Conversación donde
Jessica Canales
abre las puertas
de su casa para mostrar
la intimidad de las heridas
y de cómo esa intimidad
deja herido al entrevistador

Giorgio Lavezzaro
Septiembre-octubre de 2021

 

Fotografía: Andrea López

 

Tamaulipas, México, sin cuerpo no hay muerto, de Jessica Canales, es una obra que habla de una realidad local que, al mismo tiempo, tiende hacia la más general experiencia de ser mexicano. Esta obra, que nació a partir de un hecho biográfico, la desaparición de su tía Diana Margarita Canales Cárdenas, es una voz que encarna las ausencias que se agolpan en el vacío, la herida abierta que se lleva cuando no se puede elaborar un duelo. Y de muchos modos, Tamaulipas, México habla de cómo la esperanza es más amarga que el dolor de una pérdida, porque lo que va consumiendo es la imposibilidad de llorar frente a un cadáver, la imposibilidad de hacer el luto; de cómo la duda sobre la muerte de la persona desaparecida se encarna en una misma herida ante el deseo de que siga viva, y cómo esto puede volverse un desear la muerte, “dar la muerte”, para seguir viviendo.1

 

Creo que Tamaulipas, México es un espacio de cruces, de convergencias. Esta pieza de teatro en la que tres voces se cruzan es también un territorio en que los monólogos convergen. ¿Cómo fue el proceso que te llevó a desear montar en escena este drama personal que es, también, una tragedia cotidiana para tantas personas en México?

Por denunciar que en mi casa falta una y que, lamentablemente, en México faltan tantos y tantas. Como sabes, toda propuesta artística logra mayor vínculo en la medida en que está sostenida desde lo más íntimo. Y eso es lo que busco al llevar a escena Tamaulipas, México, abrir la puerta de mi casa para hacer notar que es la misma de cientos de miles de familias en México.

   

Me ha parecido muy peculiar el hecho de que los personajes en escena conviven en un mismo espacio físico, pero nunca interactúan, jamás se tocan, ni siquiera intercambian diálogos (son monólogos cruzados); pero lo que sí sucede es que estos monólogos se conectan, hacen reaccionar al otro. Es como si hubiera una pared invisible entre Lucía y Pablito y Jessica, que es un muro que parece encerrar a cada uno en su historia, pero que, al mismo tiempo, de cada lado de la herida, los enlaza. ¿Cómo dirías que se tocan los personajes en escena, como se hermanan y cómo, también, se distinguen?

Son tres universos desde el texto y así quise que fuera en escena. La escenografía es la mínima indispensable. Dos sillas que coloca Jessica con la intención de abrir paso a la denuncia. Casi como: “te voy a contar lo que pasó” y es desde esos espacios escénicos que Lucía y Pablito desarrollan sus monólogos. Hay guiños entre ellos, historias tejidas, pero todas nacieron a consecuencia del montaje. Es decir que originalmente no estaba planteado así, sino que ha sido una propuesta desde la dirección. El trabajo de iluminación a cargo del maestro Ángel Ancona plantea también esa separación de universos con cuadros definidos separados por una calle que abre el paso a ese otro lugar en el cual habita Jessica, del texto Diana. Lo mismo sucede con el movimiento escénico a cargo de la maestra Claudia Lavista, incluso la corporalidad de Jessica está dislocada en un ánimo de descolocarla fuera de la narrativa física natural, por decirlo de alguna manera.

 

Y se siente descolocada en el texto, su voz abre y cierra la obra, pero también hay algo que se disloca. Quizá tiene que ver con la manera en que estos textos se fueron tejiendo. ¿Cómo transitó tu dramaturgia desde el monólogo de Diana, que escribiste y actuaste para Microteatro en México, a la composición de la pieza musical con Carmen Ruiz, pasando por la posterior Puto por poco hombre, que daba voz, siempre en forma de monólogo, a Pablito, el sicario de Tamaulipas, hasta esta pieza en la que desembocan estas voces?

El trabajo inicial de cada uno se sitúa en diferentes momentos, pero luego los entretejí para poder presentar las distintas esferas que construyen y constituyen, desde mi punto de vista, la criminalidad en Tamaulipas y en México.

En 2006, motivada por la convocatoria de Microteatro México, para la temporada de Por Memoria, me di a la tarea de tejer los textos que había estado escribiendo desde el 10 de abril de 2006 —es decir durante una década—, cuando mi tía Diana Margarita Canales Cárdenas desapareció en la carretera a Rivereña entre los municipios Nuevo Laredo y Miguel Alemán donde ella vivía y trabajaba. Así surgió Diana.

Puto por poco Hombre la escribí en 2017, a consecuencia del asesinato de Denisse de León y su familia en Ciudad Victoria, Tamaulipas. Denisse fue una mujer transexual que se manifestaba afuera del penal de dicha ciudad para intentar impedir el traslado de los reos a otro penal dominado por un cártel contrario al que imperaba en la capital de Tamaulipas en ese momento. Denisse decía: “Mi pareja está ahí adentro y si se lo llevan a Laredo [Nuevo Laredo, Tamaulipas] lo van a matar. ¡No se lo pueden llevar!”. El día que la asesinaron, nació Pablito, en quién resumí las historias sobre narcotráfico y disparidades sociales que había yo escuchado a lo largo de mi vida. 

Entonces sentí que faltaba una pata a la mesa que pudiera sostener Tamaulipas, México. Era necesaria la voz de la otra parte que, desde mi opinión, construye criminalidad, me refiero a los de “cuello blanco”. 

Yo nunca dije nada, surgió así en 2019 como una forma de respuesta a la muerte de mi amiga Érika quien estuvo presa por negocios relacionados al lavado de dinero en Estados Unidos. Erika R. T. fue una mujer vital y alegre, la cárcel la consumió física y emocionalmente. Murió poco tiempo después de que la vi después de que salió de la cárcel. “Se cansó” dice el personaje de Lucía: “a mi hijo se lo comió esta cárcel”.  Lucía les da voz a las muchas historias que, como las de Pablito, escuché desde niña en la capital de Tamaulipas. Los abusos de poder de que he sido testigo y la negación social a reconocer que muchas de las grandes fortunas familiares provienen del crimen organizado. 

 

En esta obra logras que estos tres registros, estas tres esferas, atraviesen el espacio escénico y esto me hacía preguntarme sobre la reproducción de la oralidad tan característica del teatro y me hace preguntarme ¿cómo haces para reproducir esta oralidad, este ritmo en Tamaulipas, México? Además de lo que podría ser obvio, quiero decir, la parte lexical,2 ¿cuál fue el proceso que te llevó a sumar tu voz, Jessica, a la voz de un sicario, Pablito y a la voz de una señora de clase alta, Lucía?

Esas oralidades me habitan, es decir, que también son y han sido mi voz en distintos momentos de mi vida. Las he escuchado y ejercido en las distintas esferas o universos sociales en los que he estado inmersa. Crecí pasando las tardes acompañando a mi mamá en su trabajo quien —como abogada— estuvo a cargo de oficinas de asistencia social y ahí comencé a conocer realidades distintas a las de mi círculo más cercano. Después como servidora pública y como parte de asociaciones civiles o bien desde la posibilidad que me brindaba convivir y conocer a los escuchas de las estaciones de radio en las que trabajé en Nuevo Laredo, Tamaulipas.  Por otro lado, mi formación escolar básica fue en un colegio particular en donde compartía el aula con hijas de políticos y/o empresarios del Estado y después cursé la universidad pública en donde, nuevamente, los distintos universos y —con ello— oralidades tamaulipecas se daban cita.

 

Creo podemos dar cuenta de cómo nos tocan otras historias, del contacto que establecemos con otros, de cómo, como dices, nos habitan esas voces. ¿Cuál dirías que es tu experiencia de primera mano y cómo has hecho para aprehender las otras realidades de Tamaulipas, a través de qué experiencias, de qué historias, de qué personas? ¿De qué estrategias te has valido para meterte en las otras realidades, tan “ajenas”, tan “distantes” y, al mismo tiempo, tan inmediatas, tan parecidas?

De la escucha y la observación; pero creo que ambas son, más que estrategias, oficios que he ido desarrollando a consecuencia de mi nata sensibilidad ante lo que me indigna. También a mí me observo y escucho y, a veces pasa, que me indigno de mí misma al reconocerme rasgos o actitudes en las cuales repito lo que detesto y denuncio a través de mis textos o de mis posturas políticas.

 

Y sin duda esta sensibilidad, esta honestidad y esta escucha se sienten en la escena, toca al público, a quien te escucha. Además de todo esto, tu voz, la voz de Diana, encarna un registro poético, un ritmo que hizo que Carmen Ruíz quisiera musicalizar parte de este texto, ¿cómo fue el proceso de adaptación de la obra a la canción (que ahora es la banda sonora de la pieza teatral)?

Carmen Ruíz asistió a una de las funciones que di de Diana y tuvo la idea de hacer una canción con base en el texto y eso hicimos. Posteriormente hemos seguido componiendo juntas. En su producción Blanquinegro, de la cual es parte “Diana” hay otras dos canciones que escribimos juntas (ella la música y yo la letra). Tenemos una relación bastante cercana y de mucha producción musical, tan es así, que en su próximo disco todas las canciones son nuestras. 

 

 


1 Tamaulipas, México, se estrenó el 24 de agosto, en el Teatro la Capilla de la Ciudad de México.

2 Se reunió una colección de vocablos y expresiones que atraviesan los registros de las distintas esferas, como "güercos", "la raza", "el gabacho", "un bato", "catrín", "viejón", "bisnes", "americandrim"; o "es mucha casa", "lo que sea de cada quién", "rapidito", "los victorenses lo perdonan todo menos que seas jodido", "no batallar", "amanecer con la novedad", "Always look by the side"; o, todavía, "quedarse atarantada", "clarito conservo en la memoria", "topar con una fotografía". Pero también hay dos expresiones que funcionan como puente: "N'hombre", que usan tanto Lucía como Pablito, y "chingadamadre" que usan Jessica y Lucía.

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Giorgio Lavezzaro

(Ciudad de México, 1985)

Estudió la licenciatura en Psicología y la maestría en saberes sobre subjetividad y violencia. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Fonca. Es autor de Puntos cardinales, Luz y cadencia, Tres maneras de-venir ficción y Elogio de la cicatriz (Kintsukuroi).