Del moho de Alexander Fleming a la pandemia de Eduardo Peñalosa

Jorge Martínez Contreras
Julio-agostode 2021

 

La plaga en Atenas en el año -427 o 2377 ANE, que tuvo graves consecuencias militares y políticas para este estado, se llevó a Pericles (-495 a -429) junto con dos de sus hijos y una hermana; muertes que el griego vio suceder antes de la suya. Tucídides (-460 a -396), contemporáneo y amigo del líder ateniense, sobrevivió, o porque se cuidó mejor o porque era inmune a la plaga (se piensa que ésta fue de tifoidea). Gracias a él sabemos mucho de ese momento de nuestra historia, porque somos intelectualmente herederos de los griegos; si Pericles hubiera sobrevivido, otros desarrollos históricos habríamos tenido, en especial para la filosofía y la ciencia que ahora practicamos: “las creencias deben de ser probadas” (¿cómo probarlas?, es el tema que nos da empleo a los filósofos contemporáneos). Lo menciono precisamente porque el Rector General de la UAM, Eduardo Peñalosa, especialista en educación mixta, habla en su introducción al libro que coordina con la doctora Angélica Buendía, Pensar la UAM en la pandemia: reflexiones desde la acción, de varios sucesos de esta naturaleza en los que gran parte de una población es eliminada por una plaga. Sobreviven los que saben cuidarse y los que son genéticamente inmunes por mutación positiva; sobrevivientes que crean una nueva dominancia fenotípica, que ahora se llama inmunidad de rebaño (aunque nunca existe una inmunidad poblacional total). La UAM, durante esta última gestión que termina, fue afectada por un terremoto (fenómeno en que los humanos no tenemos responsabilidad ni directa ni indirecta), pero también por esta terrible pandemia en que sí los humanos somos causantes indirectos o directos, porque nunca podremos controlar a la selección natural. Los atenienses no tenían normas de salud en el Pireo, puerto por donde entró su pandemia; veinticinco siglos después conocemos —aunque muy recientemente en términos históricos— a las bacterias, a los virus, a los hongos dañinos, y también hemos desarrollado antibióticos, vacunas y establecido normas de salud pública y privada. Sin embargo, el planeta sigue —y seguramente seguirá— padeciendo plagas generalizadas gracias en parte a los actuales más de 7 mil millones de primates humanos.

El epidemiólogo escocés Alexander Fleming (1881-1955), el descubridor de la penicilina (Penicillium notatum), estudiaba al peligroso estafilococo áureo y, en septiembre de 1928, dejó durante la noche una placa de Petri llena de estas bacterias en una ventana abierta; el recipiente se llenó de un moho blanco. Dicho fenómeno había sucedido varias veces en otros laboratorios donde se había procedido a limpiar cuidadosamente a ese moho invasor. Pero el accidente le sucede a este escocés especialista en analizar sustancias sépticas, quien convierte el evento en el equivalente de sacarse un premio mayor de la lotería en bien de la Humanidad.

Ante la magnitud de nuestra plaga actual —que comenzó tal vez en 2019—, la Universidad no estaba preparada a emprender la enseñanza exclusivamente en línea; ninguna universidad, nadie en el mundo lo estaba, ni siquiera las naciones con un alto índice de conexión a las redes y con un alto nivel de desarrollo personal. Toda proporción guardada, la obligación por la pandemia de recurrir exclusivamente a la enseñanza temporal en línea fue como el moho de Fleming para el proyecto de educación mixta de Peñalosa, de sus colaboradoras (usaré el femenino genérico contra la costumbre de nuestra lengua machista) y de otras autoras, muchas de ellas participantes en el texto. En efecto, esta pandemia —que se nos decía con fórmulas matemáticas sería más corta, pero que ahora sabemos lo mucho que ya ha durado, por lo que nadie se atreve a predecir su futuro— nos obligó rápidamente a adaptarnos durante un ya muy largo periodo —que aún no termina— a la enseñanza puramente en línea. Nuestra situación contribuyó, y contribuye, a demostrar empíricamente la utilidad de este tipo de docencia; pero también pone de relieve sus grandes limitaciones que invitan a combinarla con la presencial, muy especialmente cuando hay que asistir a laboratorios y hacer trabajo de campo.

Siguiendo la imagen del escocés, la UAM sabía mucho de educación en línea, empezando por su Rector General, quien ya había empezado con especialistas —dentro de las limitaciones de tiempo de su función— a aplicar en dos grupos piloto un proyecto de educación mixta, en esta universidad donde, por cierto, ya se contaba con varios grupos piloto informáticos previos, sobre docencia, cultura, ciencia, etcétera. No estábamos totalmente desamparadas. Estábamos muy bien equipadas en computadoras —aunque en las instalaciones físicas de la UAM, lo cual es una dificultad ahora— y teníamos un Internet veloz. Es decir, igual que los laboratorios que hacen vacunas y que no estaban preparados para hacer la vacuna precisa para el COVID-19, sí sabían cómo fabricarlas. Aún así, podían fallar: en Pfeizer-Biontech fueron exitosos; pero un laboratorio líder mundial en vacunas contra la gripe, Sanofi, fracasó y tuvo que comenzar de nuevo —parece que exitosamente esta segunda vez—. Entonces, tener la infraestructura y un grupo importante de personal calificado en el campo era una condición necesaria, pero no suficiente. La UAM, con respeto a otras instituciones, lo logró; no sin antes destinar grandes cantidades de recursos, que tenían originalmente otros fines, para el equipamiento de las alumnas en especial, y todo eso en un contexto nacional de grandes restricciones y reducciones presupuestarias.

Pero estamos lejos de salir del túnel, de ver qué hay después de él, y por ello este libro ya citado es tan importante. En él participan 24 autoras con 26 trabajos (las coordinadoras publican dos textos cada una); no todas especialistas en educación, pero sí investigadoras de prestigio en diferentes áreas. Los capítulos están divididos temáticamente en seis secciones: gobierno, gestión y toma de decisiones; salud; la formación frente a la pandemia de actores, procesos y prácticas; la investigación; la difusión de la cultura y, finalmente, reflexiones sobre el futuro.

Invito a los lectores a leer todos los capítulos, pues se trata de un conjunto multitemático, muy bien estructurado y documentado que contiene, además, los comentarios existenciales de quienes hemos estado en este proceso; pero dado el espacio de este trabajo, me centraré en las reflexiones de Eduardo Peñalosa sobre el futuro educativo pospandemia de la UAM, no por ser el Rector General, sino por ser uno de los mejores especialistas en educación mixta (o híbrida o como se quiera llamar) en la UAM y a quien, como a Fleming, un suceso externo le dio un campo empírico general de estudio.

La educación mixta pretende disminuir la deserción (que es de 20% a 60%, según disciplinas, el primer año en México, y lo es fundamentalmente por razones económicas); desea también provocar un fenómeno educativo ascendente en los grupos sociales. Peñalosa se apoya a lo largo de su capítulo en dos conjuntos de datos empíricos. En primer lugar, los resultados de su plan piloto de educación en dos disciplinas, administración e informática, con treinta alumnas, la mitad de las cuales pertenecían a familias con ingresos menores a 5 mil pesos mensuales y 40% trabajaban. Los resultados fueron positivos e invito a las lectoras a consultarlos.

Por otro lado, regresando a la imagen de Fleming y del moho, le tocó a Peñalosa como especialista y como Rector General, además de su plan piloto, promover el PEER (Programa Emergente de Enseñanza Remota), donde participaron profesoras, alumnas y personal administrativo de toda la UAM. Había de manera urgente e inmediata que enseñar en línea a 55 mil alumnas. Se llamó emergente porque la enseñanza exclusivamente en línea es temporal, la UAM tiene —y recuperará— una dinámica esencialmente presencial. Por otro lado, es multitecnológico pues se utilizan diversas tecnologías electrónicas: Internet, Zoom, WhatsApp, redes sociales, etcétera. Obviamente, tiene que ser muy flexible porque la mayoría no utilizábamos sistemáticamente estos métodos y muchas profesoras, incluso muchas alumnas, no sabían usarlos bien.

Pero se promovió la compra de tabletas de cómputo y de tiempo de Internet para las alumnas. Se trató de un esfuerzo presupuestario también emergente de casi 20 millones de pesos (aunque ha habido ahorros en viajes y profesores invitados, entre otros) para la compra de casi 5 000 tabletas y el acceso en tiempo al Internet: en efecto, muchas alumnas y varias profesoras, no contaban con los instrumentos para el trabajo en línea desde sus casas (y varias regresaron por la pandemia a vivir en sus lugares de origen, a menudo lejanos de la Universidad) y, claro, no se podía laborar en las diferentes salas informáticas de la uam, ni siquiera en los ciberlugares. Mi experiencia es que al comienzo hubo dificultades de varias de ellas para conectarse; las había quienes solo usaban sus teléfonos celulares. Varios trimestres después, noto que, por los menos mis alumnas, cuentan con medios digitales apropiados y acceden al Internet con una velocidad razonable. Sin duda no debe de ser el caso de todas y habrá que reforzar este aspecto.

El PEER ha tenido hasta ahora tres evaluaciones positivas y seguirá siendo revisado. A partir de estas reactualizaciones se han recomendado adecuaciones en contenidos que van desde acceso al arte y a nuevas tecnologías, hasta un muy necesario análisis constante de nuestro estado de salud mental y emocional ante las adversas condiciones sociales que la pandemia nos ha impuesto. Aunque promovido por el Rector General, se ha tratado de un esfuerzo colectivo de la comunidad. El programa ha sido muy exitoso, lo reconocen la mayoría de las autoras, sin dejar de criticar, en un afán de mejora, muchos de sus aspectos.

Aunque en este texto todas las autoras analizan a estos fenómenos y al PEER desde diferentes perspectivas y especialidades, lo importante es que todas se preguntan ¿cómo optimizar el regreso presencial en la uam manteniendo lo mejor de la enseñanza en línea?, ¿cómo visualizar el futuro de nuestro sistema educativo?

Considero que otro elemento positivo de la enseñanza en línea —parcial en un futuro— es que disminuiremos enormemente el impacto de CO2 que produce la comunidad de la UAM. Reduciremos los trayectos de profesoras y de alumnas, con lo cual también mejoraremos la salud emocional al acortar el estrés que significa moverse en esta megalópolis cada vez más compleja y peligrosa.

Para muchas, sino para todas, incluyéndome a mí, la educación mixta vino para quedarse. Se afinará poco a poco como un gran instrumento pedagógico cuando las condiciones a un regreso presencial se materialicen, esperamos pronto. Muchas de las acciones serán más eficientes, contaminarán menos, entre ellas las asesorías, por ejemplo, que se realizan ahora con total puntualidad y que tienen el beneficio de lograr un muy bajo impacto de CO2, pues hay menos desplazamientos, menos uso de electricidad, de agua y de diferentes recursos, sin hablar de más tranquilidad emocional en una ciudad y en un país donde la inseguridad por asaltos y secuestros, así como abusos hacia las mujeres, no parecen disminuir.

La UAM será probablemente un gran modelo de educación mixta.

Pensar la UAM en la pandemia: reflexiones desde la acción

Eduardo Peñalosa y Angélica Buendía Espinosa, coordinadores

México, uam, 2021, 372 pp.

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Jorge Martínez Contreras

Licenciado y Doctor en Filosofía por la Universidad de Paris IV-Sorbonne. Profesor investigador del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa, desde julio de 1974, fundador de la misma y Profesor Distinguido. Profesor Honorario del Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano.