inminente. Hay algo que
anuncia el aire incendiado por soles de verano.
¿Existe en el violeta tristeza o duelo? Me atrapa el
pensar: tonos luctuosos, belleza que resiste agonizar,
nostalgia, sepulcro, lo inestable en la luz cuando atardece.
Invitas a sentir de frente, con el ojo asombrado.
VI
No se confunde el cielo con tu figura. Las aves —que dibujan
círculos y desafían la gravedad—, extienden panoramas
diferentes. Tu permanencia efímera anuncia que un día no
estarás: las luces y el contorno de la materia que moldea
apariencias se ciñe al margen, a punto de extenuar el brillo,
la estampa vigorosa. En tu lugar una sombra, la huella eficaz
de presencias que se han ido.
Ciudad de México, marzo 2017- marzo 2022