icarías o la cartografía vigente

Marillen Fonseca
Julio-agostode 2021

 

Una ciudad puede concebirse como un objeto que necesita ser observado a la distancia para desvelar su morfología, representarla en planos urbanos y resumirla en una cuestión topográfica, arquitectónica, demográfica. O bien, pensarla como un espacio que puede ser conocido a través de un viaje en bicicleta y transformado en un lenguaje nuevo que la nombre: unacartografía errante”, como denominaré a la poética que magistralmente construye Balam Rodrigo en icarías.

icarías es un libro en el que la ciudad se constituye como un espacio del ambular. La ciudad no se habita, sino que, ante todo, se recorre. Y para el poeta chiapaneco el acto de andar significa olvidarse de los mapas, que solo muestran el entramado viario, la forma de las manzanas y la planta de los edificios; percibir la urbe dentro del vivir cotidiano, reparando incluso en las grietas, los pliegues que ocultan espacios oscuros, punzantes, que asfixian al ciudadano; comenzar a crear mapas propios, dando lugar así a una “cartografía errante”, propia del ambular: “[…] vagar allende los mapas/ que el cuerpo traza cuando ambula/ en muchedumbre sobre asfáltica/ heredad : la ciudad es un cuerpo,/ libro nómada: cartografía errante que cambia paso a paso”. De este modo, icarías está conformado por mapas que muestran las relaciones entre los lugares y la vida cotidiana, entramados en los que se trazan las conexiones entre calles, peatones, mujeres, banquetas, perros, ruidos, cruces, cláxones, sastrerías, conversaciones, canciones, miedos, nostalgias.

La “cartografía errante” presente en el libro engendra a su vez una “ciudad errante”, es decir, una ciudad que se crea mientras se recorre; que se traza con cada paso, cada pedaleo, con las idas y venidas; que cambia continuamente de acuerdo con el desplazamiento del que anda: “la extensión de la ciudad es igual a la de todos/ los ladridos del corazón, rabiosa, enferma,/ imantada y más nómada que los árboles que me persiguen”. Y es que, para el poeta, el acto de ambular se vincula también con el acto creativo. Se trata de una doble acción: recorrer la ciudad es equivalente a leerla y, a su vez, escribirla. Así, el poeta la construye o, mejor dicho, deconstruye, es decir, la fragmenta en imágenes para apropiárselas: “cerceno con mis párpados — tijeras/ que recortan las imágenes que colecciono para habitarlas/ después de mi muerte — el cielo todo, la gente toda,/ la vida toda: porque es prolongada e infinita/ la posibilidad de cortar y pegar las imágenes/ una vez vuelto a casa”.

La “ciudad errante” que se presenta en icarías es, pues, el recorrido mismo hecho por el poeta; un recorrido que, además, se sabe eterno, originando así un eternometraje, en el que también somos protagonistas: “tú, quien lees, eres parte/ de esta cinta: tus ojos también han corrido de un lado/ a otro, acompañándome mientras corro y salto/ y capturo y vierto lo que apenas unas letras-calles atrás/ dejé”. Por ello, en este libro la línea que separa a poeta y lector se desdibuja: “¿quién he de leerme si no vos,/ el mismo que escribe y lee?”. De tal modo que poeta y lector crean la ciudad simultáneamente, con la acción infinita de lectura-escritura. Por lo que icarías, el libro en su conjunto, es la ciudad misma. Cada uno de los poemas que lo conforman evocan el carácter eterno de la urbe, pues no tienen un inicio ni un final, tal como lo indica el uso de los puntos suspensivos y los punto y coma al inicio y final de cada uno.

Destacable es también el hecho de que, en el libro, el acto de ambular se identifica con el vagar de los perros. Estos se sitúan como un elemento principal en los espacios que conforman la urbe. Es por ello que en icarías la poetización de la ciudad ocurre también bajo la mirada de un perro: “son ángeles los perros pastados/ por la rabia; habitados por un miedo y un asombro acumulados en páginas/ gastadas y mordidas por el hambre,/ ladra su corazón acorralado/ por hombres y calles sin salida”. Esta mirada es una misma con la del hombre, como lo indica el epígrafe del apartado cuarto del libro: “perro a perro se miran y hombre a hombre, este perro de la calle y este hombre que es también de la calle”.

Por último, cabe mencionar que en icarías el acto único de lectura-escritura se establece, pues, como una arquitectura de la ciudad que ya no implica la construcción física sino la construcción perceptiva del errante. El errabundo se devela al final como un Ícaro o, mejor dicho, un Antiícaro. Cartografiar la ciudad implica también la caída. La ciudad que nos presenta Balam Rodrigo es esa ciudad que nos espera al final de la caída para engullirnos en su densa y violenta oscuridad: “antiícaro, no quise yo volar,/ sino caer; por eso escribo [...] antiícaro,/ no quieres tú volar, sino leer”. Así, como a Ícaro, nos fue negado el vuelo, somos peatones condenados al asfalto.

Icarías

Balam Rodrigo

Chilpancingo, Ícaro, 2020, 60 pp.

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Marillen Fonseca

(Acapulco, 1992). Licenciada en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Guerrero. Maestra en Humanidades por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Ganadora del VII Premio Estatal de Ensayo Literario Joven 2018 con el texto “Apología de la mujer que fui”. Obtuvo Mención honorífica en el III Premio Nacional de Poesía Germán List Arzubide 2019, con su libro Cadáver de un hombre inventado.